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Anàlisi :: globalització neoliberal
Ayer y hoy 8
24 nov 2003
De todos modos los tiempos, buenos o malos, es cierto, nunca han sido igualmente buenos o malos para todos.
Pero las diferencias enormes habidas entre quienes vivían en el planeta en otras épocas y las que existen entre quienes lo pueblan hoy, hoy resultan más penosas por el dramático contraste entre la penuria de tres cuartas partes de la humanidad y el desahogo del otro tercio; y más patético para los espíritus que, sin pertenecer a esa porción privilegiada, se sienten afectados anímicamente por ello porque sienten profunda compasión.

Vivir otrora en un palacio o en una casa de barro o a la intemperie podía ser, y sigue siendo, una muestra dramática de desigualdad social. Sin embargo entonces, hasta no hace mucho, había un sólido soporte psicológico que actuaba de argamasa en el inconsciente colectivo. Y, como siempre, la argamasa no podía ser sino una idea grabada a fuego: la idea de que los privilegios de unos pocos devenían de la voluntad de Dios. Los privilegios de la realeza y del resto de la escala social procedían de la misma marca. Todo lo que les sucedía, todo lo que tenían o de lo que carecían era por voluntad divina. El rico, pues, lo era por voluntad divina, y el pobre, como el enfermo, lo eran además por culpas suyas o de sus antepasados. Así, el desheredado aceptaba con entereza y resignación los designios de la divinidad. El ladrón lo era en general por estados de necesidad. No se valoraba la realidad ni las desigualdades en términos de "injusticia social". La que existía, medida con la mentalidad de hoy, se hacía más llevadera. Las razones metafísicas hacían su trabajo subliminal. Porque la noción de injusticia social, raíz de la injusticia distributiva del mercado libre, se instala en el cerebro durante el último tercio del siglo XVIII al prender en ellos la chispa rousseauniana de "igualdad".
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