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Ad náuseam
06 nov 2003
Antonio López del Moral
Rebelión
Ad náuseam
Antonio López del Moral
Rebelión


Confieso que no me lo esperaba. El anuncio de la susodicha boda ha sido el golpe de efecto final, el carpetazo a todo lo que hasta ahora ha venido sacudiendo la conciencia colectiva. Prestige, huelga, guerra, yakovlev, muertos, compra de diputados y manipulación electoral, etcétera, etcétera etcétera, todas las noticias sin excepción, incluyendo los últimos muertos de segunda fila que han caído en el tenebroso paso del Estrecho (y de los que sólo se acordó el genial Carlos Boyero), todas esas informaciones palidecen, se esfuman, se difuminan, pierden realidad y se convierten en humo ante la oportunísima historia de la bella periodista de barrio que se casa con el apuesto príncipe de metro noventa, ese que antañazo portó la bandera en las olimpiadas de Barcelona, el que rechazó a la modelo de vida alegre y a la sobrina del comunista, del que ya decían las marujas desocupadas y los comentaristas couché que se quedaría para vestir santos, ese, sí.

Particularmente me importa tan poco esta estupidez que no planeaba emplear ni un minuto en pensar en ella, puesto que ya se van a ocupar en todos los medios de comunicación y en todos los ámbitos de esta descerebrada sociedad de debatirlo ad náuseam, de presentarnos, como ridículos y pestilentes trofeos, los testimonios de vecinos y familiares, el felpudo en forma de corazón de la casa de Vicálvaro en la que vivía la bella, las fotos de fin de curso de sus compañeros de facultad y colegio o las papeletas de las notas, qué se yo, todas esas memeces que sirven para distraer a las masas y que permiten ocultar los asuntos importantes. No hace ni 48 horas del anuncio oficial, y ya se ha puesto en marcha la formidable maquinaria mediática, la lavadora de cerebros, la apisonadora de inteligencias y voluntades, y ya los debates en televisiones y radios se centran en las cualidades de la futura reina, en si parecía o no parecía feliz, en si tiene talla de princesa y en sus capacidades como periodista, porque claro, es una mujer que ha trabajado desde siempre. No pensaba perder el tiempo en semejante idiotez, digo, pero no me queda más remedio, estoy rodeado, no se habla de otra cosa en todas partes, y poco a poco empiezo a echar humo por la cabeza, mi úlcera brama y mi estómago entra en ebullición como si me hubiese tragado una bala.

He dicho en muchas ocasiones que cada país tiene lo que se merece, que los políticos son un reflejo de la sociedad, y que la sociedad no es más que la suma de sus ciudadanos. Bueno, pues en el caso de España, empiezo a pensar que ni siquiera se llega a la categoría de ciudadanos. El término en el sentido que hoy se entiende se acuñó durante la revolución francesa, cuando los súbditos derrocaron a los monarcas absolutistas, cortaron la cabeza a la antigüedad e iniciaron la nueva época de modernidad y progreso. Liberté, egalité y fraternité, decían. A la mierda con todo eso. Cuando se trueca gustosamente la ciudadanía por el plato de lentejas del consumismo, cuando las ideas se reemplazan por los spots publicitarios, cuando la conciencia social se sustituye por la felicidad compartida del ascenso de una muchachita de barrio, cuando se opta voluntariamente por creer en los cuentos de hadas frente a los cadáveres que escupe el mar, cuando se prefiere danzar en un baile de máscaras mientras la muerte roja asuela los alrededores del castillo, quiere decir que poco queda de humanidad en esos supuestos ciudadanos. Ya sé que hablar de estos temas en momentos en los que todo el mundo está feliz no es políticamente correcto (otra de las gilipolleces yanquis con las que mantienen selladas las bocas de los súbditos), pero es que no entiendo qué ha pasado para que de repente sea más importante la historia de una boda que las historias de cien mil funerales, de un millón de mutilaciones, de un mar envenado, de un ejército de leprosos que se agolpa al otro lado de las murallas, poniéndose de puntillas quizá para contemplar con envidia la felicidad de la extraña pareja y acallar su ira. Se me argumentará que siempre ocurre lo mismo, que es el panen et circensem, o, a la española, el pan y toros, que el Hola! continúa siendo la revista que más vende y que no hay que buscarle más explicaciones, pero aún no me entra en la cabeza, sigo empeñado en que no puede ser.

Claro que viendo estas cosas, se empieza a entender el progresivo deterioro de la enseñanza en España: con una masa inculta, zafia, ágrafa (Umbral dixit), sumida en la ataraxia y la oligofrenia, con una masa dispuesta a olvidarlo todo en cuanto un embaucador les muestra el futuro en papel couché, con ese rebaño de borregos que no leen, que no saben escribir sin cometer faltas de ortografía (sólo perdono a los mayores de 60 años), con esos yonquis de la moda, de los coches, de las rebajas, esos enganchados a la lobotomía y desembarcados del pensamiento, esos adictos al orgasmo de la inanidad, esos soldados de un ejército de zombis babeantes vestidos por Armani, con esos patéticos feligreses de la idiocia se puede mantener el actual estado de cosas, sin temor a que algún día empiecen a cambiar. Asistimos no ya a la conjura de los necios ni a la rebelión de los inexistentes, novelas ambas ya un poco demodé, sino más bien a la revolución torticera de los débiles mentales, el triunfo de los estultos, la entronización televisiva de los inútiles, mentecatos que se jactan del espectáculo de sorber sus propias babas ante el aplauso colectivo (programas como Gran Hermano han contribuido definitivamente al cambio social), y toda esa democracia de los manipulables, esa consentida plurisodomización a calzón quitado, encuentra su expresión máxima en el caramelo de esta boda, en la zanahoria a todo color que ahora muestran al asno para que continúe tirando del carro y procure no cagarse, que queda muy mal en tiempos de bodas reales.

La jugada ha sido, desde luego, maestra, y a partir de este momento cualquier cosa que se haga o se diga quedará no ya ensombrecida, sino ninguneada, frente a la importancia del evento. Las reivindicaciones, las protestas, las (pocas) corrientes de pensamiento social, han sido definitivamente ahogadas, ya no hay sitio para los disidentes, ya los que no participen en la algarabía serán considerados raros, bizarros, marginales, enemigos de la sociedad y por tanto condenados mediante edicto público que aparecerá en un rincón del Hola!, entre esas fotografías que suelen publicar de algún otro imbécil que ha conseguido su propósito de cascar mil nueces con las nalgas. Así que preparémonos, porque, aunque parezca mentira, aunque nos digamos que no puede ser, la ley de Murphy se acabará cumpliendo, y esta situación, como todas, sólo podrá empeorar. ¿Qué será lo próximo? Se admiten apuestas...

Comentaris

Re: Ad náuseam
06 nov 2003
Trabajo temporal, para la Familia Real
Higinio Polo
Rebelión


Las noticias sobre la relajada monarquía española se suceden, todas ellas laudatorias y cortesanas, porque, como sabe el ciudadano, es difícil encontrar la más limitada crítica pública a la corona por la radical censura existente en España con todo lo relacionado con los Borbones (no es ningún juicio aventurado: a mí mismo me han rechazado artículos críticos con la monarquía en tres periódicos españoles), censura no por secreta menos real. De manera que el feroz bombardeo que los ciudadanos deben soportar en estos días, con el pretexto de la actualidad informativa, en radio y televisión, en periódicos y revistas, no encuentra la más mínima contrapartida crítica en los medios masivos de difusión. Por el contrario, el halago llena decenas de páginas, horas de televisión en momentos de máxima audiencia, noticiarios informativos, mañanas de radio.

Los mismos parásitos que se recrean en la náusea de esos programas llamados del corazón, los mismos vividores que avergüenzan al periodismo honesto, se lanzan presurosos a halagar hasta la vergüenza a los miembros de la familia Borbón. Así, el gozoso anuncio de la próxima boda de Felipe de Borbón, comentado hasta el hartazgo por periódicos y cadenas de televisión, ha movilizado redacciones, ha impuesto supuestas noticias, ha marcado a fuego, obligatoriamente, lo que se supone que es la demanda informativa del país, a veces hasta el ridículo: uno de los serviles contertulios de una cadena de televisión llegó a afirmar que de la boda de Felipe de Borbón dependía la propia "felicidad de España". Pero esos pillos no son los únicos en hacerlo: también los medios considerados más serios contribuyen al esfuerzo del poder por consolidar la monarquía y por convencer al ciudadano de que no es posible más España que la monárquica. Todo queda en casa. Es la misma España de Aznar, la que colabora con las aventuras imperiales de Washington, en Afganistán o en Iraq, en el cuerno de �frica o en Asia central, aún a costa de la vida de sus propios militares, la España que cumple aplicadamente, con Honduras, El Salvador, Nicaragua, la República Dominicana o Polonia, labores de policía represora y funciones de tropas de ocupación con sus unidades militares en Irak, la misma España que se recrea bobalicona con el espectáculo de una familia cuyos méritos son más que dudosos.

Tocando a rebato en una carrera de despropósitos, los cortesanos no tienen ningún reparo en proclamar que el desarrollo del país es debido, sobre todo, a la monarquía. Y es cierto, sí, que el país ha prosperado, pero no precisamente por el trabajo de esos parásitos sociales, cuya inutilidad, privilegios y egoísmos ya denunciaban los moderados miembros de aquella asociación al servicio de la república de Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala, sino por el esfuerzo de los ciudadanos, de los trabajadores que han protagonizado la parcial modernización del país en las dos últimas décadas. Porque, pese al esfuerzo del poder, no puede ocultarse que, hoy, en la España de la especulación inmobiliaria, del trabajo precario y miserable, de los accidentes laborales donde mueren centenares de obreros cada año, en un país donde los jóvenes tienen que trabajar por salarios vergonzosos y en condiciones de total sometimiento a las empresas de trabajo temporal —que en otros tiempos se hubiesen llamado prestamistas—, de los jóvenes que deben hipotecar largos años de su vida para comprar una vivienda, de los inmigrantes tratados casi como esclavos, en esa España, Juan Carlos de Borbón continúa con sus negocios poco claros, con su desinterés por los problemas reales hasta el punto de descuidar sus escasas obligaciones oficiales para correr a sus relajos privados, mientras el heredero de la Corona viaja, y descansa, y cobra espléndidamente del presupuesto, y hasta se permite la lacerante humillación de mostrar al buen pueblo, a ese pueblo a veces servil y a veces digno, el palacio que le han construido con cargo a los bienes del país, al dinero de los ciudadanos, mientras los jóvenes suspiran por un pobre piso de setenta metros cuadrados en Leganés o en Badalona. Pero, al decir de los cortesanos que inundan al país con sus palabras aduladoras, recordar esas cosas es hacer demagogia.

La misma España monárquica que cierra periódicos y condena a la ilegalidad a formaciones políticas en Euzkadi, la que convierte el país en una charca en donde medran especuladores y arribistas, empresarios corruptos y buscavidas, la España que llega al extremo de arrebatar a la izquierda el gobierno regional de Madrid con el viejo recurso de la compra y la corrupción, esa España, es la que celebra los fastos que se anuncian, mientras, en Televisión Española, nos muestran con escrupulosa puntualidad el más leve gesto, la más prescindible audiencia, la palabra más banal de cualquier miembro de la familia Borbón. Un trato semejante en cualquier otro país sonrojaría no ya a los responsables de esos halagos cortesanos sino a los propios ciudadanos. Pero la sabiduría popular siempre ha dicho que en España hay muy poca vergüenza. Y todo indica que en los próximos meses la atención dedicada a esa boda de Felipe de Borbón que han anunciado va a ser constante.

No debe extrañar que la España de Aznar esté satisfecha. La identidad de la familia real con esa España de José María Aznar es evidente hasta en el lenguaje: el propio Juan Carlos de Borbón se ha permitido calificar de operaciones humanitarias —como han hecho los ministros del gobierno— lo que no son más que actos de guerra y complicidad con la ocupación militar de un país. No es esa la única inconveniencia. Todos sus actos son semejantes: Juan Carlos de Borbón visita a las familias de militares muertos en accidentes de aviación, cerrando el expediente sin más, o va a Galicia, con cortejos preparados por el caciquismo local del Partido Popular, o recibe a algunos ociosos, mientras su hijo dedica días de relajo a visitar Leningrado o a desarrollar la vela, la imprescindible vela, sabiendo que sus actividades son puntualmente glosadas, sin rubor: con ocasión del viaje a Rusia, la complaciente prensa española llamaba al presidente ruso por su apellido y al heredero lo realzaba con el tratamiento de don: "Don Felipe y Putin", decía los periódicos de corte, sin reparar siquiera en la vergonzosa y servil muestra de sometimiento al poder que mostraban con el diferente tratamiento.

En ese país ahíto, han anunciado boda. Sin embargo, aquí y allá, pese a la censura del poder, se alzan voces contrarias a esa orgía gratuita de atenciones con la dinastía. Y esas voces contrarias al poder que se agrupa tras la monarquía, voces acompañadas de banderas republicanas, son persistentes, tenaces. En una de las manifestaciones en solidaridad con los trabajadores de Sintel, este verano pasado, en Madrid, los numerosos asistentes coreaban con entusiasmo el lema "Trabajo temporal, para la familia real". Sin duda, los manifestantes se referían al hecho de que, en esta peregrina España, el trabajo precario, mal pagado, temporal, lo soportan siempre los de abajo, y se desahogaban reclamándolo para los de arriba, aunque, ironías de la vida, los manifestantes no cayeran en la cuenta de que, efectivamente, los miembros de la Familia Real tienen un trabajo temporal, a juzgar por su escasa dedicación a asuntos oficiales: apenas trabajan de vez en cuando, muy de vez en cuando, aunque eso no tenga la obligada traducción en sus retribuciones que tiene para el resto de los ciudadanos del país.

Las voces de los trabajadores de Sintel, o las de los centenares de ciudadanos que se congregaron en Figueres en una celebración republicana el mismo día de la visita de Juan Carlos de Borbón a la ciudad, son la expresión de lo mejor del país. Porque por mucho que se empeñen las revistas satinadas y los informativos de las televisiones que adulan al poder, que son casi todas, la España moderna no se ve representada en la sonrisa de estos Borbones, que quiere ser campechana y apenas queda en bobalicona, ni en esas bodas de pedrería que siguen la vieja estela negra de mantillas y toreros, de crucifijos y procesiones, de plutócratas sin escrúpulos que se ríen de la ingenuidad popular. Porque la dignidad de un país se mide sobre todo por el orgullo de sus ciudadanos por un país decente, por la satisfacción de los derechos populares, por la instrucción pública, por la justicia. Mientras la digna España de la bandera tricolor sigue guardando la dignidad colectiva, esperando su momento, la otra España, de besamanos y ladrones, la España parasitaria, tumbada al sol, llena de moscas, satisfecha de sus santos y sus reyes, de su ignorancia y sus glorias ajadas, de sus pícaros y buscavidas, está en esa estampa de monarcas y herederos que se ríen; esa España que sigue con los viejos milagreros del franquismo reconvertidos ahora en empresarios corruptos y en sujetos que recorren las calles con el maletín de los sobornos, con sus hijos hinchando el pecho ante un país que contempla impotente las grandes fortunas hechas con la especulación y la rapiña, que soporta a financieros que ponen a buen recaudo el dinero robado a los ciudadanos, la misma España que quiere presumir de moderna y apenas es hortera, la España de los nuevos ricos, de las bodas reales, del siniestro patriotismo compañero del imperio que se envuelve en la bandera rojigualda, va a asistir a un enlace principesco.
La boda: ¡esto se anima!
06 nov 2003
La boda: ¡esto se anima!
Javier Ortiz
javierortiz.net


Dejé demostrada mi inicial predisposición a no tomarme la historieta de la boda demasiado en serio. A no convertir lo principesco en principal, por así decirlo. Pero veo que me van a obligar a ponerme trascendente, a fuerza de ponerse trascendentes ellos.

En principio, me importan una higa los derechos de sucesión de las eventuales hijas de la irreal pareja, básicamente porque me importa una higa la sucesión. Pero me parece realmente impúdico que argumenten que no pueden aplicarse directamente al caso las leyes de la igualdad, porque éste es un asunto «muy delicado». ¿Tratan tal vez de decirnos que, según ellos, puede haber en un Estado de Derecho materias más delicadas que las referidas a los derechos y libertades de la ciudadanía?

Pues si eso es lo que pretender afirmar, díganlo, y lo discutimos. Y ya verán como, en cosa de nada, de lo que estamos hablando es de la congruencia o incongruencia democrática de la monarquía. Del absurdo ése que llaman "Monarquía democrática". ¡Una monarquía democrática! Pocas propuestas más obviamente contradictorias en sus propios términos. Un Estado puede ser monárquico y, aparte de eso, funcionar de modo pasablemente democrático. Pero nada menos democrático que tener derecho a ocupar el cargo de máxima representación de un Estado en virtud de la genealogía familiar. Es como si yo pretendiera poseer «el muy democrático título de marqués».

Tampoco es moco de pavo el interés que el Rey ha mostrado al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz, de que la capital esté muy aseada y muy mona el día de la proyectada boda. La tal comunicación permitiría a la Academia Española incluir una nueva acepción de la palabra «segundo». Diría: «Espacio de tiempo que tardó en hervirle la sangre a Javier Ortiz Asecas cuando se enteró del deseo regio de que la capital de España sirviera de adecuado atrezzo al bodorrio de su hijo».

La demanda evidencia hasta tal punto la utilidad meramente decorativa que atribuye la monarquía al pueblo, tratado como amable plebe, que supera todos los niveles de impudicia imaginables. Sencillamente: algo así no se reclama, no ya por razones de consideración ajena, sino de puro y simple pudor propio. Para que a la institución que se representa no se le vean tan claramente las vergüenzas.

En fin, que también esto se está animando.
Re: Ad náuseam
06 nov 2003
no us sembla que estem fent un gra massa?

que el millor que pot fer la familia reial és saltar pels aires és independent de que hi hagi casament o no...

és per això que no entenc la quantitat de notícies que s'estan publicant sobre el tema...

què és un exemple d'intrussionisme i d'alienament col.lectiuéstà clar...

és una reflexió eh, no cap crítica
Re: Ad náuseam
06 nov 2003
Muy buena idea, yops, ésta de insertar estos magníficos artículos.
Jaime Richart
06 nov 2003
Gracias Jaime. Echo de menos un artículo tuyo sobre el nauseabundo asunto. Yo no paro de tomar primperan y se agradecen todos los artículos que nos sustraigan de el aberrante monopolio de TODOS los medios de comunicación oficiales dedicados al asunto.

Saludos
Ad náuseam (y que lo digas)
06 nov 2003
Realmente hasta la náusea, pensadores de postín felicitándose entre sí, o quizá un único esquizofrénico llenándo la columna derecha de spam
Re: Ad náuseam of meapilas
06 nov 2003
Ciertamente meapilas, eres un meapilas. Javier Ortiz, Antonio Lopez del Moral e Higinio Polo segun tú son Spam. Claro, claro. Un seguidor de los escritos de Ramiro Ledesma, Sanchez Mazas, Jose A. Primo de Rivera y tu máximo lider y su obra cumbre "Mein kampf", no puede rebuznar otra cosa
Re: Ad náuseam of yops
06 nov 2003
¿No sera el meapilas de yops una nueva leticia?

Nos lo meten por la pantalla, a dedicacion completa, esperando nos resulte familiar... ¿Que habra detras?
Re: Ad náuseam
06 nov 2003
y tu eres un intelectualoide filoburgués
Re: Ad náuseam
06 nov 2003
Solo una persona Mortadelo/Meapilas. ¿Qué te esperabas? Chistttttt.......
Sindicato Sindicat