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Historia del siglo XX (Hobsbawm). 2: La Gran Depresión
10 oct 2003
Cuando el liberalismo se dio por fracasado.
(Pasajes seleccionados.)


En pocas palabras, la Gran Depresión desterró el liberalismo económico durante medio siglo. En 1931-1932, Gran Bretaña, Canadá, todos los países escandinavos y Estados Unidos abandonaron el patrón oro, que siempre había sido considerado como el fundamento de un intercambio internacional estable, y en 1936 se sumaron a la medida incluso los más fervientes partidarios de este sistema, los belgas y los holandeses, y finalmente los franceses. Gran Bretaña abandonó en 1931 el libre comercio, que desde 1840 había sido un elemento tan esencial de la identidad económica británica como lo es la Constitución americana en la identidad política de Estados Unidos. El abandono por parte de Gran Bretaña de los principios de libertad de transacciones en el seno de una única economía mundial ilustra dramáticamente la rápida generalización del proteccionismo en ese momento. Más concretamente, la Gran Depresión obligó a los gobiernos occidentales a dar prioridad a las consideraciones sociales sobre las económicas en la formulación de sus políticas. El peligro que entrañaba no hacerlo así —la radicalización de la izquierda y, como se demostró en Alemania y en otros países, de la derecha— era excesivamente amenazador.
(...)

En cuanto a los trabajadores, una vez terminada la guerra, el «pleno empleo», es decir, la eliminación del desempleo generalizado, pasó a ser el objetivo básico de la política económica en los países en los que se instauró un capitalismo democrático reformado, cuyo más célebre profeta y pionero, aunque no el único, fue el economista británico John Maynard Keynes. La doctrina keynesiana propugnaba la eliminación permanente del desempleo generalizado por razones tanto de beneficio económico como político. Los keynesianos sostenían, acertadamente, que la demanda que generan los trabajadores ocupados tendría un efecto estimulante sobre las economías deprimidas. Sin embargo, la razón por la que se dio la máxima prioridad a este sistema de estímulo de la demanda fue la consideración de que el desempleo generalizado era social y políticamente explosivo, tal como había quedado demostrado durante la Depresión. Esa convicción era tan sólida que, cuando muchos años después volvió a producirse un desempleo en gran escala, y especialmente durante la grave depresión de los primeros años de la década de 1980, los observadores (incluido el autor de este libro) estaban convencidos de que sobrevendrían graves conflictos sociales, y se sintieron sorprendidos de que esto no ocurriera.
(...)

Un hecho subrayaba el trauma derivado de la Gran Depresión: el único país que había rechazado el capitalismo, la Unión Soviética, parecía ser inmune a sus consecuencias. Mientras el resto del mundo, o al menos el capitalismo liberal occidental, se sumía en el estancamiento, la URSS estaba inmersa en un proceso de industrialización acelerada, con la aplicación de los planes quinquenales. (...) Además, en la Unión Soviética no existía desempleo. (...) ¿Cuál era el secreto del sistema soviético? ¿Podía extraerse alguna enseñanza de su funcionamiento? A raíz de los planes quinquenales de Rusia, los términos «plan» y «planificación» estaban en boca de todos los políticos. Los partidos socialdemócratas comenzaron a aplicar «planes» (...) Una serie de jóvenes políticos conservadores, como el futuro primer ministro Harold Macmillan se convirtieron en defensores de la planificación. (...) (p 101-103)



Para aquellos de nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión todavía resulta incomprensible que la ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada, haya podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los años 80 y comienzo de los 90, en el que se ha mostrado igualmente incapaz de aportar soluciones. Este extraño fenómeno debe servir para recordarnos un gran hecho histórico que ilustra: la increíble falta de memoria de los teóricos y prácticos de la economía. Es también una clara ilustración de la necesidad que la sociedad tiene de los historiadores, que son los «recordadores» profesionales de lo que sus conciudadanos desean olvidar.

En cualquier caso, ¿qué quedaba de una «economía de mercado libre», cuando el dominio cada vez mayor de las grandes empresas ridiculizaba el concepto de «competencia perfecta» y cuando los economistas que criticaban a Karl Marx podían comprobar cuán acertado había estado, especialmente al profetizar la concentración de capital? No era necesario ser marxista, ni sentirse interesado por la figura de Marx, para comprender que el capitalismo del período de entreguerras estaba muy alejado de la libre competencia de la economía del siglo XIX. (p 110)



Lejos de iniciar un nuevo proceso revolucionario, como creía la Internacional Comunista, la Depresión redujo al movimiento comunista internacional fuera de la URSS a una situación de debilidad sin precedentes. Es cierto que en ello influyó la política suicida de la Comintern, que no sólo subestimó el peligro que entrañaba el nacionalsocialismo en Alemania, sino que adoptó una política de aislamiento sectario que resultaba increíble a nuestros ojos, al decidir que su principal enemigo era el movimiento obrero de masas organizado de los partidos socialdemócratas y laboristas (a los que calificaba de «socialfascistas»). [Nota: la Comintern no modificó su línea política hasta 1934.] (p 111)



Fue una catástrofe que acabó con cualquier esperanza de restablecer la economía y la sociedad del siglo XIX. Los acontecimientos del período 1929-1933 hicieron imposible, e impensable, un retorno a la situación de 1913. El viejo liberalismo estaba muerto o parecía condenado a desaparecer. Tres opciones competían por la hegemonía político-intelectual. La primera era el comunismo marxista. Después de todo, las predicciones de Marx parecían estar cumpliéndose, como tuvo que oír incluso la Asociación Económica Norteamericana en 1938, y además (eso era más impresionante aún), la URSS parecía inmune a la catástrofe. La segunda opción era el capitalismo que había abandonado la fe en los principios del mercado libre, y que había sido reformado por una especie de maridaje informal con la socialdemocracia moderada de los movimientos obreros no comunistas. En el período de la postguerra demostraría ser la opción más eficaz. La tercera opción era el fascismo, que la Depresión convirtió en un movimiento mundial o, más exactamente, en un peligro mundial. La versión alemana del fascismo (el nacionalsocialismo) se benefició tanto de la tradición intelectual alemana, que había rechazado las teorías neoclásicas del liberalismo económico, que constituían la ortodoxia internacional desde la década de 1880, como de la existencia de un gobierno implacable decidido a terminar con el desempleo a cualquier precio. Hay que reconocer que afrontó la Gran Depresión rápidamente y con más éxito que ningún otro gobierno. (p 114)

Comentaris

... y en eso llego Carrillo
11 oct 2003
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Sindicat Terrassa