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Comentari :: criminalització i repressió
El crimen de Cuenca
30 set 2003
En 1913 dos hombres de un pueblo de Cuenca son acusados del asesinato de un amigo. Torturados por la Guardia Civil, necesitada de fabricar culpables para resolver el caso, confiesan el crimen. Ambos son juzgados y condenados a 18 años de cárcel, salen seis años más tarde y sólo dos después aparece vivo el hombre a quien supuestamente habían asesinado. "El crimen de Cuenca", prohibida durante meses por las autoridades militares, fue la primera película censurada después de época franquista.
Víctor Moreno - Escritor
Guardar las formas
Gara

Después de haberme pasado unos cuantos años investigando crímenes y asesinatos en esta insólita Navarra, mantenía que lo peor de un crimen no resuelto era, por supuesto, el cadáver del muerto, pero, también, la morbosa desolación de sospecha que creaba a su alrededor. No saber quién era el asesino de un pastor o de una doncella encontrados en un ribazo producía tal paroxismo social entre las gentes que nadie salía de casa. Y la casa, cuando es de obligada dieta, es lo que más enloquece a las personas. Si no lo creen, repasen los bajos niveles de locura alcanzados por las sociedades árabes, que en su mayoría son gente de calle, y compárenlas con las sociedades occidentales, y se caerán del guindo estadístico, como me caí yo al toparme con esta información. Bien. Decía que la gente se refugiaba en casa por no encontrarse de frente con los ojos del vecino por sospechar que éste bien pudiera ser el asesino y que él, a su vez, pensaba que era el otro. En situaciones de este tipo, la angustia se apoderaba de todos y no desaparecía hasta que, por fin, la Policía, gracias a un chivato bienintencionado, o sea, gente de la peor calaña, daba con el asesino, que siempre coincidía con el retrato de un desgraciado, de un villano que no sabía dónde caerse muerto y que, casi siempre, llevaba escritas en las rayas de su frente el estigma de psicópata y de pobre.

Hasta ahora, eso era lo que pensaba, pero, después de lo sucedido con las pobres muchachas Rocío y Sonia, mi gesto se ha mudado en mueca reflexiva y comprueba que la desolación que puede crear un crimen no resuelto no llega al asco y a la repugnancia que han producido en mí tanto los comentarios de Acebes y Michavila como los de cierta prensa. Como a este par de anacolutos clónicos no hace falta darles ningún tipo de criticona, pues ellos mismos solos se bastan y se sobran para demostrar que la imbecilidad no es incompatible con ser ministro, me meteré con esos periodistas de relumbrón que, al parecer, se consideran los dioses del olimpo periodístico. Me refiero a Gabilondo y a P. J. Ramírez ,quienes se han dedicado a poner a horcajadas de asno al director de "Periodistas Digital", D. Rojo, por haberse introducido en una zahúrda del Estado y obtener así una entrevista al asesino y sendas cartas a las madres de las asesinadas que han sido la envidia de todos los periódicos.

Lo diré sin rodeo alguno: estoy convencido de que si, en lugar de este abogado y periodista, hubiera entrado en la cárcel alguien de la camada de Gabilondo o de Ramírez, el fruto obtenido, además de calificarse como una heroicidad, habría entrado en los anales del periodismo, comparándose su texto con el relato que Truman Capote nos legó en "A sangre fría". Pero como el intruso ha sido un tipo de la vil competencia, su gesta se ha rebajado a la categoría de villanía y de la infamia más canallesca. Pero, en realidad, ¿qué es lo que ha hecho este periodista y abogado? Ni más ni menos que aprovecharse de las facilidades que da el sistema. Es más, si P. J. Ramírez hubiera sido mucho más listo de lo que presume, con toda certeza habría enviado a uno de sus fámulos para que le hiciera la faena. Y Gabilondo, ídem. ¡Lo que no hubiera fardado el tipo retransmitiendo las decla- raciones del asesino!

Pero, sin duda, lo más curioso de todo este rifirrafe ha consistido en que lo transcripto por D. Rojo, tanto la entrevista como las cartas escritas, y por el asesino, en ningún momento se han comentado.

Toda la murga que han dado los periodistas del stablishment se ha centrado únicamente en debelar las formas nada ortodoxas en que fueron obtenidas dichas cartas, reportaje y entrevista. ¡Acabáramos! El señor Rojo ha utilizado formas nada democráticas ni constitucionales para hacerse con las palabras del asesino.

Esto, aunque no lo parezca, es novedoso. Porque ciertamente, eso supongo al menos, lo hecho por D. Rojo creará un precedente maravilloso en la prensa española. A partir de ahora estos periodistas tan finos y tan sutiles repararán en las formas que utilizan los legítimos dispensadores de la violencia del Estado para adquirir información de quienes caen en sus divanes, nada psiconalíticos por cierto, e ipso facto, no sólo denunciarán tales modos, sino que invalidarán toda la información obtenida por tales cauces o coces.

Si, en opinión de Ramírez y Gabilondo, las groseras maneras, incluida la mentira, del director de "Periodistas Digital", invalidan de cuajo el contenido de sus reportajes, ¿se rasgarán algún día los trajes del Corte Inglés que llevan ante las declaraciones de Amnistía Internacional, cuando asegura que la mayoría de las confesiones de los presos vascos se obtienen mediante modos mucho más crueles que los utilizados por D. Rojo? La verdad es que, puestas así las cosas, no estaría mal que todas las confesiones obtenidas a los presos vascos se consiguieran siguiendo el método del abogado y periodista D. Rojo.

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