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Anàlisi :: un altre món és aquí : globalització neoliberal : pobles i cultures vs poder i estats
El Desarrollo Aniquilador
24 set 2003
La urgencia de una cooperación plural a la realización.
Son tiempos de soledad masificada,
de concentraciones de náufragos.

METAMORFOSIS

De náufrago a descubridor eterno.
Alcancé la orilla
y era ilimitada.



Resumen

La cooperación al desarrollo es una de las últimas subherramientas de la colonización del poder occidental al resto del mundo. Emanada de la democracia, los derechos humanos y el progreso contribuye a completar la aniquilación de la existencia plena del individuo, de las otras culturas diferentes y de la vida de la especie en el planeta iniciada a partir del siglo XIII en Europa y hace más de quinientos años en el resto del mundo.
Al primera exterminio en nombre del Único Dios Verdadero le ha continuado el exterminio democrático, el que refuerza la cooperación al desarrollo al atribuirse la misión de mostrara todos los colectivos, pueblos y países atrasados del mundo la única vía de progreso, la verdadera expresión de la naturaleza humana: la Democracia occidental.
Al misionero, al militar, al negociante, al político, al filósofo humanista, al científico se les ha añadido la hermanita roja de la caridad, que siente en muchos casos la necesidad de llenar su vacío existencial.
El expolio económico y el sometimiento político-militar se completan con la agresión mental de la ayuda humanitaria, que está alcanzando éxitos sin precedentes históricos en la extensión de la homogeneización mundial en torno a unos valores radicalmente liquidadores de la plenitud de todo individuo y que conducen al exterminio de la especie por parte de una minoría democrática, avanzada, libre, igualitaria y justa.
La esquizofrenia miope y destructiva del actual Occidente Moderno construye sus cimientos en el antropocentrismo que se manifiesta en la democracia individualista, en el progreso material –producción y consumo ilimitados de artefactos y servicios mediante los avances tecnológicos-, y en la razón científica como única vía legítima de conocimiento.
Progreso y Democracia (el libre mercado al que va ligada y las dependencias económicas, políticas y sociales que genera se obvian intencionadamente), los objetivos últimos de los justicieros universales, de los salvadores de un mundo que no quiere ser salvado. “¡No me des la mano, quítamela de encima!�.
Para trasvalorizar con los Verdaderos Valores Humanos a las otras culturas que todavía mantienen penosamente su independencia, los occidentalistas deben primero destruir la plenitud de sus presentes. De otro modo jamás verían a Occidente como el modelo a admirar ni a sus valores como los Únicos Verdaderos.
Es en este proceso de aculturación, de agresión mental individual y colectiva, cuando la personas se desorientan, pierden confianza en sí mismas y en sus comunidades, cuyos mecanismos quedan desmembrados. Estalla así el hambre, la miseria y la guerra permanentes, que refuerzan la superioridad del progreso y de la democracia occidentales. Al fin emerge claramente un Primer Mundo a imitar por un Tercer Mundo.
De tener éxito este proceso, acabaremos por no poder soportar nuestra soledad.

Contenido

Limitar las injustas desigualdades que hay en el mundo.
Esta es la misión declarada de las ONGDs. Sin entrar en su concreción, en cómo cada ONGD aplica este objetivo en cada proyecto, análisis que desenmascararía fácilmente la aureola social que todavía mantienen ridiculizando su eficiencia, pero que no sería más que una crítica sobre su deficiente actuación, evidenciando sus casi nulos resultados, y no sobre la esencia misma de su existencia, que es sobre lo que nos disponemos a reflexionar.
Y, ¿cómo podemos limitar las injustas desigualdades? Mejorando el bienestar de los colectivos, comunidades, pueblos y países más pobres. Más bienestar, menos pobreza, menos desigualdades.
¿En comparación a quién? Los occidentalistas modernos hacen del Occidente actual el modelo universal, aún sabiendo que su exportación global es inviable, por lo que hablan en el Sur de desarrollo sostenible. Surge así la invención occidentalizadora de un Primer Mundo a imitar por un Tercer Mundo.
Y, ¿qué es bienestar? ¿A qué tipo de pobreza se refieren? Al analizar el mundo con los fragmentados parámetros occidentalizadores no pueden más que referirse a pobreza material en comparación a la capacidad de producción y consumo de bienes y servicios existente en Occidente.
Se observa el mundo con vista miope y la imagen que de él se tiene está radicalmente deformada. De la anécdota se hace la realidad, del poco el todo, sin preguntarse además cómo se originó ese poco: miseria, hambre, guerras, enfermedades, corrupción.
Así pues, les llevaremos más bienestar si les hacemos capaces de incrementar su capacidad de consumo, primero de productos básicos que progresivamente irán sofisticándose.
Para poder consumir más, necesitan producir más, trabajar más y más dinero para todo ello. Obviando la crítica interna que pretende reformar lo rechazable, que se centra en la dependencia que logra, intencionada o inconscientemente, quien humanitariamente ofrece primero ese dinero, ese apoyo técnico, esa tecnología. Una dependencia que supone que si bien algún pobre puede lograr incrementar efectivamente su capacidad de consumo y de producción y, por tanto, de bienestar occidentalizado, jamás logrará, dentro de esta dependencia, poder elegir otro camino para alcanzar otro bienestar diferente al occidental, como tampoco logrará jamás romper con la subordinación plena respecto a los occidentalizadores, que refuerzan así su aparente superioridad.
Nos situamos pues al margen de esta crítica reformadora, aliviadora de los peores efectos de la civilización occidental moderna, pero que refuerza la angustia de estas injusticias al construirse sobre las mismas Únicas Verdades Occidentalizadoras. Reformadores que dificultan la invención, diseño y aplicación de posibles soluciones al creer que es en la materialización de las verdades occidentalizadoras cuando se originan efectos no deseados en muchos más lugares de los esperados y que, por tanto, hay que luchar para evitarlos, para humanizar el capitalismo. Sin comprender que las injusticias son intrínsecas no ya del capitalismo, que no es más que una concreción política y económica, sino intrínsecas de la esencia tanto del capitalismo como del comunismo: los valores centrales de la civilización moderna occidental.
Mientras no generemos con urgencia un cambio civilizacional en Occidente, una nueva jerarquía de valores, no se detendrá la triple destrucción: de la existencia actual en el planeta, de las otras culturas independientes y diferentes y de la existencia plena de todos los individuos, incluidos los occidentalizadores, del Norte y del Sur.
Llevarles más bienestar económico, capacidad de producción y consumo. Aquí reside el valor central y el mayor orgullo de los occidentalizadores: el poder de control-manipulación sobre la Naturaleza a través de los avances tecnológicos.
Se precisan inventos para producir más, mejor y en menos tiempo. Y producir requiere extraer recursos naturales o contaminar el entorno. Y cuando el consumo es insaciable, ilimitado, descontrolado y, además, es inducido, se convierte en un fin en sí mismo. Cuando se vive como el mayor orgullo el uso de lo consumido se entabla una carrera desbocada, incontrolada, por inventar artefactos que permitan producir más. La URSS perdió esta carrera productivista frente a EEUU y por eso desapareció.
Más dinero, más invención, más producción, más trabajo productivista, más consumo, más orgullo.
La producción se convierte en un fin en sí misma y sus fases en la principal actividad humana. El mayor orgullo, el valor central de los occidentalizadores y de los occidentalizados, el progreso, es en realidad la aniquilación del ecosistema, el suicidio de la especie por parte de una minoría –en torno al 18% de la humanidad-.
¿Están tan ciegos los occidentalizadores-occidentalizados que no ven la destrucción, en parte ya irrecuperable, del planeta? No, son miopes pero no ciegos aún.
Son efectos lentos en un tiempo encarcelado en su fugaz finitud, profundos en una cultura de la superficialidad, indirectos en unos individualismos egoístas. Las ventajas del coche subordinan los efectos negativos de su uso, sobre el planeta, la ciudad o las relaciones interpersonales. Y el uso del poder del Estado-Nación se refleja en la actuación cotidiana de sus mayorías.
A esta visión deformada que no ve que aniquilando la Naturaleza se mata a uno mismo, se le añade una idolatría ciega al Dios del Occidente Moderno: la Razón científica-tecnológica.
Esta lleva a pensar que no es grave si se daña el planeta porque llegará el día redentor en que se inventará una forma alternativa de producir menos perjudicial, más ecológica, léase energías renovables y demás. Cuando, en realidad, muchos de los efectos producidos sobre el ecosistema son ya hoy irreversibles.
El problema es, como dijo Gandhi, que la Tierra puede alimentar a todos sus habitantes, pero no la insaciabilidad de cada uno.
Hace ya muchos años que la contaminación que produce la minoría de occidentalizadores-occidentalizados no puede ser reciclada por la Naturaleza, convirtiendo a toda la Tierra –sobre todo donde vive la mayoría- en un estercolero cada vez menos habitable gozosamente.
El mayor orgullo y el valor central de Occidente, el progreso, equivale al autoexterminio de la especie humana, arrastrando con ella, si no a la totalidad del planeta, a una gran parte de su biodiversidad.
Además, al convertirse en un fin en sí mismo, la mecánica y el tiempo productivistas dominan al individuo occidentalizado, que vive angustiado por el estrés, la aceleración, la competitividad; sólo por el individualismo y vacío-reducido porque su creatividad se limita a la producción, no permitiéndosele desplegar el resto de creatividad del ser humano, igualmente necesarias, como la invención de valores culturales profundos o metafísicos.
Los occidentalizadores luchan pues por imponer su progreso productivista convenciendo, sobornando o asesinando, aún sabiendo que no venden más que la ilusión del consumo ilimitado, porque jamás alcanzarán el bienestar material-aniquilador occidental. La Naturaleza no lo soportaría.
Desarrollo sostenible, dicen, que pueda sostener que el 18% de la población mundial sea el responsable del 80% de la contaminación planetaria.
Pero para introducir la ilusión del consumo ilimitado en otras culturas que aún mantienen a duras penas cierta independencia y genuinidad, tras más de quinientos años de misioneros, militares, negociantes, políticos, humanistas, científicos y cooperantes, y para haber desarticulado culturas que fueron diferentes, los occidentalizadores deben primero destruir el presente pleno y extenso que vivían muchas personas en muchas de ellas. Es una precondición porque los valores de otras culturas sí veían la barbarie del progreso occidental.
Las culturas pre-occidentalizadas-modernizadas, de zonas geográficas incomunicadas y tiempos muy distantes –amerindios, africanos, asiáticos, incluso europeos de la antigua Edad Media- tenían curiosamente un punto esencial, un principio fundacional, en común: sus individuos se consideraban conscientemente una parte de la unidad diversa, perfecta, de la que formaban parte, de forma desigual pero complementaria, y no antagónica, todos los seres vivos, las especies, la Naturaleza, el cosmos, las divinidades.
Esta concepción de la realidad la sintetiza perfectamente el gran jefe indio Seattle cuando dice: “Nosotros somos parte de la tierra�.
Un pueblo que se reconoce como una parte de la totalidad que le trasciende comprende que aniquilando a una parte esencial de la unidad, como la Naturaleza o las otras especies o culturas, se está matando a sí mismo.
Con esta concepción de la vida, la relación de los humanos con la Naturaleza no se basa en que ésta es sólo un recurso al servicio del bienestar de las personas. La Naturaleza es otra parte esencial de la unidad, diferente pero complementaria al ser humano, que no es más que otra parte esencial y distinta de la totalidad.
Al ser partes diferentes tienen intereses no siempre coincidentes, pero estas divergencias no se resuelven por la imposición del más fuerte, sino por la búsqueda consciente del equilibrio entre la acción humana y el ritmo regenerador de la Naturaleza, su capacidad de reciclaje.
Es por esta concepción por lo que las culturas pre-occidentalizadas-modernizadas no disponían de los avances tecnológicos modernos. No formaban ni forman parte de su voluntad, porque comprendían y comprenden que el ser humano debe autolimitarse consciente y felizmente en la manipulación y explotación de la Naturaleza. Porque respetando el equilibrio natural en la interrelación ineludible de las distintas partes, se despliega en la Tierra la armonía de la totalidad, compuesta por partículas diversas pero complementarias, y los seres humanos pueden vivir un presente pleno y extenso, gracias a este conocimiento de la profunda unidad del todo.
Un colectivo que vive según este saber jamás abrazará voluntariamente el progreso occidentalizador. Por ello los occidentalizadores están necesitando más de quinientos años de agresión militar, económica, política y mental para liquidar este valor esencial de prácticamente todas las culturas pre-occidentalizadas-modernizadas, del Norte y del Sur, y así poder introducir el mito del progreso el mito del progreso y el espejismo del consumo ilimitado, de la sociedad de la abundancia en que consistía el ideal de Marx.
Los occidentalizadores, esta nueva élite de una rapiña planetaria, han intentado, y logrado en gran medida, vaciar de este conocimiento fundacional a las culturas independientes y genuinas sumando agresiones constantes de intensidad creciente a lo largo de los siglos y en todos los ámbitos imaginables.
Llegaron primero los misioneros cristianizadores para salvar las almas de los atrasados que todavía no habían descubierto al Único Dios Verdadero. El método utilizado fue el sobre todo el soborno con productos y artefactos. Pero esta primera avanzadilla sirvió fundamentalmente como agentes informadores para facilitar la agresión militar que desembocó en la colonización.
Exterminios, desplazamientos masivos de población, esclavitud, nuevas enfermedades epidémicas, expolio económico, sometimiento militar y político con la creación de unos Estados-Nación europeizantes, dominio social con un sistema educativo, sanitario, de transacción, de actividades humanas europeizantes.
A medida que pasaban los siglos y la conciencia de los europeos iba sensibilizándose con la superficialidad del sometimiento más espectacular, el militar, la esclavitud, la colonización se dotó de legitimidad de forma que se convirtió incluso en una obligación moral para los occidentalizados que no tenían una conciencia exclusivamente individual, la izquierda occidental y occidentalizadora.
La Razón Humanista, que es la base de la Democracia, la Única Vía de Progreso y la Verdadera Expresión de la Naturaleza Humana, sustituyó a la misión cristianizadora por la misión liberadora de seres oprimidos, en nombre del progreso y de los DDHH de toda la humanidad, aunque fueran inventados por una minoría de occidentalizadores liberales que jamás concibieron la necesidad de dialogar con otras culturas y que, además, expulsaron a los comunistas y a algunos socialistas, también occidentalizadores, pero con matices diferentes que no tenían cabida en los DDHH universales y eternos, ya que son naturales, intrínsecos a todo ser humano, aunque sólo una minoría de occidentalizadores-liberales tuvieron el conocimiento suficiente para descubrirlos.
La Razón filosófica-científica asegura haber descubierto que todos los átomos de los individuos son exactamente iguales y que el ser únicamente toma conciencia como individuo. Por tanto, la afirmación del ser sólo se da como individuo aislado, independiente. Así, el individuo no obedece, no reconoce, ninguna razón colectiva ni superior, sólo toma conciencia, razona, siente, actúa en relación a sí mismo, a partir de sí mismo.
De esta forma, al Humanismo le debemos el igualitarismo (la idea de que todas las personas somos iguales) y el individualismo (las personas somos átomos aislados, independientes).
Este individualismo humanista es un paso adelante respecto el antropocentrismo precedente en Occidente que afirmó que el ser humano es el centro de todas las cosas, la realidad suprema, negando toda interrelación con la Naturaleza y toda familiaridad con el extranjero, con el diferente, desigual, distinto.
Esta Razón filosófica-científica, la Única y Verdadera para los occidentalizados y los occidentalizadores, que nos lega el igualitarismo y el individualismo, las bases de la democracia, por una parte, llena de legitimidad moral cualquier intervención occidentalizadora. Al haber descubierto que todas las personas somos iguales, tenemos la misma concepción del Bien y del Mal, las mismas necesidades, objetivos, deseos, miedos, formas de ver y vivir el mundo, junto con la creencia occidental de ser los poseedores de la Única Verdad –una concepción mucho más antigua que procede del pueblo elegido de los judíos bíblicos-, tenemos la obligación moral de llevar la Verdad –los valores culturales occidentales modernos y su forma política y económica- a todos los pueblos del mundo. Liberarlos de la opresión y la miseria en la que malviven por su atraso, ingenuidad o incapacidad. No hacerlo sería de un egoísmo extremo.
El igualitarismo acaba teóricamente con las jerarquías sociales, de castas y clases. Señalar la contradicción entre el discurso de la democracia occidental y su práctica, que enmascara la realidad, además de obvio, corresponde a una crítica interna, superficial, reformadora de lo que es rechazable, freno de un cambio en la jerarquía de valores en Occidente que es urgente y posible para evitar el exterminio de la especie, de gran parte de biodiversidad, de las otras culturas diferentes y de la plenitud de todos los individuos.
La tarea es amplia, importante, el tiempo escaso por la avanzada destrucción, pero debe realizarse desapasionadamente, porque no tenemos ninguna solución definitiva y porque, en realidad, tanta destrucción no es más que una anécdota en la globalidad de la existencia.
El igualitarismo, además de que jamás ha existido en realidad en ningún tiempo y en ninguna cultura, no era ni es ni discursivamente un objetivo deseable ni justo para las otras culturas diferentes, independientes y genuinas. Éstas asumían y asumen que las personas, como las partes de la totalidad o las fuerzas cósmicas del Universo, somos diferentes, desiguales. No observan ninguna injusticia en este hecho real, sino que las injusticias intolerables pueden darse por el uso que las personas con más poder, por su conocimiento o por su fuerza –económica, política, militar, social-, le den a su poder.
Reconocen las desigualdades, concretadas en jerarquías no estancas –a diferencia de las jerarquías occidentales de clase y nacionalidad-, como algo natural y en función de si quien ejerce el poder lo hace o no al servicio de la comunidad será un poder odiado, temido, injusto, alabado o, tan perfecto, que se percibe innecesario.
Este distinto uso del poder, revitalizante o asfixiante para la comunidad, está directamente condicionado por el grado que la jerarquía dirigente tenga de conocimiento sobre la profunda unidad que constituye la esencia de todos los seres y que hace que seamos elementos diferentes pero complementarios, y no antagónicos, que es como se percibe la diferencia en el Occidente moderno.
Si quien ejerce el poder lo hace porque tiene un conocimiento profundo sobre esta unidad diversa complementaria, lo transmitirá gradualmente al resto de la comunidad según las distintas capacidades –que son mutables e irán incrementándose- que tienen sus miembros para comprender.
En una comunidad de cultura no occidentalizada-modernizada que mantenga todavía este conocimiento profundo difundido entre todos sus miembros –aún en distintos grados-, aparentemente no existe ningún poder, ni político ni religioso, y mucho menos ninguna ley o miembros de la comunidad represores. La comunidad siente que se autoregula sóla a partir de la transmisión de este conocimiento de la profunda unidad. De que somos parte de la tierra.
Sin embargo, estas comunidades armoniosas o bien ya han dejado de existir o se mantienen reclusas para preservar su conocimiento frente a la imposición exterminadora de los occidentalizadores.
En la mayor parte de las culturas que fueron diferentes este conocimiento se ha ido perdiendo progresivamente a partir de verse obligadas a mantener relaciones subordinadas al Occidente moderno.
Pensad que lo poseedores de este saber esencial no lo transmiten por igual ni indistintamente a todo el mundo. Primero comprueban las potencialidades de cada individuo. Además de la capacidad de comprender, éstas incluyen su capacidad para autolimitarse al comprender que su interés individual jamás puede ser antagónico al bien común de la unidad -humanos, Naturaleza, cosmos-, sino que emana de él, es una concreción específica, particular, del conocimiento global, un interés individual del bien común.
Ante la dificultad cada vez mayor de hallar personas con suficientes capacidades y limitaciones por la introducción de los valores occidentalizados opuestos a este conocimiento, porque se basan en el progreso y en el individualismo –el hombre es el centro de todo, la realidad suprema, y no un parte más del todo; su orgullo es inventar para dominar a la Naturaleza y no conocer y respetar sus equilibrios por la armonía y el bien común-, este conocimiento se deja de transmitir y se va perdiendo. Hasta el extremo de que quien gobierna no lo hace al servicio de su comunidad, sino cegado por su interés individual opuesto al de la comunidad, a la que tiene que imponerse violentamente, para lo que necesita, primero, moral y religión, después, policías y leyes represores.
Este oscurecimiento acelerado en nuestros tiempos de este conocimiento explica que esta imposición occidentalizadora se haya visto apoyada muchas veces a lo largo de la historia por los poderes de otras culturas. Esto, si bien ha ocurrido puntualmente a lo largo de toda la historia reciente, se está incrementando notablemente en la actualidad, cuando los valores no occidentalizados están muy desarticulados y los occidentalizadores puede que estén aprestando el golpe definitivo con la agresión mental, aquella que de tener éxito en una cierta parte de la población de otras culturas haría innecesaria la agresión militar, económica y política.
Las otras culturas ya no representan formas de ver y vivir la realidad diferentes que colisionan con el igualitarismo democrático occidentalizador. Dejan de ser formas de vivir y de sentir alternativas para convertirse en sociedades desarticuladas con parte de sus individuos desorientados, faltos de confianza en sí mismos y en sus comunidades, aptos para abandonar culturas propias, que han perdido su profundidad limitándose a ritos superficiales, y abrazar la cultura hegemónica en todo el mundo.
En ocasiones, esta agresión de la cultura hegemónica provoca la resistencia de otras culturas que, si bien son aparentemente distintas, se convierten en esencialmente iguales para defenderse del ataque de la cultura hegemónica. Son resistencias de culturas disidentes que responden asumiendo los mismos valores centrales occidentales: la Verdad Antagónica-Dialéctica. De esta forma Occidente extiende su integrismo (culturas cerradas, verdaderas) y aunque no haya triunfado todavía, sí es el principio de su victoria.
De hecho, si el Occidente Moderno, al menos aparentemente, logra imponerse al resto de culturas es porque tiene la misión de extender la Verdad, la suya, extirpando la diferencia. Las otras culturas han pagado no tener misión por no considerarse la Única Verdad, sino aproximaciones relativas al profundo conocimiento.
El Islam, por ejemplo, está tomando en ciertos lugares la forma integrista de Verdad Única como vía de resistencia, pero esta asunción de estos valores occidentales supone de hecho la constatación de su oscurecimiento.
Este proceso de descomposición revierte en Occidente reforzando su percepción de superioridad, de ser la civilización final, la más perfeccionada organización humana con simples errores de concreción propios de la limitación de la naturaleza humana.
Si bien el igualitarismo no es más que una falacia discursiva que enmascara la realidad occidental, el individualismo sí condiciona la esencia más profunda de los occidentalizados, que lo asumen como natural, innato, por lo que todas sus concepciones, sentimientos y actividades están determinadas por el individualismo aislacionista, fragmentador, limitador que reduce a las personas a cosas manipulables, aunque se presenta como liberador, ya que el individuo sólo obedece a su conciencia,sin reconocer ninguna voluntad colectiva ni superior.
Más adelante trataremos de desenmascarar los mitos del Occidente Moderno, centrémonos ahora en el choque irreconciliable entre la civilización moderna occidental y el resto de culturas no antagónicas, sino complementarias.
El individualismo, que el ser sólo se manifiesta como individuo, tampoco tiene encaje en las otras culturas integradoras del individuo con el resto de los seres humanos y a éstos con la Naturaleza. No tiene cabida en culturas que no creen que el ser humano sea el inventor del tejido de la vida, sino uno de sus hilos. Culturas donde el individuo no es algo aislado, independiente, sino interrelacionado ineludiblemente con el resto de los miembros de su comunidad, con su entorno natural, pero también con sus ancestros y con sus predecesores y con todas las diferentes partes que, aunque no pueda observarlas directamente, intuye que componen la unidad en la que él se inserta conscientemente. Como dijo el gran jefe indio Seattle, es necio aquel que no aprende de las siete generaciones anteriores y que no piensa en las siete generaciones posteriores.
El sueño jamás logrado del igualitarismo y el individualismo escisionista son la base de la democracia occidental y son también dos valores inconcebibles para las otras culturas diferentes, independientes y genuinas. Y como el progreso y la democracia son la forma final de la organización humana, la verdadera expresión de la naturaleza libre de todos los humanos, quien sobre es todo aquel individuo, colectivo o la mayor parte de la humanidad que se oponga al avance inexorable del progreso, que no tiene ni marcha atrás, ni freno ni límites voluntarios.
Toda oposición a este progreso es desprestigiada o silenciada por los occidentalizadores por primitiva o enfermiza, mientras los occidentalizados, envueltos en sus harapos, desprecian cuanto ignoran.
La cooperación al desarrollo, aún la minoría que se ejecuta con independencia del poder occidentalizador del Norte y del Sur, jamás ha cuestionado, cuestiona ni cuestionará, mientras su objetivo sea incrementar el desarrollo de los países pobres, los valores centrales del Occidente Moderno: el progreso y la democracia.
Después de sesenta años de cooperación al desarrollo con unas desigualdades Norte-Sur en continuo ascenso, las ONGDs no pueden escapar a una tímida autocrítica y a una reorientación. Ahora dicen que sus proyectos se insertan plenamente en las necesidades, intereses, recursos, medios y valores culturales de los beneficiarios de su acción. Y para demostrarlo quien finalmente ejecuta el proyecto no es ya la ONGD del Norte, sino alguno ONG del Sur, que se han multiplicado exponencialmente, sobre todo en áreas como América Latina donde la cultura genuina generalmente tiene la superficialidad de una fotografía, constituyéndose en nuevas élites de poder, por encima en muchas ocasiones de poderes tradicionales y más representativos o bien interviniendo en ellos, como brazos ejecutores de los deseos de un dinero que vive, siente y piensa con otros parámetros, unidimensional y unidereccionalmente.
No importa la procedencia geográfica de quien diseña o ejecuta una acción, no importa si negro, blanco, mestizo, indígena o asiático. Lo relevante son los valores culturales desde los que se observa la realidad, se piensa, diseña y desarrolla una actividad. No hay diferencia trascendente entre las subpartes del Sur que ejecutan y las partes del Norte que financian.
Es como la democracia institucionalizada. Los partidos políticos no son más que vías parcialmente distintas de actuar según las mismas Verdades Únicas y con los mismos objetivos. Las opciones son simples matices encerrados en la cárcel de las Verdades Únicas y Definitivas que constituyen los valores centrales del Occidente Moderno: el progreso exterminador y la democracia individualizadora-reductora-homogeneizadora.
Del mismo modo, los proyectos de las ONGDs que se dicen más transformadoras únicamente aceptan variaciones culturales superficiales, como el multiculturalismo neoyorquino, pero que siempre se enmarquen en el objetivo del progreso y la democracia –el modelo final, tan deseable como invevitable-. Es decir, es una ayuda a que se conviertan en occidentalizados, una invitación al suicidio.

Los falsos mitos modernos

Los occidentalizadores creen y hacen creer a los occidentalizados que son personas extremadamente privilegiadas por tener la fortuna de haber nacido en países libres, democráticos y ricos que les permiten vivir con bienestar y la posibilidad de progresar.
Falsos mitos que enmascaran la realidad.
El mito de la libertad se sustenta en el individualismo. La afirmación del ser se produce únicamente como individuo, aislado, independiente del resto de los humanos y de su entorno inmediato, global o anterior y posterior al individuo. Así, las personas toman sus decisiones y conciencia de la realidad a partir únicamente de sí mismas, sin reconocer ni obedecer ninguna razón colectiva ni superior. El individuo es el centro de todo, la realidad suprema.
De esta forma se produce el empoderamiento liberador del individuo, frente a otras épocas oscuras y otras culturas primitivas, salvajes, ignorantes, sometidas a las creencias de las supersticiones.
¿Alguien puede creer que el individuo se explica totalmente a sí mismo? ¿Quién es causa de sí mismo?
Aberración equivocada que enmascara el verdadero efecto de esa invención esencial que es opuesto a la libertad con la que dice dotar al ser humano.
El individualismo significa fragmentación, escisión, reducción, aislamiento, atomización, amputación, angustiosa soledad ineludible.
Fragmentación-separación del ser humano respecto a la Naturaleza, entre las distintas culturas de los seres humanos y hasta alcanzar progresivamente al Yo, al individuo, que se extraña frente al resto de personas.
Esta escisión esquizofrénica se sufre hasta en la esencia más profunda del individuo occidentalizado con la separación del cuerpo y el alma.
¿Por qué se produce esta fragmentación, valor esencial del Occidente Moderno? Sus fundamentos civilizacionales son milenarios y se han ido rechazando en ciertos períodos históricos –sobre todo en la Antigua Edad Media europea- y recuperándose y ampliándose a partir del siglo XV con el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Industrial, la Burguesa y la Democracia liberal.
La civilización occidental halla la primera fragmentación del individuo en el Génesis. Dios crea a los hombres, como al resto de las especies y elementos, como organismos independientes de Él, no como múltiples divisiones de Él, con lo que los humanos, como los animales o la Naturaleza, no somos en esencia divinos, perfectos ni eternos. Así, es concebible que podamos errar, que seamos poseedores del Mal en esencia. No se explica de otro modo el pecado original y su castigo: el abandono del paraíso –la Tierra en la que se vive en armonía, paz y felicidad- para vivir en una Tierra hostil en la que el hombre está de paso –no vive con ella- para expiar sus pecados, vencer a su parte mala y sólo así regresar al paraíso, al presente pleno y extenso, pero al final, una vez muerto, no en la Tierra observable.
Empieza así la primera escisión fundamental y el sentimiento antagonista. Los seres humanos, el resto de especies, la Naturaleza, no son seres diversos portadores de la misma esencia divina, sino creaciones independientes, no interrelacionadas entre sí.
En lugar de tener una concepción complementaria de los diferentes elementos de la realidad que constituyen una misma unidad armónica, eterna, perfecta (el principio fundacional), se cree que somos átomos diferentes, inconexos y, por tanto, contrarios y antagónicos, porque la Naturaleza es hostil, dejó de ser armónica por el pecado original.
Esta concepción inicia la superioridad tecnológica de Occidente y su derrota cultural.
Al considerar hostil la Naturaleza, el ser humano sintió la necesidad de dotarse de instrumentos para defenderse, primero, y para dominar, después, la Naturaleza. Hasta el punto que actualmente no solo el occidentalizado moderno no respecta, apenas ni conoce, las leyes de la Naturaleza, sino que quiere imponerle sus propias leyes con avances como la manipulación genética.
Los griegos, reinterpretados después para proyectar la modernidad, construyeron sus polis para defenderse de la Naturaleza y de los bárbaros (extranjeros) en nombre de la Civilización y la Razón.
Esta fragmentación se razonaría como antropocentrismo –el hombre es el centro de todo, la realidad suprema- con el Humanismo y se demostraría científicamente, es decir, incuestionablemente, como individualismo en la Ilustración –la afirmación del ser sólo se da en el átomo individual-.
El marxismo nos legó el destino del Occidente Moderno en cuanto a la fragmentación del individuo con la negación de las divinidades: el ateísmo racional.
El triunfo de uno de los términos antagónicos –el cuerpo sobre el alma; el individuo poderoso sobre el diferente; el occidentalizado sobre el resto, débil militarmente; el hombre sobre la Naturaleza- es el fracaso cultural del Occidente Moderno, que no entiende que en este triunfo reside su fracaso y el de gran parte de la humanidad.
Con la separación de cuerpo y alma y la preponderancia de aquel sobre esta, el individuo queda encarcelado en su parte más banal, amputándose su esencia. Sus actividades quedan reducidas a las instrumentales y a una reflexión ceñida a lo observable y mesurable por la limitada capacidad del ser humano. Renuncia, primero, es incapaz, después, a conectar intuición-captación sensible y reflexión, alma y mente, para acceder a un conocimiento muy superior a la ciencia moderna, que se basa en la renuncia a un conocimiento global, total, unitario. La ciencia fragmenta la realidad para acercarse a ella. No es más que la acumulación de fragmentos de realidad mesurable empíricamente, pero jamás podrá explicar ni transmitir un conocimiento global de la realidad, ya que para ello se precisa utilizar el conocimiento sensible, que lo descarta por acientífico, por incontrolable por el poder que dirige el saber científico.
El conocimiento global se conoce pero es poco estudiable.
De esta forma, el saber científico que, por su fragmentación y limitación, debería ser complementario y estar subordinado al conocimiento del conjunto de la realidad, se convierte para la modernidad en la única vía de conocimiento, con la consiguiente renuncia a comprender la totalidad y a saber ser y ubicarse en función de esa profunda unidad.
Por ello, el occidentalizado está condenado a estar perpetuamente mal ubicado, a no saber ser ni estar, a vivir la soledad de una parte que no reconoce la unidad.
Al entender la diferencia -la Naturaleza, el otro-, como independiente, contraria y antagónica, no puede verla como enriquecimiento y, por tanto, es incapaz de aprender, de transformarse.
El hombre occidental cree que es el pueblo elegido por Dios desde el Génesis, por lo que se cree poseedor de la Única Verdad, aunque esta haya ido cambiando a lo largo de los siglos: de la Verdad Cristiana a la Verdad del Progreso y la Democracia.
Y quien se cree poseedor de la Única Verdad no ve en la diferencia más que un error a extirpar.
De esta forma, el hombre occidentalizado y su sociedad, Estado-Nación homogeneizador con la democracia igualitaria, hace de la invención y producción instrumental su principal y casi exclusiva creatividad y actividad, que se convierte en un fin en sí mismo sin subordinarse a ninguna razón superior, como el respeto a los equilibrios de la Naturaleza o de la relación amable con otras culturas.
Cuando se conocen los Únicos Valores Profundos Verdaderos no cabe ninguna invención cultural o metafísica, a menos que sea una mera superficialidad sin transcendencia.
El mayor orgullo de este tipo humano, lo que cree que le puede hacer feliz, es el uso orgulloso de lo consumido. Es su distinción, su valor, y difícilmente renunciaría a ello, aún sabiendo las macrodestrucciones que provoca su microconsumo. Somos lo que valoramos.
El calvinismo anglosajón extendió el trabajo –producción de artefactos- como el principal valor que recibía la bendición de Dios en la Tierra en forma de capacidad de consumo, la única recompensa posible en una Tierra esencialmente perversa y hostil, y no equilibrada y armónica.
De forma que el hombre occidentalizado todopoderoso está en realidad sometido a la mecánica y al tiempo productivistas.
El Estado-Nación burgués impuso la homogeneización en todo su territorio para unir parcialmente lo separado (las personas individualistas). Así, a la identidad individual –que incluye la familia cerrada-reducida occidental- se le añadió la identidad nacional.
Con individuos reducidos a cuerpos, su parte más manipulable racionalmente, no es nada complicado homogeneizar a millones de personas en aras de los intereses nacionales, de la productividad nacional, de los grupos sociales históricos y puntuales que constituyeron el Estado-Nación.
Esta concepción del mundo individualista genera estrés, competitividad, aceleración como valor, egoísmo, materialismo a nivel individual; agresiones, explotaciones, imposiciones, guerras, destrucciones a escala de los Estados-Nación.
El hombre occidentalizado queda reducido a un cuerpo poco vitalizado, fácilmente manipulable, homogeneizado en la cárcel de las actividades productivistas, amputado de la alegría del creador que despliega y potencia todas sus capacidades y limitaciones para inventar nuevos valores civilizacionales, otras aproximaciones relativas a la realidad, otras formas de ver y vivir el mundo, otras comunidades humanas y otras actividades individuales y colectivas.
Desde el siglo XV no ha habido ni un solo cambio en Occidente respecto a estos valores centrales –individualismo y progreso-. Tan sólo, y muy escasas, transformaciones en su materialización en una forma política y económica.
La democracia es pues un marco estrecho y cerrado en el que las distintas vías no son más que caminos parcialmente diferentes de alcanzar el mismo destino. No permite la creación de formas de ver y vivir la realidad radicalmente distintas de las defendidas como verdaderas por el poder.
Y como las mayorías son fácilmente manipulables y son, en principio, conservadoras porque están impregnadas de lo existente y ven con temor lo que ignoran, Occidente vive una dictadura más extensa que un dictador o una estirpe monárquica. Occidente vive el poder de una nueva élite que lo ejerce pero lo rechaza teóricamente –el poder es del pueblo-, con lo que no tiene ninguna responsabilidad de sus actos. La responsabilidad es de quien tiene el poder, del pueblo.
Un democracia igualitaria –extirpadora de la diferencia, por tanto del enriquecimiento, de la capacidad de aprender y transformarse- que afirma haber acabado con las jerarquías sociales, con las castas, con las clases. Lo múltiple no explica democráticamente la unidad, pero además el divorcio entre discurso y realidad es insultante. Existen jerarquías, como en todas las culturas, porque las personas somos desiguales, que no antagónicas. Pero en Occidente, además, son jerarquías estancas. La propiedad es la aduana de las relaciones personales. La propiedad, de clase social y de nacionalidad, ejerce de barrera jerárquica inmutable.
Por eso un español medio desprecia a un inmigrante pobre del Sur, siendo incapaz de generar una relación de respecto y confianza previa a un intercambio que le enriquecería mediante la relativización de las Verdades Únicas que asume como propias inconscientemente. El mismo español asumirá con la misma inconsciencia una posición de subordinación e inferioridad frente a un español rico o a un ciudadano blanco norteamericano, con los que tampoco se verá capaz de intercambiar, en todo caso de asumir.
El Progreso es aniquilación de la mayor parte de la vida actual del planeta, incluida la especie humana; la Libertad supone empequeñecer a la personas hasta convertirlas en cosas manipulables, aisladas, incompletas, condenadas a la angustia de la soledad y a la negación del ser; la Igualdad es extirpar la diferencia intrínseca de todas las personas para homogeneizar a la mayoría en aras de los intereses particulares de la élite que dice no tener el poder.


Dejé de sentir,
y empecé a trabajar.
Dejé de pensar,
y sólo trabajé.
Debo ser bueno
porque ahora también disfruto:
Tengo dinero y tiempo
para comprar.



Un esbozo de actuación

¿Qué es la utopía? Desde luego no es esperar que el ser humano recupere un conocimiento esencial que ha tenido durante la mayor parte de su existencia y en todos los puntos del planeta para que sea capaz de detener su autoexterminio. Un saber fundacional a partir del cual ir creando y modificando constantemente una nueva civilización de civilizaciones en Occidente, que es el origen vertebrador de la destrucción planetaria. Un nuevo paradigma de paradigmas que facilite y potencie la realización de todos los seres.
Utopía, en todo caso, es esperar que el capitalismo, el individualismo, el progreso material, puedan ser satisfactorios para todos los seres humanos del mundo.
De hecho, es el Occidente Moderno la civilización más generadora de utopías. Ante la ausencia ineludible de un presente pleno y extenso, por los valores culturales excluyentes-fraccionadores-reduccionistas-esquizofrénicos en los que se construye, necesita proyectar un futuro redentor, liberador, portador del presente pleno y extenso donde sabían y saben ubicarse otras culturas diferentes –hoy parece que sobre todo se mantiene en �frica y en algunas partes de �sia-.
La recuperación de un saber humano esencial e intuitivo olvidado por la anécdota capitalista no puede ser una utopía.
Además, las utopías occidentales desafortunadamente se cumplen, como la dictadura del proletariado, la sociedad de la abundancia de bienes y servicios o la homogeneización igualitaria. Pero al cumplirse y comprobar que no son el futuro extenso y pleno soñado, se construye inmediatamente una nueva utopía, en una carrera de constante frustración, porque no se cuestionan las Verdades Únicas con las que se proyectan las utopías y que son las portadoras de la irrealización individual y colectiva, las limitadoras de la alegría de vivir. No es superficial que en la hambrienta �frica Subsahariana se viva con más alegría que en el Occidente rico y ostentoso.
Por otra parte, hablamos de una revolución profunda, no como las reformas superficiales por las que se han perdido generaciones enteras de luchadores, pero que empieza en la intimidad de cada uno para después ir extendiéndose colectivamente.
Y, ¿quién es el dueño de su propia intimidad? La derrota puede ser social y puntual, jamás íntima e inmutable.
Dicho esto pasemos a perfilar algunas, ni las únicas ni las verdaderas, acciones íntimas orientadas a completar nuestra esencia fragmentada en pedacitos inconexos y olvidados por los valores universales del Occidente Moderno.
Primero, habría que identificar cuáles son estos valores que, por lo general, arrastramos tan profundamente que lo hacemos inconscientemente: el individualismo, el antropocentrismo, el igualitarismo, el trabajo productivista, el orgullo del consumo, el progreso material, la ciencia como única vía de conocimiento, la superioridad occidental, el Estado-Nación, la democracia, los DDHH, la laicidad...
Sólo haciéndolos conscientes podremos relativizarlos, cuestionarnos su carácter de Verdad Única y Universal, dudar sobre su naturaleza innata, sobre su descubrimiento neutral y objetivo, preguntarnos si no serán, como el resto de los valores de las otras culturas, simples invenciones de un grupo humano determinado, puntual e histórico, aproximaciones particulares y subjetivas para interpretar la realidad.
Una vez identificados y relativizados, estaremos en disposición de romper con esas falsas Verdades Únicas y enriquecernos con el conocimiento de otros valores culturales.
Si no llevamos a cabo este proceso de romper con las Verdades Excluyentes Modernas –que no significa que nada de Occidente sea aprovechable ni positivo-, somos incapaces de ver el enriquecimiento de la diversidad, porque ésta y sus diferentes formas de ver y vivir la realidad, sus distintas concepciones, sentimientos y actividades se ven como equivocadas o atrasadas, puede que respetablemente atrasadas o erróneas por las personas tolerantes.
Y si no vemos el enriquecimiento de la diversidad, somos incapaces de aprender y de transformarnos.
Para llevar a cabo este relativismo y ruptura con los valores culturales propios es necesario analizar otros valores. Para conocer una cultura, aún la propia, es necesario conocer al menos dos. Pero para analizar una cultura primero hay que conocerla y, posteriormente, comprenderla. Saber cómo se procesa la realidad a partir de esos valores culturales que determinan las actuaciones posteriores. Acercarse a la cultura estudiada hasta impregnarse de tal forma que se sea capaz de pensar, sentir y actuar como sus miembros. Y no siguiendo la metodología de estudio de la ciencia moderna, que se basa en lo contrario, en el mayor alejamiento posible entre el sujeto y el objeto de estudio. De esta forma, su objeto de estudio no puede ser más que fragmentado-limitado-reducido y su resultado superficial. Es como colocar un espejo frente a una persona y creer que esa persona es únicamente lo que se ve reflejado y, además, hacérselo creer al resto de personas y hasta a esa misma persona.
Conociendo otros valores se comprueba la mentira intencionada y destructiva de las Verdades Únicas Universales y se comprende que los valores culturales no son más que aproximaciones relativas inventadas por cada cultura para intentar entender la realidad y situarse en ella. Las culturas determinan las concepciones, sentimientos y actividades de sus miembros y colectivos.
Este relativismo te hará romper con el sistema de Verdades Únicas Universales y Antagónicas del Occidente Moderno y así dejarás de reclamar y de legitimar el continuar con las intervenciones militares, económicas, políticas o humanitarias en otras culturas en nombre de la democracia, los DDHH o el progreso. Por el contrario, si tienes voluntad guerrera, lucharás por frenar y erradicar el imperialismo etnocida y por devolver las tierras no a sus dueños, sino a sus hermanos, a los que son parte de esa tierra.
En tu vida cotidiana, esta nueva concepción de la vida, primero, plagada de interrogantes, te hará reflexionar sobre el tipo de comunidad en la que te insertas (familia, Estado-Nación) y sobre las actividades que llevas a cabo (tiempo productivista y de ocio consumista de lo producido, y no tiempo lúdico revitalizante, creativo, ensamblador del individuo y la colectividad).
Habrás visto que no son actividades ni comunidades ineludibles ni deseables, que hay otras formas de vida más realizadoras.
Y si realmente el conocimiento que has ido adquiriendo tras romper la jaula de las Verdades Únicas Excluyentes e intercambiar con otras verdades relativas es consciente, profundo y no superficial, no te supondrá sacrificio alguno la renuncia a lo venerado por los modernos, por los despojos humanos satisfechos: la capacidad de consumo. Tampoco pena te afligirá la marginación y la burla a la que serás sometido por sus mayorías. Una persona que tiene este conocimiento, aún siendo derrotada-aislada socialmente, es libre y vive abiertamente.
A partir de aquí tendrás la entereza íntima necesaria para extender esta revolución profunda y para reclamar y lograr un cambio radical en el uso del poder colectivo.
Pero no basta con la crítica, hay que esbozar mínimamente un futuro deseado, que se revisará y transformará constantemente, porque no es más que un esbozo, una propuesta, ni definitiva ni definitoria. Pero es fundamental comprender cuál es el problema, los valores centrales del Occidente Moderno y no los errores en su materialización que provocan injustas desigualdades, y cuál es el futuro proyectado (¿qué comunidades y qué actividades queremos?). De otro modo, es muy sencillo enrolarnos en luchas reformistas con las que tenemos diferencias esenciales, reformadores –ONGs, partidos políticos, sindicatos...- que, suavizando los peores efectos superficiales del Occidente Moderno, llevan a la frustración a generaciones enteras de revolucionarios y alejan las posibles soluciones, la sustitución de los valores centrales del Occidente Moderno por otro paradigma de paradigmas. Además, diferentes luchas tienen diferentes problemas para llevarse a cabo y materializar su proyecto de futuro, por lo que no vale pensar el mientras tanto, que mientras que la solución profunda no llega, vamos poniendo parches. De este modo, se retrasa su llegada.
La nueva sociedad occidental será extremadamente abierta, plural, diversa, mutable, multidimensional y multidireccional –asumirá que hay varios niveles de realidad e ilimitadas vías de interpretarla-, se reforzará con cada infracción de sus leyes.
Para ello tan sólo existe una condición inevitable. Se basará en la asunción consciente, individual y socialmente, de que el ser humano es una parte de la totalidad que forma junto con el resto de la especie humana, de los seres vivos, la Naturaleza, el cosmos... Sin este conocimiento de la profunda unidad, no será.
Es una condición que únicamente excluye a los valores culturales antagónicos, dualistas, basados en un movimiento de contrarios, que son en realidad las distintas partes complementarias de la unidad, que acaba eliminando a uno de los términos antagónicos –el otro, el diferente, la Naturaleza, la biodiversidad, las divinidades-. Lo único que no se respetará son las Verdades Únicas, Universales, Dualistas.
Con una concepción integradora de las partes en la unidad, frente a un Occidente Moderno que niega la existencia de esta unidad y destruye sus partes, lograremos una sociedad en la que todos los individuos comprendan, en mayor o menor medida, el bien común y la necesidad de que el interés específico no sea contrario a aquél. Un Occidente gobernado por poderes responsables de garantizar este bien común (de los individuos y la Naturaleza) y de potenciar que cada persona despliegue sus capacidades para saber ubicarse en esta realidad armoniosa de modo que pueda desarrollar la forma de vida que más le satisfaga en cada momento.
¿Quién ejecutará este poder? Las personas con mayores capacidades y autolimitaciones. Y no como en las democracias liberales, limitadas a la superficialidad institucional y articuladas en unos partidos políticos promotores de incapaces.
Aquellos que tengan voluntad constituirán o se unirán a grupos de estudio, reflexión y acción compuestos por individuos articulados de forma libre, voluntaria y consciente en torno a uno o varios proyectos y opciones de materialización concreta de la interpretación del bien común del que emana el particular.
Estos grupos promocionarán sus propuestas por múltiples vías, incluidos los medios de comunicación, libres contrastadores de información y no empresas inducidoras al consumo. El poder que puedan llegar a alcanzar dependerá tanto del conocimiento-capacidades del líder o líderes como del de los colaboradores.
La concreción de la forma de elección de las distintas opciones plurales, radicalmente diferentes aún partiendo todas de la interpretación del bien común y de la concepción del equilibrio complementario entre las distintas partes de la unidad, y la concreción de las instituciones se deberá discutir en su momento. En todo caso, las opciones ganadoras estarán sometidas a cambios constantes y sus interpretaciones serán relativas, puntuales, mutables, jamás únicas ni finales.
Este cambio civilizacional deberá darse en Occidente, donde es realmente urgente. Mantendrá una relación fluida y amable con el resto de culturas, regeneradas al haberse liberado del yugo occidentalizador, basada en el respeto, la confianza, el diálogo y los intercambios, individuales y colectivos, de toda índole, recíprocos y voluntarios, sin subordinaciones.
Una vez concretada la interpretación puntual del bien común occidental y relativo, éste deberá de ir reinterpretándose para ir materializándose de la forma más descentralizada posible, en unidades territoriales próximas a las personas, cualquier individuo que lo desee, ya que en esta sociedad no habrá barreras nacionales ni de clases sociales. Sino que se fomentarán las distintas creaciones culturales y sus intercambios, incluidos los movimientos y permanencias voluntarios de las personas entre las distintas unidades territoriales.
Habría pues distintos niveles de poder en una jerarquía decreciente a medida que la unidad territorial se estrecha. En cada uno de ellos se llevará a cabo el mismo proceso de promoción de proyectos que reinterpretarán el bien común aprobado en el primer poder occidental, adaptándolo a la realidad concreta del territorio y su población.
Cada persona podrá tener distintos niveles jerárquicos de identidad cultural y colectiva, coincidentes en mayor o menor medida con los niveles territoriales. El fundamental, el garante del bien común, es que cada individuo sitúe su pertenencia a la comunidad de la especie humana como un valor esencial, del que se siente orgulloso. Esta identidad suprema, pero abstracta, se completará con otras identidades menores, pero más concretas y vivibles en la cotidianeidad de las personas. Identidades de pertenencia a colectivos más locales, pero nunca contrarios a otros colectivos, con los que mantendrá constantes intercambios respetuosos, ni a la identidad por excelencia, la de la pertenencia a la comunidad de la especie.
La forma institucional, política y económica que adopte se deberá perfilar, pero no es tan relevante. Dará cabida a distintas concreciones políticas y económicas, incluso simultáneamente.
Del mismo modo, se tendrá que concretar cómo se llevan a cabo las actividades productivas, que se mantendrán, pero subordinadas al bien común de la unidad, jamás como un fin en sí mismo. Además, se reconocerán como las actividades más banales, las que menos ocuparán a las personas, tomando el protagonismo las creaciones culturales y metafísicas, las que afectan a la concepción del ser humano y a sus relaciones y a la concepción de la realidad suprema –que engloba a la material- y a la ubicación en esa realidad de cada persona.
El nuevo Occidente será tan abierto que se manifestará simultáneamente con distintas formas políticas y económicas, distintas culturas y distintas morales y religiones. Y no habrá en ello ninguna contradicción dualista, sino expresiones distintas de individuos desiguales que comprenden que cuanto mayor diversidad más vías de acceso al conocimiento de la unidad de la que forman parte, más posibilidades de vivir su propio modo de presente extenso y pleno, diferente en cada individuo, sin modelos a seguir.
En este Occidente postmoderno el individuo dejará de ser un átomo aislado, independiente, medida de todo y realidad suprema para reconocerse como centralidad recreadora del despliegue de las fuerzas cósmicas, en un centro privilegiado capaz de comprender el conjunto del ser y, por tanto, con las capacidades y autolimitaciones necesarias para contribuir a la creación del mundo observable inacabado.
Con este conocimiento y esta pluralidad, la Democracia dejará de ser un instigamiento al suicidio para convertirse en una invitación a la realización de todas las personas. Una invitación a que desplieguen y potencien sus capacidades y limitaciones para saber ser y estar y puedan así vivir en armonía, gozo, felicidad y plenitud constantes.


Un árbol que crece junto a su hermano, pero en maceta, a los pocos años se muestra empequeñecido, limitado, subdesarrollado.
Se alimenta de la misma tierra, del mismo sol, bebe la misma agua y respira el mismo aire. Pero su combinación es diferente.
El Homo Moderno Occidental malvive aislado en la maceta.



Conclusión

Es necesario, posible y urgente relativizar, individual y colectivamente, las Verdades Únicas, Universales y Antagónicas del Occidente Moderno para frenar la triple destrucción que está ejecutando: de la vida actual en el planeta, de las culturas diferentes y de la realización de todas las personas, del Norte y del Sur.
Tras romper con estos mitos destructivos –individualismo y progreso-, conocer, entender, dialogar e intercambiar con otras culturas hasta comprender que somos una parte de la unidad diversa, eterna y perfecta.
Así, podemos vivir un presente pleno y extenso.

Comentaris

Re: El Desarrollo Aniquilador
25 set 2003
No deberiais poneros a escribir cuando aun estais bajo los efectos de alguna droga ( en este caso, por el estilo, costo y tripis).El texto se alarga en proporcion directa a si incoherencia.
Sindicat Terrassa