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El problema de la inclusión forzada
05 jul 2024
La inclusión forzada es un término con el que se hace referencia a un fenómeno que se ha manifestado durante los últimos diez años en la cultura popular, principalmente en el cine, los cómics y los videojuegos. El concepto generalmente es usado por quienes se oponen a dicho fenómeno, mientras que sus partidarios se refieren a ello con el término «inclusión» a secas, o también «representación» (de mujeres y minorías).


Este fenómeno se materializa en forma de una diversidad de personajes en cuanto a su sexo, raza, orientación sexual y otras condiciones. A veces se aplica cambiando el género o la raza de personajes icónicos y otras veces se crean personajes nuevos a los que se da especial importancia a su sexo, raza, etc. En casos extremos se ha llegado a representar personajes históricos de foma absurda (como por ejemplo representar una reina inglesa del siglo XVI de raza negra). El relato que se esgrime para justificar estas prácticas es el siguiente: la cultura popular ha sido creada por hombres blancos cisheterosexuales y toda la producción se ha orientado a satisfacer a este grupo concreto, desplazando a mujeres, personas no blancas, discapacitados y homosexuales de la ficción popular y, debido a esta injusticia histórica, la ficción contemporánea debe hacer justicia y representar a todos esos grupos, dando especial importancia a las mujeres y a los no blancos.

Este relato parte de una base falsa: la cultura popular, desde finales de los 70 hasta los 90 y principios de los 2000 ya era inclusiva de por sí, sin necesidad del discurso woke (o posmoderno, o progre, o social justice warrior o como se lo quiera llamar). Veámoslo.


En fecha tan lejana a 2015 (cuando el discurso woke empezó a apoderarse del relato cultural) como 1979, Ridley Scott lo petó con su film de culto Alien. El octavo pasajero, cuyo personaje protagonista devendría uno de los grandes iconos del cine: la teniente Ellen Ripley. Una mujer fuerte y decidida que acaba siendo la única superviviente del ataque del mítico xenomorfo (y, encima, salva al gato).

Unos años antes, en 1976, la película de culto La Profecía, presentó un personaje femenino fuerte y peleón: la señora Baylock. En 1977, también antes de Alien, otro personaje femenino cautivó al gran público por su fuerza y personalidad: Leia Organa de Star Wars. En aras de la brevedad, y sin más comentarios, podemos citar algunos otros de los personajes femeninos protagonistas del cine que cautivaron a un público mayoritariamente masculino durante los 80 y los 90: Gertie (E.T.), Laurie (Halloween), Thelma y Louise, Beatrix Kiddo (Kill Bill), Carrie White, Sarah Connor (saga Terminator), Vasquez (Aliens. El Regreso); Clarice Starling (El silencio de los corderos), Dizzy Flores (Starship Troopers); Dorothy Gale (El mago de Oz), Bavmorda (Willow), Aunty Entity (Mad Max), Sarah Williams (Dentro del Laberinto), Trinity (Matrix), Catherine Tramell (Instinto Básico), Annie Wilkes (Misery), Elvira, Xena (La Princesa Guerrera), Sabrina Spellman, Buffy Summers la cazavampiros… y un larguísimo etcétera que animamos a los lectores a exponer en los comentarios.


En el mundo de los videojuegos sucede exactamente lo mismo. Pese a que se intentó vender que The Last of Us 2 fue pionero en tener un protagonista femenino, en realidad las mujeres fuertes en este mundillo ya existían en los 80 y 90: Samus Aran (Metroid), Elaine Marley (Secret of Monkey Island), Razor (Maniac Mansion), Chun Li (Street Fighter), Sonya Blade (Mortal Kombat), Blaze (Streets of Rage), Lara Croft (Tomb Raider), Primm (Secret of Mana), Terra (Final Fantasy VI), Katt (Breath of Fire 2), Jill Valentine y Claire Redfield (Resident Evil), la Princesa Peach (en Super Mario Bros.2, Mario Kart, Smash Bros y Super Princess Peach), la princesa Zelda (en Ocarina of Time ayuda activamente a Link y en Breath of the Wild tiene un papel guerrero), Luca y Ayla (Chrono Trigger), Joanna Dark (Perfect Dark), Tifa (Final Fantasy VII)… y otro larguísimo etcétera.


Este ejercicio de arqueología se podría hacer también en el mundo del cómic americano (con personajes femeninos ultrapoderosos como Wanda Maximoff, Jean Grey o Hela) y en el manga/anime (Bulma, A18 o Lunch rubia –Dragon Ball-; Shampoo, Ukyo o Akane Tendo –Ranma ½-; Maam o Liona –Dragon Quest Adventure of Dai-; la brutal Chiyoko –Akira, sólo en el manga-; Utena; Pai –3X3 Ojos-; Marin –Saint Seya– y… ya sabéis.

Es importante señalar que la mayor parte del fandom de estos personajes son hombres, puesto que el cine de acción, los superhéroes, los videojuegos o los mangas siempre han tenido un público mayoritariamente masculino. Y aún más importante es tener en cuenta que nunca, en ningún caso y bajo ningún concepto, ha habido críticas a ninguno de estos personajes «por ser mujeres». Y sucede exactamente lo mismo con los personajes no blancos. En el cine americano hay enormes iconos negros: Blade, Morfeo, Larvel Jones (el negro de los ruidos en Loca Academia de Policía), Winston (Cazafantasmas)… y básicamente cualquiera de los personajes que interpretaron Eddie Murphy, Morgan Freeman, Will Smith o Samuel L. Jackson. Igual que con los personajes femeninos, nunca hubo nadie que se quejase de estos personajes por su raza.


Por todo lo expuesto anteriormente queda clara la falsedad del discurso según el cual los malvados pollaviejas estamos incómodos con la nueva orientación inclusiva del cine americano y de los videojuegos debido a que nos incomoda ver mujeres fuertes y empoderadas o personajes negros «haciendo papeles de blancos». No, amigues. No va por ahí la cosa. Puede que nuestra polla esté entrada en años y puede que seamos algo cabroncetes, pero los que estamos entre nuestra tercera y cuarta década de vida no odiamos a las mujeres ni a los negros. No nos incomodan los personajes femeninos fuertes, pues llevamos toda nuestra vida idolatrando a varios; no nos molestan los personajes negros, pues todos hemos soñado con ser Blade o alistarnos a los Men In Black junto con Will Smith.

Pero entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué no nos gusta Rey Skywalker? ¿Por qué intentamos borrar de nuestra memoria a Las Cazafantasmas? ¿Por qué abominamos del Albert Wesker negro de la serie de Netflix de Resident Evil? No es por su género ni por su raza. Es por cómo se construyen los personajes y las historias que explican.


Tomemos a Rey Skywalker. Es una Mary Sue en toda regla. Todo le sale bien, apenas necesita aprendizaje, en su primera película ya le pone las pilas a un Sith perfectamente entrenado. Comparémosla con Luke Skywalker: un pringado que aprende a base de hostias, que debe instruirse con humildad y que tiene varios conflictos a lo largo de la trilogía original de Star Wars. Es un personaje interesante, dinámico y rico, que hace un auténtico viaje del héroe (y, aún así, pierde la última batalla y es salvado por su padre). Es fácil ver una progresión parecida en Ellen Ripley y Sarah Connor: ambas deben aprender a pelear contra sus implacables antagonistas y se endurecen en el proceso. En el caso de Las cazafantasmas hay algo aún peor que en las últimas entregas de Star Wars: intentaron emular una prodigiosa película, una auténtica obra maestra del cine, con unos personajes construidos con una magia, una gracia y una personalidad como pocas veces se ha visto. ¿Qué problema hay con sus análogas femeninas? ¿Que son mujeres? ¡NO! Que la película no tiene nada de especial. Seamos sinceros: se empezó a poner de moda la inclusión y decidieron hacer unos cazafantasmas femeninos pensando que eso tenía valor en sí mismo. Y no. No lo tiene. Para terminar con los ejemplos propuestos, aunque podríamos poner muchos más, tenemos al Wesker netflixero. Que cambiasen de raza a Albert Wesker era algo relevante a nivel estético, puesto que el villano de Resident Evil es muy icónico y tiene una estética muy marcada. La gente que reaccionó airadamente a ese cambio no era racista; se hubiesen puesto igual si hubiesen hecho un Blade blanco o un Barret (personaje negro de Final Fantasy VII) caucásico. No obstante, así como Nick Furia fue cambiado de raza y funcionó, un Wesker negro podría haber funcionado. El problema es que presentaron a Wesker como un villano no del todo malo: un buen padre, preocupado por sus hijas, alejado de la «masculinidad tóxica» (sea lo que sea eso)… Y oye, que un personaje así puede estar muy bien, pero es que Wesker es un puto psicópata despiadado y cruel que prueba nuevos virus con su hija y mata a quien se le ponga por delante con tal de salirse con la suya. El Wesker de Netflix no es Wesker.


Por contra, ahora pongamos ejemplos actuales de películas o animes en los que aparecen personajes femeninos o no blancos con protagonismo y que no han recibido ninguna crítica. Por ejemplo, en la nueva saga de los Cazafantasmas, la protagonista principal es una chica, Phoebe Spengler; uno de los secundarios más queridos es Podcast, un chico asiático; y una de las estrellas de la última entrega hasta ahora (Imperio Helado) es el divertidísimo Amo del Fuego, un indio. En la saga de terror Expediente Warren, la coprotagonista es Lorraine, tan o más querida que Ed por el público. A nadie le molestó en absoluto el papel de princesa fuerte y decidida de Peach en la película de Super Mario Bros. Muchos personajes femeninos del UCM han sido grandes iconos: Wanda, Wonder Woman, Hela, Gamora, etc. Dos de los personajes más admirados de la serie Walking Dead son Michonne (que además es negra) y Alpha, villana que compite con Negan y el Gobernador por la admiración de los fans. Nadie se quejó nunca de que el personaje protagonista de Los juegos del hambre fuese Katniss y no Peeta.

En el anime de Dragon Ball Super, uno de los personajes más poderosos del Torneo del Poder fue Kefla, la fusión de Kale y Caulifla (ambas ya muy fuertes por sí mismas). También recuperaron a A18, uno de los personajes más queridos de Z y que en la saga de los androides humilló al príncipe de los Guerreros del Espacio. Absolutamente nadie se ha quejado de ellas; al contrario, son de los personajes más queridos. Uno de los protagonistas más apreciados de Ataque a los titanes es Mikasa, que además es la que más revienta aparte de Levi. O en Jujutsu Kaisen tenemos a la durísima Nobara; en SpyxFamily a la implacable Yor. Y muchas más.


Podríamos seguir poniendo decenas de ejemplos, pero está meridianamente claro que, en general, nadie tiene ningún problema con la representación femenina o de minorías en la ficción popular. El problema de la inclusión forzada es que se hace de manera artificial, porque se tiene que hacer por corrección política, incluso por poder presentarse a premios o subvenciones. Recuerdo que mi amigo Roberto Vaquero me contó una anécdota que me pareció lamentable: en un curso de escritura, la profesora anunció que los protagonistas de las novelas nuevas debían ser mujeres, porque la ciencia ficción y la fantasía, hasta ahora, habían sido escritas por hombres y para hombres. ¡Pardiez! Esa señora estaba afirmando que una mujer no puede disfrutar plenamente de grandes obras como El Señor de los Anillos, Dune o La Fundación.

La inclusión forzada es un auténtico lastre para la cultura popular, pues constriñe la imaginación de los autores y marca unos rígidos marcos a la creatividad. Además, presupone que una mujer no puede disfrutar de Los Cazafantasmas igual que lo disfrutan los hombres, que también disfrutan plenamente de Buffy cazavampiros; o que un negro no puede gozar de una partida al Resident Evil como lo hacen los blancos, que también gozan como enanos reventando a Ken llevando a Balrog en Street Fighter.

En conclusión, la cuestión de la inclusión forzada seguirá siendo un debate en los próximos años (al menos hasta que Amazon, Netflix y Marvel no se puedan permitir perder más dinero), pero es importante enfocar la discusión en la realidad de las críticas hacia ese modelo de ficción: lo que genera rechazo no son los personajes femeninos, negros, asiáticos o gays, sino el hecho de que esos elementos identitarios sean el eje central de sus arcos, deviniendo personajes vacíos y construyendo historias sosas que, en los peores casos, destrozan sagas consagradas y muy queridas por el público.

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