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Anàlisi :: pobles i cultures vs poder i estats
Crítica de Antonio Turiel a los Estados y al sistema de partidos políticos
27 abr 2024
Fragmento del artículo "Si yo fuera presidente" de Antonio Turiel, publicado en el blog The Oil Crash el 20 de junio de 2018. Antonio Turiel es Licenciado en CC. Físicas por la UAM (1993), Licenciado en CC. Matemáticas por la UAM (1994) y Doctor en Física Teórica por la UAM (1998). Investigador Científico en el Institut de Ciències del Mar del CSIC y conocido divulgador social sobre la crisis energética y de recursos. Autor de libros como "Petrocalipsis" o "El otoño de la civilización", entre otros.
Porque rechazo los Estados:

A lo largo de estos años de discusión sobre los problemas del sostenibilidad de nuestra sociedad me he labrado una imagen de pensador incómodo, por decir lo menos. Lo que realmente me inhabilita para ejercer cualquier cargo de responsabilidad política es que mi perfil es excesivamente radical para ser aceptable. No hablo aquí de mis presuntas simpatías con el independentismo catalán (de las que alguno me ha acusado por razón de mis posts a lo largo de estos años y particularmente los cuatro o cinco que publiqué el año pasado – y eso a pesar de haber repetido prácticamente cada vez que yo no deseo la independencia de Cataluña). No. Lo que verdaderamente me hace incompatible con cualquier cargo en la administración del Estado son, precisamente, mis críticas al Estado mismo. Como he explicado, el Estado supone una concentración del poder administrativo que favorece y entra en colusión con el capitalismo (semejante cuestión, por cierto, pasa también con el comunismo). Ello lleva a una gran interferencia del poder económico en la toma de decisiones y hace muy difícil adoptar resoluciones que realmente vayan a la raíz de los problemas (esto es, que sean radicales, justamente). Y es que la concentración de un poder tan grande en un grupo humano tan reducido aboca, inevitablemente, al distanciamiento del pueblo. Si tuvieron ocasión de verlo y se fijaron bien, durante la reciente moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno español, justo en el momento en el que éste ganó la votación se puso en marcha todo un complejo mecanismo de protección y, sobre todo, de protocolo que automáticamente lo catapultó a una distancia prácticamente sideral. Los gobernantes, por razón de cómo funciona el Estado, en el mismo momento de ser investidos son encapsulados en una invisible pero extraordinariamente tenaz vaina que impide que vuelvan a percibir con claridad qué es lo que pasa en el exterior. Tal cosa no es accidental, sino consustancial a cómo funciona el Estado. El Estado es un macroorganismo y como tal una de sus funciones primordiales es su autopreservación. Acceder a los mandos del Estado implica ascender al monte Olimpo y por fuerza de ello mismo dejar de ver a los hombres y mujeres que penan y se retuercen allá abajo. Por más pragmático que yo quisiera ser, no podría nunca aceptar trabajar en la administración del Estado; desde luego no a ese nivel.

Porque rechazo el sistema de partidos de las democracias liberales:

Si el Estado es un macroorganismo que busca autoperpetuarse, una cosa semejante pasa con los partidos políticos. Hay personas cuya carrera profesional se ha desarrollado íntegramente dentro de un determinado partido político. Llegado el momento, esas personas acceden a cargos públicos significativos, y cuando la alternancia de poder les deja fuera de ellos su principal obsesión es tener un trabajo, tener de qué comer. Esto fuerza dinámicas a veces muy viciosas en los partidos, de manera que cuando alguien es desalojado de una administración se va a un cargo más o menos espurio de otra administración que aún controla su partido, y se queda ahí a la espera de tiempos mejores. De ahí la necesidad del propio sistema de partidos de multiplicar sin sentido ni necesidad el número de administraciones, de modo que cada partido siempre controle una porción adecuada de las mismas y así se pueda mantener la élite administrativa de cada partido que sirve para asumir rápidamente el poder cuando corresponde. Eso mismo hace que haya una especial tolerancia mutua entre los partidos cuando se discuten determinados temas, ya que en esto todos comparten intereses, y al final a nadie le interesa agitar demasiado el avispero, no sea que todos salgan malparados. Por todo ello, las estructuras de partido son siempre, independientemente de su signo político nominal, muy conservadoras y tienden a mantener lo esencial del statu quo. Por eso mismo, abordar una serie de reformas muy radicales, necesarias para hacer el cambio necesario, es algo completamente imposible dada la dinámica de los partidos políticos. Es por eso que los discursos transicionistas de los partidos, incluso los nominalmente más progresistas, tienen un exceso de tecnicismo jurídico y una falta prácticamente absoluta de medidas pragmáticas, la cual camuflan con absurdas odas al tecnooptimismo. Y por tanto, yo no me avendría a trabajar con un partido político, sabiendo como sé que forzosamente, más pronto que tarde, acabaría en una confrontación total con él por culpa de sus inconfesables aunque comprensibles intereses.
Mira també:
https://crashoil.blogspot.com/2018/06/si-yo-fuera-presidente.html

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