“Las campesinas son nuestras raíces y nuestros árboles, pero las estamos dejando a su suerte”
Leire Milikua (*), que acaba de publicar ‘Sobre la tierra, bajo la sombra’, reivindica una agricultura que camine hacia un modelo agroecológico que respete el medio y la vida, que relocalice los sistemas alimentarios.
Texto: Mª Ángeles Fernández
pikaramagazine.com
Hay eslóganes que pueden sonar bien en pancartas o manifestaciones pero que no son más que eso, una frase cacareada a modo de titular vacío. “La agroecología será feminista o no será” podría haber sido una de ellas, pero para Leire Milikua fue un pellizco activador, una reacción en cadena cuya última ficha en caer, de momento, es el libro Sobre la tierra, bajo la sombra (consonni, 2023).
Arquitecta e investigadora, Milikua, sonrisa fina y voz dulce, lleva tiempo trabajando en cuestiones de territorio y comunidad, los temas que la apasionan. Experta universitaria en agroecología y en igualdad de género, una investigación para Emakunde sobre la participación y representación de las campesinas vascas en los órganos de decisión del sector se tradujo en un ensayo que es una ventana, una grieta, una luz sobre las trabajadoras de la tierra. “Si existe la sombra, es porque hay un cuerpo, una estructura, una acción que la proyecta”, escribe la poeta y veterinaria María Sánchez en el prólogo de la edición castellana del libro. Como cultivadora, la propia Leire Milikua ha hecho de traductora del texto original en euskera, publicado por Lisipe, un proceso que la llevó a una búsqueda colectiva de conceptos que no tienen traducción literal en castellano. “El lenguaje es crucial porque crea realidad”, apunta.
Esta entrevista es fruto de contactos puntuales, pero alargados en el tiempo: conversación de bar, presentación del libro y audios de WhatsApp.
Hablas de mujeres rurales y campesinas, ¿qué entiendes por estos conceptos?
Hay datos que son clave: hablando de la Comunidad Autónoma del País Vasco, casi el 90 por ciento del territorio es considerado rural y casi el 90 por ciento de las personas viven en ese 10 por ciento que no es rural. Miramos lo rural desde un lugar que no es rural que no nos atraviesa, y eso condiciona mucho. Existe una asociación de que lo rural trae consigo lo campesino, lo agrario, lo relativo al campo, pero eso sucedía hace 100 años, cuando vivir en lo rural era sinónimo de que trabajabas de ello; hoy, sin embargo, esa asociación no existe. Si yo digo mujer rural, a muchísima gente le viene una mujer mayor delante de un baserri [casa campo típica del País Vasco] y la pregunta es cómo son las campesinas de hoy. Un estudio de 2020 en la Comunidad Autónoma [Vasca] dice que el 58 por ciento de las mujeres que viven en el entorno rural tienen cero relación con la actividad agraria; un tercio tiene relación, pero es de autoconsumo; y solo un 12 por ciento tiene todos o parte de sus ingresos de la actividad agraria. Esa es la fotografía. Y la fotografía es también que el 75 por ciento de las mujeres que tienen trabajo remunerado se dedica al sector servicios. Tenemos una imagen congelada en nuestro imaginario y así nos va.
Un 12 por ciento de las mujeres que viven en entornos rurales son campesinas que viene de ello. ¿Cuál es la fuerza política del concepto campesinado?
Es un concepto que es un tesoro. Habla de ello Janaina Stronzake en el artículo ‘¿Campesinidad para reventar el capitalismo?’, publicado en la Revista Soberanía Alimentaria. La campesinidad es un agente en sí mismo y tiene su propia agenda.
Escribes que las mujeres campesinas son sujetos subalternos, y citas a Gayatri Spivak, que explica que las personas subalternas no tienen ni representación, ni voz propia. ¿Qué son para ti las campesinas?
La subalternidad es aquello que está fuera del foco, aquello que está fuera de lo hegemónico, de lo que se escribe mayúsculas. Las campesinas son tres veces subalternas. Hoy todo está construido desde lo urbano, cuando vives en lo rural de repente te das cuenta de que tus necesidades y tus características no se han tenido en cuenta para absolutamente nada, a nivel de servicios, a nivel de políticas. Otra capa es por ser personas que generan alimentos en este sistema capitalista, ¿qué valor tiene el generar alimentos? Tenemos la brújula estropeada. Si mañana cerraran las fronteras, está calculado que los supermercados tienen una capacidad de unos pocos días; cerremos las fronteras una semana y veremos qué profesiones son prescindibles y cuáles imprescindibles, qué conocimientos adquieren importancia, qué tiene prestigio y qué desprestigio. Hoy es imposible que las personas que generan alimentos en este sistema capitalista tengan una vida digna y puedan vivir de ello, a no ser que pongan muchísimo de su parte para abrir otras vías de comercialización, o sea, circuitos cortos, y que tenga un público que le responda. En cuanto a la representatividad, todas las personas con las que he estado coinciden en que el sector históricamente se dibujaba como un lugar masculinizado; y sí lo es en la esfera pública y en los órganos de representación [de las organizaciones agrarias], cosa que no corresponde con la labor diaria. Ellos han sido los que han representado y ellas han sido las que se han quedado a la sombra; y entonces, volviendo a los subalternos, se han quedado fuera del foco y no han tenido ocasión de ser parte del relato y contribuir a él.
Y en este relato, ¿dónde están los feminismos?, ¿hay una tarea pendiente?
Hasta la segunda mitad del siglo XX, los feminismos estaban presentes en el ámbito académico y en el debate social como si hubiera un perfil concreto de mujer, blanca, occidental, de clase media-alta y urbana, y quedaban fuera un montón de ejes y un montón de personas. En los últimos años, se está complejizando la mirada. En 2018 María Sánchez y Lucía López, las dos son veterinarias y escritoras, empezaron a hacer un manifiesto para el 8 de marzo que se llamaba ‘manifiesto de las Hermanas de Tierra’. Que yo conozca, es la primera vez que existe un manifiesto del 8 de marzo que contempla ese eje rural y se articula en torno a él. Desde los feminismos es totalmente necesario prestar atención también a ese eje y abrir la mirada, hilándolo también con otro tema que comento en el libro, el del relato.
¿Falta un relato propio que venga del campesinado, de la tierra?
El campo se ha contado desde la ciudad y eso no puede salir bien; si yo te explico a ti, aun con la mejor intención del mundo, te estoy anulando. Hay que ceder espacio y generar espacio.
“El sistema no favorece una agricultura de escala pequeña”
Hay un ejemplo muy gráfico: a muchas mujeres que venden en mercados las invitan a que se vistan de baserritarras, de trajes que no usan. ¿Qué imagen se reproduce en la cultura, en la publicidad, de las campesinas?
Soy muy pesada con el relato porque me parece que es clave. A mí me fascina esta falsa ilusión de que cuando vas a un supermercado hay tantas cosas que parece que puedes elegir, y luego rascas un poco y son tres grupos empresariales, todo es lo mismo con diferente envoltorio. Volviendo al relato, para mí es algo superperverso, lo mismo que esas estampas que vemos en las paredes de los supermercados que sale una señora con un delantal y con una lechuga con un poco de tierra y luego te venden la lechuga hidropónica, pero tú estás comprando el relato. A estas mujeres no se les toma como unas personas que ejercen una actividad profesional y económica, sino como un objeto exótico que como foto queda espectacular. Y aquí podemos entrar en el debate de la banalización de los mercados, de esa pérdida de valorización, de ese vaciamiento del contenido, está todo relacionado. Es una responsabilidad social la revisión del imaginario, sobre todo porque estas personas que trabajan en la tierra tienen un mérito que no nos podemos ni imaginar, el sistema no favorece para nada una agricultura de escala pequeña, diversificada, lo tienen todo en contra. Queremos que exista gente vestida de baserritarra en Santo Tomás [fiesta popular celebrada el 21 de diciembre en muchos pueblos y ciudades vascas, que se llenan de mercados de productos de cercanía], pero si por nosotras fuera, esa gente vive del aire porque nadie estamos dispuestas a comprometernos, a cambiar un poquito nuestros hábitos de consumo; y hoy el consumo es el acto político más directo; nos quejamos un montón, pero seguimos alimentando la máquina. En las películas, todo el mundo compra en un supermercado, eso es lo natural. No hay protagonistas campesinos. Interpelo directamente a las personas que crean, por favor, necesitamos relatos desde distintos lugares.
Las campesinas también configuran paisajes, no solo generan alimentos, sino que generan arraigo, pertenencia, horizonte. Estas mujeres son también productoras de nuestros entornos.
En el libro digo algo así como que el paisaje es espejo de lo que hacemos y de lo que no hacemos. Desde esta mirada urbana, el 90 por ciento del territorio que no es urbano es algo que está a nuestro servicio, es para nuestro tiempo libre, para nuestro paseo, para esa casa rural a la que vamos con los amigos, o sea, no hay nada por detrás, no hay personas, pero queremos que tenga unas características, queremos que sea verde, que esté limpio, que haya ovejas, pero que no haya cerdos. Tenemos que entender que, en la Comunidad Autónoma del País Vasco, todo aquello que vemos está gestionado, el territorio se gestiona. Y de ahí la importancia de las pequeñas campesinas, porque normalmente son las que hacen una gestión más diversa, más sostenible, más duradera. Lo rural es en algunos lugares, y a mí este concepto en su día me impactó, zona de sacrificio, es decir, lo rural provee a lo urbano. Las estrategias energéticas redactadas por las administraciones o empresas desde sus oficinas de la ciudad hablan poco de revisar la demanda de energía y se prioriza la generación de energía renovable que sostenga la estructura actual: vamos a poner eólicas, vamos a poner solares, porque eso es verde, y no importa que las eólicas se proyecten en pastizales comunales o las placas solares sobre zonas de alto valor agrológico; lo rural es una zona de sacrificio para lo urbano. El porcentaje de personas que lo habitan es tan pequeño en comparación a lo urbano que, si desde lo urbano no se generan alianzas, no vemos sus necesidades y no nos unimos a sus reivindicaciones ya está, no hay vuelta de hoja; con eso juega el sistema también. No se tienen en cuenta sus voces. Hay pueblos que se ha movilizado un montón, por ejemplo, con el tema del Plan Territorial Sectorial de Energías Renovables [de Euskadi], y en la ciudad la gente ni se ha enterado. Tenemos esa responsabilidad, porque las campesinas habitan lo rural y las campesinas sostienen lo rural. En el libro recojo las funciones de la actividad agraria; es como si tuviéramos un terreno con árboles y raíces y esas raíces de los árboles son las que compactan el terreno y si hay una inundación, lo sostienen; las campesinas son nuestras raíces y son nuestros árboles, pero las dejamos a su suerte en la reivindicación de sus necesidades. Y a la vez, aquello que generan lo disfrutamos como si fuera un derecho nuestro inherente. Interpelo a esa responsabilidad social, porque para cambiar las cosas hace falta masa crítica, hace falta un movimiento, y los números no dan: si se movilizan todas las personas de lo rural, son el 11 o el 12 por ciento de la población, de ahí la importancia de las alianzas y la importancia de responsabilizarnos.
“Lo rural es una zona de sacrificio para lo urbano”
¿Que el 90 por ciento de la población vivan en entornos urbanos es una decisión política?
No es casualidad. Y no voy a entrar en la industrialización del monte, porque hoy en ese rural, aparte de zona de sacrificio, la mayor parte de las actividades que se dan son industriales, no tenemos bosques, tenemos plantaciones forestales, y todas estas cosas se dan con nuestra complicidad. Como sociedad tenemos que prestar atención a todas esas cosas que están en los márgenes, que nos gusta que estén de determinada manera para nosotros: sí, zonas de sacrificio, pero luego queremos unos entornos supercuquis, queremos un campo de golf, queremos casas rurales, que nos vienen bien porque los fines de semana la ciudad nos come.
Con tu mirada hacia los espacios rurales y tu manera ecológica de entender la agricultura, ¿cómo estás viviendo las protestas del campo?
Pues con mucha preocupación, la verdad. Creo que el debate sobre el modelo de producción adquiere vital relevancia. El espacio mediático – ¿quiénes tienen micrófonos y altavoces?- y de poder -¿quiénes son convocados a reuniones y están en las mesas de negociación?- ha sido ocupado por representantes de un modelo que habla por sus intereses particulares. Considero que una manera de hacer y de entender el sector muy concreta se ha autoproclamado como “el campo”, y que en un momento inicial han podido canalizar la necesidad de expresar el descontento del campesinado haciéndose eco de reivindicaciones que no han surgido ahora y que, entre otras causas, asfixian a quienes trabajan la tierra: la escalada de la burocratización, la especulación en toda la cadena alimentaria… Ahora bien, estas reivindicaciones forman una pequeña parte del paquete más amplio que se plantea y es tratado como indivisible. Todas las exigencias de flexibilización o eliminación de medidas ambientales en nombre de la supervivencia del sector, de su rentabilidad, no son las reivindicaciones “del campo”, son las reivindicaciones de un modelo de producción que, precisamente, no es el más favorable en términos de sostenibilidad ambiental, biodiversidad, generación de empleo digno. Urge la transición hacia un modelo agroecológico que respete el medio y la vida, que relocalice los sistemas alimentarios y tomemos conciencia de que la alimentación articula nuestra vida, del valor que tiene y del valor que tienen las personas que la producen. No hablo de utopías, existen proyectos agroecológicos que siguen adelante aun cuando nosotras, como sociedad, no sepamos valorarlas, y la Administración no las acompañe. Me gustaría que las reivindicaciones de este modelo pudieran contar con el espacio mediático y de poder que mencionaba anteriormente, estoy segura de que generaría un impacto muy positivo en la sociedad.
fuente:
https://www.pikaramagazine.com/2024/04/las-campesinas-son-nuestras-raice/
(*)
Leire Milikua Larramendi ( Abadiño , 28 de junio de 1985 ) es arquitecta tras licenciarse en la Universidad del País Vasco , y especialista universitaria en Agroecología ( UEU -EHU) e Igualdad de Género ( Universidad Europea Miguel de Cervantes ).
Como autónomo , diseña planes, construye procesos y los dinamiza para restablecer las conexiones entre el territorio y los habitantes/comunidades.
Sus principales líneas de investigación son la agroecología, los sistemas alimentarios , el medio rural , la participación ciudadana y el género…
fuente: https://eu.wikipedia.org/wiki/Leire_Milikua
también editado en https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2024/04/24/las-mujeres-campe/
https://publicar.argentina.indymedia.org/?p=16486
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