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Toni Negri (1933-2023): “Debemos rebelarnos, debemos resistir”
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18 des 2023
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Toni Negri (1933-2023): “Debemos rebelarnos, debemos resistir” |
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Toni Negri (1933-2023): “Debemos rebelarnos, debemos resistir”
“Con la sonrisa, con la dulzura, dedicando estas páginas, estos tres volúmenes, a aquellos hombres y mujeres virtuosos que en el arte de la subversión y de la liberación me han precedido, y a aquellos y aquellas que seguirán. Hemos dicho que son eternos: la eternidad nos abrace”.
Toni Negri -“Historia de un comunista, 3. De Genova a mañana”
“La eternidad nos abrace”
Por Toni Negri
Con estas palabras, hace unos 4 años, concluyendo su autobiografía “Historia de un comunista, 3. De Genova a mañana”, Toni Negri hablaba con serenidad de su propia muerte:
“Me parece a veces ser completamente extraño al mundo que me rodea. Curiosa sensación para alguien que ha completado tres volúmenes de intensa inmersión en lo existente. Probablemente, me digo, sucede porque soy viejo –a pesar de que me afane por tener abierto el intercambio con amigos más jóvenes y alertas, mi percepción es obtusa-. Pero luego me pregunto: ¿no puede ser que esta consideración mía del mundo y esta convicción de extrañeza no sean verdaderas? ¿Verdaderas? Entiendo que aquella percepción de extrañeza no dependa de mí, de mi atención insuficiente o reducida, sino que el mundo que me circunda sea realmente feo e inconsistente. ¿No será que a mi confianza en el ser, a mi admiración por aquello que está vivo, no corresponda más algo que se pueda amar?
Feo, bello, vivo, amado…son adjetivos de difícil definición y de altísima relatividad. Quizás entonces, para confirmar mi duda, no deba confiarme a estos términos. Quizás el único adjetivo que vale, entre los muchos que utilizo desde el inicio, sea “extraño”. Un efecto de extrañamiento es lo que provocan en mi lenguajes y humores, no importa si individuales o colectivos, que resuenan en la sociedad, fuera de mí. Creo ser sordo y sentir sonidos confusos. En realidad, un poco sordo soy, pero los sonidos confusos no los siento con los oídos sino con el alma, con el cerebro. Se me escapa el mundo en torno.
He tenido una larga vida, he conocido contradicciones enormes y conflictos mortales, pero siempre sin embargo sabía de qué se trataba, los elementos de las contradicciones y del conflicto estaban dentro de un cuadro conocido, de cualquier manera significante; ¿por qué entonces el significado de los eventos que hoy se dan en torno a mí se oscurece y se me escapa? ¿En qué consiste su insignificancia? A representar esta extrañeza comparece un mundo nuevo. Nuevo pero fatigado, postrado delante de las dificultades físicas, políticas y espirituales de la propia reproducción. Dificultades económicas y caída de los referentes políticos, colectivos, de las referencias de valores. La comunicación ha devenido frenética pero los significantes se decoloran en la velocidad. Hay confusión en los espíritus. Hay corrupción en los lenguajes. Las viejas referencias de lucha han desaparecido: izquierda y derecha, sindicatos y partidos, sentido y significado de la historia…este es el mundo en torno a mí. No depende de mi vejez, de mi cansancio: es así.
Cuando reflexiono sobre esta fenomenología del presente, cuanto más afino la mirada, tanto más la única, la sola figura valorativa y descriptiva que me parece investir el mundo de los significados y permitir describirlo, es aquella del nihilismo. Los signos carecen de significado, los rostros carecen de sonrisas, los discursos son vacíos. No sabemos de qué hablar. Veo sobre el rostro otro del interlocutor una deformación –es siempre la misma que encuentro en gran parte de mis interlocutores-. Así que es una fiesta cuando se encuentra alguno indemne de esta patología. La gente está desesperada. Cuando repienso a aquellos que en mis tiempos, ya antiguos, desarrollaron concepciones nihilistas para su filosofía, y frecuentemente terminaron, en la krisis, en el pesimismo y la espera de la catástrofe (y mis lectores saben con qué continuidad y aspereza la he combatido), sin embargo cuando los reconsidero, casi me conmueve ahora su enfermedad, que era consciente y sufrida. Mientras que hoy tengo frente a mí a personajes cuya ética es nihilista y catastrófica, no como resultado de un trabajo crítico sino porque su existencia es inconsistente, aun cuando, frecuentándoles, parece que vivan una vida cualquiera. Carecen de pasiones, en realidad, carecen de significantes, no tienen fe. Por bien que se vaya piensan que el lenguaje deba ser depurado, lavado y relavado y conducido a pureza significativa, la pureza del fregadero en el cual han hecho la limpieza. De verdad botan el significante con el agua sucia del baño. Les queda ese ideal de pureza –el reino de la razón, de la sensibilidad, del concepto- que ha devenido adjetivo del vacío, del mero resto después del vaciamiento del ser.
Cuando miro en torno me siento circundado de estos zombies, de millones de zombies.
¿Realmente es nuevo este mundo? Cierto, se ha afirmado de a poco, está en crecimiento, pronto este “nuevo” ocupará todo. Pero no es nuevo. Tengo 85 años. Desde mis 25-30 este “nuevo” mundo estaba, en formas sólidas y eficaces, el mundo del entre dos guerras y de la segunda posguerra. Era que aquello que me oprimía y contra lo que he combatido. Lo habíamos metido en la buhardilla y parcialmente destruido, ahora re comparece hegemónico, este mundo viejísimo. Es aquel fascista de mi infancia y mi juventud. Era el mundo en el cual la tríada del “patriarcado-explotación capitalista-soberanismo de las naciones” investían, como patrones, la vida y la cabeza de la gente. Y traicionaban la generosidad y la inteligencia de los jóvenes para inducirlos a ilusorias aventuras: el patriotismo, la nación, la raza, la identidad, la masculinidad eran asumidas como valores superiores. Se llama fascista, este mundo no solo conservador sino reaccionario, no solo religioso sino fanático en el destruir toda libertad. Un mundo donde la fatiga de vivir dominaba sobre toda otra pasión, y una grave disciplina constreñía las almas a la insensibilidad en el dolor. La opresión empujaba a la insignificancia. ¿Ha re devenido así el mundo presente?
Pero si es así, ¿cómo podrán leerme, como podrán comprenderme las y los jóvenes de hoy? Mi libro les parecerá echar fondo en lejanas profundidades, difícilmente accesibles. Será para ellos un documento arqueológico. Y mi editor, ¿por qué debería publicar este texto como mucho digno de archivo? ¿Hay todavía un número suficiente de vejetes que apreciará este recuento y agradecerá al editor por haberlo publicado?
Cuando hace poco un horrible personaje fascista ascendió a la presidencia de un gran país, Brasil, a algunos jóvenes amigos que me preguntaban “¿qué podemos hacer, cómo comportarnos para resistir?”, les respondí: “no tengan miedo”. Es la condición para construir una gran y eficaz resistencia. El fascismo reina sobre el miedo, produce miedo, constituye y atenaza al pueblo en el miedo. No tener miedo: esto es cuanto se debe ser capaz de decir, entre la gente, en la multitud que hoy sufre el retorno de la barbarie fascista, también entre nosotros, bajo nuestro sol. No tener miedo de romper la prisión del lenguaje vacío que nos viene impuesto y reír de la autoridad, dondequiera que se presente con la grotesca máscara fascista.
No tener miedo significa liberar las pasiones y así rellenar esas formas lingüísticas que el proceso de sujeción fascista ha dejado vacías.
Parece que el siglo se hubiera oscurecido: rechazar el miedo, producir resistencia, es ante todo disipar las sombras, reconquistar el sentido de las palabras. Rellenarlas de cosas, de realidades, de libertad. Subjetivarlas. Pero la operación principal consiste en reconocer que el fascismo es siempre aquello, es siempre repetición de la violencia de la explotación y del soberanismo –que viene repropuesto ilusoriamente para imponerlo como necesidad del espíritu y obligación de la moral, cuando en cambio es el fundamento de una cultura de muerte-. “Viva la muerte”, es la palabra de orden del fascismo.
“Viva la vida”, es la respuesta de quien no tiene miedo. Tornará la primavera, ¡retorna siempre! El fascismo parece eterno y en efecto (si bien brevemente), parece una pena demasiado larga. Pero es frágil, el fascismo. Enfrentándose con las pasiones del vivir libre, cuanto puede durar. La libertad se impone necesariamente contra el fascismo, porque con la libertad estarán las otras pasiones políticas fuertes, como aquella de la igualdad y aquella otra de la fraternidad. Tornará la primavera y será una verdadera estación de lo nuevo. Porque si el fascismo es siempre igual, la primavera de la libertad es siempre nueva, siempre diversa, siempre plena de dones.
Miren al pasado, miren de nuevo las grandes estaciones de lucha. Podríamos ir tan atrás…dos ejemplos bastan. El 1848 y el 1968 son fechas que para mi generación han sido fundamentales. La primera, la inauguración del socialismo en Europa, dentro y contra el desarrollo de las contradicciones derivadas de la revolución francesa y de la maduración de la acumulación capitalista. De este encuentro brotó el antagonismo de libertad contra igualdad, y aquel de igualdad como fraternidad de los pueblos versus libertad como nacionalismo y soberanismo. Los reaccionarios siempre de un lado, fijos, bloqueados en la defensa de sus privilegios; los revolucionarios que por primera vez alzaban la bandera roja de la fraternidad entre los pueblos. Un siglo de luchas feroces siguió al ’48. El socialismo se afirmó, y después ha sido derrotado, aunque de cualquier manera dejó una enorme herencia de bienes públicos, mejor dicho, de “común”, para las nuevas generaciones. Es sobre este terreno de innovación y de potencia que se ha abierto el ’68. El “comunismo” fue su horizonte. Se trataba de volver común aquello que era público, de obtener más común de lo público conquistado en el juego democrático. El fruto del socialismo iba multiplicado.
Hemos estado y estaremos dentro de esta batalla, nuestra y de nuestras y nuestros hijos. Fue nuevo aquel vendaval de voluntad democrática que todavía una vez puso al mundo patas arriba. Y se repite: cada diez años, más o menos, tenemos grandes episodios de revuelta, difusos y difusivos. Los ciclos de Kondratiev han fenecido. Los ciclos de subjetivación de lo común han prendido viento favorable. Cada vez, adecuando la resistencia a la superación de los obstáculos predispuestos por una represión devenida ya “ciencia de gobierno”. Cada gubernamentalidad es una operación capitalista, soberana, para bloquear y atascar los movimientos productivos del trabajo vivo. Les responde un renovado ataque de las y los ciudadanos-trabajadores y una capacidad de hacer fructificar las conquistas obtenidas.
Mirémoslo con atención, este juego que después del ’68 se puso en acto. Resistencia de los y las trabajadores para conquistar la satisfacción de viejas y nuevas necesidades, después represión. ¿Pero alcanza la represión a lograr el objetivo de bloquear la acción subversiva? Frecuentemente fuimos constreñidos a dar respuesta positiva a esta interrogante. Pero incluso cuando el movimiento subversivo fue bloqueado, veamos si de verdad la lucha haya tenido una resultante negativa. Y bien, no es así. Las reformas que las luchas, incluso perdedoras, acumulan, son importantes, son un aumento de “lo común” en las manos de la multitud del proletariado.
Atención a viejas voces que viene del pasado: ¿significa, la positividad de este proceso, que se debe ser “reformista” en la conducción del movimiento? Absolutamente no. Los reformismos no acumulan nada de común, acumulan solo derrotas y demoliciones de lo común, colaboran con la gobernabilidad capitalista, y pervierten las luchas. Al contrario, solo las luchas de resistencia que devienen subversivas, acumulan la riqueza común y la subdividen a través de instituciones de lo común. Circundados de instituciones de lo común, un cierto progreso conquistamos para nuestra vida y la de nuestros hijos. Lo testimonio en mi vejez.
Pero para tener abierto este dispositivo de lo común, de su conquista y de su acumulación, la historia de las luchas nos enseña que debemos organizarnos. He pasado la vida probando resolver esta tarea. No creo haberlo alcanzado, quiero decir, a descubrir una formula organizativa que tuviese la eficacia del “sindicato” en la Segunda Internacional o del “soviet” en la tercera. Hemos identificado el terreno de la multitud como conjunto de singularidades, operante como enjambre, como red, probablemente organizable en una verdadera democracia directa. No hemos logrado sin embargo ir más allá de experiencias “in vitro”. Pero la vía es aquella y ya recorrerla permite a la dialéctica de resistencia y subversión, desestabilizar el poder enemigo y desestructurar su sistema productivo, luego permite disponerse a la conquista de lo común y a la construcción de instituciones de lo común. La vía por recorrer es todavía larga y los vacíos de organización, los tiempos vacíos de la empresa subversiva, se pagan.
Nos enfrentamos con un fascismo resurgente. Sabemos que la lucha se hace difícil. No tenemos miedo, estamos en la línea del frente. Pensamos que nuestra resistencia es eficaz. Pero se necesita prepararnos para las consecuencias extremas a las cuales el fascismo puede arribar: la guerra. Quien ha vivido la guerra, quien la ha sufrido, sabe que la guerra fue, es y será una irresistible máquina de destrucción. Y esta vez, de la humanidad entera, dados los medios bélicos de los cuales las grandes potencias capitalistas pueden servirse. Guerra entre potencias = destrucción de las raíces de lo humano. El fascismo puede producir este desastre de lo humano, esta masacre de su historia sobre el planeta. Combatir el fascismo es entonces batirse por lo humano, sin jamás olvidar que el fascismo es capaz de destruirlo, cuando advierte que las reglas patriarcales de la sociedad, la estructura del comando para la explotación, y la soberanía de los propios intereses en la forma política del Estado, son puestas en peligro. Concentrémonos sobre este punto y organicémonos para no sufrir la decisión de guerra de un capitalismo entrecruzado con el fascismo. Evitar la guerra, combatir y vencer sobre el capital sin pasar a través de la guerra, es nuestra tarea. ¿Cómo hacer? El pacifismo será nuestra arma porque la paz es nuestro deseo.
He vivido y sufrido el fascismo. Mi corazón se ofende y mi cerebro se traumatiza cuando repienso aquella experiencia. He vivido después, desde el ’68 hasta hoy, sin miedo al fascismo. Los crímenes que se le imputaban, la Shoah en primer lugar, impedían que fuese nuevamente deseado, la gran masa de las poblaciones parecía haberlo repudiado definitivamente. Solo los funcionarios de la soberanía alcanzaban a acompañar en el recuerdo (y a ser conniventes en las prácticas) aquellas conductas criminales, a veces renovándolas. La represión del ’68 europeo fue un ejemplo de ello. Yo igualmente no he tenido nunca miedo, solo he desarrollado desprecio por esos delincuentes. Hoy la cosa es diferente: una nube de humo sulfuroso, una atmósfera espesa, imposible de atravesar con la mirada, nos rodea. El fascismo es ubicuo. Debemos rebelarnos, debemos resistir. Mi vida se me está yendo en ello, luchar después de los 80 deviene difícil. Pero aquello que me resta de alma, me conduce a esta decisión.
En la resistencia al fascismo, en la tentativa de romper este dominio, en la certeza de que lo logremos, ha sido escrito este libro. No me queda más, amigos y amigas míos, que dejárselos. Con la sonrisa, con la dulzura, dedicando estas páginas, estos tres volúmenes, a aquellos hombres y mujeres virtuosos que en el arte de la subversión y de la liberación me han precedido, y a aquellos y aquellas que seguirán. Hemos dicho que son eternos: la eternidad nos abrace.
fuente: http://www.euronomade.info/?p=15810
también editado en: https://liberacion.cl/2023/12/17/toni-negri-1933-2023-la-eternidad-nos-a/
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