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Notícies :: corrupció i poder
En tiempo de elecciones.
23 abr 2023
Un texto para reflexionar y replantearse la sociedad que nos rodea.

En el texto, delos más difundidos de su autor. Malatesta expone y contrasta por medio del diálogo la posición tradicional del anarquismo de abstención ante las elecciones .
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Luis.- ¡Buen vino es éste, amigo!
Carlos.- Psch, no es malo… pero sí es caro.
Luis.- ¿Caro? ¡Seguramente! Con tanto impuesto y con tantas contribuciones como se pagan al gobierno y al municipio, el litro viene a costar el doble
de lo debido. ¡Y si fuese tan solo el vino! El pan, la carne, la casa, todo cuesta
un ojo de la cara; y si el trabajo falta no se puede pagar ni aún lo más necesario. En fin, que no hay modo de poder vivir.
Sin embargo todo el mal viene de nosotros mismos. Si nosotros quisiéramos, todo se podría remediar. Precisamente, ahora es la ocasión para poner
manos a la obra.
Carlos.- ¿Sí? Veamos, veamos cómo.
Luis.- Es una cosa muy sencilla. ¿Eres elector?
Carlos.- Sí lo soy; pero como si no lo fuera, porque no he de votar.
Luis.- He ahí el mal. ¡Y después nos lamentamos! ¿No comprendes que tú
mismo eres tu propio asesino y el de tu familia? Tú eres uno de tantos que
por su indolencia y su rebajamiento merecen la miseria en que yacen. Y todavía es poco. Tú…
Carlos.- Bueno, bueno, no te sobresaltes. A mí me gusta razonar y no
quiero más que ser convencido. ¿Pero qué conseguiría si fuese a votar?
Luis.- ¡Cómo! ¿Qué necesidad hay de razonar tanto? ¿Quiénes hacen las
leyes? ¿No son los diputados y los ministros? Así pues, si eligiéramos buenos
diputados y buenos concejales, habría buenos ministros y buenos municipios
y, en consecuencia, serían mejores las leyes, se rebajarían las contribuciones,
se suprimirían impuestos tan odiosos como el de consumo, sería protegido el
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trabajo y, por ende, la miseria en que vivimos no sería tan espantosa.
Carlos.- ¡Buenos diputados, buenos ministros y buenos concejales! ¡Bonito canto de sirena! Se necesita estar sordo y ciego para no comprender que
todos son lo mismo. Como tú, hablan todos los que tienen necesidad de ser
elegidos. Todos buenos, todos democráticos; nos pasan la mano por el lomo,
llaman a nuestras compañeras para saludarlas, a nuestros niños para besarlos;
nos prometen ferrocarriles, puentes, agua potable, trabajo, pan a buen precio,
protección del Estado… todo lo que se quiera. Y después, si te he visto no me
acuerdo. Una vez elegidos, adiós promesas. Nuestras compañeras y nuestros
hijos pueden morirse de hambre; nuestro país puede verse asolado por las fiebres y toda clase de calamidades; el trabajo se paraliza y pan falta para la
mayor parte, y el hambre, la miseria, hacen estragos por doquier. ¡Pero qué!
El diputado no se ocupa para nada de nuestros desastres.
Para estas cosas está la policía. Para otro año se reanudará la burla. Por el
momento, pasada la fiesta, engañado el santo. ¿Y sabes? El partido político,
el color político, nada importa; todos, todos son iguales. La única diferencia
es que los unos se nos presentan cínicamente como son, mientras que los
otros nos llevan con su charla adonde quieren, haciéndose pagar banquetes y
otras zarandajas.
Luis.- Perfectamente; más, ¿por qué elegir a los burgueses? ¿No sabes que
los burgueses viven del trabajo de los demás? ¿Y cómo quieres que piensen
en hacer el bien del pueblo? Si el pueblo fuera libre, se habría concluido la
cucaña política para esos caballeros del bien vivir. Verdad es que si quisieran
trabajar estarían aún mejor, pero esto no lo entienden; no piensan más que en
sacar cuanto pueden la sangre del pobre pueblo.
Carlos.- ¡Oh! Ahora sí que empiezas a hablar bien. Solamente los burgueses o los que quieren ser diputados para llegar a ser burgueses, se ocupan de
los burgueses.
Luis.- Pues bien, evitemos esto. Nombremos diputados a los amigos probados, consecuentes, diputados populares, y así estaremos seguros de no ser
engañados.
Carlos.- ¡Eh, alto! No hay tantos de esos amigos probados. Pero ya que
eres curioso nombremos, nombremos esos diputados ¡como si tú y yo pudiéramos nombrar a quien mejor nos pareciera!
Luis.- ¿Tú y yo? No se trata únicamente de nosotros dos. Es cierto, ciertí4
simo, que nosotros dos nada podemos hacer; pero si cualquiera de nosotros se
esforzase por convertir a los demás, y éstos procedieran como nosotros, pronto contaríamos con la mayoría de los electores y podríamos elegir el diputado
que mejor nos pareciera. Y si lo que nosotros hiciéramos aquí lo hicieran en
los demás colegios electorales, llegaríamos a tener de nuestra parte la mayoría del parlamento y entonces…
Carlos.- Y entonces vuelta a la cucaña política para los que fueran al parlamento… ¿no es verdad?
Luis.- Pero…
Carlos.- ¿Pero me tomas como cosa de juego? ¡Qué mal vas! No parece
sino que ya cuentas con la mayoría y todo lo arreglas a tu antojo.
La mayoría, amigo, la tienen los que mandan, la tienen siempre los ricos.
Ahí tienes un pobre diablo, un labrador con su mujer enferma y cinco hijos
chiquitillos; anda y persuádele de que debe sufrir los rigores de la miseria, de
que debe consentir en verse en medio de la vía pública como un perro vagabundo, no sólo él sino también los suyos, por el placer de dar el voto a quien
no sea del gusto del burgués. Anda y convence a todos los que el burgués
puede hacer morir de hambre cuando le plazca.
Desengáñate: el pobre nunca es libre; y por tanto no sabría por quien votar.
Y si supiera y pudiera, aún tendría necesidad de votar a sus señores. Así tendrían éstos lo que desean, y buenas noches.
Lo mismo en el campo que en la ciudad, el trabajador es esclavo del que
manda o del que más tiene. En nuestros villorrios, en nuestras aldeas, en los
más reducidos lugares, el cacique es dueño y señor de todos los electores. Un
simple alcalde de barrio tiene más poder en una aldea que un banquero en la
ciudad. La sola presencia de un representante de la tiranía, se lleva por delante a todos los electores habidos y por haber.
Por desgracia, nuestros compañeros del campo se ven obligados a votar
por quien manda el cacique, o el alcalde, o el que les presta a un interés usurario algún dinero.
En las poblaciones grandes o pequeñas, el obrero industrial está totalmente
supeditado al fabricante, al maestro; y cuando no al médico, o al abogado, al
notario, al casero, hasta al tendero de aceite y vinagre. Ve y diles que voten, y
contestarán que desgraciadamente han de votar, quieran o no, por quien les
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manden.
¡Pobre del que se atreve a tener opiniones propias!
Luis.- Sin duda la cosa no es fácil. Se necesita trabajar, propagar para
hacer comprender al pueblo cuáles son sus derechos y animarle a afrontar la
ira de los burgueses. Necesitamos unirnos, organizarnos para impedir a los
burgueses que coarten la libertad de los trabajadores, arrojándoles a la calle
cuando no siguen sus consejos.
Carlos.- ¿Y todo esto para votar por don Fulano o don Mengano? ¡Qué
simple eres! Sí, todo lo que dices debemos hacerlo, pero de un modo distinto:
debemos hacerlo para que el pueblo comprenda que cuanto hay en el mundo
es suyo y se le roba; y que por tanto tiene el derecho, y si se quiere hasta la
fuerza, de arrebatarlo, y de arrebatarlo o recuperarlo por sí mismo, sin esperar
gracias de nadie.
Luis.- Pero, en fin, ¿cómo hacerlo? Alguno ha de dirigir al pueblo, organizar las fuerzas sociales, administrar justicia y garantizar la seguridad pública.
Carlos.- No, no. Nada de eso.
Luis.- ¿Y cómo entonces? ¡El pueblo es tan ignorante!
Carlos.- ¿Ignorante? El pueblo lo es, en verdad, porque si no lo fuera,
pronto enviaría a paseo toda la jerigonza gubernamental. Pero yo creo que tus
propios intereses te lo harán pronto comprender. Si dejáramos al pueblo obrar
por su cuenta, arreglaría sus cosas mejor que todos los ganapanes que, con el
pretexto de gobernarlo, lo explotan y tratan como a una bestia.
Es curioso lo que te ocurre con esta historieta de la ignorancia popular.
Cuando se trata de dejar al pueblo que haga lo mejor que le parezca, dices
que no tiene capacidad ninguna; cuando, por el contrario, se trata de hacerle
nombrar diputados, entonces se le reconoce ya una cierta capacidad… y si
nombra alguno de los nuestros, entonces se le atribuye una sapiencia estupenda…
¿No es cien veces más fácil administrar cada uno por sí mismo lo que le
pertenezca, que encontrar uno que sea capaz de hacerlo por otro? No sólo, en
este último caso, se necesita conocer cómo había de hacerse todo para juzgar
la idea del que se escogiese, sino también saber discernir la sinceridad, el talento y las demás cualidades del que solicitare nuestros votos. ¿Y si el diputado quisiera servir sinceramente nuestros intereses, no debería preguntar por
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nuestra opinión, indagar nuestros deseos, acatar nuestras decisiones? Y entonces, ¿por qué dar a nadie el derecho de obrar a su antojo y de engañarnos y
traicionarnos si bien lo juzga?
Luis.- Pero como los hombres no pueden hacerlo todo por sí mismos,
como no sirven para todo, de aquí la necesidad de que alguno cuide de la
cosa pública y arregle los asuntos de la política.
Carlos.- Yo no sé qué es lo que tú entiendes por política. Si entiendes que
es el arte de engañar al pueblo y robarle haciéndole gritar lo menos posible,
persuádete de que haríamos nosotros mismos otra cosa. Si por política entiendes el interés general, y el modo de hacerlo todo de acuerdo con la mayor
ventaja para cada uno, entonces es una cosa de la que debemos ocuparnos y
entender todos, como todos, por ejemplo, sabemos acudir a la mesa de un
café sin incomodarnos los unos con los otros, divirtiéndonos sin molestia
para nadie. ¡Qué diantre! No parece sino que hasta para sonarnos habríamos
de necesitar un especialista y darle por añadidura el derecho de arrancarnos la
nariz, si no nos sonábamos a su gusto.
Por lo demás, se comprende que el zapato debe hacerlo el zapatero y la
casa el albañil. Pero nadie sueña en dar al zapatero y al albañil el derecho de
gobernarse, administrarse… Pero volvamos al asunto.
¿Qué han hecho a favor del pueblo los que han ido y van al parlamento y
al municipio para hacer el bien general? ¿Y, aún los mismos socialistas, se
han mostrado mejores que los demás? Nada, lo que te he dicho, todos son
iguales.
Luis.- ¿También la emprendes con los socialistas? ¿Qué quieres que hagamos, si verdaderamente no podemos hacer nada? Somos pocos, y aunque en
algún municipio tengamos mayoría, estamos completamente sitiados por las
leyes y la influencia de la burguesía que nos ata de pies y manos.
Carlos.- ¿Y por qué vais entonces a votar? ¿Por qué insistís, si no podéis
hacer nada? Será porque los elegidos podrán hacer algo para sí mismos, en su
provecho propio.
Luis.- Dispensa un momento: ¿Eres anarquista?
Carlos.- ¿Qué te importa lo que soy? Escucha lo que digo, que si ves que
mis argumentos son buenos, apruébalos, si no, combátelos y trata de convencerme. Sí, soy anarquista, ¿y qué?
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Luis.- ¡Oh, nada! Yo tengo mucho gusto en discutir contigo. También yo
soy socialista, pero no anarquista, porque me parece que tus ideas son demasiado avanzadas. Más, comprendo que en muchas cosas tienes razón. Si hubiera sabido que eras anarquista, no te hubiera dicho que por medio de las
elecciones y del parlamento puede obtenerse el bien deseado, porque mientras seamos pobres, serán siempre los ricos los que confeccionen las leyes, y
las harán siempre en provecho propio.
Carlos.- ¡Pero tú eres, entonces, un embaucador! ¡Cómo! ¿Sabes la verdad
y predicas la mentira? Cuando no sabías que yo era anarquista, decías que eligiendo buenos diputados y buenos concejales se convertiría la Tierra en un
verdadero paraíso. https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Errico%20Malatesta

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Comentaris

Re: En tiempo de elecciones.
25 abr 2023

QUE VIVA LA ANARQUIA CARAJO!!!

https://youtu.be/zWPeD77xCsQ
Sindicato Sindicat