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Notícies :: corrupció i poder
"Dios ha muerto" (“Gott ist tot”)
29 des 2022
"Me gustaría, y este será el último y más ardiente de mis deseos, que el último de los reyes fuera estrangulado con las tripas del último sacerdote"(*)
"Dios ha muerto!”, gritaba un loco. La muerte de dios es un deceso que no ha ocupado grandes titulares en los medios de comunicación, pese a ser un fallecimiento anunciado oficialmente hace dos siglos, y extraoficialmente hace tres, por diversos filósofos y pensadores -como Nietzsche (La gaya ciencia, Así habló Zaratustra, El nacimiento de la tragedia), Hegel (Fenomenología del espíritu, Fe y saber), Dostoievski (Los hermanos Karamazov)…, o Jean Meslier (**)-, y ante esa coincidente afirmación, cada uno desarrolló su propia idea y argumentación para, posteriormente, numerosos filósofos y pensadores dar vueltas en torno a ella, reinterpretándola con sus personales ideas.

Pero el pensamiento no es patrimonio exclusivo de filósofos y desde mi profana y poco humilde posición de librepensador desde el pensamiento crítico, me apetece retorcerla un poco más y hacer elucubraciones para marmolear el epitafio de dios, y hacerlo tan pesado que ni su hijo pueda resucitar.

Antes de empezar quisiera hacer una aclaración fundamental, para ello partiré de las palabras de Heidegger en las que afirmaba que la frase de Nietzsche, no se refería únicamente a la muerte del dios cristiano, sino a todo lo que rodea el mundo sobrenatural, ideal y suprasensible. Son todas esas cosmologías mitológicas, politeístas, animistas o monoteístas, las que se debilitan y pierden sus fuerzas porque ya no son capaces de aportar más vida.

Pero para continuar y contextualizar mis palabras, necesito recordar que Nietzsche fue un pensador crítico con la cultura occidental y es por ello que a lo que me voy a referir en todo momento, es a nuestra forma de cultura y las manifestaciones de credos monoteístas y, como intentaré explicar, nada de lo expuesto debería extenderse o atribuirse a cualquier otra forma cultural ajena a ellas y a la occidental, una cultura que ha ido matando progresivamente lo poco que quedaba de humanidad. De hecho el propio Nietzsche percibía en nuestra cultura, un ataque directo contra lo dionisíaco (lo vital, todo lo que aporta vida), en nombre de lo apolíneo (la moral y el racionalismo con todos sus prejuicios). Sin la fuerza de algún orden trascendente, en ese pasado remoto ausente de conocimiento, los seres humanos no hubiésemos podido encontrar otro sentido a nuestra existencia, que las mismas luchas de las distintas voluntades de poder.

Y sin embargo, la muerte de dios no supuso el regocijo que aportaba la experiencia de libertad y que nos situaba a la misma altura de aquellos dioses que decidían vivir como les place, sino que supuso miedo, dolor, inseguridad, amargura..., para el común de los mortales. Como decía Onfray, “los monoteísmos han llenado el mundo de sufrimiento”.

¿Y cómo es que habiendo profundizado tanto en el conocimiento, no hemos sido capaces de liberarnos de esos padecimientos?

Preguntas como esta, probablemente tendrían infinitas posibles respuestas y no es mi tarea entrar en el vano esfuerzo de descifrarlas. Lo que sí que me gustaría compartir, es cierta intuición que me motiva y refuerza el convencimiento para reflexionar sobre esta situación de porqué, teniendo la oportunidad y las condiciones para ser más libres, sentimos que no lo somos o por lo menos, no lo suficiente.

Intuyo que esa libertad que ofrece la muerte de dios, ya nos llegó mutilada por las múltiples tradiciones que se fueron incorporando a nuestra cultura, asentada en unos sistemas de pensamiento opresivos y depredadores de toda vida, situando lo vital en diversas estructuras que sustentan jerarquías con finalidades represivas, posesivas y de corrección a modo de la ortopedia social de Foucault. Así, todo intento de libre albedrío se ha visto condicionado o limitado por numerosas normas y un sistema educativo que lo ha mantenido amordazado.

¿Y cómo es posible eso? De nuevo debo insistir que no tengo intención de responder a cuestiones que abrirían una discusión que daría pie a "soluciones" tan sesgadas como nuestra libertad. Nadie puede aportar más que sus experiencias y opiniones en base a la reflexión personal, y sólo la compartición de todas ellas y su contraste y conocimiento desde la empatía, desprendiéndose de sentimientos posesivos y autoritarios, podrían trazar caminos para empezar a ser explorados. La libertad no puede ser un destino, sino la infinidad de caminos que se cruzan, fluyen y transitan compartidos en igualdad.

Pero para poder iniciar cualquiera de ellos, se me ocurre que antes deberíamos intentar encontrar alguna posible explicación de cómo hemos llegado hasta esta triste y lamentable situación, especialmente para evitar volver a deambular buscando la seguridad de una ruta que nos conduce por lo conocido.

Tengo la indudable convicción que desde los orígenes de nuestra cultura occidental, allá por esa Grecia de los pensamientos filosóficos clásicos de Sócrates, Platón, Aristóteles..., ya empezó a avanzar en las ideas, pero también en la ambición de estar más cerca del anhelo de convertirnos en dioses crueles y vengativos.

La existencia de divinidades, daban una gran seguridad para la vida y sentido a nuestra existencia. Y si los dioses eran capaces de ordenar y dominar todos los elementos naturales y seres vivos de la naturaleza, para parecernos a ellos, deberíamos separarnos de ella para mejor dominarla.

El camino que emprendió nuestra cultura occidental, se desvió de aquel en el que nos sentíamos una parte pequeña y frágil del cosmos. Necesitábamos comprender porqué se producían toda una serie de acontecimientos naturales que nos superaban, crecidas de ríos, mares embravecidos, vientos huracanados, selvas hostiles, territorios desérticos, nieves eternas, noches profundas e inciertas, y muy especialmente la vida… La percepción de una fuerza hostil y destructiva de los elementos naturales, nos invitaba a buscar cobijo para resguardarnos de ellos e intentar encontrar la manera de calmarlos a través de ofrendas, rituales y sacrificios. La necesidad de protección y seguridad viene de tan lejos que es muy probable que la llevemos escarificada en algunas partes de nuestro ADN.

A medida que íbamos profundizando en el conocimiento, más nos distanciábamos de la naturaleza para intentar comprenderla y dominarla. Como en principio el conocimiento no era accesible más que para unxs pocxs, el avance fue muy lento y conseguir cualquier adelanto llevaba infinidad de tiempo.

"Los nómadas son mucho más valientes que quienes se someten a las leyes. Vemos también que a los que soportan las normas y su disciplina desde jóvenes, educándose y aprendiendo las artes, las ciencias y la religión, se les merma mucho el valor y pierden prácticamente la capacidad de defenderse por sí mismos"

(Ibn Jaldun, s XIV)
(***)

Con la evolución de la cultura olvidábamos con demasiada facilidad el pasado del que veníamos. Tengo la intuición que con el paso del tiempo íbamos borrando esos recuerdos de encontrarnos a merced y capricho de los elementos naturales y olvidábamos progresivamente el importante aprendizaje que nos aportó el nomadismo, aferrándonos a un sedentarismo cada vez más necesitado de seguridad, frente a los saqueos y la protección de esas primeras formas de propiedad. La aparición de los diversos imperios, reforzaron las necesidades surgidas de los temores y la ambición para una mayor extensión del dominio. Someter un territorio era controlar todo lo que se movía y respiraba en él, pasando, la opresión y los límites territoriales, a formar parte fundamental de nuestros valores culturales occidentales, constituidos por infinidad de identidades sometidas por constantes guerras e invasiones que alimentaron las ansias de más poder, territorios y acumulación de riquezas materiales.

Y es así, en un mundo voraz y agitado, que todavía no se había desprendido de los miedos atávicos, que se tuvo conocimiento de la existencia de otros mundos y de sus inestimables riquezas. Desde un extremo del viejo y convulso continente, plagado de penumbras, conspiraciones y revueltas, se parte hacia otros mundos con la inicial pretensión de abrir nuevas rutas comerciales, lo que llegará a provocar la fiebre cultural de invadir esos nuevos mundos, casi desconocidos hasta entonces, para apropiarse de sus territorios y especialmente de sus riquezas naturales y materiales. Hasta que se tropezó y chocamos con esas culturas, los otros mundos apenas habían despertado otro interés que el comercio de esclavxs.

El impacto entre mundos tan distintos, puso de manifiesto unas tremendas e insalvables diferencias culturales. La occidental, dominada por aspectos de propiedad, poder, codicia, tecnología o sentimientos de una superioridad a imagen de su dios "único y verdadero", y las indígenas que, más allá de sus diferentes creencias y rituales, eran percibidas como atrasadas y salvajes al estar completamente integradas en los entornos naturales con los que convivían. Es por ello que, para apropiarse de las riquezas de aquellas tierras, los invasores no sólo tuvieron que guerrear contra los pueblos nativos, sino también contra los territorios salvajes que los acogían. Esto ya nos habla de la dimensión tan distante hacia la naturaleza de la cultura invasora, con respecto a la invadida y exterminada. El genocidio de indígenas o su conversión violenta a la religión católica, pasaron a ser otros de los valores culturales tan importantes como imprescindibles para la continuación del saqueo, la evangelización y la dominación.

Durante siglos occidente se rodeó de ciertas creencias y señas de identidad que hicieron que, a medida que pasaba el tiempo, se vieran infinitamente reforzadas y ampliadas. Una de ellas, fue la evangelización de su único y omnipotente dios verdadero. Los referentes de los múltiples dioses y héroes de las mitologías, habían desaparecido y se fortalecía el anhelo de asemejarse al único posible que reunía todas las cualidades que se ambicionaban en los anteriores. El dios amoroso fue reemplazándose por uno vengativo, al que le sumaron la codicia de quien pretende llevar e imponer su palabra en cualquier rincón del mundo. Asumieron su capacidad omnipotente, su ubicuidad para aparecer en cualquier parte, la propiedad de un pueblo de escogidos y de seres superiores, no por su amor, sino por su crueldad y avaricia. De ahí la aparición de los diferentes grupos milenaristas que se opusieron y revelaron contra el Papa y su lujo eclesiástico. La Iglesia con "mayúsculas", no tuvo piedad alguna con ellxs, los persiguió e incluso creó una orden inquisidora para torturar, "cristianamente", a tanto hereje y "expulsar al diablo” que hipotéticamente llevaban dentro y que les confundía con semejantes ideas de igualdad y pobreza. Una especie de "comunismo cristiano". Por eso no me sorprende cuando, desde la política, las ideas ultraconservadoras siguen proyectando esa imagen “diabólica” sobre el comunismo, como "el mal" o la antesala de un aterrador "infierno" igualitario.

Lxs milenaristas ni fueron lxs primerxs, ni tampoco lxs últimxs. La Iglesia con "mayúsculas" también persiguió a sus más fervorosos defensores, cruzados y cátaros, a parte de ser objeto de cismas y reformas que dividieron la unidad en su fe y a su único dios, ya un poco menos verdadero verdadero, apartándose cada vez más de los primitivos cristianos igualitarios y del culto cuando se les unió el primer imperio: el ortodoxo. El principal papel de esa Iglesia con "mayúsculas", no fue caminar con los pueblos empobrecidos, sino aliarse con el poder militar, político, económico y aristocrático, para someter a más pueblos y seguir enriqueciéndose. Gran parte de las ermitas y catedrales en las que lxs trabajadorxs mantenían un acto íntimo de comunión con su dios, fueron edificadas por ellxs mismxs, con sus propias manos, entregando sus vidas y esfuerzos tras las jornadas de duro trabajo. Esos mismxs trabajadorxs, posteriormente fueron desalojadxs de los lugares de culto que construyeron, pasando a ser propiedad de esa Iglesia con "mayúsculas". Lo de "mayúsculas", no es por el tamaño de la tipografía, sino por la descomunal dimensión de crímenes y barbaridades que cometieron y que siguen, a otro nivel, provocando.

Tenemos una cultura que ha llevado a sus pueblos a dar la espalda a la naturaleza, en nombre de un demiurgo y luego, despojados de sus lugares de culto, los han convertido en siervos de dios y de las jerarquías eclesiásticas con "mayúsculas". La única comunicación que se les permitía con lo íntimo, era a través de la producción del trabajo: “ora et labora”. Las formas productivas, con las invasiones de los nuevos mundos y sus expolios, dieron paso a las primeras fases de capitalismo incipiente. El arte fue una forma de producción en la que se proyectaba el poder de reyes, imperios e Iglesias con "mayúsculas", y para ello subvencionaron el surgimiento del individualismo con los creadores y artistas, lo que elevó la cultura a una dimensión diferente a la que le llevaba el desarrollo de la tecnología. Ambas confluirían “multidisciplinarmente” en el avance del capitalismo.

Sin dioses a los que poder aferrase y de espaldas a una naturaleza cada vez más confiscada por los "grandes" señores para sus lujos y diversiones, los pueblos fueron poco a poco descreyendo o no encontrando a qué aferrarse. Se podía sufrir en vida porque tras la muerte, cabía la posibilidad del gozo de la vida eterna en el paraíso, pero las eternidades pasaron a ser fugaces y los paraísos efímeros y artificiales. Sin esperanza, Nietzsche golpeó con fuerza el yunque de las ideas que cohesionaban la cultura occidental y sus mundos, haciéndola añicos. Dios murió a martillazos.

Actualmente volvemos a encontrarnos en otro punto crucial de la historia, equiparable al de las invasiones de nuevos mundos con el expolio de sus tierras y riquezas, solo que en el planeta ya no quedan otros mundos por invadir, salvo los virtuales y por eso las grandes corporaciones que sustentan y conforman el capitalismo y su explotación, miran hacia remotas posibilidades de vidas en otros planetas y se inventan la realidad virtual del metaverso.

Pero los devaneos espaciales todavía parecen lejanos y precisan de más ensayos antes de acometerlos, y los mundos virtuales, con sus propiedades inmateriales, ofrecen un territorio artificialmente fértil que puede servir como laboratorio para sus experimentos. ¿Adivináis quienes haremos de cobayas?

No voy a profundizar sobre estas distopías “apasionantes”, sino detenerme un instante para mirar hacia atrás, y deciros que, sin saber cómo puede acabar nada, sí proponer cómo, en mi opinión, es posible que empiece algo, sin tener que volver a recorrer los caminos que nos han llevado hasta las altas velocidades del colapso.

Con la pandemia del coronavirus he tenido la sensación que aparecía mucha gente emulando las antiguas herejías. Sinceramente, me parece que no eran más que espejismos de un nuevo "milenarismo", proponiendo de manera artificiosa el regreso a la naturaleza, a través de pócimas y ungüentos que consideraban remedios naturales. En su mayoría evitaban mencionar el nombre de su dios y nos distraían hablando de curanderos, chamanes o soluciones milagrosas contra el "no virus".

Si algo podemos aprender de todo el recorrido histórico de la cultura occidental, es que nunca debimos de dar la espalda a la naturaleza, sino aprender a vivir lo más armoniosamente integradxs en ella. Otra de las cosas que se me ocurre que podemos recuperar de todo ese proceso histórico de nuestra cultura, es el gran avance en el conocimiento, aunque ahí debemos de ser tremendamente críticos y cautos con sus logros tecnológicos y científicos. Ni todo ha sido un desastre, ni tampoco una excelencia. La propuesta no es crear una nueva fe, sino deshacernos de todas ellas. El conocimiento lo que nos permite, sobretodo, es separarnos de dios y sus múltiples creencias. No hay magias, ni energías o fuerzas paranormales que nos acerquen a ningún destino, porque las vidas en libertad, como dije anteriormente, están en los caminos, no en un lugar de llegada concreto.

Si desandamos el camino recorrido, hasta reencontrarnos de nuevo con la naturaleza, y conseguimos integrarnos en ella con el desapego y el escepticismo radical sobre las creencias, nos acercaremos al punto de revolucionar en comunidad nuestras vidas.

No necesitamos ni esoterismos, ni artes adivinatorias, ni chamanxs, ni curanderxs. Sin un entorno que pueda dar sentido a cada unx de ellxs, no son más que cargas dogmáticas y pesadas para ese desandar. Parece sencillo pero no lo es por la enorme dependencia y alienación que nos produce nuestra cultura, sus mercancías, la necesidad de producir y consumir cosas inútiles y las maneras jerarquizadas de relacionarnos. La cultura acaba siendo como una piel sobre la piel que llevamos a todas partes, y es preciso mudarla.

La gente de ideas conservadoras o ultraconservadora, proyectan una imagen del comunismo como si fueran hordas enloquecidas "que quieren arrebatarles lo que es suyo". Y en parte se equivocan. Sí, somos hordas y nos han enloquecido, pero no vamos a quitarles lo que dicen que les pertenece, porque nada de lo que poseen es suyo.

Dejemos de asustar a jóvenes, niñxs y ancianxs con chemtrails, terraplanismos, vacunas con microchips, grandes reemplazos o apocalipsis comunistas. La devastación del planeta y de todas las vidas que habitamos en él, es evitable si empezamos acabando con el patriarcado, el capitalismo y su enajenación consumista y acumulativa.

Nuestra morada es el planeta tierra con sus ríos, montañas, mares y seres vivos, y estamos rodeadxs por la inmensidad de un cielo henchido de estrellas, planetas, cometas, asteroides, lunas y soles que solo necesitamos observar y movernos con ellos, ni explorar, ni invadir.

Nuestro esfuerzo y lucha debería concentrarse en ser esa minúscula parte, nada despreciable, que puede encontrar un nuevo sentido junto a todas las formas de vida en la naturaleza. Hemos conseguido salir de la caverna de Platón y hemos descubierto qué es lo que producían las espantosas sombras. Por ello, ya no tenemos que seguir especulando sobre ellas y sus misterios. La vida ya no nos da miedo porque dios ha muerto, y el patriarcado y su capitalismo los podemos hacer caer, y con ellos todas esas instituciones que, con la fascinación del consumo, sus frivolidades y falsas necesidades, nos han mantenido secuestradxs y privadxs de las más elementales libertades para decidir sobre la relación de nuestras existencias con todas las formas de vida del planeta.

In memoriam nikita forova / black army editions

(*) Esta es una frase que habitualmente suele aparecer bajo la autoría de Denis Diderot, pero es muy probable que fuese extraída de los escritos de “Memorias de los pensamientos y opiniones de Jean Meslier”, allá por el 1700, conocidas también como “Testamento de Jean Meslier”. Voltaire publicó una antología de los escritos de Meslier, pero solo hizo públicos los “soportables” para la época y en donde su ateísmo radical quedaba completamente desdibujado. Michel Onfray es un admirador de los textos originales de Meslier y escribió sobre él. A finales del siglo XX, la frase fue adaptada por la trotskista francesa Arlette Laguiller, sustituyendo “reyes” por “patronos”. Quiero suponer, y si no es así es lo que sospecho que ha sucedido, que Arlette anticipaba el papel del neoliberalismo, en el que el Capital desplazaba y ocupaba el lugar del Estado en su función de toma de decisiones.

(**) Sobre Jean Meslier se puede leer, “Un padre para el ateísmo”

https://www.nodo50.org/tierraylibertad/226.html#articulo2

(***) A pesar de las acertadas palabras de Ibn Jaldun, no deberíamos dejarnos fascinar por el personaje pues, pese a reconocer su nociva corrupción y burocracia, consideraba que el Estado era necesario. Ibn Jaldun ha influído en los “libertarianos”, los autodenominados “libertarios capitalistas” o “anarco-capitalistas” para diferenciarse de los neoliberales, aunque no son más que otra de sus franquicias.

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