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Anàlisi :: criminalització i repressió : mitjans i manipulació : pobles i cultures vs poder i estats |
Cómo protestar contra las medidas restrictivas sin que te llamen negacionista
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per Fuente: Gessamí Forner |
11 nov 2020
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El movimiento por la vivienda de Catalunya ha articulado el primer discurso contra las medidas restrictivas capaz de aglutinar malestar social y responder colectivamente a él con la mascarilla puesta, culminando unas protestas callejeras que empezaron en Bilbao convocadas por la ultraderecha y que se replicaron en todo el Estado. |
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«El movimiento por la vivienda puede albergar a todo hijo de vecino. Y desde la necesidad material, que es la raíz y el catalizador del problema, podemos alcanzar su complejidad», resume Eulàlia Castelló, miembro del colectivo de apoyo a la Casa Buenos Aires de Barcelona, desahuciada la pasada semana a petición de la congregación religiosa Pares Pauls, y cuya respuesta social fue una multitudinaria protesta.
En el centro de Barcelona, en las escalinatas de su imponente catedral, el movimiento por la vivienda de la ciudad leyó un breve pero contundente comunicado: «Nos imponen medidas restrictivas que vulneran los derechos civiles más básicos, nos encierran en casa, nos aíslan de nuestras redes comunitarias y derrumban nuestra salud emocional. Si Barcelona es la zona de guerra contra los pobres, lucharemos por la paz justa que merecemos. Una paz sin desahucios, sin control policial, sin miedo, sin dejar a nadie atrás».
Fue la primera manifestación multitudinaria -alrededor de 4.000 personas, según el recuento de La Directa- y la primera que armó un discurso contra las medidas restrictivas desde la izquierda. Izquierda sin negacionismo, izquierda con conciencia de clase y mascarillas.
La manifestación de Barcelona fue el toque final a unas protestas que arrancaron tres noches antes en Bilbao y que se replicaron por todo el Estado: jóvenes alentados por redes sociales de la ultraderecha prendieron fuego a 25 contenedores en la plaza Indautxu del pudiente barrio del Ensanche, a dos pasos de la comisaría de la Policía Nacional. Hubo seis jóvenes detenidos, varios con antecedentes: violencia de género, tráfico de drogas, multas por saltarse el confinamiento y por no llevar mascarilla, confirmó la Ertzaintza.
Días antes de la manifestación del movimiento por la vivienda, la CUP había convocada otra, con el lema Capital o vida, para protestar contra el toque de queda y otras medidas restrictivas impuestas por la Generalitat. Pero a la movilización de la CUP se añadieron negacionistas. Los primeros coreaban eslóganes anticapitalistas, los segundos veneraban la libertad.
«El momento que vivimos está lleno de contradicciones», resume Mikel Álvarez, que participa en Bilbao en el movimiento juvenil Eragin y también en el sindicato LAB. «Creo que la izquierda tiene un doble papel: tiene que hacer un ejercicio de responsabilidad ante la opinión pública y dejar claro que las medidas de distanciamiento y disciplina colectiva deben ser cumplidas, porque si no el virus se propaga por todos los sitios. Pero también debe canalizar esa rabia conectando con una parte de la sociedad que, en muchos casos, es la que peor lo está pasando, al ser los colectivos más vulnerables y los más sacrificados como consecuencia de esta crisis».
En el País Vasco, la representación del movimiento por la vivienda es casi anecdótica, y reciente, pero el sindicalismo laboral tiene un amplio recorrido e incidencia. Y en la tarde de ayer, horas antes de que el Gobierno vasco decretara el cierre de la restauración durante todo el mes de noviembre, el sindicato LAB apoyó las movilizaciones convocadas por la hostelería para este sábado en Bilbao, Donostia, Gasteiz e Iruña. Un sindicato de izquierdas apoyando a patronales. «Con el compromiso de trabajos dignos», añadían fuentes de la organización.
¿Por qué un sindicato de izquierdas se fija en la hostelería? ¿Qué podrían tener en común el trabajador de una taberna de Zarautz y una mujer desahuciada en Barcelona? La quiebra económica que ha traído la pandemia. Catalunya y Navarra van por la tercera semana del cierre de la restauración, País Vasco empezará mañana. Y la clase popular. No todos los restaurantes tienen una estrella Michelin ni los ha puesto papá. Están repletos de autónomos y precarios, negocios familiares y alguna cooperativa, aparte de esconder una economía sumergida del tamaño de un iceberg (13.000 establecimientos; 62.000 empleos oficiales).
O ESTÁS TÚ O ESTÁ LA ULTRADERECHA
«El enfado callejero no articulado se lo va a llevar la ultraderecha», resume la politóloga vasca Jule Goikoetxea. «En una situación polarizada, hay que articular la rabia para que sea efectiva y solucione las necesidades urgentes de la vida de quien menos tiene. Y ese discurso hay que articularlo desde los barrios y con la gente».
Pero para hacer frente a las necesidades de la vida, «la ultraderecha tiene más dinero», indica Goikoetxea. «¿Hay chavales quemando cosas? Dentro de nada los financiará la ultraderecha, es decir, la élite. Como pasa en Alemania y en casi todos los sitios. El problema de la izquierda es que no tenemos recursos ni para solventar las demandas más urgentes de la gente». Pero, ¿y si los recursos se toman?
«No sé si los jóvenes que queman contenedores son más proclives a la derecha o si lo son con quienes les ofrecen más seguridad», añade al respecto Eulàlia Castelló desde Barcelona. «A través de discursos demagógicos y populistas, quien da seguridad es la derecha, aunque no lo consigan en la práctica». El movimiento por la vivienda ha logrado ofrecerla, dando una vuelta de tuerca casi imposible: renombrar el significado de familia.
«Hemos transformado el concepto entendiéndolo como comunidad que defiende tu casa en la puerta. Que sabemos que cuando nos necesitamos, nos tenemos. El concepto de familia es clave para romper ese espejismo de la derecha que estará por ti, cuando en realidad quien está contigo, cada día, cuando las instituciones fallan porque están desbordadas, son los movimientos de vivienda y las redes de apoyo que abastecen alimentos», concluye Castelló.
Las redes de apoyo mutuo de Barcelona atendieron a miles de personas en el peor momento del confinamiento domiciliario, algunas incluso derivadas por Servicios Sociales.
En Catalunya, recuerda además Castelló, el movimiento por la vivienda es una organización robusta, que bebe de la tradición de lucha más reciente y del movimiento okupa de los 90. Es en Barcelona donde, en 2009, nació la Plataforma de Afectades per la Hipoteca (PAH), y es en Catalunya donde, el pasado año, el congreso del movimiento por la vivienda, pensando en clave organizativa, «pasó a ser menos movimiento y más organización». Fruto de ello es la aprobación de la ley catalana de regulación de los alquileres del pasado mes de septiembre, y el empuje para conseguir que el Gobierno español decrete la paralización de los desahucios en este estado de alarma.
Para el experto en redes sociales y ultraderecha, Julián Macías, el dinero también es la clave de todo. «Todos los grupos negacionistas y su difusión tienen su origen en la extrema derecha, aunque su desarrollo sea más transversal. Es una guerra mediática con ingeniería comunicativa. Tienen una estructura gigante que llevan años construyendo a través de entramados de fundaciones bien alimentadas de fondos económicos de las élites, que tienen la capacidad de sacarse de la chistera un día a Ciudadanos; al siguiente, a Vox».
Las fundaciones de ultraderecha tienen la capacidad de incidir en la pulsión social, política y económica que deseaban Jose María Aznar y Esperanza Aguirre, a través de los medios del siglo XXI y con el dinero de la élite, sostiene el investigador de redes Julián Macías. Mientras que la izquierda camina a tientas con instrumentos del siglo XX en pleno siglo XXI y con los bolsillos agujereados, añade la politóloga Jule Goikoetxea.
Los veinte vecinos desahuciados de la Casa Buenos Aires de Barcelona son originarios del barrio. «Marcharon previamente a pueblos de alrededor porque no podían permitirse quedarse en la ciudad», explica Castelló. Una ciudad dopada de fondos buitre les expulsó y un movimiento preñado de apoyo mutuo les devolvió al barrio. Ahora transitan en alternativas habitacionales entre familiares de sangre, amigos y vecinos, una comunidad que está tramando cómo conseguir, una vez más, una solución material para un problema urgente, como es la vivienda, y que clama contra medidas restrictivas que empobrecen aún más a las clases populares. |
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