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Notícies :: antifeixisme
Cuando las insurrecciones mueren (Gilles Dauvé)
16 feb 2020
CUANDO LAS INSURRECCIONES MUEREN
x GILLES DAUVE / 1979

[1o Edición a cargo de Mariposas del Caos, en Junio del 2008 en el estado argentino.
Traducción realizada por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques]
Introducción
“Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan formando una
unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una
nueva forma comunista de la tierra.”
Marx y Engels, Prefacio a la edición rusa del manifiesto comunista, 1882
Esta perspectiva no fue realizada. El proletariado industrial europeo perdió su cita con una revitalizada
comuna campesina rusa.
Brest-Litovsk, Polonia, diciembre de 1917: los bolcheviques proponen la paz sin anexaciones a una
Alemania con la intención de tomar para sí una gran porción del viejo Imperio Zarista, desde Finlandia hasta
el Cáucaso. Pero en febrero de 1918, los soldados alemanes, los “proletarios en uniforme”, obedecen a sus
oficiales y reanudan la ofensiva contra una Rusia todavía gobernada por los soviets. Ninguna fraternización
tiene lugar, y la guerra revolucionaria abogada por la izquierda bolchevique se demuestra imposible. En
marzo, Trotsky tiene que firmar un tratado de paz dictado por los generales del Kaiser. "Intercambiamos
espacio por tiempo", dijo Lenin, y de hecho, en noviembre, la derrota alemana transforma el tratado en un
simple pedazo de papel. Sin embargo, la prueba práctica de la conexión internacional de los explotados no se
materializó. Unos meses más tarde, volviendo a la vida civil con el final de la guerra, estos mismos
proletarios enfrentan la alianza del movimiento obrero oficial y los Freikorps 1 . La derrota sigue a la derrota:
en Berlín, Baviera y luego en Hungría en 1919; el Ejército Rojo del Ruhr en 1920; la Acción de Marzo en
1921...
Septiembre de 1939. Hitler y Stalin acaban de repartirse Polonia. En el puente fronterizo de Brest-Litovsk,
varios cientos de miembros del KPD 2 , refugiados en la URSS son posteriormente arrestados como
“contrarrevolucionarios” o “fascistas”, son sacados de las prisiones estalinistas y entregados a la Gestapo.
1917-1937, veinte años que sacudieron el mundo. La sucesión de horrores representados por el fascismo,
luego por la Segunda Guerra Mundial y los subsecuentes levantamientos, son los efectos de una crisis social
gigantesca abierta con los motines de 1917 y cerrada por la Guerra Civil Española 3 .
No es “fascismo o democracia”, sino fascismo y democracia
De acuerdo a la actual sabiduría izquierdista, el fascismo es el poder estatal y del capital en su crudeza y en
su brutalidad, sin máscara alguna, de manera que la única manera de liquidar al fascismo es terminar con el
capitalismo.
Hasta ahí, vamos bien. Desafortunadamente, tal análisis suele volverse contra sí mismo: como el fascismo es
el capitalismo en su peor forma, debemos prevenir que éste llegue a esa forma luchando, por ejemplo, por un
capitalismo “normal”, no fascista, e inclusive apoyar a capitalistas no fascistas.
Además, como el fascismo es el capitalismo en su forma más reaccionaria, tal visión significa intentar
promover al capitalismo en su forma más moderna, no feudal, no militarista, no racista, no represiva, no
reaccionaria; un capitalismo más liberal, en otras palabras, un capitalismo más capitalista.
Si bien sería más que extenso detallar cómo el fascismo sirve a los intereses del gran capital 4 , el antifascismo
mantiene que el fascismo podría haber sido evitado en 1922 o 1933, o sea sin destruir el gran capital, si tan
solo el movimiento obrero y/o los demócratas hubieran puesto bastante presión para mantener a Mussolini y
a Hitler lejos del poder. El antifascismo es una comedia de lamentos sin fin: si sólo, en 1921, el Partido
Socialista Italiano y el recién fundado Partido Comunista Italiano se hubieran aliado con las fuerzas
republicanas para detener a Mussolini... si sólo, a principios de los años treinta, el KPD no hubiera lanzado
una lucha fratricida contra el SPD, Europa se habría salvado de una de las dictaduras más feroces en la
historia, una segunda guerra mundial, un imperio nazi de dimensiones casi continentales, los campos de
concentración, y la exterminación de los judíos. Por encima y más allá de sus observaciones muy certeras
sobre las clases, el Estado, y los lazos entre el fascismo y la gran industria, esta visión no tiene en cuenta que
el fascismo provino de un doble fracaso: el fracaso de los revolucionarios después de la Primera Guerra
Mundial, aplastados por la socialdemocracia y la democracia parlamentaria, y luego, en el curso de los años
20, el fracaso de los demócratas y los socialdemócratas en gestionar el capital. Sin una comprensión efectiva
del período precedente así como de la fase previa de la lucha de clases y sus límites, no puede entenderse ni
la naturaleza del fascismo ni su ascenso al poder.
¿Cuál es el verdadero motor del fascismo, si no la unificación política y económica del capital, una tendencia
que se ha vuelto general desde 1914? El fascismo fue un modo particular de llevar a cabo aquella unidad en
países - Italia y Alemania - donde, aunque la revolución había sido derrotada, el Estado era incapaz de
imponer orden, incluso en las filas de la burguesía. Mussolini no era ningún Thiers, con una sólida base de
poder, ordenando a fuerzas armadas regulares masacrar a los comuneros. Un aspecto esencial del fascismo es
su nacimiento en las calles, su uso del desorden para imponer orden, su movilización de las viejas clases
medias semi-enloquecidas por su propia decadencia, y su regeneración, desde afuera, de un Estado incapaz
de tratar con la crisis de capitalismo. El fascismo fue un esfuerzo de la burguesía para resolver por la fuerza
sus propias contradicciones, para usar los métodos de la clase obrera de movilización de masas a su favor, y
desplegar todos los recursos del Estado moderno, primero contra un enemigo interno, luego contra uno
externo.
Esta fue en efecto una crisis del Estado durante la transición a la dominación total de la sociedad por el
capital. Primero, las organizaciones obreras habían sido necesarias para enfrentar el levantamiento proletario;
entonces se requirió que el fascismo acabara con el desorden consiguiente. Este desorden no era, por
supuesto, revolucionario, pero era paralizante, y fue un obstáculo a las soluciones que, como resultado, sólo
podrían ser violentas. La crisis sólo fue erráticamente vencida en aquel entonces; el Estado fascista era
eficiente sólo en apariencia, porque integró a los golpes a la fuerza de trabajo asalariada, y sepultó conflictos
de manera artificial proyectándolos en aventuras militaristas. Pero la crisis fue superada, relativamente, por
el Estado democrático multitentacular establecido en 1945, que potencialmente se apropió de todos los
métodos del fascismo, y añadió algunos propios, ya que neutralizó las organizaciones de obreros asalariados
sin destruirlas. Los parlamentos han perdido el control sobre el ejecutivo. Mediante la asistencia social o
políticas laborales, mediante técnicas modernas de vigilancia o mediante la ayuda estatal extendida a
millones de individuos, en resumen por un sistema que hace a todos cada vez más dependientes, la
unificación social va más allá de lo conseguido por el terror fascista, pero el fascismo como movimiento
específico ha desaparecido. Correspondió a la disciplina forzada de la burguesía, bajo la presión del Estado,
en el contexto particular de Estados recién creados apremiados para constituirse también como naciones.
La burguesía incluso tomó la palabra "fascismo" de las organizaciones obreras en Italia, que a menudo eran
llamadas fasci. Es significativo que el fascismo se definió antes que nada como una forma de organización y
no como un programa. La palabra se refería tanto a un símbolo de poder estatal (los fascios vieron la luz
antes que los cónsules de la Antigua Roma), como a la voluntad de reunir al pueblo en grupos. El único
programa del fascismo es organizar, hacer converger por la fuerza a los componentes que conforman la
sociedad.
La dictadura no es un arma del capital (como si el capital pudiera sustituirla por otras armas menos brutales);
la dictadura es una de sus tendencias, una tendencia efectiviza siempre que se la juzgue necesaria. Un
"regreso" a la democracia parlamentaria, como ocurrió (por ejemplo) en Alemania después de 1945, indica
que la dictadura es inútil para integrar a las masas en el Estado (al menos hasta la próxima vez). El problema
no es por lo tanto el hecho que la democracia asegura una dominación más flexible que la dictadura;
cualquiera preferiría ser explotado al modo sueco a ser secuestrado por los ezbirros de Pinochet. ¿Pero acaso
uno tiene opción? Incluso la suave democracia escandinava sería transformada en dictadura si las circunstancias lo exigieran. El Estado sólo puede tener una función, que puede ser llevada a cabo
democráticamente o dictatorialmente. El hecho de que la primera es menos áspera no significa que es posible
reorientar al Estado para prescindir de la última. Las formas del capitalismo no dependen de las preferencias
de los obreros asalariados más que de las intenciones de la burguesía. Weimar capituló ante Hitler con los
brazos abiertos. El Frente Popular de Leon Blum no “detuvo al fascismo”, porque en 1936 Francia no
requirió ni una unificación autoritaria del capital ni un encogimiento de sus clases medias.
No hay ninguna "opción" política a la cual los proletarios podrían ser atraídos o que ellos podrían imponer
por la fuerza. La democracia no es la dictadura, pero la democracia prepara el terreno para la dictadura, y se
prepara a sí misma para la dictadura.
La esencia del antifascismo consiste en resistir al fascismo defendiendo a la democracia; ya no se trata de
luchar contra el capitalismo, sino de presionar al capitalismo para que renuncie a la opción totalitaria. Ya que
el socialismo es identificado con la democracia total, y el capitalismo con una tendencia acelerada al
fascismo, los antagonismos entre proletariado y capital, comunismo y trabajo asalariado, proletariado y
Estado, son rechazados por una contraposición entre democracia y fascismo presentada como la
quintaesencia de la perspectiva revolucionaria. La izquierda y la extrema izquierda oficiales nos dicen que un
verdadero cambio sería la realización, por fin, de los ideales de 1789, traicionados una y otra vez por la
burguesía. ¿Un nuevo mundo? Para qué, ya está aquí, hasta cierto punto, en embriones que deben ser
preservados, en pequeños brotes que deben ser sembrados: los derechos democráticos ya existentes deben ser
impulsados una y otra vez dentro de una sociedad infinitamente perfectible, con dosis diarias cada vez
mayores de democracia, hasta el logro de la democracia completa, o socialismo.
De esta manera, reducida a la resistencia antifascista, la crítica social es llevada al terreno de todo lo que una
vez denunció, y renuncia a nada menos que a aquel artículo deteriorado, la revolución, y abraza el
gradualismo, una variante de la “transición pacífica al socialismo” como fue alguna vez defendida por los
Partidos Comunistas, y objeto de burla, antes de 1968, por cualquier persona seria que quisiera cambiar el
mundo. El retroceso es palpable.
No vamos a caer en el ridículo de acusar a la izquierda y a la extrema izquierda de haber abandonado una
perspectiva comunista que sólo conocían en la realidad desde la oposición. Es demasiado obvio que el
antifascismo renuncia a la revolución. Pero el antifascismo falla exactamente donde su "realismo" afirma ser
efectivo: en prevenir una posible mutación dictatorial de la sociedad.
La democracia burguesa es una fase de la toma del poder por el capital, y su extensión en el siglo veinte
completa la dominación del capital mediante la intensificación del aislamiento de los individuos. Propuesta
como solución a la separación entre los hombres y la comunidad, entre la actividad humana y la sociedad, y
entre las clases, la democracia nunca será capaz de solucionar el problema de la sociedad más separada de la
historia. Como forma eternamente incapaz de modificar su contenido, la democracia es sólo una parte del
problema del cual afirma ser la solución. Cada vez que dice fortalecer el “vínculo social”, la democracia
aporta a su disolución. Cada vez que trata sobre las contradicciones de la mercancía, lo hace fortaleciendo la
red que el Estado ha tejido a través de las relaciones sociales.
Incluso en sus propios términos desesperadamente resignados, los antifascistas, para ser creíbles, tienen que
explicarnos como la democracia local es compatible con la colonización de la mercancía que vacía de
contenido el espacio público y llena los centros comerciales. Ellos tienen que explicar como un Estado
omnipresente al cual la gente constantemente se vuelve para pedir protección y ayuda, esta verdadera
máquina para producir lo socialmente "bueno", no se volverá hacia el "mal" cuando contradicciones
extraordinarias lo requieran para restaurar el orden. El fascismo es la adulación del monstruo estatista,
mientras que el antifascismo es su apología más sutil. La lucha por un Estado democrático es
inevitablemente una lucha para consolidar el Estado, y lejos de herir al totalitarismo, tal lucha fortalece el
estrangulamiento de la sociedad por el totalitarismo.
Roma, 1919-1922
Los países donde el fascismo triunfó son los mismos países en los cuales el asalto revolucionario posterior a
la primera guerra mundial maduró en una serie de insurrecciones armadas. En Italia, una parte importante del
proletariado, con sus propios métodos y objetivos, enfrentó directamente al fascismo. No había nada
específicamente antifascista sobre su lucha: luchar contra el capital obligaba a los obreros a enfrentar tanto a los Camisas Negras como a los policías de la democracia parlamentaria 5 .
La originalidad del fascismo consiste en dar a la contrarrevolución una base de masas e imitar a la
revolución. El fascismo dirige el llamado a "transformar la guerra imperialista en guerra civil" contra el
movimiento de los obreros, y aparece como una reacción de los veteranos desmovilizados que vuelven a la
vida civil, donde no son nada, mantenidos juntos por nada más que la violencia colectiva, y dispuestos a
destruir todo lo que ellos imaginan como la causa de su desposeimiento: alborotadores, subversivos,
enemigos de la nación, etc. En Julio de 1918, el periódico de Mussolini, Il Popolo d’Italia, agregó a su título
el slogan “Diario de los veteranos y los productores”.
Así, desde el comienzo, el fascismo se convirtió en una fuerza auxiliar de la policía en las áreas rurales,
reprimiendo al proletariado agrícola con balas, pero al mismo tiempo llevando adelante una frenética
demagogia anticapitalista. En 1919 no representaba nada: en Milán, en las elecciones generales de
Noviembre, obtuvo menos de 5.000 votos, mientras que los socialistas obtuvieron 170.000. Aun así exigió la
abolición de la monarquía, del Senado y de todos los títulos de la nobleza, el voto para las mujeres, la
confiscación de la propiedad del clero, y la expropiación de los grandes industriales y terratenientes.
Luchando contra el obrero en nombre del “productor”, Mussolini exaltó la memoria de la Semana Roja de
1914 (que había visto una ola de disturbios, en particular en Ancona y Nápoles), y aclamó el papel positivo
de los sindicatos en vincular al obrero con la nación. El objetivo del fascismo era la restauración autoritaria
del Estado, a fin de crear una nueva estructura estatal capaz (a diferencia de la democracia, decía Mussolini),
de poner límites al gran capital y controlar la lógica mercantil que erosionaba los valores, los lazos sociales y
el trabajo.
Por décadas, la burguesía había negado la realidad de las contradicciones sociales; el fascismo, por el
contrario, las proclamó con violencia, negando su existencia entre las clases y transportándolas a la lucha
entre naciones, denunciando el destino de Italia como una “nación proletaria”. Mussolini era arcaico en la
medida en que ensalzaba valores tradicionales arruinados por el capital, y era moderno en la medida en que
afirmaba defender los derechos sociales del pueblo.
La represión fascista fue desencadenada luego de una intentona proletaria fallida tramada principalmente por
la democracia y sus principales alternativas de retaguardia: los partidos y los sindicatos, que por sí mismos
pueden derrotar a los obreros empleando sucesivamente métodos directos e indirectos. La llegada al poder
del fascismo no fue la culminación de batallas callejeras. Los proletarios alemanes e italianos habían sido
aplastados antes, tanto por las urnas como por las balas.
En 1919, confederando elementos preexistentes con otros elementos cercanos políticamente, Mussolini
fundó su fasci. Para contrarrestar a los bastones y los revólveres, mientras Italia explotaba junto con el resto
de Europa, la democracia... llamó a elecciones, de las cuales emergió una mayoría socialista y moderada.
"La victoria, la elección de 150 diputados socialistas, fue ganada a costa del reflujo del movimiento
insurreccional y la huelga general política, y la pérdida de las conquistas que habían sido logradas
anteriormente", comentó Bordiga 40 años más tarde.
En el momento de las ocupaciones de fábrica de 1920, el Estado, conteniéndose de realizar un asalto frontal,
dejó que el proletariado se agotara, con el apoyo del C.G.L. (un sindicato de mayoría socialista), que empleó
una política de desgaste hacia las huelgas, cuando no las rompió abiertamente.
Tan pronto como el fasci apareció, saqueando el Case di Popolo, la policía hizo la vista gorda o confiscó los
armas de los obreros. Los tribunales mostraron al fasci la mayor indulgencia, y el ejército toleró sus
exacciones, cuando no las asistió. Este apoyo abierto pero no oficial se hizo cuasi oficial con la circular
Bonomi del 20 de octubre de 1921, proporcionando a 60.000 oficiales desmovilizados para asumir el
comando de los grupos de asalto de Mussolini. ¿Qué hicieron los partidos? Aquellos liberales aliados con la
derecha no vacilaron en formar un “bloque nacional”, incluyendo a los fascistas, para las elecciones de mayo
de 1921. En junio-julio del mismo año, enfrentando a un adversario sin el escrúpulo más leve, el PSI
concluyó un insignificante "pacto de pacificación " cuyo único efecto concreto fue desorientar a los obreros.
Enfrentado a una reacción obviamente política, el C.G.L. se declaró apolítico. Sintiendo que Mussolini tenía
el poder en la palma de su mano, los líderes sindicales soñaron con un acuerdo tácito de tolerancia mutua con
los fascistas, y llamaron al proletariado a abstenerse de la confrontación entre el Partido “Comunista” 6 (PC) y el Partido Fascista Nacional.
Hasta agosto de 1922, el fascismo apenas existió fuera de los regímenes agrarios, principalmente en el norte,
donde erradicó cualquier rastro de sindicalismo autónomo de los obreros agrícolas. En 1919, los fascistas
incendiaron la oficina central del diario socialista, pero se contuvieron de jugar el papel de esquiroles en
1920, y hasta dieron apoyo verbal a las demandas de los obreros. En las áreas urbanas, los fasci raramente
eran dominantes. Su "Marcha en Ravenna" (septiembre de 1921) fue fácilmente derrotada. En noviembre de
1921, en Roma, una huelga general impidió la celebración de un congreso fascista. En mayo de 1922, los
fascistas intentaron otra vez, y otra vez fueron detenidos.
El escenario varió poco. Un ataque fascista localizado sería respondido por un contraataque de la clase
obrera, que se ablandaría (después de los llamados a la moderación del movimiento obrero reformista) tan
pronto como la presión reaccionaria rescindiera; los proletarios confiaron en los demócratas para desmontar
a las bandas armadas. La amenaza fascista se retiraría, se reagruparía y se iría a otra parte, con el tiempo
haciéndose creíble ante el mismo Estado del cual las masas esperaban una solución. Los proletarios fueron
más rápidos para reconocer al enemigo en la camisa negra del matón de la calle que en la forma "normal" del
policía o el soldado, cubierto por una legalidad sancionada por el hábito, la ley y el sufragio universal.
A principios de julio de 1922, el C.G.L., por una mayoría de dos terceras partes (contra el tercio minoritario
comunista), declaró su apoyo a “cualquier gobierno que garantiza la restauración de las libertades básicas".
En el mismo mes, los fascistas aumentaron seriamente sus tentativas de penetrar en las ciudades del norte...
El 1 de agosto, la Alianza del Trabajo, que incluyó el sindicato de obreros del ferrocarril, el C.G.L. y el
anarquista U.S.I., llamaron a una huelga general. A pesar de la amplia respuesta, la Alianza suspendió la
huelga oficialmente el día tercero. En numerosas ciudades, sin embargo, continuó en forma insurreccional, la
cual fue finalmente contenida sólo por un esfuerzo combinado de la policía y los militares, apoyados por el
cañón naval, y, por supuesto, reforzado por los fascistas.
¿Quién derrotó esta energía proletaria? La huelga general fue rota por el Estado y el fasci pero también fue
sofocada por la democracia, y su fracaso abrió el camino a una solución fascista para la crisis.
Lo que siguió no fue un golpe de Estado sino una transferencia de poder con el apoyo de un amplio abanico
de fuerzas. La "Marcha sobre Roma" del Duce (quién en realidad tomó el tren) fue menos un enfrentamiento
que un gesto teatral: los fascistas ejecutaron los movimientos de asaltar el Estado, el Estado ejecutó los
movimientos de defensa sí mismo, y Mussolini asumió el poder. Su ultimátum de octubre del 24
("¡Queremos Convertirnos en el Estado!") no era una amenaza de guerra civil, sino una señal a la clase
dirigente que el Partido Fascista Nacional representaba la única fuerza capaz de restaurar la autoridad estatal
y de asegurar la unidad política del país. El ejército todavía podría haber contenido a los grupos fascistas
reunidos en Roma, que estaban mal equipados y eran notoriamente inferiores a nivel militar, y el Estado
podría haber resistido la presión sediciosa. Pero el juego no estaba siendo jugado en el nivel militar. Bajo la
influencia de Badoglio (el comandante en jefe en 1919-1921) las autoridades legítimas se replegaron. El rey
rechazó proclamar un estado de emergencia, y en el día 30 pidió al Duce formar un nuevo gobierno. Los
liberales - la misma gente con la que el antifascismo cuenta para detener al fascismo - se unieron al gobierno.
A excepción de los socialistas y los comunistas, todos los partidos buscaron un acercamiento con el PNF y
votaron a favor de Mussolini: el parlamento, con sólo 35 diputados fascistas, apoyó la investidura 306-116 de
Mussolini. El mismo Giolitti, el gran icono liberal de aquellos tiempos, un reformador autoritario que varias
veces presidio el consejo estatal antes de la guerra y quién había sido otra vez jefe de Estado en 1920-1921,
con quien el pensamiento de moda todavía fantasea retrospectivamente como el único político capaz de
oponerse a Mussolini, le apoyó hasta 1924. El dictador no sólo recibió el poder de la democracia; sino que la
democracia se lo ratificó.
Podríamos añadir que en los meses siguientes, varios sindicatos, incluso (entre otros) los de los obreros de
ferrocarril y los marineros, se declararon "nacionales", pro-patrióticos y por lo tanto no hostiles al régimen;
la represión no los perdonó.
Turín, 1943
Si la democracia italiana prácticamente se entregó al fascismo sin lucha, este último engendró nuevamente a
la democracia cuando dejó de corresponder al equilibrio de fuerzas sociales y políticas.
La cuestión central después de 1943, como en 1919, era cómo controlar a la clase obrera. En Italia más que
en otros países, el final de la Segunda Guerra Mundial muestra la dimensión de clase del conflicto internacional, que nunca puede ser explicada solamente por la lógica militar. Una huelga general hizo
erupción en FÍAT en octubre de 1942. En marzo de 1943, una ola de huelgas estremeció a Turín y a Milán,
incluyendo tentativas de formar consejos obreros. En 1943-1945, surgieron grupos obreros, a veces
independientes del PC, a veces llamándose "bordiguistas", a menudo simultáneamente antifascistas, rojos, y
armados. El régimen ya no pudo mantener el equilibrio social, así como la alianza con Alemania se hacía
insostenible con el ascenso de los anglo americanos, que fueron vistos en todos los cuadrantes como los
futuros amos de Europa occidental. Cambiar de bandos significaba aliarse a los futuros ganadores, pero
también significaba reconducir a las revueltas obreras y a los grupos partisanos hacia un objetivo patriótico
con un contenido social. El 10 de julio de 1943, los Aliados aterrizaron en Sicilia. En el día 24,
encontrándose en una minoría de 19-17 en el Gran Consejo Fascista, Mussolini dimitió. Raramente un
dictador se ha apartado del poder por una mayoría de voto.
El Mariscal Badaglio, que había sido un dignatario del régimen desde su apoyo a la Marcha sobre Roma, y
que quería prevenir, en sus propias palabras, "el colapso del régimen por desviarse demasiado a la izquierda",
formó un gobierno que todavía era fascista, pero que ya no incluyó al Duce, y se volvió hacia la oposición
democrática. Los demócratas rechazaron participar, poniendo como condición la salida del rey. Luego de un
segundo gobierno de transición, Badoglio formó un tercero en abril de 1944, que incluyó al líder del Partido
Comunista, Togliatti. Bajo la presión de los Aliados y del PC, los demócratas consintieron en aceptar al rey
(la República sería proclamada por referéndum en 1946). Pero Badaglio despertó demasiados malos
recuerdos. En junio, Bonomi, quién 23 años antes había ordenado que los oficiales se apoderaran del fasci,
formó el primer ministerio que excluyó a los fascistas, y la situación fue reorientada alrededor de la fórmula
tripartita (PC+PS+Democracia Cristiana) que asumiría un rol dominante tanto en Italia como en Francia en
los primeros años después de la guerra.
Este juego, a menudo jugado por la mismísima clase política, era el puntal del teatro detrás del cual la
democracia se metamorfoseó dentro de la dictadura, y viceversa, mientras las fases de equilibrio y
desequilibrio en los conflictos de clases y naciones desencadenaron una sucesión y recombinación de formas
políticas destinadas al mantenimiento del mismo Estado, asegurando el mismo contenido. Nadie estuvo más
calificado para decirlo que el PC español, cuando éste declaró, ya sea por cinismo o por ingenuidad, durante
la transición del franquismo a la monarquía democrática a mediados de los años 70:
"La sociedad española quiere que todo sea transformado de modo que el funcionamiento normal del Estado
pueda ser asegurado, sin desvíos o convulsiones sociales. La continuidad del Estado requiere la no
continuidad del régimen."
Volksgemeinschaft versus gemeinwesen 7
La contrarrevolución inevitablemente triunfa en el terreno de la revolución. A través de su “comunidad del
pueblo”, el Nacionalsocialismo afirmaría haber eliminado el parlamentarismo y la democracia burguesa
contra los cuales el proletariado se había rebelado después de 1917. Pero la revolución conservadora también
se apoderó de viejas tendencias anticapitalistas (la vuelta a la naturaleza, la huida de las ciudades...) que los
partidos obreros, aun los extremistas, habían negado o desestimado por su incapacidad de integrar la
dimensión aclasista y comunitaria del proletariado, por su incapacidad para criticar la economía, y por su
incapacidad para pensar en el mundo del futuro como algo más que una mera extensión de la industria
pesada. En la primera mitad del siglo diecinueve, estos temas estaban en el centro de las preocupaciones del
movimiento socialista, antes de ser abandonados por el "marxismo" en nombre del progreso y la Ciencia, y
sobrevivieran sólo en el anarquismo y en sectas.
Volksgemeinschaft versus Gemeinwesen: la comunidad del pueblo o la comunidad humana... 1933 no fue la
derrota, sino la consumación de la derrota. El nazismo surgió y triunfó para desactivar, resolver y cerrar una
crisis social tan profunda que todavía no apreciamos totalmente su magnitud. Alemania, la cuna de la
socialdemocracia más grande del mundo, también dio lugar al movimiento más fuertemente radical,
antiparlamentario, y antisindicalista, que aspiraba a un “mundo obrero” pero que también era capaz de atraer
a muchas otras individualidades y corrientes que se rebelaban contra la burguesía y el capitalismo. La presencia de artistas de vanguardia en las filas de la “izquierda radical alemana" no es ningún accidente. Era
un síntoma del ataque contra el capital como "civilización" en la manera en que Fourier lo criticó. La pérdida
de la comunidad, el individualismo y la falta de gregarismo, la miseria sexual, la familia desarticulada y al
mismo tiempo convertida en refugio, el alejamiento de la naturaleza, la comida industrializada, la
artificialidad incrementada, la “protesitización” del hombre, la regimentación mediante el tiempo, las
relaciones sociales cada vez más mediadas por el dinero y la técnica: todas estas alienaciones pasaron por el
fuego de una crítica difusa y pluriforme. Sólo una superficial mirada hacia atrás ve este fermento solamente
por el prisma de su recuperación inevitable.
La contrarrevolución triunfó en los años 20 sólo mediante la puesta de los cimientos, en Alemania y en los
Estados Unidos, de una sociedad de consumo y de fordismo, y atrayendo a millones de alemanes, incluso
obreros, hacia una modernidad industrial y mercantilizado. Diez años de gobierno frágil, como demuestra la
alocada hiperinflación de 1923. A esto le siguió un enorme terremoto en 1929, en el cual no fue la práctica
proletaria sino la misma práctica capitalista la que rechazó la ideología del progreso y del consumo creciente
de objetos y signos.
El extremismo nazi, y la violencia que desencadenó, fueron adecuados a la profundidad del movimiento
revolucionario del cual se apoderó y negó, y a estas dos rebeliones, separadas por 10 años, contra la
modernidad capitalista, primero por los proletarios, luego por el capital. Como los radicales de 1919-1921, el
Nazismo propuso una comunidad de obreros asalariados, pero una que era autoritaria, cerrada, nacional, y
racial, y por 12 años tuvo éxito en transformar a los proletarios en obreros asalariados y soldados.
Berlín, 1919-1933
La dictadura siempre llega después del fracaso de los movimientos sociales, una vez que han sido
anestesiados y masacrados por la democracia, los partidos izquierdistas y los sindicatos. En Italia, hubo
varios meses de distancia entre los últimos fracasos del proletariado y el nombramiento del líder fascista
como jefe de Estado. En Alemania, un hueco de una docena de años rompió la continuidad e hizo que el 30
de enero de 1933 apareciera como un fenómeno esencialmente político o ideológico, no como el efecto de un
previo terremoto social. La base popular del Nacionalsocialismo y la energía asesina que desencadenó resulta
un misterio si uno ignora la cuestión de la sumisión, la rebelión, y el control del trabajo, y de su posición en
la sociedad.
La derrota alemana de 1918 y la caída del Imperio puso en movimiento un asalto proletario lo bastante fuerte
para sacudir los cimientos de la sociedad, pero impotente para revolucionarla, de esta manera poniendo en la
escena central a la socialdemocracia y a los sindicatos como la clave para el equilibrio político. Los líderes
socialdemócratas y sindicales surgieron como hombres de orden, y no tuvieron ningunos escrúpulos en
llamar a los Freikorps, agrupaciones totalmente fascistas que contaron con muchos futuros nazis en sus filas,
a reprimir a una minoría obrera radical en nombre de los intereses de la mayoría reformista. Primero
derrotados por las reglas de la democracia burguesa, los comunistas también fueron derrotados por la
democracia de la clase obrera: los “consejos obreros” pusieron su confianza en las organizaciones
tradicionales, no en los revolucionarios fácilmente denunciados como anti-democráticos.
En esta coyuntura, la democracia y la socialdemocracia eran indispensables para el capitalismo alemán para
regimentar a los obreros, liquidando al espíritu de rebelión en las urnas, para ganar una serie de reformas por
parte de los jefes, y dispersar a los revolucionarios 8 .
Después de 1929, por otra parte, el capitalismo necesitaba eliminar a parte de las clases medias, y disciplinar
a los proletarios, incluso a la burguesía. El movimiento obrero, con su defensa del pluralismo político y los
intereses obreros inmediatos, se había vuelto un obstáculo. Como mediadores entre el capital y el trabajo, las
organizaciones obreras derivan su función de los dos, pero también tratan de permanecer autónomas de
ambos, y del Estado. La socialdemocracia sólo tiene sentido como una fuerza que enfrenta a los patrones y al
Estado, no como una fuerza absorbida en ellos. Su vocación es la dirección de una enorme red política,
municipal, social, mutualista y cultural, junto con todo lo que hoy sería llamado "asociativo". El KPD había
constituido rápidamente su propia red, más pequeña pero sin embargo enorme. Pero a medida que el capital
se vuelve más y más organizado, tiende a asir todos sus diferentes tejidos, llevando un elemento estatista a la
empresa, un elemento burgués a la burocracia sindical, y un elemento social a la administración. El peso del
reformismo obrero, que termina por penetrar el Estado, y su existencia como una “contra-sociedad” lo hace
un factor de conservación social y malthusianismo que el capital en crisis tiene que eliminar. Mediante su defensa del trabajo asalariado como componente del capital, el SPD y los sindicatos realizaron una
indispensable función anticomunista en 1918-1921, pero esta misma función más tarde los condujo a poner
el interés de la fuerza de trabajo asalariada delante de todo lo demás, en perjuicio de la reorganización del
capital en su conjunto.
Un Estado burgués estable habría tratado de solucionar este problema mediante una legislación antisindical,
recapturando las “fortalezas obreras", y picando las clases medias, en nombre de la modernidad, contra el
arcaísmo de los proles, como la Inglaterra de Thatcher hizo mucho más tarde. Pero tal ofensiva asume que el
capital se encuentra relativamente unido bajo el control de unas pocas facciones dominantes. La burguesía
alemana de 1930 estaba profundamente dividida, las clases medias habían colapsado, y el Estado-nación
estaba sumido en el caos.
Ya sea mediante la negociación o la fuerza, la democracia moderna representa y reconcilia – hasta el grado
en que le resulta posible - los intereses antagónicos. Las interminables crisis parlamentarias y los complots
verdaderos o imaginados (para los cuales Alemania era el escenario luego de la caída del último canciller
socialista en 1930) en una democracia son el signo invariable de la desorganización a largo plazo en círculos
dirigentes. A principios de los años 30, la crisis vapuleó a la burguesía entre estrategias sociales y
geopolíticas irreconciliables: o la integración aumentada o la eliminación del movimiento obrero; o una
política pacifista y de comercio internacional, o una autarquía que pondría los cimientos para una expansión
militar. La solución no necesariamente implicaba un Hitler, pero sí presupuso una concentración de fuerza y
violencia en las manos del gobierno central. Una vez que el compromiso centrista-reformista se había
agotado, la única opción que quedaba era estatista, proteccionista y represiva.
Un programa de este tipo requirió el violento desmantelamiento de la socialdemocracia, que en su
domesticación de los obreros había llegado a ejercer una influencia excesiva, mientras todavía era incapaz de
unificar a toda Alemania detrás de sí. Esta unificación fue la tarea del Nazismo, que era capaz de apelar a
todas las clases, de los desempleados a los capitanes de industria, con una demagogia que superaba incluso a
la de los políticos burgueses, y un antisemitismo cuya intención era construir cohesión mediante exclusión.
¿Cómo podrían los partidos de la clase obrera haberse convertido en un obstáculo a tal locura xenofóbica y
racista, después de haber jugado tan a menudo el papel de compañeros de viaje del nacionalismo? Para el
SPD, este papel había sido claro desde principios de siglo, obvio en 1914, y firmado con sangre en el pacto
de 1919 con los Freikorps, quiénes fueron construidos con el mismo material bélico que sus contemporáneos,
el fasci. El KPD, por su parte, no había vacilado en aliarse con los nacionalistas en contra de la ocupación
francesa del Ruhr en 1923, y había hablado abiertamente de una “revolución nacional” al punto de servir de
inspiración al folleto de Trotsky Contra el Comunismo nacional de 1931.
En enero de 1933, la suerte fue echada. Nadie puede negar que la República de Weimar se entregó
voluntariamente a Hitler. Tanto la derecha como el centro habían coincidido en verlo como una solución
viable para sacar al país de su impasse, o como un mal menor temporal. El “gran capital”, reticente ante
cualquier agitación incontrolable, no había sido, hasta el momento, más generoso con el NSDAP que con las
otras formaciones derechistas y nacionalistas. Sólo en 1932 Schacht, un consejero íntimo de la burguesía,
convenció a los círculos empresariales de apoyar a Hitler (quién acababa de ver, además, una ligera
disminución de su apoyo electoral) porque él vio en Hitler una fuerza capaz de unificar el Estado y la
sociedad. El hecho de que la gran burguesía ni previó, ni menos aun apreció lo que apoyó entonces, lo que
condujo a la guerra y luego a la derrota, es otra cuestión, y de cualquier modo su presencia no se notó en la
resistencia clandestina al régimen.
El 30 de enero de 1933, Hitler fue designado canciller, con total legalidad, por Hindenberg, quién había sido
elegido constitucionalmente como presidente un año antes, con el apoyo de los socialistas, que vieron en él
un muro contra ... Hitler. Los Nazis eran una minoría en el primer gobierno formado por el líder del NSDAP
(Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores).
En las semanas siguientes, las máscaras se cayeron: los militantes obreros fueron perseguidos, sus oficinas
fueron saqueadas, y se impuso un régimen de terror. En las elecciones de marzo de 1933, que tuvieron lugar
en un telón de fondo de violencia tanto por los tropas de asalto 9 como por la policía, 288 diputados del
NSDAP fueron enviados al Reichstag (mientras el KPD todavía retenía 80 y el SPD 120). Los ingenuos
expresan sorpresa por la docilidad con la cual el aparato represivo se acerca a los dictadores, pero la máquina estatal no hace otra cosa que obedecer a las autoridades que la dirigen. ¿Acaso los nuevos líderes no gozaron
de plena legitimidad? ¿Acaso eminentes juristas no escribieron sus decretos en conformidad con las leyes
más altas del país? En un “Estado democrático” - y Weimar era uno - si hay conflicto entre los dos
componentes del binomio, no es la democracia la que ganará. En un “Estado cimentado en leyes” - y Weimar
también era uno - si hay una contradicción, es la ley la que debe ser doblada para servir al Estado, y nunca al
revés.
¿Durante estos pocos meses, qué hicieron los demócratas? Aquellos a la derecha aceptaron la nueva
administración. El Zentrum, el partido católico del centro, que incluso había visto su apoyo incrementado en
las elecciones de marzo de 1933, votó para darle cuatro años de plenos poderes extraordinarios a Hitler,
poderes que se convirtieron en la base legal de la dictadura nazi.
Los socialistas, por su parte, intentaron escapar del destino del KPD, que había sido proscrito el 28 de
febrero como consecuencia del incendio del Reichstag. El 30 de marzo de 1933, abandonaron la Segunda
Internacional para demostrar su carácter nacional alemán. El 17 de mayo, su grupo parlamentario votó a
favor de la política exterior de Hitler.
Aun así, el 22 de junio, el SPD fue disuelto como "enemigo del pueblo y el Estado". El Zentrum fue obligado
a disolverse en julio.
Los sindicatos siguieron los pasos del CGL italiano, y depositaron sus esperanzas en salvar lo que pudieran
insistiendo en su apoliticismo. En 1932, los líderes sindicales habían proclamado su independencia de todos
los partidos y su indiferencia a la forma del Estado. Esto no los detuvo de buscar un acuerdo con Schleicher,
quien había sido el canciller desde noviembre de 1932 a enero de 1933, y quién por lo tanto buscaba una
base de poder y una demagogia pro-obrera con cierta credibilidad. Una vez que los Nazis habían formado un
gobierno, los líderes sindicales se convencieron de que si reconocían el Nacionalsocialismo, el régimen les
dejaría algún pequeño espacio. Esta estrategia culminó en la farsa de miembros de los sindicatos marchando
bajo la esvástica el 1o de mayo de 1933, que había sido renombrado como "Festival del Trabajo Alemán".
Fue un esfuerzo tirado a la basura. En los días siguientes, los Nazis liquidaron el sindicato y detuvieron a los
militantes.
Habiendo sido entrenada en contener a las masas y negociar en su nombre, o, si esto fallaba, para reprimirlas,
la burocracia obrera todavía luchaba su última batalla. Los burócratas del trabajo no estaban siendo atacados
por su falta de patriotismo. Lo que molestaba a la burguesía no era el moribunda saludo a la bandera de los
burócratas al internacionalismo anterior a 1914, sino la existencia de los sindicatos que, aunque serviles,
retenían una cierta independencia en una era en la cual el capital ya no toleraba cualquier otra comunidad
que no fuera la suya, y en la que incluso una institución de colaboración de clases era superflua si el Estado
no lo controlaba completamente.
Barcelona, 1936
En Italia y en Alemania, el fascismo asumió el poder del Estado por medios legales. La democracia capituló
ante la dictadura, o peor aun, le dio la bienvenida con los brazos abiertos. ¿Pero y España? Lejos de ser el
caso excepcional de una acción resuelta que fue sin embargo, y lamentablemente, derrotada, España fue el
caso extremo de la confrontación armada entre la democracia y el fascismo en el cual la naturaleza de la
lucha todavía permanecía siendo la misma, el choque de dos formas del desarrollo capitalista, dos formas
políticas del Estado capitalista, dos estructuras estatales que luchaban por la legitimidad en el mismo país.
¡Objeción!
¿"Asi que, en tu opinión, Franco y una milicia obrera son la misma cosa? ¿Los grandes terratenientes y los
campesinos empobrecidos colectivizando la tierra están del mismo lado?"
En primer lugar, la confrontación sólo tuvo lugar porque los obreros se levantaron contra el fascismo. Todo
el poder y todas las contradicciones del movimiento se manifestaron en sus primeras semanas de vida: una
indiscutible guerra de clase fue transformada en una guerra civil capitalista (aunque no hubiera, por supuesto,
ningún acuerdo explícito y ninguna asignación de papeles en la cual las dos facciones burguesas orquestaron
cada acción de las masas: la historia no es una obra de teatro) 10 .
La historia de una sociedad dividida en clases se constituye en última instancia por la necesidad de unificar esas clases. Cuando, como pasó en España, una explosión popular se combina con la desorganización de los
grupos dirigentes, una crisis social se convierte en una crisis del Estado. Mussolini y Hitler triunfaron en
países con débiles y recientemente unificados Estados-naciones y poderosas corrientes regionalistas. En
España, desde el Renacimiento hasta los tiempos modernos, el Estado era la fuerza armada colonial de una
sociedad comercial que terminó en la ruina, ahogando a una de las condiciones previas de la expansion
industrial, la reforma agraria. De hecho, la industrialización tuvo que hacer su camino entre los monopolios,
la malversación de fondos públicos, y el parasitismo.
Carecemos de espacio aquí para hacer un resumen del siglo XIX y su alocada sucesión de innumerables
reformas y callejones sin salida liberales, facciones dinásticas, las guerras Carlistas, la sucesión tragicómica
de regímenes y partidos después de la primera guerra mundial, y el ciclo de insurrecciones y represión que
siguió al establecimiento de la República en 1931. Bajo todos estos sacudimientos estaba la debilidad de la
burguesía ascendente, atrapada entre su rivalidad con la oligarquía hacendada y la necesidad absoluta de
contener las rebeliones obreras y campesinas. En 1936, la cuestión de la tierra no había sido resuelta; a
diferencia de Francia después de 1789, la liquidación de las tierras del clero español de mediados del siglo 19
terminó reforzando a una burguesía latifundista. Incluso en los años posteriores a 1931, el Instituto para la
Reforma Agraria sólo utilizó un tercio de los fondos a su disposición para comprar grandes extensiones de
tierra. La conflagración de 1936-1939 nunca habría alcanzado tales extremos políticos, incluyendo la
explosión del Estado en dos facciones que pelearon una guerra civil de tres años, sin los temblores que
habían estado acumulándose en las profundidades sociales durante un siglo.
En el verano de 1936, después de dar a los militares rebeldes todas las posibilidades de prepararse, el Frente
Popular elegido en febrero estaba listo para negociar y quizás hasta para rendirse. Los políticos habrían
hecho su paz con los rebeldes, como habían hecho durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), la
cual fue apoyada por eminentes socialistas (Caballero lo había servido como un consejero técnico, antes de
convertirse en Ministro de trabajo en 1931, y luego la cabeza del gobierno Republicano desde septiembre de
1936 a mayo de 1937). Además, el general que había obedecido órdenes republicanas dos años antes y
aplastado la insurrección de Asturias - Franco - no podía ser tan malo.
Pero el proletariado se levantó, bloqueó el golpe de estado en la mitad del país, y se aferró a sus armas.
Actuando de esta manera, los obreros obviamente luchaban contra el fascismo, pero no actuaban como
antifascistas porque sus acciones fueron dirigidas tanto contra Franco como contra un Estado democrático
más preocupado por la iniciativa de los obreros que por la rebelión militar. Tres primeros ministros entraron
y salieron en 24 horas antes de que el hecho consumado del armamento popular fuera aceptado.
Una vez más, el desenvolvimiento de la insurrección demostró que el problema de la violencia no es
principalmente técnico. La victoria no pertenece al lado con la ventaja en armamento (los militares) o en
números (el pueblo), sino al que se atreve a tomar la iniciativa. Donde los obreros confían en el Estado, éste
permanece pasivo o promete la luna, como pasó en Zaragoza. Cuando su lucha es enfocada y aguda (como
en Málaga), los obreros triunfan; si esta carece de vigor, es ahogada en sangre (20.000 asesinados en
Sevilla).
La Guerra Civil Española comenzó como una auténtica insurrección, pero tal caracterización es incompleta.
Sólo es verdadera para el momento inicial de la lucha: un levantamiento proletario efectivo. Luego de
derrotar a las fuerzas de la reacción en un gran número de ciudades, los obreros tenían el poder. ¿Pero qué
iban a hacer con él? ¿Debían devolverlo al Estado republicano, o debían usarlo para avanzar en una dirección
comunista?
El Comité Central de Milicias Antifascistas, creado inmediatamente después de la insurrección, incluyó a
delegados de la CNT, la FAI, la UGT, el POUM, el PSUC (producto de la fusión reciente del PC y el PS en
Cataluña 11 ), y cuatro representantes de la Generalitat, el gobierno regional catalán 12 . Como un verdadero
puente entre el movimiento obrero y el Estado, y, además, vinculado si no integrado al Ministerio de Defensa de la Generalitat por la presencia en su seno del consejero de defensa de este último, el comisario del orden
público, etc. el Comité Central de las Milicias rápidamente comenzó a desenvolverse.
Por supuesto, al renunciar a su autonomía, la mayoría de los proletarios creyeron que estaban, a pesar de
todo, aferrándose al verdadero poder, y dándole a los políticos sólo una fachada de autoridad, de la que
desconfiaban, y la cual podrían controlar y orientar en una dirección favorable. ¿Acaso no estaban armados?
Este fue un error fatal. La cuestión no es quién tiene las armas, sino qué es lo que hace la gente con las
armas. 10.000 o 100.000 proletarios armados hasta los dientes no son nada si colocan su confianza en
cualquier cosa que no sea su propio poder para cambiar el mundo. De otra manera, el día siguiente, el
próximo mes o el próximo año, el poder cuya autoridad reconocen les quitará las armas que no fueron usadas
en su contra.
Los insurrectos no se enfrentaron al gobierno legal, es decir al Estado existente, y todas sus acciones
subsecuentes ocurrieron bajo sus auspicios. Se trataba de "una revolución que había comenzado, pero que
nunca se había consolidado", como escribió Orwell. Este es el quid de la cuestión que determinó el curso
tanto de la derrota militar contra Franco como el agotamiento y la destrucción violenta en los dos campos de
las colectivizaciones y las socializaciones. Después del verano de 1936, el verdadero poder en España fue
ejercido por el Estado y no por las organizaciones, los sindicatos, las colectividades, los comités, etc. Incluso
aunque Nin, la cabeza del POUM, fuera consejero del Ministerio de Justicia, "el POUM no pudo en ninguna
parte tener influencia sobre la policía", como admitió un defensor de aquel partido 13 . Mientras las milicias
obreras eran en efecto el grueso del ejército republicano, y pagaron un alto precio en combate, no tuvieron
ningún peso en las decisiones del alto mando militar, que paulatinamente las integró en unidades regulares
(un proceso completado hacia el principio de 1937), prefiriendo desgastarlas antes que tolerar su autonomía.
En cuanto a la poderosa CNT, cedio terreno a un PC que había sido muy débil antes de julio de 1936
(habiendo logrado enviar 14 diputados al Frente Popular en febrero de 1936, a diferencia de 85 socialistas),
pero que era capaz de infiltrarse como parte del aparato estatal y volver el Estado a su propia conveniencia
contra los radicales, y en particular contra los militantes de la CNT. La pregunta era: ¿quién era el amo de la
situación? Y la respuesta fue: el Estado puede ejercer un uso brutal de su fuerza cuando es necesario.
Si la burguesía republicana y los estalinistas perdieron un tiempo precioso en desmantelar las comunas
campesinas, desarmar a las milicias del POUM, y perseguir a troskistas "saboteadores" y otros "agentes de
Hitler" en el mismo momento en que se suponía que el antifascismo debía poner todo lo que tenía en la lucha
contra Franco, no lo hicieron por algún impulso suicida. Para el Estado y para el PC, (que se iba convirtiendo
en la columna vertebral del Estado a través de los militares y la policía) estas operaciones no eran una
pérdida de tiempo. La dirigencia del PSUC decía: "Antes de tomar Zaragoza, tenemos que tomar Barcelona".
Su objetivo principal nunca fue aplastar a Franco, sino retener el control de las masas, porque para esto es
que sirven los Estados. Barcelona fue arrebatada a los proletarios. Zaragoza permaneció en las manos de los
fascistas.
Barcelona, mayo de 1937
La policía intentó ocupar la Central Telefónica, que estaba bajo el control de obreros anarquistas (y
socialistas). En la metrópolis catalana, corazón y símbolo de la revolución, las autoridades legales no se
detuvieron ante nada a la hora de desarmar todo lo que permaneciera vivo, espontáneo y antiburgués. La
policía local, además, estaba en las manos del PSUC. Confrontados por un poder abiertamente hostil, los
proletarios finalmente entendieron que este poder no era el suyo, que le habían regalado su insurrección diez
meses antes, y que ahora su insurrección había sido vuelta contra ellos. En reacción a la intentona del Estado,
una huelga general paralizó Barcelona. Era demasiado tarde. Los obreros todavía tenían la capacidad de
levantarse contra el Estado (esta vez en su forma democrática) pero ya no podían llevar su lucha hasta el
punto de una ruptura abierta.
Como siempre, la cuestión "social" predominó sobre la militar. Las autoridades legales no pueden imponerse
mediante batallas callejeras. Luego de unas pocas horas, en vez de una guerra de guerrillas urbana, se
estableció una guerra de posición, una confrontación de edificios contra edificios. Se trataba de una tregua
defensiva en la cual nadie podía ganar porque nadie atacaba. Con su ofensiva atascada, la policía no
arriesgaría sus fuerzas en ataques contra los edificios sostenidos por los anarquistas. En términos generales,
el PC y el Estado retenían el centro de la ciudad, mientras la CNT y el POUM retenían los distritos obreros.
El status quo terminó ganando por medios políticos. Las masas depositaron su confianza en las dosorganizaciones bajo ataque, mientras éstas, temerosas de enajenar al Estado, consiguieron que la gente
regresara al trabajo (aunque no sin dificultad) y así [el POUM y la CNT] minaron la única fuerza capaz de
salvarlas políticamente y ... "físicamente". Tan pronto como la huelga se dio por finalizada, sabiendo que de
aquí en adelante controlaba la situación, el gobierno hizo entrar a 6.000 Guardias de Asalto, la élite de la
policía. Al aceptar la mediación de las “organizaciones representativas” y los consejos de moderación por
parte del POUM y la CNT, el mismo pueblo que había derrotado a los militares fascistas en julio de 1936 se
rindió sin lucha a la policía republicana en mayo de 1937.
En aquel punto, la represión podía comenzar. Sólo unas semanas fueron necesarias para proscribir a l POUM,
detener a sus líderes, asesinarlos legalmente o por otros medios, y desaparecer a Nin. Se estableció una
policía paralela en locales secretos, organizados por el NKVD (Comisariado Popular para asuntos internos,
de la URSS) y el aparato secreto de la Internacional Comunista, que sólo respondía a Moscú. De aquel punto
en adelante, cualquiera que mostrara la más leve oposición al Estado republicano y su aliado principal, la
URSS, sería denunciado y perseguido como "fascista", y por todo el mundo un ejército de almas bien
intencionadas repetiría la difamación, unos por ignorancia, otros por en función de sus intereses, pero cada
uno de ellos convencidos de que ninguna denuncia era demasiado excesiva cuando el fascismo estaba en
marcha. La furia desencadenada contra el POUM no fue ninguna aberración. Al oponerse a los procesos de
Moscú, el POUM se condenó a ser destruido por un estalinismo enzarzado en una despiadada lucha mundial
contra sus rivales por el control de las masas. En esa época, la mayoría de los partidos, los comentaristas y
hasta la Liga para los Derechos del Hombre salieron a endorsar la culpa del acusado. Sesenta años más tarde,
la ideología dominante denuncia estos procesos y los ve como un signo de la obsesión del Kremlin por el
poder. ¡Como si los delitos estalinistas no tuvieran nada que ver con el antifascismo! La lógica antifascista
siempre se alineará con las fuerzas más moderadas y siempre luchará contra las más radicales.
A un nivel puramente político, mayo de 1937 dio lugar a lo que, unos meses antes, habría sido impensable:
un socialista aún más a la derecha que Caballero, Negrín, encabezando un gobierno con una política fuerte en
cuando al orden público, incluyendo la represión contra los obreros. Orwell - quién casi perdió su vida en
estos acontecimientos - comprendió que la guerra "por la democracia" obviamente había terminado. Lo que
quedaba era una confrontación entre dos fascismos, con la diferencia de que uno era menos inhumano que su
rival. Sin embargo, Orwell se aferró a la necesidad de evitar "un fascismo más desnudo y desarrollado como
el de Franco y Hitler" 14 . De aquel punto en adelante, el único asunto era luchar por un fascismo menos malo
que el contrario...
La guerra devora a la revolución 15
El poder viene menos del barril de un arma que de una urna. Ninguna revolución es pacífica, pero la
dimensión militar no es la central. La pregunta no es si los proles finalmente deciden irrumpir en las
armerías, sino si revelan lo que son: seres mercantilizados que ya no pueden y ya no quieren existir como
mercancías, y cuya rebelión hace explotar la lógica de capitalismo. Las barricadas y las ametralladoras
fluyen de este "arma". Cuanto más vital sea el reino social, más disminuirá el uso de armas y el número de
bajas. Una revolución comunista jamás se parecerá a una matanza: no por cualquier principio no violento,
sino porque será una revolución más por subvertir que por destruir al ejército profesional. Imaginarse un
frente proletario contra un frente burgués es concebir al proletariado en términos burgueses, sobre el modelo
de una revolución política o una guerra (tomar el poder de alguien, ocupar su territorio). De esta manera, uno
reintroduce todo lo que el movimiento insurreccional había sobrepasado: la jerarquía, el respeto por los
especialistas, por el conocimiento “del que sabe”, y por las técnicas para solucionar los problemas, en
resumen por todo lo que disminuye al hombre común. Al servicio del Estado, el “miliciano” obrero
invariablemente evoluciona en un “soldado”. En España, desde el otoño del 1936 en adelante, la revolución
se disolvió en el esfuerzo de guerra, y en una especie de combate típico de los Estados: la guerra de frentes.
Encuadrados en "columnas", los obreros dejaron Barcelona para derrotar a los fascistas en otras ciudades,
empezando por Zaragoza. Llevar la revolución más allá de las áreas de control republicano, sin embargo,
significaba completar la revolución en las áreas republicanas también. Pero incluso Durruti no pareció
comprender que el Estado todavía se encontraba intacto por todas partes. Con el avance de la columna de
Durruti (el 70 % de cuyos miembros eran anarquistas), se extendieron las colectivizaciones: las milicias ayudaron a los campesinos y difundieron las ideas revolucionarias. Sin embargo Durruti declaró, "sólo
tenemos un objetivo: aplastar a los fascistas". Por más que él reiterara que "estas milicias nunca defenderán a
la burguesía", tampoco la atacaron. Dos semanas antes de su muerte (el 21 de noviembre de 1936), declaró:
"tenemos sólo un pensamiento y un objetivo (...): aplastar al fascismo (...) Por el momento, nadie debería
pensar en aumentos de salario o acortar la semana de trabajo... debemos sacrificarnos y trabajar tanto como
sea necesario (...) debemos tener la solidez del granito. El momento ha llegado de exigir a los sindicatos y a
las organizaciones políticas a terminar con sus altercados de una vez y para siempre. En la retaguardia, lo que
necesitamos es administración (...) Después de esta guerra, no debemos, por nuestra incompetencia, provocar
otra guerra civil entre nosotros (...) Contra la tiranía fascista, deberíamos ser uno; sólo debería existir una
organización, con sólo una disciplina."
Durruti y sus compañeros encarnaron una energía que no había esperado a 1936 para asaltar al mundo
existente. Pero toda la voluntad combativa del mundo no es suficiente cuando los obreros apuntan todos sus
golpes hacia una forma particular del Estado, y no hacia el Estado como tal. A mediados de 1936, aceptar
una guerra de frentes significó dejar las armas sociales y políticas en las manos de la burguesía en la
retaguardia, y aun más significó privar a la misma acción militar del vigor inicial que extrajo de otro terreno,
el único donde el proletariado tiene la ventaja.
En el verano de 1936, lejos de tener una superioridad militar decisiva, los nacionalistas no retuvieron
ninguna de las ciudades principales. Su fuerza principal estaba en la Legión Extranjera y en los “moros”
reclutados en Marruecos, que había estado bajo un protectorado español desde 1912 pero que se había
rebelado hace mucho contra los sueños coloniales tanto de España como de Francia. El ejército real español
había sufrido una gran derrota allí en 1921, en gran parte debido a la deserción de las tropas marroquíes. A
pesar de la colaboración franco-española, la guerra Rif (en la que un general llamado Franco se había
distinguido) sólo finalizó cuando Abd el-Krim se rindió en 1926. Diez años más tarde, el anuncio de la
independencia inmediata e incondicional para el Marruecos español, como mínimo, había creado
intranquilidad en el seno de las tropas de choque de la reacción. Obviamente, la República dio un trato
indiferente a esta solución, bajo una presión combinada de los sectores conservadores y de las democracias
de Inglaterra y Francia, que tenían poco entusiasmo por la posible desintegración de sus propios Imperios. Al
mismo tiempo, además, el Frente Popular francés no sólo rechazó conceder cualquier reforma digna del
nombre a sus súbditos coloniales, sino que disolvió el Etoile Nord-Africaine, un movimiento proletario en
Argelia.
Cualquiera sabe que la política de “no intervención” en España fue una farsa. Una semana después del golpe
de Estado, Londres anunció su oposición a cualquier envío de armas para el gobierno español legal, y su
neutralidad en caso de que Francia fuera arrastrada al conflicto. De esta manera, la Inglaterra democrática
puso a la república y al fascismo en el mismo nivel. Como resultado, la Francia de Blum y Thorez envio
algunos aviones, mientras Alemania e Italia enviaron ejércitos enteros y aprovisionados. En cuanto a las
Brigadas Internacionales, controladas por la Unión Soviética y los Partidos Comunistas, su valor militar
costó un caro precio, a saber la eliminación de cualquier oposición al estalinismo en las filas obreras. Fue a
principios de 1937, después del primer embarque de armas ruso, que Cataluña quitó a Nin de su puesto como
consejero del Ministerio de Justicia.
En pocas ocasiones la concepción estrecha de la historia como una lista de batallas y estrategias ha sido más
inepta para explicar el curso de una guerra directamente “social”, que obtuvo su forma por la dinámica
interna del antifascismo. El empuje revolucionario superó al principio el empuje de los nacionalistas.
Entonces los obreros aceptaron la legalidad; el conflicto fue conducido a un punto muerto, y luego
institucionalizado. A partir de finales de 1936 en adelante, las columnas milicianas quedaron atascadas en el
sitio a Zaragoza. El Estado sólo armó a las unidades militares en las que confiaba, es decir aquellas que no
confiscaran la propiedad. A principios de 1937, en las mal equipadas milicias del POUM que luchaban contra
los franquistas con armas antiguas, un revólver era considerado un lujo. En las ciudades, los milicianos se
codeaban con soldados regulares perfectamente equipados. Los frentes se atascaron, como los proletarios de
Barcelona contra la policía. El último estallido de energía fue la victoria republicana en Madrid. Poco
después, el gobierno ordenó a los particulares que cedieran sus armas. El decreto tuvo escaso efecto en lo
inmediato, pero demostró la voluntad descarada de desarmar a la gente. La desilusión y las sospechas
minaron la moral. La guerra estaba cada vez más en las manos de los especialistas. Finalmente, la República
perdió cada vez más terreno a medida que todo el contenido social y las apariencias revolucionarias se
desvanecieron en el campo antifascista.
Reducir la revolución a la guerra simplifica y falsifica la cuestión social dentro de la alternativa de ganar operder, y en ser "el más fuerte". Se vuelve, entonces, una cuestión de tener soldados disciplinados, una
logística superior, oficiales competentes y el apoyo de aliados cuya propia naturaleza política es escrutada lo
mínimo posible. Curiosamente, esto significa alejar el conflicto de la vida cotidiana. Es una cualidad peculiar
de la guerra que, incluyendo a sus entusiastas, nadie quiere perder pero todos quieren que termine. En
contraste con la revolución, excepto en caso de derrota, la guerra no cruza la puerta de mi casa.
Transformada en un conflicto militar, la lucha contra Franco dejó de ser un compromiso personal, perdió su
realidad inmediata, y se convirtió en una movilización desde arriba, como en cualquier otra situación de
guerra. Luego de enero de 1937, los alistamientos voluntarios escasearon, y la guerra civil, en ambos
campos, vino a depender principalmente del servici
Mira també:
http://www.mediafire.com/file/1x61gsi6x4od1bh/Dauv%C3%A9+1979+Cuando+las+insurrecciones+mueren.pdf

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