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“Mundo en venta. Crítica a la sinrazón turística” Rodolphe Christin (2014)
04 nov 2019
Este sociólogo y activista francés se dio a conocer gracias a su primer libro titulado “Manual contra el turismo” (2008), a partir de ese momento su trabajo se ha centrado en desarrollar un pensamiento crítico sobre el turismo de masas. En su obra más reciente “Mundo en venta”, continua con su valoración crítica profundizando en temas relevantes para entender la sinrazón turística.
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Hace algo más de un año publicábamos una entrevista a Rodolphe Christin: “El turismo es una industria compensatoria” (https://inutil.home.blog/2019/01/24/el-turismo-es-una-industria-compensa/). Este sociólogo y activista francés se dio a conocer gracias a su primer libro titulado “Manual contra el turismo” (2008), a partir de ese momento su trabajo se ha centrado en desarrollar un pensamiento crítico sobre el turismo de masas. En su obra más reciente “Mundo en venta”, continua con su valoración crítica profundizando en temas relevantes para entender la sinrazón turística. El autor analiza cómo “el uso del mundo” ha degenerado en “la usura del mundo”, señalando las contradicciones entre la aparente libertad de movimiento y el desarrollo de la industria turística.

A continuación recogemos algunos fragmentos que nos han parecido sugerentes, algunas cuestiones y alguna cosa más.


La movilidad condición de la expansión capitalista

La movilidad está grabada a fuego en el asalariado, obligado a ir a la ciudad, de campesino a asalariado por el espantajo de la miseria. El precio es el exilio provocado por el movimiento de los enclosures en Inglaterra (cercamientos), que comenzó en el siglo XVI y en los siglos sucesivos, lo cual supuso el fin de las tierras comunales y los derechos de uso que llevaban aparejados.

La movilidad se articula en nuestras sociedades sobre tres ejes: la migración o sea cambio de las condiciones de vida, el desplazamiento profesional ligado al trabajo y el turismo ligado al ocio.

La movilidad como condición de la expansión del capitalismo permite agrandar la zona de influencia del mercado. Ya sea impuesta o aparentemente consentida, es una condición para el suministro de individuos. Justifica el sometimiento a un capitalismo fluido y flexible. Es el precio a pagar en lo tocante al desarraigo, que en versión estético-turística se denomina desconectar o cambiar de aires, para un individuo dispuesto a adaptarse a las necesidades del mercado.

Esta fluidez es inherente a la economía de mercado, y la migración su ingrediente principal. La movilidad no es ya la libertad de ir y venir, es más bien una orden dictada por el funcionamiento del sistema que los menos lúcidos consideran como un aumento de la iniciativa individual.

La apología del movimiento es parte integrante del consumo de un mundo que la técnica no cesa de volver más pequeño.

El movimiento genera el sentimiento de vivir a fondo, consumir el mundo, la movilidad coloniza masivamente el imaginario social y se impone a nuestro ocio y profesión.

Moverse con el portátil y con el móvil, palabras que acompañan nuestra vida, es el vocabulario de la sociedad. Son nuestros nuevos domicilios psicológicos, sustitutos de nuestros cerebros, nuestras memorias tecnológicas, nuestras identidades digitales. Son la imagen que refleja en qué nos hemos convertido.

El mundo virtual representa el espacio donde culmina la movilidad. Es decir, la ubicuidad es el clímax de la hipermovilidad. Transferida al espacio digital, se emancipa de la geografía y de los cuerpos. La conexión reemplaza al encuentro. Así la “globalización” es más virtual que real, sus lugares son no-lugares, no tienen raíces: el inglés internacional, la profusión de señalizaciones y modelos organizativos iguales en todas partes, hacen de estos lugares estereotipos funcionales antes que ejemplos de originalidad. Las superficies han de ser lisas, las interpretaciones fáciles y rápidas, evitando lo que entorpezca la circulación y pongan en peligro el orden. La velocidad garantiza el flujo de las cantidades. En definitiva, deshumanización...

El capitalismo ha hecho del ocio un negocio. La movilidad turística está al servicio del consumo del mundo. El turista, que en sus primeros pasos era un experimentador existencial, se ha convertido muy pronto en un consumidor geográfico.

El movimiento genera el sentimiento de vivir a fondo, consumir el mundo, aunque el consumo energético que genera sea sin precedentes; la movilidad coloniza masivamente el imaginario social y se impone a nuestro ocio y profesión.

Parece difícil sustraerse al influjo de la movilidad, cuando el desplazamiento está asociado al placer en el terreno del ocio y al éxito en el laboral.


Naturaleza-objeto de consumo

La naturaleza un espacio gratuito y común se ha convertido en un mundo privativo y de pago, accesible con sólo comprar una entrada. La naturaleza para el turista se convierte en objeto, porque la tienen que adaptar a los deseos del turista.

Ya sea destruida o protegida la naturaleza es transformada para recibir el flujo creciente de visitantes, con medios cuyos efectos son cada vez más pesados e irreversibles. La ordenación del territorio tiene un coste evidente, razonamiento éste de los gestores y los planificadores. El impacto desarrollista de la modernidad contrasta con el de las sociedades arcaicas, que habitaban la naturaleza, tomando lo necesario para vivir sin modelarla.

El desarrollo sostenible tampoco funciona porque desarrolla infraestructuras para llegar a los espacios naturales y luego normativas para protegerlos. Es imposible conciliar, sin contradicciones, ni resultados nefastos, lo salvaje y la presencia de las masas.

Los movimientos de protesta contra grandes proyectos de infraestructuras están adquiriendo mayor importancia. En Notre Dame de Landes, se oponen frontalmente ante la ideología desarrollista del capitalismo avanzado. Pese a sus fines proteccionistas, el concepto de las ZAD (zona a proteger) de los militantes antidesarrollistas contrarios a los grandes proyectos inútiles rompe con la burocracia de la ecogestión de los espacios protegidos. Los ecologistas pretenden administrar las nocividades, pero no eliminarlas.

El porvenir se trata de atenuar el impacto de nuestras prácticas como usuarios y revisar las concepciones políticas del ordenamiento territorial, con el fin de dejar a la naturaleza seguir su curso, y seguir nosotros el nuestro, con las menores interferencias posibles. Esto supone dejar las grandes infraestructuras, evitar los grandes despliegues, dejar la menor cantidad de huellas posible, adoptar una estrategia de mínimo impacto ambiental.


Viaje versus turismo

En una sociedad estructurada entre el tiempo de trabajo y de ocio, la historia de los asalariados coincide con la historia de la expansión del turismo de las capas sociales de los países desarrollados.

Las vacaciones pagadas son una nueva forma de control social, porque sino a qué se dedicarían los asalariados en su tiempo libre. Así, los sindicatos, la iglesia (el Estado), procuraron actividades educativas, para seguir por la buena senda. Y el capitalismo conseguiría granjearse la aceptación de las clases trabajadoras.

El turismo es la respuesta dada por la cultura capitalista liberal con el fin de canalizar el carácter subversivo que se encontraba en los orígenes del intento de transformar sus condiciones. Activa dispositivos de captura de la subjetividad y de los movimientos y logra volver inofensiva una fuerza que pasa a contribuir con la economía de mercado.

El turismo es una economía de la frustración: en la sociedad industrial al ganar en confort, la vida cotidiana deviene monótona, la sociedad de consumo sufre una especie de hastío que elude haciendo desfilar ante los ojos del espectador-consumidor el espectáculo de una vida de ensueño gracias al consumo de lugares, bienes y servicios. Así el turismo ofrece su gama de destinos a todo aquel que quiera gestionar la geografía de su entretenimiento en este inmenso centro comercial en el que se ha convertido el planeta. Los centros comerciales, donde el fin de semana, se deambula, como un conso-flaneûr (consumidor-deambulante), lo tiene todo a punto para que durante su paseo se detenga y compre, no habla, no entabla relaciones, sólo compra. El centro comercial está lleno de trampas.

El turista es el arquetipo de individuo moderno y liberal, la versión del tecno-nómada profesional en su tiempo libre.

El turismo es mundófago, mata lo que le da vida, destruye el mundo que dice amar. Necesita una opulencia económica y ecológica cuya duración a largo plazo nadie puede garantizar, al menos a los niveles que hemos conocido hasta ahora.

El turismo es lo contrario al viaje, no te sumerges en otras costumbres, no sufres de incomodidades al no cambiar de estándar de vida.

El viaje de la existencia, periplo filosófico desplegado en el espacio y el tiempo, entre el nacimiento y la muerte. Es la culminación del viaje entendido en su sentido más fuerte.

Sumergirse en la vida de la gente común, descubrir la naturaleza, por una parte, surcar sus zonas de sombra y por otra dejarse llevar por su carga poética, ese es el sentido del viaje si puede tener todavía lugar en el presente.

Viajar en un mundo dado y no urbanizado en toda su extensión, gratuito, donde el hombre pueda contemplar algo más que su sombra, es una experiencia que puede desaparecer y es una pena. Es una experiencia que dispone del poder de devolvernos a nuestro verdadero sitio, entre el cielo y la tierra, como un ser entre otros, con otros.


Varias cuestiones y alguna cosa más

Christin contrasta las diferencias con el viaje y anota algunas de las razones que impulsan la expansión continuada del turismo: El turista vive la ilusión de ser rentista una vez al año, por vacaciones, ser servido por otros, libre de emplear el tiempo como quiera.
Sin embargo, pensamos que la aparente libertad se cierra sobre la homogenización de la utilización del tiempo y del mundo que consume y recorre (ver: “Anotaciones contra los turismos” (https://inutil.home.blog/2018/10/21/anotaciones-contra-los-turismos/).
Seguimos preguntándonos, ¿qué impulsa al turismo?; ¿que empuja a un individuo abandonar su espacio habitual y a desplazarse a otro, quizás a cientos o a miles de kilómetros, por qué? Y compartir el destino con otros miles de turistas consumiendo los mismos espacios, fotografiando los mismos objetos… ¿Por qué el turismo sea convertido en una actividad de masas, esto desarma nuestra capacidad crítica?

Los antecedentes del turista son la minoría aristocrática y burguesa ociosa y aquellos trabajadores sometidos a inacabables jornadas de trabajo, desposeídos y privados de cualquier otro uso del tiempo. La conquista de las 40 horas significó una reducción del tiempo de trabajo, y una acción concertada de la patronal, el Estado y los sindicatos y supuso el acceso al “tiempo libre”, al “weekend”, el “derecho a la playa” o a “la nieve”.

A día de hoy, los efectos de la dominación capitalista y la expansión del sistema mercantil son bien conocidos y sufridos. Lo reza el título y lo anota al principio del texto: el uso del mundo ha degenerado en la usura, el mundo está en venta, se ha convertido en un objeto más junto a nosotros, se mercantiliza también, devenimos cosas entre cosas. La cosificación se extiende, domina nuestro mundo, consume al sujeto… devorados por la cosa el mundo se torna banal.

El sistema de producción con su estúpida jerarquía y su fetichismo sigue sometiendo la mayor parte de (nuestro) tiempo al imperativo de la valorización despreciando cualquier otra perspectiva. En ese contexto de dominación, el uso del “tiempo libre” difícilmente escapa de esa lógica, o bien equivaldría a considerar ese tiempo como tiempo de liberación. Y no estaríamos abocados al tiempo de consumo, abriendo la posibilidad de un tiempo anticapitalista, de acabar con el capitalismo.

El tiempo libre sometido se realiza como tiempo de consumo, como el consumo de tiempo esta limitado entre otros por la oferta, la sensación de libertad se traslada al movimiento como consumo de espacio.

El cambio de uso (la transformación) de la ciudad, de espacio de la producción en espacio de cambio (inversión y consumo) trastoca profundamente el uso y el acceso al espacio urbano. Miles de personas son movilizadas hacia las periferias (centrifugadas) mientras otras miles, en rotación, son trasladadas y desplazadas por su interior. Aquellos que permanecen, lo están bajo las nuevas condiciones impuestas, empujados por la movilidad general. La política urbana transforma la ciudad en un espacio de consumo banal haciendo a la vez inhabitables nuestros lugares.

El urbanismo frío y vacío en el que estamos abocados a vivir, la manera de habitar, el hábitat urbano nos arroja como náufragos ávidos y desamparados al encuentro de lo exótico; lo popular; lo histórico; el arte; el paisaje; todo aquello que ha ido desapareciendo de nuestro entorno y que representa la vaciedad del mundo en el que habitamos. Sobrecogidos y conmocionados por ello, estamos abocados a su contemplación fetichista.

El consumidor-deambulante no solo consume alguna de las mercancías expuestas a su mirada, también consume una visión del mundo, una abundancia falsa, un cierto orden social sustentado por una industria que trabaja a su servicio permitiéndole consumir un tipo de relación social desligada del lugar. Y en otra escala, superar unas relaciones sociales opresivas situándole de manera pasajera y figurada al otro lado de la dialéctica (esclavo-amo). El éxito del turismo y del turista se debe a que se desliza paralelamente al trabajo, pero en su forma alienada, al otro lado (simbólicamente), cuanto más lejos mejor. Dentro de los márgenes de la relación social: de ser consumido a consumir una mercancía, de la producción a su realización mercantil.

La expansión del capitalismo es también una conquista de territorio en el sentido de un nuevo espacio de explotación, o sea de valorización (y consumo). Siguiendo la acumulación primitiva o la acumulación por desposesión se trata de incorporar nuevos activos al sistema Mundo. El turismo expresa su realización, la de la mercancía mundo y la del mundo de la mercancía, y cierra el círculo alrededor de otra conquista: la del tiempo, el tiempo de trabajo y el “tiempo libre”.


La lucha contra el turismo se enmarca en la lucha contra el capitalismo en sus diversas formas, quizás no podemos desprendernos de nuestra condición de turista ocasional como no podemos superar nuestra condición proletaria, o vivir desposeídos de nuestro tiempo, en cualquier caso, ello no invalida la necesidad de la crítica como las legítimas aspiraciones de su superación.

pi
octubre 2019
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