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Ideas anarquizantes en la historia antes del anarquismo
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per Aliss |
20 jul 2019
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Capítulo “Libertad y anarquía: sus más antiguas manifestaciones y las concepciones libertarias hasta 1789” de su libro “La Anarquía a través de los tiempos” sw Max Nettlau |
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Una historia de la idea anarquista es inseparable de la historia de todos los desarrollos progresivos y de las aspiraciones hacia la libertad, ambiente propicio en que nació esta comprensión de vida libre propia de los anarquistas y garantizable sólo por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre que al mismo tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad, generosidad, etc.) estén bien desarrollados y tengan expansión libre. Esta comprensión se manifiesta de innumerables maneras en la vida personal y colectiva de individuos y de grupos, comenzando por la familia, ya que la convivencia humana no sería posible sin ella. Al mismo tiempo la autoridad, sea tradición, costumbre, ley, arbitrariedad, etc., ha puesto desde la humanización de los animales que forman la especie humana, su garra de hierro sobre un gran número de interrelaciones, hecho que sin duda procede de una animalidad más antigua todavía, y la marcha hacia el progreso que se hace indudablemente a través de las edades, es una lucha por la liberación de esas cadenas y obstáculos autoritarios. Las peripecias de esa lucha son tan variadas, la lucha es tan cruel y ardua que relativamente pocos hombres han llegado todavía a la comprensión anarquista más arriba descrita, y aquellos incluso que luchaban por libertades parciales no los han comprendido más que rara e insuficientemente y en cambio han tratado a menudo de conciliar sus nuevas libertades con el mantenimiento de antiguas autoridades, ya quedasen ellos mismos al margen de ese autoritarismo, o creyesen útil la autoridad y capaz de mantener y de defender sus nuevas libertades. En los tiempos modernos tales hombres sostenían la libertad constitucional o democrática, es decir libertades bajo la custodia del gubernamentalismo. De igual modo en el terreno social esa ambigüedad produjo el estatismo social, un socialismo impuesto autoritariamente y desprovisto por eso de lo que, según los anarquistas, le da su verdadera vida, la solidaridad, la reciprocidad, la generosidad, que sólo florecen en un mundo de libertad.
Antiguamente, pues, el reino de la autoridad fue general, los esfuerzos ambiguos, mixtos (la libertad por la autoridad) fueron raros, pero continuos, y una comprensión anarquista, al menos parcial y tanto más una integral, ha debido ser muy rara, tanto porque exigía condiciones favorables para nacer, como porque fue cruelmente perseguida y eliminada por la fuerza o gastada, desamparada, nivelada por la rutina. Sin embargo, si de la promiscuidad tribal se llegó a la vida privada relativamente respetada de los individuos, no es sólo el resultado de causas económicas, sino que fue un primer paso de la marcha de la tutela a la emancipación; y de sentimientos paralelos al antiestatismo de los hombres modernos, han pasado los hombres de esos tiempos antiguos a esta dirección. Desobediencia, desconfianza de la tiranía y rebelión han impulsado a muchos hombres enérgicos a forjarse una independencia que han sabido defender o han sucumbido. Otros supieron sustraerse a la autoridad por su inteligencia y por capacidades especiales, y si en un tiempo dado los hombres pasaron de la no-propiedad ( accesibilidad general) y de la propiedad colectiva ( de la tribu o de los residentes locales) a la propiedad privada, no sólo la codicia de posesión, sino también la necesidad, la voluntad de una independencia asegurada, han debido impulsarlos a ello.
Los pensadores anarquistas integrales de esos antiguos tiempos, si los hubo, son desconocidos, pero es característico que todas las mitologías han conservado la memoria de rebeliones, e incluso de luchas nunca terminadas, de una raza de rebeldes contra los dioses más poderosos. Son los Titanes que dan el asalto al Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, las fuerzas sombrías que en la mitología nórdica provocan el crepúsculo de los dioses, es el diablo que en la mitologíá cristiana no cede nunca y lucha a toda hora y en cada individuo contra el buen Dios, ese Lucifer rebelde que Bakunin respetaba tanto, y muchos otros. Si los sacerdotes, que manipulaban esos relatos tendenciosos en el interés conservador, no han eliminado esos atentados peligrosos a la omnipotencia de sus dioses, es que las tradiciones que tenían por base han debido estar tan arraigadas en el alma popular que no se han atrevido a ello y sólo se contentaron con desnaturalizar los hechos, insultando a los rebeldes, o bien han imaginado más tarde interpretaciones fantásticas para intimidar a los creyentes, como sobre todo la mitología cristiana con su pecado original, la caída del hombre, su redención y el juicio final, esa consagración y apología de la esclavitud de los hombres, de las prerrogativas de los sacerdotes como mediadores, y esa postergación de las reivindicaciones de justicia para el último término imaginable, para el fin del mundo. Por consiguiente, si no hubiese habido siempre rebeldes atrevidos y escépticos inteligentes, los sacerdotes no se habrían tomado tanto trabajo.
La lucha por la vida y la ayuda mutua estaban quizás inseparablemente entrelazadas en esos antiguos tiempos. ¿Qué es la ayuda mutua sino la lucha por la vida colectiva, protegiéndose así una colectividad contra un peligro que aplastaría a los aislados? ¿Qué es la lucha por la vida sino un individuo que reúne un mayor número de fuerzas o capacidades triunfando sobre otro que reune una cantidad más pequeña? El progreso se hizo por independencias e individualizaciones fundadas en un medio de sociabilidad relativamente segura y elevada. Los grandes despotismos orientales no permitieron verdaderos progresos intelectuales, pero sí el ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales, y la primera floración del pensamiento libre que conocemos fue la filosofía griega, que ha podido en el curso de los siglos, tener conocimiento de lo que pensaban en la India y en China algunos pensadores, pero que ante todo hizo una obra independiente, que ya los romanos, a quienes les interesaba tanto instruirse en las fuentes griegas de la civilización, no pudieron comprender y continuar y menos aún el mundo inculto del milenio de la edad media.
Lo que se llama filosofía fueron al comienzo reflexiones todo lo independientes que es posible de la tradición religiosa por individuos que dependían de su ambiente, y sacadas de observaciones más directas y, algunas, resultados de la experiencia; reflexiones por ejemplo sobre el origen y la esencia de los mundos y de las cosas (cosmogenia), sobre la conducta individual y sus mejoras deseables (moral), sobre la conducta colectiva cívica y social (politica social) y sobre un conjunto más perfecto en el porvenir y los medios de llegar a él (el ideal filosófico que es una utopía, derivada de las opiniones que esos pensadores se han formado sobre el pasado, el presente y la dirección de la evolución que creen haber observado o que consideran útil y deseable). Las religiones se habían formado antes aproximadamente de manera parecida, sólo que en condiciones generales más primitivas, y la teocracia de los sacerdotes y el despotismo de los Reyes y de los jefes corresponden a ese estadio. Esa población de los territorios griegos, continente e islas, que se mantenía contra los despotismos vecinos, fundando una vida cívica, autonomías, federaciones, rivalizando en pequeños centros de cultura, produce también esos filósofos que se elevaron sobre el pasado, que trataban de ser útiles a sus pequeñas Repúblicas patrias y concebían sueños de progreso y de felicidad general (sin atreverse o sin querer tocar a la esclavitud, claro está, lo que muestra cuan difícil es elevarse verdaderamente sobre el ambiente).
De esos tiempos datan el gubernamentalismo de formas en apariencia más modernas, y la política, que tomaron el puesto del despotismo asiático y de la arbitrariedad pura, sin reemplazarlos totalmente. Fue un progreso semejante al de la revolución francesa y al del siglo XIX, comparados con el absolutismo del siglo XVIII, y como este último progreso dio un gran impulso al socialismo integral y a la concepción anarquista, así al lado de la masa de los filósofos y de los hombres de Estado griegos moderados y conservadores, hubo pensadores intrépidos que llegaron ya entonces a las ideas socialistas estatales, los unos, y a las ideas anarquistas, los otros -una pequeña minoría, sin duda-, pero hombres que hicieron su marca, que no se les pudo ya borrar de la historia, aunque rivalidades de escuela, persecuciones o la incuria de edades ignorantes hayan hecho desaparecer los escritos. Lo que de ellos subsiste se ha preservado sobre todo como extractos en textos de autores reconocidos que se han conservado.
Había en esas pequeñas Repúblicas siempre amenazadas, y ambiciosas y agresivas a su vez, un culto extremo al civismo, al patriotismo, y había también riñas de los partidos, demagogia, y la preocupación del poder, y sobre esa base se desarrolló un comunismo muy crudo. De ahí la aversión de otros contra la democracia y la idea de un gobierno de los más prudentes, de los sabios, de los hombres de edad, como soñaba Platón. Pero también la aversión contra el Estado, del que había que apartarse, que profesó Aristipo, las ideas libertarias de Antifon, y sobre todo la gran obra de Zenon (342-270 a. de C.), el fundador de la escuela estoica, que elimina toda coacción exterior y proclama el impulso moral propio en el individuo como único y suficiente regulador de las acciones del individuo y de la comunidad. Fue un primer grito claro de la libertad humana que se sentía adulta y se despojaba de sus lazos autoritarios, y no hay que asombrarse de que ese trabajo fuese ante todo depurado por generaciones futuras, luego completamente dejado al margen para irse perdiendo.
Sin embargo, como las religiones transportan las aspiraciones de justicia y de igualdad a un cielo ficticio, también los filósofos y algunos jurisconsultos se transmitieron el ideal de un derecho verdaderamente justo y equitativo, basado en las exigencias formuladas por Zenón y los estoicos; fue el llamado derecho natural que, como igualmente una concepción ideal de la religión, la religión natural, iluminó débilmente numerosos siglos de crueldad y de ignorancia, y a su resplandor en fin se rehicieron los espíritus y se comenzó a querer hacer realidades de esas abstracciones ideales. Ese es el primer gran servicio que la idea libertarla ha prestado a la humanidad: su ideal, tan enteramente opuesto al ideal del reino supremo y definitivo de la autoridad, es absorbido después en más de dos mil años y queda implantado en cada hombre honesto que sabe perfectamente que es eso lo que haría falta, por eséptico, ignorante o desviado que esté, a causa de intereses particulares, en relación a la posibilidad, y sobre todo a la posibilidad próxima, de realizaciones.
Pero se comprende también que la autoridad -Estado, propiedad, iglesia- veló contra la popularización de esas ideas, y se sabe que la República y el Imperio romano y la Roma de los Papas hasta el siglo XV, imponían al mundo occidental un fascismo intelectual absoluto, con el despotismo oriental que renacía en bizantinos, y turcos y zarismo ruso (continuado virtualmente por el bolcheviquismo ruso) como complemento. Entonces, hasta el siglo XV y más tarde aún (Servet, Bruno, Vanini), el pensamiento libre fue impedido bajo peligro de pena de muerte y no pudo transmitirse más que secretamente por algunos sabios y sus discípulos, tal vez en el núcleo más íntimo de algunas sociedades secretas. No se mostró en plena luz del día más que cuando, entremezclado con el fanatismo o el misticismo de las sectas religiosas, no temía ya nada, sintiéndose impulsado al sacrificio, sabiéndose consagrado o consagrándose alegremente a la muerte. Aquí las fuentes originales fueron cuidadosamente destruídas y no conocemos más que las voces de los denunciadores, de los insultadores y a menudo de los verdugos. Así Karpokrates, de la escuela gnóstica en Egipto, preconizó una vida en comunismo libre en el siglo segundo de la era presente, y también esta idea emitida en el Nuevo Testamento (Pablo a los Galateos): si el espíritu os manda, no estáis sin ley – pareció prestarse a la vida fuera del Estado, sin ley ni amo.
Los últimos seis siglos de la Edad Media fueron la época de las luchas de autonomías locales (ciudades y pequeños territorios) dispuestos a federarse y de grandes territorios que fueron unificados para formar los grandes Estados modernos, unidades políticas y económicas. Si las pequeñas unidades eran centros de civilización y habrían podido prosperar por su propio trabajo productivo, por federaciones útiles a sus intereses, y por la superioridad que su riqueza les dio sobre los territorios agrícolas pobres y sobre las ciudades menos afortunadas, su éxito completo no habría sido más que la consagración de esas ventajas a expensas de la inferioridad continua de los menos favorecidos. ¿Es más importante que algunas ciudades libres, Florencia, Venecia, Génova, Augsburg, Nurenberg, Bremen, Cante, Brujas y otras se enriquezcan o que todos los países en que están situadas sean elevados en confort, en educación, etc? La historia, hasta 1919 al menos, ha decidido en el sentido de las grandes unidades económicas y las autonomías fueron reducidas o han caído. La autoridad, el deseo de extenderse, de dominar, estaba verdaderamente en ambas partes, en los microcosmos y en los macrocosmos y la libertad fue un término explotado por los unos y por los otros; los unos rompieron el poder de las ciudades y de sus conjuraciones (ligas); los otros el de los Reyes y de sus Estados. Sin embargo, en esta situación las ciudades favorecían a veces el pensamiento independiente, la investigación científica, y permitieron a los disidentes y heréticos, proscritos en otras partes, hallar en ellas un asilo temporal. Sobre todo allí donde los municipios romanos situados en los caminos del comercio, u otras ciudades prósperas, eran más numerosas, había focos de esa indepedencia intelectual; de Valencia y Barcelona hacia la Alta Italia y Toscana, hacia la Alsacia, Suiza, Alemania meridional y Bohemia, por París hacia las Bocas del Rhin, Flandes y Países Bajos y el litoral germánico (las ciudades hanseáticas), tal fue ese país sembrado de focos de libertades locales. Y fueron las guerras de los emperadores en Italia, la cruzada contra los albigenses y la centralización de Francia por los Reyes, sobre todo por Luis XI, la supremacía castellana en España, las luchas de los Estados contra las ciudades en el mediodía y en el norte alemán, por los duques de Borgoña, etc., las que produjeron la supremacía de los grandes Estados.
Entre las sectas cristianas se nombra sobre todo a esos Hermanos y Hermanas de espíritu libre como practicantes de un comunismo ilimitado entre ellos. Partiendo probablemente de Francia, destruidos por la persecución, su tradición ha sobrevivido más en Holanda y en Flandes y los Klompdraggers del siglo XIV y los partidarios de Eligius Praystinck, los libertinos de Amberes en el siglo XVI (los loistas) , parecen derivarse de ellos. En Bohemia, después de los husitas, Peter Chelchicky preconizó una conducta moral y social que recuerda la enseñanza de Tolstoi. También allí había sectas de prácticos, llamados libertinos directos, los adamitas sobre todo. Se conocen algunos escritos, sobre todo de Chelchicky ( cuyos partidarios moderados se conocieron más tarde como Hermanos moravos) , pero en cuanto a las sectas más avanzadas se han reducido a los peores libelos de sus perseguidores devotos, y es difícil, si no imposible, distinguir en qué grado su desafío a los Estados y a las leyes era un acto antiautoritario consciente. Porque se dicen autorizadas por la palabra de Dios, que es así su amo supremo.
En suma, la Edad Media no pudo producir un libertarismo racional e integral. Sólo el re-descubrimiento del paganismo griego y romano, el humanismo del Renacimiento, dio a muchos hombres instruidos medios de comparación, de crítica; veían varias mitologías tan perfectas como la mitología cristiana, y entre la fe en todo eso y la fe en nada de ello, algunos se han emancipado de toda creencia. El título de un pequeño escrito de origen desconocido, De tribus imposioribus, sobre los tres impostores (Moisés, Cristo y Mahoma) marca esa tendencia y, en fin, un sacerdote francés, François Rabelais, escribe las palabras libertadoras Haz lo que quieras, y un joven jurista, Etienne de la Boetie (1530-1563), nos dejó el fámoso Discours de la servitude volontaire.
Estas investigaciones históricas nos enseñan a ser modestos en nuestras expectativas. No sería difícil hallar los más bellos elogios de la libertad, del heroísmo de los tiranicidas y otros rebeldes, de las revueltas sociales populares, etc.; pero la comprensión del mal inmanente en la autoridad, la confianza completa en la libertad, eso es rarísimo, y las manifestaciones mencionadas aquí son como las primeras tentativas intelectuales y morales de los hombres para marchar de pie sin andadores tutelares y sin cadenas de coacción. Parece poco, pero es algo, y no ha sido olvidado. Frente a los tres impostores se erigió al fin la ciencia, la razón libre, la investigación profunda, el experimento y una verdadera experiencia. La Abbaye de Thézeme, que no ha sido la primera de las islas dichosas imaginadas, no fue la última, y junto a las utopías autoritarias, estatistas, que reflejan los nuevos grandes Estados centralizadores, hubo aspiraciones de vida idílica, inofensiva, graciosa, llena de respetos, afirmaciones de la necesidad de libertad y de convivencia en esos siglos XVI, XVII, XVIII de las guerras de conquista, de religión, de comercio, de dIplomacia y de las crueles colonizaciones de ultramar – el sometimiento de los nuevos continentes -. Y la servidumbre voluntaria tomaba a veces impulso para poner fin a sí misma, como en la lucha de los Países Bajos y contra la realeza de los Stuart en los siglos XVI y XVII y la lucha de las colonias norteamericanas contra Inglaterra en el siglo XVIII. hasta la emancipación de la América latina a comienzos del siglo XIX. La desobediencia entró así en la vida política y social. De igual modo el espíritu de la asociación voluntaria, de los proyectos y tentativas de cooperación industrial en Europa, ya en el siglo XVII, de la vida práctica por organizaciones más o menos autónomas y autogobernadas en América del Norte antes y después de la separación de Inglaterra. Ya los últimos siglos de la Edad Media habían visto el desafío de la Suiza central al Imperio alemán y su triunfo, las grandes revueltas de los campesinos, las afirmaciones violentas de independencia local en varias partes de la Península ibérica; París se manturo firme contra la realeza en diversas ocasiones, hasta el siglo XVII, y de nuevo en 1789.
El fermento libertario, lo sé bien, era todavía demasiado pequeño, y los rebeldes de ayer se quedan prendidos en una nueva autoridad al día siguiente. Todavía se puede hacer matar a los pueblos en nombre de tal o cual religión y, más aún, se les inculcó las religiones intensificadas de la Reforma y por otra parte se les puso bajo la tutela y la férula de los jesuitas. Europa, además, fue sometida a la burocracia, a la policía, a los ejércitos permanentes, a la aristocracia ya las Cortes de los Príncipes, aun siendo sutilmente dirigida por los poderosos del comercio y de las finanzas. Muy pocos hombres entreveían a veces soluciones libertarias y hablaban de ellas en algunos pasajes de sus utopías, como por ejemplo Gabriel Faigny en Les Aventures de Jacques Sadeur dans la découverte et le voyage de la Terre australe (1676); o sirviéndose de la ficción de los salvajes que no conocían la vida refinada de los Estados policiales, como por ejemplo Nicolás Gueudeville en los Entretiens entre un sauvage et le baron de Hontan (1704); o bien Diderot en el famoso Supplément au Voyage de Bougainville.
Hubo el esfuerzo de acción directa, la recuperación de la libertad después de la caída de la monarquía en Inglaterra en 1649, hecha por Gerard Winstanley (the Digger); los proyectos de socialismo voluntario por asociación, de P. C. Plockboy (1658) , un holandés, John Bellers (1695), el escocés Robert Wallace (1761), en Francia de Rétif de la Bretonne.
Razonadores inteligentes disecaban el estatismo, como – no importa que haya sido una extravagancia- Edmund Burke en A Vindication of Natural Society (1756), y en Diderot fue familiar una argumentación verdaderamente anarquista. Hubo aislados que impugnaban la ley y la autoridad, como William Harris en el territorio de Rhode Island (Estados Unidos), en el siglo XVII; Mathias Knutsen, en el mismo siglo, en el Holstein; el benedictino Dom Deschamps, en el siglo XVIII, en un manuscrito, dejado por él, en Francia ( conocido desde 1865); también A. F. Doni, Montesquieu (los trogloditas), G. F. Rebmann (1794), Dulaurens (1766, en algunos rincones de Compêre Matthieu), esbozan pequeños países y refugios felices sin propiedad ni leyes. En las décadas anteriores a la revolución francesa, Sylvain Maréchal (1750 – 1803), un parisien, propuso un anarquismo muy claramente razonado, en la forma velada de la vida feliz de una edad pastoral arcadiana; así en L’Age d’Or, recueil de contes pastoraux par de Berger Sylvain (1782) y en Livre échappé ou déluge ou Pseaumes nouvellement découverts (1784-). El mismo hizo una propaganda ateísta de las más decididas y en sus Apologues modernes, a l’usage d’un Dauphin (1788) , esboza ya las visiones de los Reyes deportados todos a una isla desierta en que acaban por destruirse unos a otros, y de la huelga general, por la cual los productores, las tres cuartas partes de la población, establecen la sociedad libre. Durante la revolución francesa Maréchal fue impresionado y seducido por el terrorismo revolucionario, pero no pudo menos, sin embargo, de poner en el Manifeste des Egaux de los babouvistas, estas palabras famosas: desapareced, repulsivas diferencias de gobernadores y de gobernados, que fueron radicalmente desaprobadas durante su proceso por los acusados socialistas autoritarios y por Buonarroti mismo.
Se encuentran ideas anarquistas claramente expresadas por Lessing, el Diderot alemán del siglo XVIII ; los filósofos Fichte y Krause, Wilhelm von Humboidt (1792); (el hermano de Alejandro) se inclinan del lado libertario en algunos de sus escritos. De igual modo los jóvenes poetas ingleses S. T. Coleridge y sus amigos del tiempo de su Pantisocracy. Una primera aplicación de esos sentimientos se encuentra en la reforma de la pedagogía entrevista en el siglo XVII por Amos Comenius, que recibió su impulso por J. J. Rousseau, bajo la influencia de todas las ideas humanitarias e igualitarias del siglo XVII, y particularmente atendida en Suiza (Pestalozzi) y en Alemania, donde también Goethe contribuyó de buena gana. En el núcleo más íntimo de los Iluminados alemanes (Weishaupt), la sociedad sin autoridad fue reconocida como objetivo final. Franz Baader (en Baviera) fue impresionadísimo por la Enquiry on Political Justice de Godwin, que apareció en alemán ( sólo la primera parte en 1803, en Würzburg, Baviera) y también Georg Forster, el hombre de ciencia y revolucionario alemán leyó ese libro en París, en 1793, pero murió pocos meses después, en enero de 1794, sin haber podido dar una expresión pública sobre ese libro que le fascinó (carta del 23 de julio de 1793) .
Estas son referencias rápidas de los principales materiales que he discutido en el libro Der Vorfrühling der Anarchie, 1925, págs. 5-66. Es probable que por algunos meses de investigaciones especiales en el British Museum, las completase un poco, y son sobre todo libros españoles, italianos, holandeses y escandinavos los que no he consultado sino muy poco. En los Iibros franceses, ingleses y alemanes he buscado ya mucho. En suma, lo que falta puede ser numeroso e interesante, pero no será probablemente de primera importancia, o su repercusión sobre los materiales ya conocidos nos habría advertido de su existencia.
Los materiales no son, pues, muy numerosos, pero son bastante notorios. Todo el mundo conoce a Rabelais; a través de Montagine se llegó siempre a La Boetie. La utopía de Gabriel Foigny fue bien conocida, varias veces reimpresa y traducida. La idea juvenil o la escapada de Burke, tuvo gran voga, y Sylvain Maréchal hizo hablar de sí bastante. Diderot y Lessing fueron clásicos. Así esas concepciones profundamente antiautoritarias, esa crítica y rechazo de la idea gubernamental, los esfuerzos serios para reducir e incluso negar el puesto de la autoridad en la educación, en las relaciones de los sexos, en la vida religiosa, en los asuntos públicos, todo eso no pasó desapercibido para el mundo avanzado del siglo XVIII y se puede decir que, como ideal supremo, sólo los reaccionarios lo combatían y sólo los moderados ponderados lo creían irrealizable para siempre. Por el derecho natural, la religión natural o la concepción materialista del tipo d’Holbach (Sisteme de la Nature, 1770) y de Lamettrie, por el encaminamiento de una menor a una mayor perfección de las sociedades secretas, todos los cosmopolitas humanitarios del siglo estaban intelectualmente en ruta hacia el mínimo de gobierno, sino hacia su ausencia total para los hombres libres. Los Herder y los Condorcet, Mary Wollstonecraft como no mucho después el joven Shelley, todos comprendieron que el porvenir va hacia una humanización de los hombres, que reduciría a nada inevitablemente el gubernamentalismo.
Tal fue la situación en vísperas de la revolución francesa, cuando no se conocían sino todas las fuerzas que un golpe decisivo dado al antiguo régimen iba a poner en movimiento para el bien y para el mal. Se estaba rodeado de aprovechadores insolentes de la autoridad y de todas sus víctimas seculares, pero los hombres del progreso querían un máximo de libertad y tenían buena conciencia y buena esperanza. La larga noche de la era de autoridad iba al fin a terminar …
Max Nettlau |
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