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La tragedia en Venezuela. El efecto Teruggi (I): la comuna de los tramposos
19 jun 2018
Jeudiel Martinez (Universidade de Caracas) para Uninômade Brasil

“el tirano necesita las almas rotas como las almas rotas necesitan al tirano”

Deleuze.


Guerra Fría.

“hay que vivir en Venezuela para poder hablar”, ese es el cliché de la izquierda que todavía defiende el desastre Hugo Chávez y sus sucesores. Obviamente no es el único (¿Qué es la izquierda sino una colección de clichés?) pero uno que necesitan desesperadamente: no solo los países vecinos están llenos de inmigrantes venezolanos –presencia no necesariamente muy grata- sino que el flujo de noticias, imágenes y efectos de un desastre que no tiene parangón en el continente (al menos no en tiempos de paz) y que desborda todos los días. Todo está rodeado por sus signos, por su “campo semiótico” y el de Venezuela es como el de un edificio que se derrumba rodeado de polvo, ruido y escombros.



La idea de que la situación venezolana es, cuando menos, muy opaca o difícil de entender, de que siempre faltarán datos para plantearse el problema es indispensable para aquellos que o abrazan la propaganda del gobierno venezolano o no quieren cuestionarla. “¿Cómo puede opinar nada si no está allí?” dicen entonces los cínicos, pues el que no vive aquí o seria presa de las ilusiones de los medios o, peor aún, no tendría acceso a la realidad esencial de la “guerra” o del mundo nuevo que estarían construyendo las comunas: es que el lugar en el que hay que estar para poder hablar siempre se desplaza: no basta vivir en Venezuela, hay que vivir en un barrio popular y en última instancia no basta eso sino estar sumergido en el mundo de las “comunas”, es decir, en definitiva hay que ser chavista registrado y leal para poder “hablar con propiedad”. Pero los que vivimos aquí sabemos bien lo que pasa. No necesitamos ser chavistas para serlo. No hay ninguna “guerra”, salvo que sea la del gobierno contra cualquier forma de producción -sean fábricas, comercios, ríos o la vida de la población en si- y nadie está construyendo un mundo nuevo a menos que por “nuevo mundo” se refieran a uno post-apocalíptico como los de Walking Dead o Mad Max.



No se ha hecho y seguramente no es posible hacer una encuesta sobre qué porcentaje de la izquierda continental apoya al chavismo pero sin duda es la mayoría y no es aventurado decir que si se une a ese grupo los que se rehúsan a tomar posición contra el chavismo estamos hablando de una completamente abrumadora: salvo unos cuantos grupúsculos marxistas o anarquistas y ciertas personalidades destacadas la izquierda mundial respalda al chavismo y es casi unánime en su empeño de no cuestionarlo. Aunque con cada vez más grietas en ese bloque esa es la situación actual incluso si dentro de Venezuela el porcentaje de chavistas y gente de izquierda que se opone al gobierno es cada vez mayor.



Esto no tiene nada de raro: desde que la “cultura política” de la guerra fría -en que la derecha se opone a la izquierda- se hizo global, planetaria, los dobles discursos se han multiplicado: por décadas hubo una completa negación a admitir los crímenes de Stalin y solo pequeños grupos radicales se atrevían a cuestionar a la URSS, se expulsó de la OEA a Cuba y nunca se hizo nada parecido con la Nicaragua de Somoza o el Paraguay de Banzer. No tiene nada raro que los progres e izquierdistas que se indignan tanto con el asesinato de Berta Cáceres o la persecución de los Mapuches no se preocupen en lo más mínimo ni con el hambre, las muertes por falta de medicinas, las ejecuciones policiales, la fantástica corrupción, el estado de excepción permanente

y los arrestos ilegales. La indignación selectiva es un legado del siglo XX, la reverberación más clara del mundo de la guerra fría.



Todavía, en nuestros tiempos, abundan sectarios que tienen mucha dificultad en condenar las desapariciones de la dictadura argentina o el gulag soviético, es que la Guerra Fría es profundamente gobiernista, en ella la gente no aparece más que como el sustento de un gobierno justo o como su promesa: un día se puede estar con un discurso libertario defendiendo una protesta popular o una “revolución de colores” y al siguiente defendiendo al buen gobierno que los medios difaman o que está haciendo lo necesario para defenderse de subversivos pagados por la CIA o el castro-chavismo. Lo que es inaceptable a las dos de la tarde es dolorosamente necesario a las cuatro incluso si la situación es la misma: para que cambie el juicio solo hace falta que cambie el gobierno.

En ese contexto la gente que protesta en Nicaragua contra la reforma del seguro, la que se rebeló en Brasil en 2013 o la que se opone a Assad o Putin es considerada por la izquierda poco menos que agentes, directos o indirectos, de los EEUU y la que se enfrenta al neoliberalismo es ya considerada chavista. No extrañe que la izquierda tenga en Telesur el equivalente no ya de CNN sino de la misma Fox News.

Viciosamente se invocan principios universales e inalienables que pasan a ser irrelevantes cuando el gobierno que pretendió justificarse con ellos puede ser acusado en nombre de esos mismos principios, así, se trata menos de si se le pone electricidad en los testículos a alguien de cuál fue el gobierno que lo hizo ¿fue en Guantánamo?…¡¡indignación¡¡ ¿fue en Venezuela?…¡¡es una mentira más de los medios internacionales¡¡. Que Temer entrega una enorme porción de la amazonia a las transnacionales ¡¡horror¡¡ que Maduro hace lo mismo con la Gold Reserve y las mafias mineras ¡¡ la revolución tiene que sobrevivir ¡¡.

No extrañe que el crimen en sí, en su singularidad, se desdibuje y el debate político, inevitablemente, derive en la queja de que “los otros también” hicieron esto o son aquello con su remate inevitable “pero cuando ellos lo hacen nadie se indigna”. Es el eterno ping-pong del resentimiento. De ahí que los derechos sociales, en torno a los cuales el chavismo se legitimó, ahora signifiquen tan poca cosa para los izquierdistas en Chile, Brasil o España aunque la población coma menos, pierda peso y muera de enfermedades curables. Comparada con las “luchas de los pueblos” ¿Qué son unos cuantos niños desnutridos, unos arrestos sin orden judicial, unos muertos en manifestaciones en operaciones policiales o por falta de medicinas, unos cuantos millones de dólares fugados?

Además la “cultura política” de izquierda, esto es de sobra sabido, tiende además a diversas formas de mesianismo, de culto de “rostrificación” tanto de los gobiernos como de los líderes (aunque esto no es exclusivo de ella como lo demuestran el franquismo y el uribismo). Lo que si distingue a la izquierda es que este mesianismo es muy literal y se basa en la cristificación de los líderes que aparecen como redentores de los pobres.

En lo que respecta a la izquierda de América Latina el caudillo crístico bien podría ser la institución fundamental: los partidos se eclipsaron a final del siglo XX y los liderazgos personales, caudillistas, vivieron un verdadero renacimiento. El culto a la personalidad de Lula que ha emergido en los últimos tiempos o el de Chávez antes de él tiene ciertamente mucho en común con el de Stalin y Mao y más aún con el que recibían los comandantes guerrilleros, pero es ante todo un culto al doliente redentor de los pobres, al cristo secular.

Y si Chávez era el cristo de los pobres, el chavismo es su iglesia y el gobierno es el cuerpo o asamblea de sus apóstoles, no extrañe que haya toda una iglesia internacional de Cristo-Chávez operando en toda Iberoamérica. De hecho, ese culto a la personalidad se ha extendido en un culto al gobierno que en América Latina se ha convertido en una suerte de actividad profesional para algunos.

Pero la deuda de la izquierda latinoamericana con los “gobiernos progresistas” es tan grande que no solo es la vieja izquierda autoritaria, cruda, ingenua, policial, la que se ha sumado a esta cruzada: incluso “autonomistas”, “deleuzianos”, anarquistas y todo tipo de sectores que son, al menos teóricamente, distantes o críticos de la tradición autoritaria de la izquierda se han sumado a la apología gobiernista.

Así, el apoyo incondicional al chavismo de las fundaciones políticas alemanas, de periódicos como La Jornada, de los partidos de izquierda es de esperarse, forma parte de la vieja cultura de la “solidaridad incondicional” en nombre de las que tantos se hicieron los idiotas con el gulag y los campos de trabajos forzados en Cuba. pero mucho más sorprendente es, sin duda, ver a una publicación como la argentina Lobo Suelto, condimentar su apoyo a Lula con citas de Deleuze, Guattari y Negri, y los elogios a la “revolución molecular” de Guattari coexistan con los artículos casi infantiles de Marco Teruggi.

Tal vez no sea tan sorprendente dado que el mismo Negri –odiado por la izquierda más que muchos dirigentes de derecha- siga apoyando a Lula. Esto prueba que no es cosa fácil la superación del izquierdismo y que su relación con el chavismo y el culto a la personalidad –extendido en culto al gobierno como personalidad corporativa- va más allá de las expresiones más autoritarias de la izquierda: es inherente a ella como el culto al dinero es inherente al neoliberalismo y la fetichización de la belleza física lo es del star system de Hollywood.

En la insistencia en glorificar a los amados líderes, en el rechazo a la lucha contra la corrupción, en la relación nostálgica con el “ciclo progresista” y la negación a aceptar el desastre venezolano encontramos los elementos comunes del apoyo de la izquierda al chavismo.
Trampa y Confusión.

En otro momento tendremos que discutir los intereses de todo tipo que tienen las derechas latinoamericanas en explotar la crisis Venezolana (oportunidad irrepetible para tratar de poner el debate sobre el neoliberalismo en las mismas coordenadas de los noventas pero también de tapar el desastre de Macri, Temer y todos los buenos liberales que, supuestamente, venían a arreglar los entuertos que dejaron los populistas) pero en esta instancia intentamos combatir el discurso que redes de izquierda en todo el continente están utilizando para justificar el desastre sin precedentes al que el chavismo ha conducido a Venezuela.

Podemos llamar “efecto Teruggi” (o efecto Serrano, o efecto Monedero) a la cooptación de los intelectuales de izquierda iberoamericanos que se convierten en funcionarios externos del culto al gobierno “revolucionario” que es la prolongación del culto a la personalidad del caudillo crístico, del salvador de los pobres. Aunque “intelectual de izquierda” ya no signifique lo mismo que antes y los apologetas de hoy no sean ni la sombra de los de ayer, aunque la mediocridad personal de los que son cooptados por instituciones como el Celag se preste a confusiones, hay que tener claro de que se trata todo esto: este reclutamiento como operadores discursivos o semióticos del gobierno de elementos de la izquierda de otros países es la última etapa de un proceso muy largo de corrupción de la noción de la “solidaridad internacional” que se ha convertido en apoyo incondicional a los gobiernos que representan La Causa –es decir, a la lucha reducida a un mero cliché o forma predefinida y luego convertida en un ideal.

La esencia de esto ya la hemos visto en la neuropolitica del chavismo, es el mecanismo amor-ilusión: la izquierda se enamora de los gobiernos que se hacen llamar de izquierda y se puede decir que, en buena medida, desde la guerra fría la izquierda se ha convertido en el conjunto de fans, el fandom, de los gobiernos revolucionarios, progresistas, etcétera.

Así, el efecto Teruggi, en esencia, no consiste en otra cosa que en la propagación del amor y la ilusión por el gobierno venezolano visto como el último espécimen de la utopía y de la lucha revolucionaria. Pero el agenciamiento, la combinación activa, entre amor e ilusión en el caso del chavismo viene en pares con otra distinta que es más bien biopolítica: deuda-lealtad. El chavista se define por ese doble mecanismo: el enamoramiento –con el caudillo, el gobierno o la causa- genera las ilusiones, la deuda con el gobierno providencial genera la lealtad.

Los intelectuales de izquierda que son cooptados por el gobierno entran, de manera privilegiada, en esta doble dependencia que caracteriza a la “tropa” chavista pero como la dependencia y la deuda material no puede ser expandida fuera de Venezuela lo que se requiere es una enorme expansión de la neuropolitica, es decir, del afecto por el gobierno y de las ilusiones ligadas a ese afecto: tal como los niños de África solo pueden ver las imágenes de la opulencia capitalista sin experimentarlas materialmente, los izquierdistas de América Latina solo pueden ver las imágenes ilusorias de la “lucha revolucionaria” en Venezuela.

Pero mientras un niño del Tercer Mundo tal vez tratará de experimentar materialmente la opulencia de los “mundos de la publicidad” ningún izquierdista del mundo es tan estúpido para venir a experimentar, en carne propia, la “utopía” que la revolución está construyendo a menos de que, precisamente, se le pague para ello y se le introduzca en una burbuja donde está bien protegido de ella.

El resultado es una actividad, un servicio se podría decir, que consiste en la apología del gobierno. Ante un gobierno que se llama de izquierda, el izquierdista siempre es, ante todo, un abogado y cuando es fiscal lo es como abogado de un gobierno posible que se anuncia en la condena de los gobiernos realmente existentes (como en el caso del trotskismo o de los que hablan de “Estado Obrero”). Gobierno actual o virtual, posible, imaginario o real, el izquierdismo siempre habla desde el gobierno y desde el aparato de estado, desde la “perniciosa superstición del estado” de la que hablaba Engels.

Desde el punto de vista del gobierno este servicio se manifiesta en una forma específica de propaganda, desde el punto de vista de los fans del gobierno en la recepción de los argumentos para defender al gobierno, argumentos que pueden ser repetidos tanto entre ellos como ante otros.

Se trata de un agenciamiento o combinación activa no solo entre intereses pragmáticos (financiamientos, apoyo…) sino entre los discursos y toda la semiótica –signos, imágenes, etcétera- con que expresan y gestionan esos intereses. En definitiva se trata de la relación entre un sistema de intereses materiales y un sistema de clichés (pues en la izquierda casi no hay signo que no lo sea). La estrechísima alianza del Partido Podemos con el chavismo es el mejor ejemplo de esta combinación.

Todo esto puede incluirse, sin dudas, en el campo de la publicidad y la propaganda, pero solo si la apartamos nociones poco útiles como “adoctrinamiento” e “ideología”. En su esperpento el chavismo delata claramente su falta de ideología en el sentido tanto de doctrina como de falsa consciencia: es demasiado poco serio, demasiado inconsistente para tener una “doctrina juche” o un “materialismo histórico”, demasiado perezoso como para ocuparse de hacer falsas representaciones. Como el peronismo y el velazquismo el chavismo no tuvo más doctrina que la palabra del caudillo quien, por ejemplo, pasó casi 13 años en la vida pública sin jamás mencionar al socialismo.

Ser chavista es, en esencia, estar enamorado de Hugo Chávez y “aceptarlo como el salvador”. Es decir, es una relación amorosa y crística con Hugo Chávez que ha de extenderse al gobierno que ha emanado de él. Así, el chavista no ha de creer en una doctrina o ideología: ha de creer en lo que le diga el caudillo -o el gobierno, no tiene simplemente una “falsa consciencia” sino una consciencia y una percepción confusas que puedan ser siempre moldeadas.

El chavismo tiene ciertamente sus creencias (identidad entre estado y pueblo) y sus consignas (“Unidad, Unidad, Unidad”) que nos remiten a tradiciones autoritarias tanto de derecha como de izquierda (corporativismo, integralismo, stalinismo). Como fusión de un militarismo de derechas y uno de izquierdas o “comandantista” hunde sus raíces profundo entre las tradiciones autoritarias del siglo XX. Pero es muy exagerado hablar de un discurso coherente: demasiado desorganizado, descompuesto, inepto, se le haría muy difícil transmitir una “doctrina correcta” a la que reclamar adhesión. Lo que los críticos de derechas llaman “adoctrinamiento” es en realidad la mezcla entre unas pocas creencias con muchas confusiones.

Así, la creencia en la “guerra” del enemigo malvado contra la “revolución bonita” o en el carácter extraordinario, soteriológico del chavismo (antes del chavismo estaba el mal y la barbarie) simplemente son inyectadas, forzadas sobre cualquier cuestión o situación, pero no sirven para nada sin las confusiones: por ejemplo, entre especulación e inflación.

Muchos chavistas creen, honestamente, que antes de Chávez no había educación o salud pública en Venezuela, durante la crisis de 2009 muchos se convencieron de que el nivel de vida en Venezuela era superior al de Europa y es posible que Hugo Chávez muriera creyendo que había eliminado la pobreza. No se trata de como el chavista entienda cosas sino de que no las entienda: multipartidismo, política cambiaria, etcétera se necesitará la mayor confusión posible para que se crea lo que el gobierno le dice. El chavista debe estar confundido para seguir creyendo

Por eso hay una “economía” para chavistas, una “historia” para chavistas, una “teoría política” para chavistas que no tienen circulación o credibilidad fuera de los simpatizantes del chavismo. No pseudo-ciencias –hacerlas seria mucho trabajo- sino sus fragmentos. Como sea ningún economista “de izquierda” dice que la inflación no exista o que la devaluación de las monedas tenga sus causas en “mafias cambiarias”, ningún historiador serio aceptaría la tesis de que la historia de los derechos sociales o los derechos de la mujer inicia con Hugo Chávez, pero todo esto puede ser creído por aquellos suficientemente enamorados y suficientemente confundidos.

Años de bombardeo neuropolítico les ha hecho imposible comprender los principios básicos del estado de derecho, la democracia representativa o la ciencia económica (que consideran simplemente ilusiones burguesas), se entiende que hacer una crítica real de una o de otra está fuera de su alcance pues no solo no las entienden sino que les consideran meras representaciones, ilusiones…es que los que desconfían de la realidad de todo son los que creen en cualquier cosa, los tramposos ven en todo la sombra de una trampa.

Los operadores externos (el triunvirato Monedero, Serrano, Teruggi, por ejemplo) hacen ese trabajo pero hacia el público –el fandom- extranjero: confundiendo sobre la situación en Venezuela y en esa confusión inyectando las creencias, confundir la situación actual con la de Chile en el 72-73, confundir a Chávez con los grandes líderes revolucionarios de los sesentas, confundir sobre las causas de los problemas o la situación interna, confundir a las “comunas” venezolanas con el Soviet de Petrogrado.

Se trata de hacer la mimesis entre el chavismo y las grandes revoluciones del siglo XX, pero la diferencia es tan grande que, no importa cuánto se las imite, cuanto se copien sus consignas o sus signos, no se puede identificarlos excepto si de entrada se está muy confundido como ocurre con la mayoría de la gente de izquierdas. Además, en este periodo en que el Chavismo tiene un sex-appeal tan débil se trata de hacerle lo menos repulsivo posible, para ese fin se trata de evitar que la gente se forme un juicio mediante el uso táctico de la confusión, por ejemplo, convenciendo a la gente de que lo que escucha sobre Venezuela es falso (tesis de la “crisis como ilusión de los medios”), de que si no es falso no es responsabilidad del Buen Gobierno (tesis de la “guerra”) y de que si incluso ese gobierno es, de alguna forma, fallido o contaminado este es solo una parte del chavismo que lo trasciende y merece seguir siendo apoyado (tesis del “chavismo no oficial” y de “la comuna”).

Todo esto requiere tratar de usar la confusión en una instancia determinada y, cuando ya no se puede hacerlo, desplazarse a otra distinta. Por eso el chavista, sobre todo el chavista profesional, el tramposo profesional, tiene siempre que ocultar y desplazar el problema, cambiar el tema de conversación, enfocarse en lo irrelevante: ¿aparece la foto de gente comiendo de la basura? Entonces empecemos a hablar de las estrategias de los medios de comunicación privados ¿no pudimos convencer de que las imágenes perturbadoras son manufacturas de los medios internacionales?…entonces saltamos a otra instancia en la que decimos que el desastre es real pero no culpa del Buen Gobierno sino de la guerra económica o el sabotaje, ¿no pudimos explicar cómo es que, precisamente, son las empresas e instituciones públicas las que peor funcionan, qué los autores de la corrupción son funcionarios chavistas? entonces hablamos del “chavismo no oficial” y de la Comuna que son puros, incorruptibles y abnegados y merecen todo el apoyo de las buenas gentes de la izquierda.

“Saltar de un círculo a otro, desplazar siempre la escena, representarla en otra parte, es la operación histérica del tramposo como sujeto”. Y el chavista profesional, el operador discursivo, semiótico, del chavismo es el “artista” de la trampa: trampas para confundir, trampas para capturar rentas, becas y dietas. Es lo único que sabe hacer y lo único para lo que sirve.
Chavistas profesionales

El gremio de los tramposos emerge e entre las clases medias de izquierda, entre las progresías, entre los funcionarios, los cuadros medios y los intelectuales que se encargan de toda la mediática y la comunicación del chavismo. Sus trabajadores intelectuales: productores de discursos, imágenes, signos, etc. Es que los apologetas del chavismo, sean venezolanos o no, no viven en la misma Venezuela que la gente que sufre la crisis, ellos no están “rodilla en tierra” en ninguna trinchera sino viviendo en una posición relativamente cómoda –a veces mucho- pero hablando en nombre de un “pueblo” o de una base social a la que a veces le usurpan la palabra y en el mejor de los casos dejan hablar cuando y donde les conviene.

Sin duda que la Venezuela que Teruggi, Serrano et alia conocen no es la que sufre la crisis. Entonces ¿En que Venezuela viven los apologetas del chavismo? Pues en el de la izquierda de clase media, la izquierda que aquí llamaríamos sifrina. Cada país del mundo tiene un término para aquellos que son muy vanos porque tienen una vida muy fácil: gomelos, fresas, mauricinhos, preppies, pijos. Sifrinos se le dice en Venezuela a la clase media acomodada, a los “hijos de papa” y sifrinismo a sus amaneramientos. Con el chavismo hemos llegado al éxtasis de la izquierda sifrina y esa izquierda demasiado consentida es la que hace las relaciones internacionales del chavismo.

Que desde los años ochenta la izquierda se ha ido replegando a las clases medias es algo muy sabido –excepto, por supuesto, por la gente de izquierda. Mientras distintos discursos conservadores, integristas, derechistas (islam político, cristianismo evangélico, populismo, xenofobia) se han diseminado tanto entre las clases medias como entre los más pobres la izquierda se ha ido convirtiendo cada vez más en algo propio de la subjetividad de la clase media universitaria. El logro de Hugo Chávez consistió en lograr un agenciamiento entre el izquierdismo de las clases medias con un populismo paternalista dirigido a los pobres. Un nacionalismo militarista, un comandantismo, fue el factor común entre uno y otro.

Pero no se trata ya de una división entre trabajo manual e intelectual, el trabajo que se hace en la base vecinal y comunitaria del chavismo es intelectual, afectivo (organización, comunicación, etcétera) sino otra más odiosa: entre la ciudad y su periferia. Para la periferia, el barrio, el trabajo interminable e impago de la organización comunitaria, para la ciudad los salarios, honorarios, becas, dietas, viajes y beneficios: entre esos dos polos se mueve lo que podemos llamar el chavismo profesional y así se distinguen la “comuna” de los precarios (con sus propias limitaciones, corrupciones y taras) de la “comuna” de los tramposos, de los “enchufados, la de la brutamenta de clase media.

Más allá del chavismo en Venezuela uno podría hablar, en general, de esa brutamenta de clase media que obra por reacción y piensa por cliché. Su vulgaridad es bien conocida y nuestros vecinos han tenido ya amplia ocasión de familiarizarse con ella. En la clase media venezolana hay un provincianismo, un exceso de pretensiones, un resentimiento velado o abierto contra la inteligencia, una vulgaridad visceral que es muy fácil de reconocer.

La brutamenta de clase media es el oklos, la chusma, pero una chusma con privilegios y pretensiones: es la chusma que se cree alguien. El núcleo de la corrupción de esta brutamenta de clase media es una mediocridad que no es ya solo desvalorización de la virtud, de la capacidad de actuar, sino una relación social a la que hay que conformarse para ser efectivo.

En la guerra fría venezolana esa brutamenta de clase media ha tenido un papel desproporcionado a su tamaño. En el seno del antichavismo han hecho del Twitter una suerte de territorio desde el que los más extremistas y reactivos han, básicamente, chantajeado a toda la oposición venezolana. Menos conocida es la posición de la clase media chavista en la versión latinoamericana de las cultural Wars y ese desconocimiento es deliberado pues esa clase media, ese chavismo profesional, sistemáticamente habla en nombre de una base social o popular a la que no pertenece. Es como si “el pueblo” fuera el protagonista de una telenovela escrita, producida y dirigida por la clase media que dice cuando, como y de qué manera ese pueblo debe hablar.

Así, cuando el ingenuo –o el cínico- de Teruggi habla “desde Venezuela” no habla desde la perspectiva de los que están aprisionados por media hora en un vagón de metro atestado, o de los que pasan ocho horas en una cola para comprar comida o de los que ven morir a sus parientes por falta de medicinas…La de Teruggi, Serrano, Monedero o De Souza, no es esa en que se encarna a la crisis, la de la precariedad, la angustia, la rabia, los apagones, los cortes de agua, la emigración masiva y desesperada, la que se alimenta de yucas y plátanos y espera la bolsa de Clap. Es una que recibe apartamentos y automóviles asignados por el estado, que saca dineros, dietas y beneficios de cuantos contratos, empleos y becas puede echar mano.

Trabaja en el Celag o asesora algún ministro, es alimentada por generosas Stifungs alemanas, viaja para defender la revolución, no pierde peso, glorifica a los criminales violentos como héroes populares, construye gallineros en barrios pobres -que no los necesitan a ellos para hacerlos – y tiene a ese barrio ya como parque temático ya como lugar de trabajo. Habla del barrio siemprepero vive en penthouses y apartamentos en el Este de Caracas, glorifica la pobreza pero no la conoce, trabaja menos para sobrevivir que para sostener un estatus.

No está aislada del todo de la crisis –como si ocurre con la clase política, la nomenclatura y la “boliburguesia”- pero si está extremadamente acolchada contra sus impactos. La clase media chavista esquiva la crisis lo más que puede gracias a una conexión privilegiada con el estado.

Se trata del funcionariado, ciertamente, pero es también de una categoría de trabajadores intelectuales y operadores políticos dependientes del estado, una clase media chavista que se ha convertido en el cuerpo de un verdadero chavismo profesional y existencial para el que el chavismo no es solo la única fuente de ingresos sino aquello a lo que dedican también el tiempo libre.

El éxito incomparable del chavismo en la aglutinación de gente se debe a que ha podido presentarse a la vez como empresa, como partido político, como modo de vida, como religión…en él hay tanto de iglesia evangélica, de secta al estilo de la cienciologia y de franquicia tanto como de corporación militar o partido, así, no solo existe un chavismo profesional, sino que existen varios: el explotado e impago de las “comunas” o los Claps (que siempre recibe órdenes), el de la alta dirigencia (que solo las da) y el enchufado, privilegiado, que ha acogido a Teruggi, Monedero y Serrano, la clase media de estado, el sifrinato de estado (que transmite las ordenes y justifica el estado de cosas)

Olviden a la mítica “comuna” o al pueblo invocado por el kitsch y movilizado por el enorme aparato clientelar: la defensa del chavismo en esta lucha cultural o semiótica viene de esta clase media de estado que no sabe sino producir chavismo y no podría mantener sus ingresos, privilegios o modo de vida si el gobierno cambiara: bruta, borracha, ladrona , último eslabón en una larga cadena de mediocridad venezolana, la clase media chavista, el chavismo profesional, es una forma de vida que come, respira y percibe solo chavismo y no puede sobrevivir sin él.

Empleados, funcionarios, contratistas, asesores, esta no es tanto una clase media de vocación empresarial como “cortesana” que depende de un mecenazgo masivo provisto por el estado: ella provee la fuerza de trabajo para los medios de comunicación públicos, alimenta la delirante blogosfera chavista, ejecuta proyectos culturales y coordina con toda la progresía del continente en algo que, pasando por solidaridad internacional, no es más que una red extensa de clientelismos, compadrazgos y complicidades repugnantes.

En ese contexto no nos debe extrañar que Venezuela, que en definitiva es un país pobre del Tercer Mundo, se haya echado encima la carga de financiar a Podemos, un partido de izquierda del primero: el chavismo se con-funde con una internacional populista en que se encuentran todos los operadores intelectuales y semióticos de los “progresismos” latinoamericanos.

Venezuela es doblemente importante para esta progresía. En primer lugar, es uno de los últimos baluartes que le quedan a la izquierda en Sudamérica. Bolivia también lo es pero no tiene el peso mediático, semiótico, que tiene Venezuela. Aunque mucho más exitoso que Hugo Chávez el gobierno de Evo Morales no provee a nuestra izquierda con los estímulos y los medios con que el de Venezuela los provee. Y no hablamos solo de petrodólares sino de su adicción al kitsch.

Cierto que desde hace más de una década, los petrodólares fluyan generosamente entre todas las figuras y partidos de izquierda que han sabido enchufarse bien con el gobierno Venezolano, pero más allá de eso el chavismo es el punto en común entre dos periodos de la izquierda: el del socialismo autoritario de la guerra fría y el del neo-estatismo del siglo XXI.

En efecto, el sex-appeal del chavismo para la izquierda viene, justamente, de su desastre y de las causas de su desastre: mientras que kircherismo, lulismo, evismo, correismo, etcétera no se alejaron de las coordenadas del multipartidismo, la competencia económica, y la división de poderes, fue el chavismo el que trató, sistemáticamente, de retornar a las formulas del socialismo autoritario del siglo XX. Contrariamente a la propaganda no creó ningún “socialismo del siglo XXI” sino que insistió en el del XX de manera estúpida, acrítica, y suicida.

En otro lugar trataremos de explicar que la dinámica del chavismo que no se puede llamar de otra manera sino necropolitica, pero la necropolitica chavista no se explica solo por repetir esas fórmulas: en el desastre venezolano logros como el sistema de salud cubano, el lanzamiento del sputnik o la victoria en Vietnam son impensables. Nada más lejos de esa trágica grandeza soviética que nuestra mediocridad caribeña. Venezuela es ciertamente, la farsa que repite a la tragedia, pero parte de su farsa y de su desastre es un apego enfermizo al pasado, una nostalgia crónica que, forzosamente, tiene que tener un inmenso atractivo para las izquierdas adictas al sentimentalismo, la cursilería, el kitsch y la basura semiótica.

En efecto, ninguno de los gobiernos del ciclo progresista llevó tan lejos al kitsch de izquierda. En Venezuela se habla de “pava” como la mala suerte asociada al mal gusto, y de pavoseria como lo relativo a ese kitsch ominoso. Pues bien, la pavoseria de Hugo Chávez era la materia de su carisma, esa cualidad de estar siempre al borde del mayor de los ridículos, las cancioncillas infantiles, la capacidad de hacer simpática la incompetencia, la falta de seriedad, las declaraciones disparatadas (¿nos imaginamos al Rey de Arabia Saudita encargando a su empresa petrolera la venta de pollos? ¿Nos imaginamos a Putin permitiendo un apagón en Moscú?). Auguraba –invocaba- a Trump y a Duterte, pero en el estilo caribeño que hace pasar lo grotesco por simpático.

Pero la pavoseria de Chávez no era más que la semiótica de nuestro desastre: su color, su aroma, su banda sonora, su promesa y su recuerdo. Pero incluso si el colapso necropolítico de Venezuela no se explica solo por las formulas del socialismo autoritario que adoptó (por increíble que parezca Cuba está mejor que Venezuela actualmente) estas fórmulas fueron las que desencadenaron la avalancha de descomposición que nos ha arrastrado pues obraron como una suerte de virus de inmuno-deficiencia que liberó la tendencia al colapso que Venezuela albergaba desde hacía décadas.

Y ahí está la encrucijada de la izquierda latinoamericana con el chavismo. Mientras algunos pocos grupúsculos de marxistas (de esos que no distinguen socialismo de comunismo) repiten el mantra “esto no es socialismo” el grueso de la izquierda latinoamericana tiene que, a la vez, ratificar lo socialista y revolucionaria que es Venezuela y negar o justificar el desastre sin precedentes. A esa izquierda narcisista e ingenua del “esto no es socialismo” (y la todavía más ingenua que cree que Chávez fue traicionado por Maduro) hay que reconocerle un principio de realidad, una honestidad básica y hasta una preocupación autentica por la vida de la que la izquierda chavista y pro-chavista carece por completo.

Los chavistas profesionales, por su parte, no tienen problema en justificar la miseria:

“Caracas tiene ritmo de rabia y caribe. No es para principiante. El transporte es una batalla, el cajero es una batalla, la farmacia es una batalla, los precios son una batalla. La conclusión revienta como las tormentas tropicales que describió Mayakovsky: solo queda un poco de aire entre tanta lluvia, es una guerra. Pero no llueve en Caracas, son semanas de transición entre sol y lluvia, sequía nublada. El agua se recicla, se la pasa de balde en balde, se la cuida en la ducha, en la cocina. Cuando vuelve su ruido por las cañerías hay fiesta en las casas. Andamos cerca de los límites, ya es costumbre”.

Jaqueline Farias, un miembro destacado de la Oligarquía Roja ya había dicho que las colas son “sabrosas”, pero Teruggi, por supuesto va mucho más lejos, trata de convertir la miseria cotidiana en una epopeya de izquierda: en Buenos Aires, en Santiago en Ciudad de México, un idiota sonríe y suspira . Teruggi no dice que los bancos públicos son los que funcionan peor, que “el transporte es una batalla” porque el gobierno no importa repuestos, que en Puerto Ordaz, rodeada por dos enormes ríos también se va el agua, como se va en todas partes todo el año y que, en el centro del país, no es raro que el agua brote con un distintivo color mierda. No dice que la “fiesta” por la llegada del agua es a las tres de la madrugada y que hay que pararse corriendo esa hora a lavar ropa, platos, niños…

El purgatorio cotidiano es, para Teruggi, un simple cliché, ocasión para el pintoresquismo: ahora las horas frente al cajero automático son un Stalingrado o una Bahía de Cochinos, no dice, no entiende, no quiere que nadie entienda que si son una lucha, terrible, pero contra el estado necrótico y el gobierno que le dirige, es decir, para la gente para que Teruggi trabaja.

Por décadas tanto los chavistas profesionales como la izquierda en general se han ido especializando en romantizar la miseria ajena: barrios, favelas, villas miserias no son más que “arquitecturas populares”, la pobreza de las salas de maternidad se justifica en el “parto humanizado”, no falta mucho para que salga de alguna “pluma” el elogio del hambre como dieta o disciplina espiritual…

La justificación del gobierno deriva, por necesidad, en glorificación de la miseria. El proyecto chavista de someter a cada habitante del país a relaciones clientelares con el estado no excluye también relaciones de explotación: las mafias policiales, militares, burocráticas, extraen riqueza de la población de muchas maneras, la naturaleza es explotada terriblemente, el estado mismo, por providencial y clientelar que sea espera, a cambio de sus casas y bolsas de comida, la sumisión y transformar a millones en ganado electoral y peonaje político

Pero la explotación que la Comuna de los tramposos hace del barrio, de la vida popular, es distinta, hacer de la pobreza, la necesidad, de la violencia incluso, algo pintoresco que el intelectual de izquierda, adentro y afuera, observa conmovido: que en el pasado televisoras públicas hayan sido financiadas para glorificar a los criminales violentos y las bandas armadas, muestra hasta donde llega esta explotación semiótica de la pobreza.
La Rebelión Obediente.

Imaginen a una mujer vestida en harapos, con la nariz rota, un brazo en un cabestrillo y con el otro sosteniendo a un niño macilento. Imagínenla sonriendo –con dos o tres dientes menos- y diciendo: ¡¡ yo sé que tenemos nuestros problemas pero creo en este matrimonio ¡¡ antes de irse a lavar la ropa con el niño a cuestas. Ahí tienen el ideal de la rebelión obediente de los chavistas de clase media y sus socios en el extranjero: ¡¡yo sé que tenemos nuestros problemas pero creo en esta revolución¡¡.

Es la “rebelión” obediente y masoquista de la “comuna el Maizal” que recibe abusos y maltratos pero sigue siendo leal, el ideal de lo que llaman el “chavismo bravío” “chavismo no oficial “y el “sujeto popular”, chavismo que es bravío con todo menos con el gobierno –ante el que es sumiso y temeroso- chavismo no oficial que tiene que serle leal “hasta la muerte” a la oficialidad, sujeto popular que es sujeto de enunciado más que de enunciación, pues hablan de él más de lo que le dejan hablar y, cuando habla, es donde y cuando el gobierno y la burocracia se lo permiten.

La escena de Maduro mandando a callar a un “comunero” hace pocos días, revela la verdadera posición de los bravíos, los no oficialistas y los populares en la organización del chavismo. No se trata de que la base popular del chavismo sea pasiva per se, es que el chavismo está diseñado para que lo sea, la entrena para serlo, la obliga a serlo.

Es que el cliché populista y rousonniano de un “movimiento” y un pueblo chavistas que excede al gobierno es, quizás, el mito definitivo que sustenta el apoyo tardío al chavismo. El chavismo, que abunda en contrasentidos y “dobles vínculos”, encuentra su colmo en ese elogio de un “chavismo no oficial” o “bravío” que tiene que obedecer a la oficialidad y ponerse bravo solo con los que no son chavistas. Es que incluso los chavistas más sumisos se consideran a sí mismos, de buena fe, “críticos”, sin darse cuenta que, en la práctica, no solo son pueriles sus críticas sino que, aunque no lo sean, no tienen efecto porque no generan ninguna diferencia real.

El elogio izquierdista, chavista, de la miseria ajena tiene entonces dos niveles: fascinación pintoresquista con los “otros” (algo analizado por Carl Schmitt en Romanticismo Político) y legitimación del gobierno y la dirigencia política por esa simpatía por las bases. La cosa va así: el chavismo siempre es más que la oficialidad, hay un pueblo hermoso y bravío que cree en él y si uno no se identifica con ese pueblo y no se pone en su lugar no puede hablar.

Lo curioso de esta idea no es, solamente, que ni la dirigencia ni los chavistas de clase media no estén ni vayan a estar nunca en el lugar en que está la base popular del chavismo sino que la única posición posible para ese pueblo sea reafirmar su lealtad al gobierno, es decir, en la práctica no hacen ninguna diferencia las excelencias de ser chavismo no oficial pues siempre tiene que seguir siendo leal a la oficialidad, es la posición masoquista de la “comuna el maizal” que se queja continuamente de la dirigencia sin dejar nunca de ser leal.

Y como ser revolucionario pasa, a fuerzas, por apoyar al gobierno, lo que queda es simplemente lo que el chavismo de clase media está esperando desde los tiempos de Hugo Chávez: el momento milagroso en que el gobierno se separe de los elementos corruptos o burocráticos de la clase política. Que este chavismo “bravío”, de los chavistas de clase media no hayan jamás tomado posiciones concretas contra nadie en la dirigencia chavista demuestra de sobra su pasividad.

En este contexto el llamado “poder comunal” es esencial desde dos puntos de vista: desde el del clientelismo y el corporativismo porque cumple el rol que, en el pasado, cumplían los sindicatos y las federaciones obreras: encuadramiento, reclutamiento, inclusión de la población en un aparato burocrático, es decir, previene de antemano que la “comuna” y los “comuneros” y todo el supuesto chavismo no oficial obre con independencia del chavismo oficial.

Desde el de la publicidad, la propaganda, la neuropolitica toda, el problema es otro: desviar la atención y la interpretación a ese espacio bonito, pintoresco y amable que es “la comuna”, culpabilizar a los que denuncian al chavismo de estar también denunciando al “modesto artesano, el sabio anciano, la casta ama de casa”, es la trampa definitiva que no solo desvía del problema real –el colapso- sino que es una escenografía en que se espera que los leales proyecten sus fantasías, si Venezuela, para la izquierda del continente, es el lugar donde si está pasando algo, donde se construye la utopía, la comuna es la utopía dentro de la utopía: en algún lugar, más allá del desastre causado por el imperialismo está esta gente amable y hermosa que esta “construyendo el sueño” de Hugo Chávez.

“Al pueblo le fue asignada la tarea de volverse el exponente de la ingenuidad que el romántico había perdido para sí mismo: se volvió el pueblo fiel, paciente, estoico y modesto al que el intelectual impaciente, nervioso y pretencioso admiraba conmovido”. Decía Carl Schmitt sobre los románticos.

El problema es que con la comuna no se trata, en la práctica, de proyectar sobre el mundo imágenes nuevas con datos nuevos sino, por el contrario, simplemente superponerlas en un mundo ya existente como trampa para sumergir a la gente en el “sueño de otro”. ¿Sumergirse en el sueño de otro –en el del amo- no es el deseo definitivo de la gente de izquierda?.

En la práctica este fantaseo político es contradicho cruelmente en el día a día: ¿pueden pedirle cuentas a un alcalde o a un gobernador? ¿Pueden darle órdenes a la policía?…quien le da instrucciones a quien: ¿el gobierno a las “comunas” o las comunas al gobierno?

En la práctica estamos ante simples asambleas vecinales vinculadas al estado en una especie de “gremio vecinal”, completamente incorporado al aparato de estado, subordinado a él. Las “comunas” no tienen poder político de ningún tipo, ni autonomía ni autoridad: están para ejecutar proyectos y políticas sociales y, últimamente, para hacer cualquier tarea que al gobierno le dé por asignarles.

Y como estamos en la era del CLAP en la que el carácter claramente clientelista de estas organizaciones no se discute: solo hay tercerización de tareas, de tiempo y de esfuerzo en los funcionarios comunales que son una burocracia sumergida e impaga. Papeleo interminable, gestiones infinitas, horas y horas de trabajo impago para mujeres que añaden a su jornada laboral y domestica una tercera en la burocracia comunal (en cierto momento registrar un consejo comunal llegó a ser una de las gestiones más trabajosas en este país), órdenes y contraordenes de la burocracia caprichosa, días perdidos en marchas y mítines, resquemores en la comunidad ante los voceros, dominio del hampa, impunidad de la policía, pésimos servicios públicos, ruido constante y una población obligada a una continua actividad empresarial para poder sobrevivir, esta es la realidad cotidiana de las comunidades que, en el fantaseo de la izquierda internacional hacen todos los días una revolución de octubre.

Así la “comuna” el único lugar desde el que se podría decir algo sobre Venezuela es una trampa: a las bases chavistas las atrapa en el trabajo de Sisifo de la tarea eterna, despolitizada, del cumplimiento de órdenes inagotables. A la progresía y a la izquierda que las toman como objeto de fantaseo, las atrapan en las imágenes que, aunque repetitivas, son alucinatorias del pueblo amable construyendo la comuna….pero en cualquiera de las dos trampas, sea la que sea, se siente el efecto implacable de la descomposición, de la corrupción de todas las cosas bajo el chavismo tardío.

Y ese tema el de la corrupción que no es moral sino cósmica, degradación del mundo y de la vida es el escenario de una lucha completamente distinta donde figuras mucho más aptas que Teruggi han entrado en liza…

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