Las propuestas que se recogen en este artículo no van a despertar quizá mucho entusiasmo, sobre todo en los países desarrollados, pero algo hay que empezar a hacer, ya que el modelo actual de producción agropecuaria puede resultar insostenible a largo plazo.
Debemos intentar que nuestra alimentación no sea tan costosa en términos de recursos y energía. Hay alternativas más racionales, y que además favorecen nuestra salud.
La medida más eficaz tanto para proteger la Tierra como nuestra salud es aumentar la proporción de alimentos vegetales en nuestra dieta. Alimentarnos a base de animales supone dilapidar la mayor parte de la energía solar que reciben los campos de cultivo.
Los animales emplean una gran proporción de la energía que contienen los alimentos que ingieren en procesos distintos a los de formación de carne. Emplean energía en moverse, en mantener su temperatura corporal o en producir estructuras no aprovechables, como los huesos. Cuando nos alimentamos directamente de vegetales, estamos evitando esos pasos intermedios en los que se disipa la energía. Para la alimentación vegetal de un hombre son necesarias unas 0,14 hectáreas, mientras que la alimentación con carne abundante que se da en los países muy industrializados requiere una hectárea por persona.
La pérdida de energía se agrava si los animales de los que nos alimentamos son consumidores de otros animales. Debido a ello, en casi todas las culturas de la Tierra apenas se consumen animales carnívoros, pues sólo podrían criarse en un número muy reducido y serían insuficientes para alimentar a la gente. Cuando nos alimentamos de grandes peces que están en la cúspide de la cadena trófica o alimenticia, estamos también desaprovechando gran parte del potencial de los ecosistemas acuáticos para alimentarnos.
Este procedimiento es sin embargo más sostenible al aplicarse a especies acuáticas, pues suelen ser de sangre fría, y además no necesitan gastar mucha energía en generar estructuras que soporten el peso del animal.
Por todo ello sería muy recomendable potenciar la acuicultura. Así superaríamos por fin nuestra etapa depredadora de los recursos acuáticos, que está llevando al agotamiento de los caladeros.
También podríamos reducir la proporción de mamíferos y aves de nuestra dieta, que son de sangre caliente, y aumentar la de animales de sangre fría, como reptiles o anfibios. Un porcentaje muy importante de la energía de los alimentos que ingieren los animales de sangre caliente se destina sólo a generar calor.
Por ejemplo, las tortugas de río del Amazonas producen carne de excelente calidad y con un aprovechamiento de los alimentos vegetales muy superior al del ganado que pasta en las cercanías. Las iguanas son llamadas por los nativos “pollos de la selva” y pueden ser una fuente muy apetecible de nutrientes con un coste ambiental muy pequeño. Estos animales pueden parecer un poco repulsivos, pero quizá lo son menos que los caracoles o los pajarillos fritos que consumimos en España, por ejemplo. Sería muy interesante también diversificar nuestra dieta con insectos, que son una fuente muy concentrada de proteínas.
La entomofagia es una práctica extendida en casi todas las culturas de la Tierra menos la occidental. Esto quizá es debido a que en Europa no abundan los insectos grandes o fácilmente recolectables.
Como explica Marvin Harris en su libro “Bueno para comer”, las diferentes culturas elaboran tabúes en contra de los animales que no son económicamente rentables. Debido a estos prejuicios nos estamos perdiendo exquisiteces como las hormigas que almacenan una sustancia azucarada en sus abdómenes, los crujientes saltamontes fritos o las chinches acuáticas gigantes del sudeste asiático.
Los insectos son artrópodos como los crustáceos que tanto apreciamos (langostas y langostinos, por ejemplo), y sus propiedades nutricionales son similares. Contienen hasta el 75 % de proteínas (además muy fácilmente digeribles), frente al 50% como máximo de la carne del ganado. Pueden ser un complemento perfecto para las dietas vegetales en los países subdesarrollados. Criar grillos o saltamontes en granjas puede ser extraordinariamente provechoso, ya que tienen una eficacia 5 veces superior a la de la vaca en conversión de vegetales a proteína animal.
Otra propuesta que repugna un poco a nuestro intelecto, pero que podría ser muy ventajosa para los ecosistemas, es la de alimentarnos de carne producida sin necesidad de animales. Recientemente, un grupo de científicos ha anunciado que ha producido músculo apto para filetes cultivando células extraídas de animales en una matriz que dirige la organización del tejido muscular. La textura, sabor y aspecto de estos filetes no son muy distintos de los tradicionales.
Esta nueva aplicación de la ingeniería de tejidos eliminaría el sufrimiento animal y permitiría ahorrar multitud de recursos, pues la mayor parte de las sustancias nutritivas suministradas a las células sería empleada en generar nuevo tejido (la energía empleada por el animal en moverse o crear otras estructuras no se perdería). Es de esperar que mucha gente se muestre reticente ante estas prácticas tan extrañas, pero ya la mayoría de los alimentos procesados están sometidos a manipulaciones casi tan artificiales como éstas.
Los expertos internacionales insisten en que el factor clave en la economía de los próximos años va a ser la eficiencia en el aprovechamiento de la energía. Se tenía la creencia de que lograr esta eficiencia iba a suponer un gran coste en inversiones para adaptar los dispositivos y un freno al crecimiento económico. Pero cada vez está más claro que, lejos de frenar la economía, la eficiencia energética está generando riqueza.
Nuestros modos de alimentación deben adaptarse también a este enfoque racional para superar los retos que nos presentan los próximos decenios: una población considerablemente mayor, escasez de combustibles fósiles y otros recursos y un clima cambiante. |