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Filosofía y práctica del feminismo radical: Hacia una genealogía de las mujeres en lucha
09 des 2017
Andrea Franulic para Ruptura Colectiva: Dicen que las casualidades no existen, y me parece que eso le da más libertad al vivir. Cuándo iba yo a pensar que, al dar esa charla sobre feminismo radical en la Facultad de Beauchef de la Universidad de Chile, conoceríamos, con Jessica Gamboa, quien me acompañaba ese día, a las jóvenes de ímpetu rebelde con las que luego formaríamos Feministas Lúcidas. Yo venía de una ruptura política brutal que había removido toda mi existencia de los últimos 16 años. No era ni la primera ni la última mujer que había vivido algo así en un grupo feminista; en efecto, uno de los aprendizajes importantes de toda esta vivencia tiene que ver con las dificultades que experimentamos cuando hacemos política juntas. Pero, al mismo tiempo, conocemos el placer de la relación entre mujeres y la experiencia única de sentirnos parte de la Historia; no hay vuelta atrás para este deseo. Por eso, este encuentro con estas jóvenes y con otras que llegaron después, todas ávidas por saber del feminismo radical, para mí ha significado algo grande y hermoso.
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Dicen que las casualidades no existen, y me parece que eso le da más libertad al vivir. Cuándo iba yo a pensar que, al dar esa charla sobre feminismo radical en la Facultad de Beauchef de la Universidad de Chile, conoceríamos, con Jessica Gamboa, quien me acompañaba ese día, a las jóvenes de ímpetu rebelde con las que luego formaríamos Feministas Lúcidas. Yo venía de una ruptura política brutal que había removido toda mi existencia de los últimos 16 años. No era ni la primera ni la última mujer que había vivido algo así en un grupo feminista; en efecto, uno de los aprendizajes importantes de toda esta vivencia tiene que ver con las dificultades que experimentamos cuando hacemos política juntas. Pero, al mismo tiempo, conocemos el placer de la relación entre mujeres y la experiencia única de sentirnos parte de la Historia; no hay vuelta atrás para este deseo. Por eso, este encuentro con estas jóvenes y con otras que llegaron después, todas ávidas por saber del feminismo radical, para mí ha significado algo grande y hermoso.

Así, Feministas Lúcidas se formó el año 2014 como grupo de estudio o, como lo hemos denominado, coloquialmente, club de lectura. Cada 15 días nos reunimos, las tardes de sábado, en las casas que rotan según el ofrecimiento que surge en la semana, y las puertas siempre están abiertas para las mujeres que quieran llegar. Acompañadas, muchas veces, de comida vegana, leemos y conversamos lo leído sobre los escritos de las pensadoras del feminismo radical y de la diferencia. No solo dialogamos entre nosotras, sino también, con ellas. De esta manera, han despertado nuestras conciencias las palabras de Adrienne Rich, Virginia Woolf, Kate Millet, Audre Lorde, Sheyla Jeffreys, Carol Hanish, Carla Lonzi, Julieta Kirkwood, Milagros Rivera, Christine de Pizán, las Mujeres de la Librería de Milán, Shulamith Firestone, las autónomas chilenas y latinoamericanas, Andrea Dworkin, entre tantas otras.

Nuestras reuniones forman parte de la política de las mujeres. Se trata de un hacer política que no tiene nada que ver con la política con poder (María Milagros Rivera, 2005) ni con el llamado a las grandes masas. A lo largo del tiempo, las mujeres se han reunido en pequeños grupos para pensar e intervenir en el mundo, descubrir a sus predecesoras, tomar conciencia y hablar a partir de sí mismas (María Milagros Rivera, 1994), generando transformaciones importantes en ellas y en la sociedad. Por ejemplo, las mujeres del llamado Movimiento de las Preciosas abrían sus salones, durante el siglo XVII, para realizar tertulias políticas e intelectuales. De ellas, brotaron las ideas más brillantes que impulsaron, un siglo después, la Revolución Francesa (María Milagros Rivera, 2005). O antes, en la Baja Edad Media, hallamos el Movimiento de las Beguinas, conformado por pequeñas comunidades de mujeres célibes, que revolucionaron la espiritualidad en la Europa del siglo XI (María Milagros Rivera, 2014).

Mirando la historia reciente, vemos a las mujeres de los años setenta reuniéndose en los grupos de toma de conciencia, desde donde surge la genuina teoría feminista, esto es, un conocimiento amplio y profundo sobre nuestra experiencia como mujeres en la civilización patriarcal. Esta práctica política también se llevó a cabo en los países latinoamericanos durante las crudas dictaduras de la década de los ochenta. En Chile, Julieta Kirkwood impartió sus Feminarios en el Círculo de Estudios de la Mujer el año 1978. En 1984, formó, junto a Margarita Pisano y otras mujeres, la Casa de la Mujer La Morada, donde se efectuaron muchos talleres, conversatorios y cursos acerca de las necesidades y los deseos que nos afectan. A principio de los noventa, se organizó, en nuestros países, el feminismo autónomo en respuesta a la arrasadora institucionalización de los movimientos sociales. Las feministas autónomas, con exponentes como Sandra Lidid, Ximena Bedregal y otras, combinaron reflexión en el pequeño grupo y denuncia pública. En 1997, yo llegué a las charlas que Margarita Pisano convocaba, como feminista autónoma, en su casa del Barrio Bellavista, para hablar sobre historia de las mujeres, obligatoriedad del amor, autonomía política, maternidad, sexualidad y lesbianismo. En esta instancia, viví, entre otras venideras, mi primera toma de conciencia, que significó algo tan elemental, tan primario, como darme cuenta de que soy una mujer.

Este breve recorrido da cuenta de que somos parte de la Historia o, con otras palabras, de una genealogía, que nos aclara que las libertades, las rebeldías y las ideas políticas de las mujeres no son expresiones aisladas de algunas pocas audaces y atrevidas, sino que nos las debemos unas a otras, siempre y cuando nos reconozcamos y nombremos como parte de un hilar histórico que es, a la vez, continuo y discontinuo, subterráneo y visible, frágil y firme, pero siempre presente. Como dicen las autoras del Pensamiento de la Diferencia, la Historia es una sola, como es uno solo el mundo, pero los sexos son dos. Por lo tanto, la Historia es también la Historia de las Mujeres y no una que corre en paralelo ni, menos, otra de tipo compensatoria (María Milagros Rivera, 2005). Sin embargo, la Historia que asienta el conocimiento con poder, por ejemplo, en las escuelas y universidades, nos borra. Nuestra presencia en ella no existe o aparece de manera secundaria y, cuando surge protagónica, se debe a que los hombres han elegido a una u otra ‘mujer excepcional’ (Adrienne Rich, 2010), cuya vida tergiversan. Ocurre así, porque esta Historia está relatada desde la unilateralidad que instala el patriarcado como ideología, o sea, desde el punto de vista de un solo sexo que se ha definido, a sí mismo, como todopoderoso.

Las mujeres hemos vivido bajo la sombra de esta deshistorización. Más todavía, a partir de la modernidad, esto es, desde el siglo XVII en adelante, cuyo auge se expresa en los totalitarismos del siglo XX. Luego del silenciado ginocidio, conocido como la Caza de Brujas, que arrasa, principalmente, con la población femenina durante cuatro siglos (desde el XIV al XVII, aproximadamente), se impone, en la cultura occidental, el principio de la igualdad de los sexos, que acentúa la absorción del femenino por el masculino. La consecuencia más vívida de todo esto es que nos quedamos, más que nunca, sin orden simbólico femenino, esto quiere decir, sin palabras propias, encarnadas en una genealogía reconocible de mujeres, para darles sentido, significados y realidad a nuestras relaciones y experiencias: por más que miramos y buscamos alrededor, no nos encontramos en ninguna parte; chocamos con la imposibilidad de decir el mundo y decirnos a nosotras mismas, porque solo nos dejan a la mano la lengua androcéntrica, ajena, que nos enajena. (1).

Esta mudez existencial nos ha mantenido sujetas a las fantasías, los miedos y deseos de los hombres, encontrando, en las perversas proyecciones masculinas, referentes vacíos de memoria y pensamiento, de cuerpo y de lenguaje. Expresado de otra manera, no hallamos más que los estereotipos femeninos, codificados por el orden patriarcal (María Milagros Rivera, 1994). Y en resistencia u oposición a estos, se nos ofrece como única salida la homologación con los hombres: la trampa de la igualdad o la equidad, el gran triunfo de la era moderna, que le suma, insisto, más enajenación a nuestras vidas. Como dice Andrea Dworkin (1981: s/p): “Quiero sugerirles que comprometerse a lograr la equidad (…) con los hombres, es decir, a lograr una uniformidad (…) es comprometerse a volverse el rico en lugar de la pobre, el violador en lugar de la violada, el asesino en vez de la asesinada”.

¿Queremos seguir vagando, confusas, en medio de la oscuridad, la desesperación y una inseguridad sin nombre? ¿Deseamos continuar siendo incluidas en una civilización depredadora de todo lo vivo, nutriéndola con nuestras energías creativas? ¿Podemos vivir perpetuando la negación y el desprecio hacia nosotras mismas? Para dar fin a todo esto, el descubrimiento y la producción de un orden simbólico femenino, que no se puede separar de la recuperación genealógica, constituyen la política fundamental de las mujeres de este siglo; es la única manera que hemos encontrado, y que creemos posible, para decirles ¡basta! a la crueldad y violencia patriarcales. (1).

Las reflexiones que aquí desarrollo, así como las autoras que he nombrado, pertenecen a determinadas corrientes de pensamiento feminista. Decir que el feminismo no es uno solo constituye, a estas alturas, un lugar común; aunque, para mí, el feminismo debiera tener un único desenlace: crear una nueva cultura. Y este propósito lo encuentro en algunas expresiones del radical y la diferencia. A la intersección de ambos, la he llamado feminismo radical de la diferencia (Margarita Pisano & Andrea Franulic, 2009). Ambos surgen en los grupos de toma de conciencia donde se escucha la voz de las mujeres, hablando con sus cuerpos, en primera persona, a partir de sí mismas, en una lengua propia, la que el feminismo radical llamará ‘lengua común’ de las mujeres (Mercedes Bengoechea, 1993), y el feminismo de la diferencia, ‘lengua materna’ (Luisa Muraro, 1994). Asimismo, el amor hacia las mujeres, junto al yo y al nosotras políticos, el feminismo radical lo sintetizará en el concepto de ‘experiencia común’ de las mujeres, mientras que el feminismo de la diferencia lo hará en la idea del ‘entre mujeres’ (María Milagros Rivera, 2001). Estos términos, tanto los referidos a la lengua como los que aluden a la relación entre mujeres, no guardan el mismo contenido entre ellos, pero comparten la necesidad imperiosa de establecer confianzas entre nosotras, tanto para vivir como para hacer política, en lugar de sanciones y competitividades malsanas, que constituyen la forma en que la ideología patriarcal interviene nuestros vínculos. (2).

Además, a esta fusión, la radicalidad aporta la agudeza del análisis, cuestionando la institucionalidad patriarcal desde sus fundamentos; y la diferencia, el desprendimiento necesario para no quedarnos enganchadas en la guerra contra el patriarcado y, así, ser libres para significar el sentido de ser mujeres, abandonando como punto de referencia a los hombres y su cultura. Cada feminismo es un contrapeso para el otro con el fin de lograr el equilibrio. De lo contrario, a medida de que cada uno se aleja, gradualmente, de esta intersección –hasta el punto de hallar manifestaciones que tergiversan sus sentidos genuinos–, aterriza, tanto el radical como el de la diferencia, en prácticas políticas que reponen las bases de la supremacía masculina: por el lado de la radicalidad, un excesivo anclaje en el enemigo impide hacer feminismo sin tener, como fuerza centrípeta, al patriarcado, quedándonos en la sola denuncia y resistencia. Por el lado de la diferencia, un desprendimiento excesivo, junto a una visión idealizadora de la política de las mujeres, nos hace perder de vista que existe dominación androcéntrica y que, de esta, son los hombres, los principales responsables: autores y actores.

El sentido primario de la radicalidad de la diferencia descansa en la irreductibilidad de nuestra diferencia sexual, esto quiere decir, en el hecho evidente de que tenemos un cuerpo sexuado: un cuerpo sexuado en femenino, en nuestro caso. Este dato irreductible es radical, porque la palabra ‘radical’ significa etimológicamente ‘raíz’, lo que podemos interpretar como ‘origen’. Además, no se trata de un mero dato biológico, sino, principalmente, semiológico –o sea, que permite crear signos–, lo que implica que cuerpo y palabra son inseparables, como el aire que sirve tanto para respirar como para hablar. Expresado de otra forma, es con nuestro cuerpo sexuado que le damos sentidos a la realidad, porque la especie humana es esencialmente animal simbólico, considerando que las palabras constituyen el símbolo más importante. Desde esta perspectiva, la diferencia sexual es riqueza para el mundo, porque cada sexo crea significados diversos con su propio cuerpo, el cual es obra exclusiva de nosotras las mujeres por nuestra capacidad, ejercida o no, de procrear. (3).

No obstante, este cuerpo se configura en una cultura matricida, mortífera, cuyos límites nefastos las feministas conocemos muy bien: la cultura patriarcal, universal y longeva, basada en la supremacía masculina, que proyecta la diferencia sexual, en especial la femenina, como una carencia, como un NO masculino. Es decir, nuestra diferencia es definida por una negación y absorbida como este límite negativo, que se transforma en la condición de existencia de lo masculino, en su complemento en la jerarquía, el que necesita para erigirse como el representante del género humano, el Hombre (Patrizia Violi, 1991). Y la feminidad nos es devuelta de manera tergiversada, o sea, deformada en un estereotipo, muy conveniente a los hombres, porque les sirve para borrar y despreciar nuestros aportes al mundo, al mismo tiempo que nos los usurpan. De esto se desprende el segundo sentido de la radicalidad de la diferencia, el cual consiste en recuperar la potencialidad y la presencia visible y verbalizada de nuestra diferencia sexual para crear una nueva cultura, junto con desechar la vigente, con sus ideologías, instituciones, valores y símbolos, porque la consideramos fracasada (Carla Lonzi, 1978). El fracaso se fundamenta, justamente, en que esconde la diferencia como principio existencial y valida la unilateralidad inclusiva, de la que solo puede resultar desequilibrio y poder.

En este espacio entre los dos conjuntos, el feminismo radical y el feminismo de la diferencia, coloco las ideas-fuerza que configuran esta propuesta o, más bien, esta forma de vida (María Milagros Rivera, 2014). Por eso, una de las ideas-fuerza de este feminismo es rechazar el pedirle derechos y leyes a la política con poder de los hombres, puesto que esto implica legitimarla y reformar su cultura mediante nuestras demandas, dando a entender, junto con esto, que los derechos y las leyes constituyen un lenguaje neutro y no marcado ideológicamente por el sesgo patriarcal. Además, en coherencia con lo radical, la transformación cultural y civilizatoria pasa por cuestionar las raíces de los problemas, por desmontar los cimientos de las estructuras establecidas, las que se relacionan entre sí para dominar, controlar y reprimir nuestras vidas tanto en lo personal como en lo público: la familia, el amor romántico, la heterosexualidad obligatoria, el matrimonio, la pareja, la maternidad, y también el estado, el ejército, la educación, la iglesia, los medios de comunicación, etc., se sirven de nuestra fuerza de trabajo y de nuestras energías sexuales, emocionales y pensantes para el funcionamiento de su orden social.

Asimismo, en coherencia con esta profundidad, la transformación pasa por descolonizarnos a nosotras mismas y nuestros modos de relacionarnos en una continua revisión y autoconciencia, con errores y aciertos, con contradicciones y claridades, en busca más de la libertad que de la liberación, que se distinguen, al decir de María Milagros Rivera (2005: 29), porque la liberación “…trata de erradicar toda constricción histórica sufrida por un ser humano”. En cambio, la libertad consiste en “…la capacidad de transformar la relación con las constricciones históricas que una no puede o no quiere erradicar”. Yo busqué, durante mucho tiempo, la liberación, y no me fue muy bien. Hoy me interesa ser una mujer libre y no, precisamente, una mujer liberada. El movimiento político, entonces, va desde lo interior hacia lo exterior y desde abajo hacia arriba. Por esta razón, también nos hacemos funcionales al desastre civilizatorio si reproducimos, con orgullo, los estereotipos femeninos, diseñados para nosotras con los dispositivos de la literatura, el cine, la publicidad, la filosofía, las religiones, las ciencias, la pornografía, la estética y la moda, etc. La potencialidad de la diferencia sexual como principio de existencia conlleva, como afirma Carla Lonzi en 1970, que ningún individuo o grupo debe ser definido por otro individuo o grupo. De ahí que las feministas radicales de la diferencia –y esta es otra idea-fuerza fundamental– apostemos por un sentido libre de ser mujeres y mujeres lesbianas, abandonando a los hombres, sus ideologías y cultura como nuestro falso reflejo y complemento, y encontrando en las demás mujeres, conscientes de sí mismas, el espejo que necesitamos para que cada una sea quien quiera ser.

Las autoras de nuestra genealogía, que hoy presentamos –Carla Lonzi, Christine de Pizán, Virginia Woolf y Audre Lorde–, nos dan pistas para este sentido libre de ser mujeres, así como para la creación de otra cultura, que va de la mano con la producción de un orden simbólico femenino. A las cuatro pensadoras las situamos en la intersección, puesto que forman parte del feminismo radical de la diferencia: Carla Lonzi (1978) nos invita a aprovecharnos de nuestra diferencia, que se basa, nos dice, en haber estado ausentes del relato de la Historia con poder durante miles de años, por lo tanto, se fundamenta en nuestra exclusión y, en concomitancia con esto, se pregunta cuántos siglos más nos demoraremos en liberarnos del nuevo yugo, conformado por la búsqueda de la igualdad con los hombres, la deseada emancipación. Con otras palabras, la civilización androcéntrica se ha construido a costa de nosotras, pero sin nosotras y, frente a esto, ¿vamos a luchar para ser integradas, incluidas, en su deshumanización? O, como expresa esta lúcida voz, ¿nos aprovecharemos de esta extranjería radical, que tenemos, para crear otro tipo de sociedad más libre y feliz?

Christine de Pizán, en 1405, se libera de las opiniones masculinas para ser ella misma, confiando en lo que su cuerpo sexuado y su experiencia le comunican, fiándose en las demás mujeres, en una genealogía femenina, y no en el pre-juicio ajeno. Así como Lonzi (1978) se da cuenta de que no estamos en la Historia, Pizán (2013) repara en que no existimos en la filosofía, y rechaza toda la tradición de pensamiento, puesto que todos los filósofos, tanto de la antigüedad como de la edad media, hablan mal de nosotras, esto es, sus planteamientos se sostienen en una misoginia recalcitrante. Por su parte, la poeta Audre Lorde (2003: 118) nos hereda la poderosa idea de que “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”. Por lo tanto, si nos quedamos con la igualdad y los derechos, con sus reglas del juego, para hacer política feminista, ni siquiera subvertimos el orden social, al contrario, lo renovamos. Lo mismo sucede si analizamos el sistema desde la perspectiva de género, usada en la academia por el feminismo de la igualdad y también por el posfeminismo y el transfeminismo con sus pretendidas prácticas trasgresoras; o si intentamos generar cambios desde las ideologías de izquierda, que no abandonan la lucha dialéctica amo/esclavo, opresor/oprimido. Asimismo, si usamos las palabras androcéntricas para interpretar lo que vivimos, sobre todo, nuestros miedos y fantasmas, los que necesitamos sacar a la luz, es imposible con una lengua que, para nosotras, constituye el límite de la palabra y una invitación al silencio. En definitiva, todos estos aspectos están muy bien guardados en la caja de herramientas del amo.

Por último, Virginia Woolf, a principios del siglo XX, tiene muy claro que la sociedad es la sociedad de los hombres y que la experiencia de las mujeres en ella es marginal, y este hecho trasciende las clases sociales, las razas y las edades. Por ejemplo, la guerra es la expresión más horrorosamente fidedigna del tipo de sociedad que los hombres han construido y organizado. Las mujeres no tenemos nada que ver con este afán destructivo y competitivo, ni con sus condecoraciones, medallas y uniformes. Si bien desea que las mujeres accedamos a la educación, a la que ella misma no pudo acceder, siendo hermana e hija de hombres educados –como a ella le gustaba decir–, no le interesa la educación de ellos que, justamente, prepara para la guerra, dada su lógica basada en jerarquías, grados y escalafones. Woolf (2016a) quiere que las mujeres, a partir de su anti-convencionalismo, inventen una nueva educación y, en definitiva, una nueva sociedad. Al meditar Virginia sobre sus antepasadas, expresa acertadamente este desdén por la institucionalidad masculina en la siguiente cita: “Y pensé en el órgano retumbando en la capilla, y en las puertas cerradas de la biblioteca y pensé qué desagradable sería quedarse fuera; y pensé que sería más desagradable quedarse adentro…” (Woolf, 2016b: 35). Las feministas radicales de la diferencia, con el mismo y sutil tono de sorna, decimos: no, gracias.

Notas:
Para el desarrollo teórico en torno a la modernidad, la igualdad de los sexos, la pérdida de simbólico femenino y el sentido actual de la política de las mujeres, ver Rivera, M. (1994). Nombrar el mundo en femenino. Barcelona: Icaria; y Rivera, M. (2005). La diferencia sexual en la historia. España: Universidad de Valencia.
Para el análisis de cómo la ideología, instituciones y estratagemas patriarcales intervienen los lazos entre mujeres, ver Rich, A. (2001). Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana. En A. Rich, Sangre, pan y poesía (pp. 41-87). Barcelona: Icaria.
Para los planteos en torno a la diferencia sexual, su irreductibilidad y potencia, y al cuerpo como obra de la madre, ver los desarrollos teóricos del Pensamiento de la Diferencia en general. En especial, Muraro, L. (1994). El orden simbólico de la madre. Madrid: Horas y Horas. Y Rivera, M. (1994). Nombrar el mundo en femenino. Barcelona: Icaria; también, Rivera, M. (2005). La diferencia sexual en la historia. España: Universidad de Valencia.
Referencias bibliográficas:

Bengoechea, M. (1993). Adrienne Rich: génesis y esbozo de su teoría lingüística. España: Ayuntamiento de Alcalá de Henares.

de Pizán, C. (2013). La ciudad de las damas. Madrid: Siruela.

Dworkin, A. (1981). Nuestra sangre (Our blood). Traducción no oficial del blog Maldita Femrad, 2017.

Lonzi, C. (1978). Escupamos sobre Hegel. Y otros escritos sobre liberación femenina. Buenos Aires: La pléyade.

Lorde, A. (2003). La hermana, la extranjera. Madrid: Horas y Horas.

Muraro, L. (1994). El orden simbólico de la madre. Madrid: Horas y Horas.

Pisano, M. & Franulic, A. (2009). Una historia fuera de la historia. Biografía política de Margarita Pisano. Santiago: Revolucionarias.

Rich, A. (2010). Sobre mentiras, secretos y silencios. Madrid: Horas y Horas.

Rivera, M. (1994). Nombrar el mundo en femenino. Barcelona: Icaria.

Rivera, M. (2001). Mujeres en relación. Barcelona: Icaria.

Rivera, M. (2005). La diferencia sexual en la historia. España: Universidad de Valencia.

Rivera, M. (2014). Teresa de Jesús. Madrid: Sabina.

Violi, P. (1991). El infinito singular. Madrid: Cátedra.

Woolf, V. (2016a). Tres Guineas. España: Debols!llo.

Woolf, V. (2016b). Un cuarto propio. España: Debols!llo.

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Comentaris

Es liberalismo camuflado de feminismo
10 des 2017
"Yo busqué, durante mucho tiempo, la liberación, y no me fue muy bien. Hoy me interesa ser una mujer libre y no, precisamente, una mujer liberada".

Sale pues del feminismo de la igualdad hacia el de la diferencia, en una reacción escapista e intimista, y desde allí nos informa de que estos son los dos feminismos que existen. No es verdad, en realidad solo existen dos feminismos, y son antagónicos, el feminismo burgués (en este caso liberal) y el feminismo proletario. Esa es la primera trampa que estas señoronas liberales quieren colocarnos.

La segunda consiste en la solución aparentemente radical, pero en realidad extremista, del separatismo de géneros, en cuyo motor esencial lo que encontramos es una tendencia escapista, con raices en la lucha de clases y especificamente en el desarrollo de la acumulación (que lo es de propiedad privada) hoy emergente en las clases medias debido a la descomposición de la socialdemocracia internacional a rebufo de la crisis general del capitalismo.
Re: Filosofía y práctica del feminismo radical: Hacia una genealogía de las mujeres en lucha
13 des 2017
Del mismo modo que el hombre blanco es "el demonio" sin distinción ni excepción en el discurso original de Malcolm X y Elijah Muhammad, parece aquí que son "los hombres" los que adquieren ese papel de enemigo genérico.

Pienso que el párrafo abajo citado se beneficiaría de la supresión del artículo en "los hombres" en la primera frase ("el tipo de sociedad que hombres han construido").

"Por ejemplo, la guerra es la expresión más horrorosamente fidedigna del tipo de sociedad que los hombres han construido y organizado. Las mujeres no tenemos nada que ver con este afán destructivo y competitivo, ni con sus condecoraciones, medallas y uniformes. Si bien desea que las mujeres accedamos a la educación, a la que ella misma no pudo acceder, siendo hermana e hija de hombres educados, no le interesa la educación de ellos que, justamente, prepara para la guerra, dada su lógica basada en jerarquías, grados y escalafones."

Como hombre digo que me repugna esta sociedad que hombres han construido, que no abunda en mí el afán destructivo y me opongo a la competición, a condecoraciones, medallas y uniformes.
Re: Filosofía y práctica del feminismo radical: Hacia una genealogía de las mujeres en lucha
13 des 2017
"Javier", gracias por tu comentario y tu apreciación. Comparto ese matiz importante. Entiendo que a lo que se refiere Andrea, es a la complicidad activa o pasiva de hombres concretos y hombres en general, pero es importante y necesario recordar que también hubo, hay y habrá hombres que como a ti, les "repugna esta sociedad que hombres han construido", y no tienen "afán destructivo y se oponen a la competición, a condecoraciones, medallas y uniformes".

Gracias por estar ahí y por no descalificarnos a la primera de cambio por nuestros posibles errores.

Sr "." como reaccionario que usted es, le aterroriza la mujer libre, prefiere la liberada tan acorde con la “sensibilidad burguesa".

Se es libre cuando el entorno, el contexto, también lo es. Por tanto ese ser libre es un acto colectivo y revolucionario.
Re: Filosofía y práctica del feminismo radical: Hacia una genealogía de las mujeres en la ducha
14 des 2017
el feminismo es una piedra en el zapato de quienes caminan hacia un futuro mejor:
feminismo radical = una piedra toxica
feminismo liberal = una piedra venenosa
feminismo de la diferencia = una piedra de color morado
feminismo de la igualdad = una piedra en cada zapato
feminismo queer = muchas piedrecitas
anarco feminismo = una pedrada en los genitales!
Separatismo de géneros e intelectualidad burguesa “libre”
15 des 2017


Aliss explica, en referencia a las contradictorias afirmaciones de Andrea respecto a su libertad personal, que: “Se es libre cuando el entorno, el contexto, también lo es. Por tanto ese ser libre es un acto colectivo y revolucionario.”.

Esto implica que, por cuanto ya no necesita la liberación por ser ya libre, que es lo que le interesa, Andrea ya vive en un entorno libre y en un contexto libre, y ya ha hecho colectivamente ese "acto revolucionario". ¿Qué contexto, entorno y acto revolucionario "libres" son esos? La propuesta principal que hace Andrea en su texto puede ayudarnos a identificarlos:


apostemos por un sentido libre de ser mujeres y mujeres lesbianas, abandonando a los hombres


No hay ningún acto revolucionario, el entorno ni es revolucionario ni está liberado, y el contexto capitalista sigue siendo el mismo que constituye la explotación, marginación y opresión de grandes multitudes de seres humanos y necesita proseguir su expansión para poder reproducirse. Pero Andrea ya es libre.
Sus manipulaciones tergiversando, dan risa
15 des 2017
Sr “.”, como siempre pone en boca de las demás, sus interpretaciones personales que además, suelen ser siempre despreciando a las demás y tergiversándolo todo.

Por eso Andrea acierta cuando apunta que “Y la feminidad nos es devuelta de manera tergiversada, o sea, deformada en un estereotipo, muy conveniente a los hombres, porque les sirve para borrar y despreciar nuestros aportes al mundo, al mismo tiempo que nos los usurpan”. Eso es también lo que hace usted.

Nadie le ha dicho que Andrea ya sea libre. Planteárselo es revolucionario y conseguir esa situación personal y colectiva, es la revolución, y esa revolución no es algo que surja al día siguiente de proponérselo… Y especialmente cuando en el mundo hay personas tan reaccionarias y misóginas como usted, que hacen todo lo posible por intoxicar y confundir.

Si hay mujeres que deciden “abandonar a los hombres”, ¿dónde ve usted el problema?

Interpreto que Andrea se refiere a los hombres como modelo, como referente, pues la frase que usted ha destacado y recortado continúa diciendo “abandonar a los hombres, sus ideologías y cultura como nuestro falso reflejo y complemento, y encontrando en las demás mujeres, conscientes de sí mismas, el espejo que necesitamos para que cada una sea quien quiera ser”. Y se refiere a una cultura que aparte de patriarcal, también es matricida.

En el texto de Andrea, entre otras muchas cosas interesantes nos dice “…la diferencia sexual es riqueza para el mundo, porque cada sexo crea significados diversos con su propio cuerpo, el cual es obra exclusiva de nosotras las mujeres por nuestra capacidad, ejercida o no, de procrear”

Su nacionalsocialismo, sr “.”, tampoco ha conseguido acabar con la explotación. Ni el comunismo, ni el socialismo, ni nada que acabe en “ismo”, como feminismo, han conseguido acabar con las opresiones de clase, de género, de raza…, pero ustedes siempre hablan de revoluciones socialistas, comunistas, nacionalsocialistas, etc…

Andrea dice “por eso, una de las ideas-fuerza de este feminismo es rechazar el pedirle derechos y leyes a la política con poder de los hombres, puesto que esto implica legitimarla y reformar su cultura mediante nuestras demandas, dando a entender, junto con esto, que los derechos y las leyes constituyen un lenguaje neutro y no marcado ideológicamente por el sesgo patriarcal”. Tal vez a usted esto no le parezca revolucionario, pero lo es.

Sus comentarios a mi ya no me sorprenden. Todas las revoluciones las han aplastado personas como usted. Cualquier lucha anticapitalista, antipatriarcal, antifascista…, siempre son denostadas por gente como usted.

¿Entiende ahora por qué sigue en pie el capitalismo? Por gente como usted.
Visiones distópicas
15 des 2017
El texto de Andrea, señora Aliss, contiene una propuesta que es claramente distópica. Presenta problemas reales insalvables crear - no proponer - una formación socio-económica únicamente compuesta por mujeres. El primero es que si se renuncia de verdad al principio masculino, la formación socio-económica ginocrática estaría abocada a ser meramente temporal. Para superar esta dificultad las ginócratas podrían admitir un grupo de hombres sementales para poder reproducirse socialmente, que o bien serían prisioneros, con lo cual éticamente seria insostenible, o bien el proyecto devendría simplemente en una formación socio-económica con un modo de reproducción social basado en una sexualización heterosexual con escasez de hombres, por cuestiones ideológicas y sexo-políticas, deviniendo a ser nada más una sociedad con el sexo-género masculino minorizado... pero solo, también, temporalmente, pues en este caso surgiría el dilema ético respecto a los niños. Claro, resulta que para mantener las proporciones de la escasez de hombres para mantener la estabilidad ideológica solo les quedaría el recurso al androcidio selectivo.

Esto es una distopia muy literaria e intelectualmente estimulante, pero imposible de realizar, finalmente una fantasia químerica. Dudo mucho de que Andrea no sea consciente de que meterse en tamaña encerrona sería bastante insensato.

Ahora bien, si el plan o la propuesta no es formar una ginocracia ¿qué se está proponiendo realmente? Hay hombres que se ponen a vivir juntos sin mujeres, en monasterios, y mujeres que hacen eso mismo pero a la inversa, en conventos. En la modalidad que plantea Andrea la religión se fundamentaría en el mito del "El Patriarcado", una demonio fantásmatico que busca el mal de las mujeres a lo largo de la Historia. Viviendo permanentemente bajo semejante alarmante amenaza contra la comunidad, la fundamentación social ontológica consistiría en el rechazo de la culpa, supuestamente presente por contagio a causa del pecado original masculino-patriarcal - no femenino, excepto si se cae en la maternidad - pero que, de todos modos, afectaría a las mujeres con inclinaciones heterosexuales las cuales podrían superar ese estado de impureza y culpa siendo célibes o, mejor aun, haciéndose lesbianas. ¿Es esto? Quizá no.

En todo caso, no estamos ante una filosofia ni ante una revolucion, sino ante malestares compartidos por pequeños grupos de personas que, sin duda realmente intimidadas y sensibles algunas de ellas, buscan soluciones personales y una cosmovisión particular de autotayuda. Es legitimo e incluso creativo hacerlo, pero no constituye una salida real a los gravísimos problemas estructurales que siguen acumulándose sin hallar resolución revolucionaria positiva todavía. Faltaría a la verdad si le dijera lo contrario, señora Aliss.
Re: Filosofía y práctica del feminismo radical: Hacia una genealogía de las mujeres en lucha
07 mar 2020

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