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Notícies :: indymedia |
Pacto de sangre Pamplona- Kerbala -San Fermín-la Ashura
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per Carlos de Urabá Correu-e: rebeldeya@yahoo.es (no verificat!) |
18 jul 2016
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Porque sin sangre no hay pasión, porque sin sangre no hay fiesta. Sin sangre no hay Ashura, sin sangre no hay sanfermines |
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Quizás es difícil hacer un paralelismo entre el Sanfermines y la Ashura aunque de cierto modo existe una unión muy especial porque ambas son fiestas de exaltación religiosa; la una cristiana y otra es la otra chiita. Según la época del año millones de devotos o fieles se reúnen para homenajear a los mártires Fermín y Husayn ibn Ali aprovechando las efemérides de su muerte. La Ashura es una manifestación puramente sacra en la que prima el luto, la penitencia, el ayuno, la castidad y la oración perpetua; en la otra reina la lujuria, la algarabía, la bacanal y la locura colectiva.
Kerbala y Pamplona a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de distancia están hermanadas por un pacto de sangre: el martirio de Husayn Ibn Ali y del San Fermín.
Los cronistas afirman que San Fermín fue torturado, degollado y decapitado en Amiens-Samarobriva (Francia) en el 303 por orden del prefecto romano que le acusó de blasfemo por predicar los evangelios cristianos.
Husayn Ibn Ali ofrendó su vida en nombre del señor del universo el 10 de octubre del 680 cuando en franca lid enfrentó al ejército omeya del Yazid. Cuentan los hadices que Husayn se negó a jurar fidelidad al califa puesto que él detentaba el título de imam o líder espiritual. Declaró que prefería una muerte con dignidad que una vida de humillación. Este es el “arbaín” o la victoria de sangre sobre la espada del opresor. Sus enemigos le golpearon la frente con una piedra y una flecha atravesó su corazón. A pesar de todo bañado en sangre siguió combatiendo como el más fiero de los guerreros. La sangre inundaba la tierra, la sangre teñía de rojo las aguas del Éufrates -Al Furat. Husayn agonizaba sobre la arena del desierto y los traidores para rematarlo le clavaron una espada en la cabeza. Él milagrosamente resistió y quiso montar a la grupa de su caballo presto a escapar pero lo detuvieron y fue decapitado. Como escarmiento clavaron en una pica su cabeza para que la contemplara toda su estirpe. Con lanzas, espadas y cuchillos y flechas ejecutaron al glorioso Imam. Los cielos lloraron sangre y la luz del sol se ensombreció por su heroico sacrificio.
El ejército califal de Damasco pretendía aniquilar a los descendientes de Mohamed pues no dejó escrito en ningún testamento quién iba a sucederlo. Aunque la versión chiíta asegura que el profeta nombró heredero -por el mandato de Allah- a Husayn ibn Ali (su nieto). Fue por eso que en Kerbala se enfrentó valientemente a los que querían usurpar su dignidad. A partir de entonces se produce el cisma entre los chiítas y los sunitas.
En el siglo II los predicadores cristianos se lanzaron a extirpar el paganismo a lo largo y ancho del Imperio Romano. Su propósito no era otro que imponer el culto a un solo Dios verdadero cuyo hijo Jesucristo redimió en la cruz los pecados de la humanidad.
San Fermín era hijo de un patricio romano convertido al cristianismo por Saturnino (santo mártir) en la ciudad de Pompaelo (Pamplona) Según las antiguas leyendas desde muy joven decidió dedicarse de cuerpo y alma a evangelizar a los gentiles. Entregado por completo al Dios del amor y de la compasión, al Dios de los pobres que desafiaba al poder establecido.
A raíz de la persecución de los cristianos decretada por el emperador Diocleciano se produjo la cacería de todos aquellos misioneros que ponían en tela de juicio la legitimidad de los dioses paganos -únicas deidades oficiales en el Imperio-
Fermín, que ya había alcanzado el título de obispo, fue apresado en Amiens bajo la acusación de convertir en masa a la población indígena de las Galias. Era intolerable que se dedicara a bautizar a gentiles y prometerles la vida eterna en el paraíso celestial. Por este delito el procurador romano lo sentenció a muerte. Para amedrentar a sus discípulos y seguidores fue salvajemente torturado, degollado y finalmente decapitado en plena plaza pública. Un brutal martirio que el cristianismo sublima como un ejemplo de beatitud y santidad. -El pañuelo rojo que llevan anudado al cuello los corredores en los encierros de Pamplona es un homenaje en su memoria- Es la sangre que brotaba del cuello cercenado de
San Fermín, esa sangre derramada hace parte de la santa alianza entre lo divino y lo humano.
Las autoridades romanas ordenaron descuartizar el cuerpo del mártir Fermín y esparcir sus restos por los campos para que los animales salvajes lo devoraran. Había que borrar su recuerdo de la faz de la tierra ya que su tumba podría convertirse en un centro de peregrinación. Pero sus fieles raptaron el cadáver y lo enterraron en un lugar secreto. Con el paso del tiempo se descubrió su tumba y se extrajeron varias partes de su cuerpo incorrupto que se llevaron a Amiens, Toulouse y Pamplona. Estas prácticas son una prueba más del desaforado culto a la santa muerte del que hace gala el cristianismo. El vino es la sangre de Cristo y el pan cuerpo de Cristo en una alegoría que tiene mucho que ver con el canibalismo.
A partir de entonces se comenzaron venerar sus reliquias y surge el mito de San Fermín que gloriosamente alcanzó la palma del martirio en las Galias.
Los profetas en las sagradas escrituras anunciaron que Yahvé iba a enviar a su hijo para redimir los pecados del mundo. Cristo estaba predestinado a sufrir el más espantoso de los castigos. Y así se cumplieron las profecías cuando fue condenado por Poncio Pilatos al cadalso. Camino del Gólgota fue torturado por los verdugos que lo golpearon, lo fustigaron para finalmente crucificarlo en un macabro y sangriento ritual que nos recuerda al de Husayn Ibn Ali. Mientras agonizaba pronuncia sus últimas palabras: ¿padre, por qué me has abandonado? No hay respuesta pues tenía que resignarse a la voluntad del Todopoderoso. La pasión y muerte es la propia esencia del cristianismo.
La idea del martirio en el cristianismo tiene la misma atracción que en el islam. Es una gran virtud imitar a Jesús de Nazaret, el mártir más famoso que ha dado la humanidad
San Fermín también derramó su sangre para el perdón de nuestros pecados; su sangre se convierte ahora en vino, su dolor en alegría, su tortura en lujuria y desenfreno porque los sanfermines son una fiesta dionisíaca donde el máximo protagonista es Baco. Una fiesta en honor a Venus afrodita, diosa del amor y la belleza. La esplendorosa adolescencia que vence a la vejez y la decrepitud. Es la hora de trasmutar la tragedia en gozo pagano y rebelarse contra los diez mandamientos de la ley de Dios.
El día 6 de julio -la víspera de San Fermín- miles de los devotos peregrinan desde los cuatro puntos cardinales del orbe hasta Pamplona para asistir al comienzo de la fiesta grande. Vestidos de blanco impoluto con faja y pañuelo rojo anudado al cuello en honor al mártir Fermín, presas de la lujuria verterán en el brindis al santo miles y miles de litros de vino, kalimotxo, champagne, ron, vodka o cerveza inundando las calles con un diluvio etílico de proporciones bíblicas.
La plaza del ayuntamiento por unas horas se convertirá en el templo sagrado que acoge la ceremonia del chupinazo. Y justo a las doce en punto se lanza el cohete que señala el comienzo de la gran bacanal. La muchedumbre grita excitada ¡Gora San Fermín! ansiosa por recibir sus parabienes. Mientras en la ciudad santa de Kerbala el 10 de octubre millones de fieles chiítas desfilan por las calles entonando cánticos y oraciones en honor al mártir Huseyni ibn Ali, el bienaventurado señor de los mártires.
Las fiestas de San Fermín revelan el sincretismo de las tradiciones paganas y cristianas. Una liturgia oficiada por las mismísimas autoridades civiles, militares y religiosas que encabezan la procesión del santo al que sacan en andas para que bendiga la orgiástica verbena.
De noche es cuando resucita Sodoma y Gomorra y se liberan los instintos básicos que desatan las tentaciones de la carne o los amores furtivos o adúlteros. Resucita las perversiones más salvajes y el morbo de la fornicación o la concupiscencia. En este aquelarre las pócimas afrodisíacas hacen su efecto y liberan el ama del yugo de la razón.
En Kerbala mientras tanto el día de la Ashura o el ashara el décimo día del Muharram, las multitudes marchan cantando himnos sacrosantos en memoria del imam Husayn, el señor de los mártires. El llanto no cesa ni un instante, la angustias y el dolor marcan los rostros demacrados de los fieles que presas del delirio místico desfilan compungidos; son miles y miles de hombres - las mujeres están excluidas y deben dedicarse a la oración en el lugar reservado para ellas en la mezquita- El género masculino preside la ceremonia fúnebre. Allah es padre, Dios es padre. El matriarcado ha sido vencido.
Kerbala es la ciudad elegida por Allah como morada eterna del Imam Husayn ¡jala Husayn, jala Husayn! Y los penitentes portan antorchas iluminando el camino con el fuego purificador de Zaratrustra. Una cabalgata de jinetes rememora los trágicos acontecimientos de la luna nueva del Muharram, el primer mes del calendario musulmán, cuando cayó asesinado el gran mártir Husayn. Un acto de fe jamás visto, una insuperable manifestación de luto y de pésame que desgarra el alma. Por toda la ciudad retumba el griterío ensordecedor y los alaridos de espanto. Los ríos humanos se desbordan rumbo al santuario donde se encuentra el gigantesco mausoleo del amado Imam. Vienen a llorar desconsolados y arrodillarse ante su tumba para recibir su baraka. En las calles no cabe un alma, todos los fieles corren y corren alucinados; levantan los brazos al cielo y se golpean una y otra vez acompasadamente el pecho, la cabeza o la frente con los palma de la mano cerrada o abierta; los más fanáticos se desnudan de cintura para arriba y gimen de pena, lloran sangre y empuñan espadas, cuchillos, puñales e instrumentos de sacrificio con los que se abren espantosas heridas en honor al mártir y rememorar así el sufrimiento padecido en la batalla de Kerbala. Al ritmo de las suras coránicas recitadas por los mullahs bárbaramente se castigan en un increíble acto de masoquismo místico que les produce un infinito placer. ¡Oh, Husayn ibn Ali, Oh, jasibi el señor de los jóvenes del paraíso! Sus cuerpos ensangrentados son la mayor prueba de beatitud.
Saben que por estas acciones serán premiados por Allah cuando se abran las puertas del paraíso el día del juicio final. Sólo entonces podrán disfrutar de los placeres prohibidos: escanciar el vino, danzar con las mujeres más sensuales, fornicar o hartarse con los más exquisitos manjares.
En la península ibérica al toro desde tiempos inmemoriales se le ha reservado un lugar preponderante en el panteón de divinidades. El toro es el animal mitológico por antonomasia y por esto ha sido elegido para batirse a duelo con el macho alfa, que no es otro que el matador o el torero. En el ruedo sufrirá un castigo inmisericorde; le clavarán banderillas, lanzas, espadas y puñales para finalmente morir desangrado en su propia cruz igual que Jesucristo. Su sangre bañará el albero y el pueblo aplaudirá extasiado al matador que ha conseguido imponerse sobre la bestia salvaje. El escalofriante holocausto del cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
En Pamplona los corredores desde muy temprano se hacen presentes en la puerta de salida de los corrales. Ataviados con sus trajes blancos, pañoleta y faja roja se aprestan a correr el encierro que dará cumplidamente inicio a las 8 en punto. Primero deben velar armas frente a la imagen del santo patrón pidiendo su protección ¡San Fermín akbar, los que venimos a morir te saludan! ¡Danos la victoria! Porque en este tenso y terrorífico ritual se apuesta la vida al todo o nada. Inconscientemente también es un honor inmolarse y caer como mártires. Es el tributo de sangre que hay que pagar para saciar la sed de las divinidades. Sin sangre no hay fiesta; sin sangre no hay sanfermines, sin sangre no hay Ashura.
Solo los más valientes son capaces de desafiar a los astados en este sinigual duelo. Bulle la adrenalina, y late el corazón a mil revoluciones por minuto cuando explota el cohete en el cielo señalando el comienzo del apocalipsis.
Las bestias dotadas de una fuerza descomunal arrasan lo que se atraviesa a su paso; embalan y persiguen a los cabestros, avanzan incontenibles por esas estrechas callejuelas donde cientos de corredores luchan por esquivar a los astados. Y la marabunta se echa a correr despavorida; se atropella desesperada por escapar de la jauría; algunos caen y son pisoteados, otros se golpean contra las paredes o las barreras.
De repente un vigoroso toro negro embiste brutalmente a un corredor que se retuerce por el suelo hecho una piltrafa La bestia vuelve sobre sus pasos y se ensaña con él clavándole los cuernos una y otra vez. Entonces, empieza a brotar sangre de su vientre, la sangre mana a borbotones, la sangre mancha el empedrado de un rojo reluciente que encandila. El toro levantaba al mozo como si se tratara de un monigote, ese monstruo de 600 kilos sabe que es la única oportunidad que tiene de vengarse de aquellos que lo conducen hacia el altar de los sacrificios. El olor a sangre es difícil de describir y de olvidar porque penetra hasta lo más profundo de nuestras entrañas. Se escenifica una tragedia de inaudita violencia y agresividad, que no es otro que el drama de la vida y de la muerte. El Eros y el Tánatos. ¡Gora San Fermín! gritan los espectadores mientras el mártir se revuelca en el suelo intentando escapar del suplicio. Los mártires vivos serán igualmente coronados.
En este aquelarre no hay nada prohibido, todo es válido. Explotan las tentaciones de la carne; esos cuerpos ardientes bañados en alcohol desatan la morbosa palpitación sexual, se transparentan los senos y el pubis lubrico. Los amantes se abrazan y se besan en una irreverente actitud donde impera el hedonismo que sublima aún más el clímax erótico. No queda más remedio que beber para aplacar el incendio y sofocar las altas temperaturas veraniegas. Es muy fácil perder la inocencia en este paraíso perdido. Desde las fuentes los ángeles malditos se lanzan suicidas para demostrar a los incrédulos que pueden subir hasta los cielos y luego caer entre los brazos de sus salvadores. El bullicio es estremecedor, nadie duerme, nadie se atreve a perderse un minuto de placer en estas justas erótico-festivas. A todo volumen se anuncia más vicio, más locura; acérquense a comulgar, devoren, beban, fumen las yerbas alucinógenas, prueben las drogas duras o las blandas en nombre del amado mártir San Fermín.
Al santo hay que homenajearlo como se merece. Siguiendo las tradiciones de la pasión barroca cristiana donde sobran las coronas de espinas, las flagelaciones, los rostros de vírgenes dolorosas, de cristos agonizantes o de borrachos que se desmayan sobre los adoquines en una extraña exaltación mágico-religiosa.
Y en Kerbala se le rinde tributo a Husayn Ibn Ali ¡jala, jala, Husayn, jala, jala Husayn! miles, millones de peregrinos lloran entristecidos por la muerte del señor de los mártires. La multitud corre despavorida por sus calles presas de un ataque de histeria colectiva van portando banderas verdes, rojas y negras que llevan grabados los versos coránicos o hadices alusivos a la vida y obra del mártir bendito.
La luna nueva o hilal marca el tiempo en que debe reinar la paz y la fraternidad. En este mes sagrado se conmemora el día en que Allah creó el cielo, las estrellas, en que Allah creó al ángel Gabriel y Adán y cayó la primera lluvia sobre la tierra.
Kerbala y Pamplona aunque se hallan en las antípodas están hermanadas gracias a ese pacto de sangre. Porque sin sangre no hay pasión, porque sin sangre no hay fiesta. Sin sangre no hay Ashura, sin sangre no hay sanfermines.
Carlos de Urabá 2016 |
Mira també:
https://youtu.be/9-0cvQAdEmo |
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