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Notícies :: corrupció i poder
Sólo una gran coalición de derechas puede garantizar la legitimidad de la monarquía borbónica.
16 abr 2016
Está en juego la estabilidad del reino, la virtual recuperación económica y el hacer frente amenaza del secesionismo catalán.
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Suenan las fanfarrias y como si se tratara de una sátira bufonesca los ujieres abren las pesadas puertas el palacio del Zarzuela para que ingrese la comitiva cortesanos y plebeyos, los líderes políticos tanto de la derecha y de la izquierda que peregrinan a rendirle pleitesía su majestad el rey Felipe VI. El paseíllo los conduce hasta el Salón de Audiencias adornado con tapices flamencos donde les espera el soberano borbónico que funge de sumo sacerdote del oráculo de Delfos.

Tras justas electorales se han formado los grupos de parlamentarios y es el momento de iniciar la ronda de audiencias. Su majestad el rey -cuya palabra es infalible- es el único que tiene la capacidad ungir al candidato que se presentará a la investidura. Según la sacrosanta tradición es preciso que sea un vasallo de reconocido prestigio, muy fiel y muy leal defensor de la unidad del reino. Como ningún partido político (unionista) PP-PSOE, Ciudadanos o Podemos han logrado la mayoría suficiente para formar un gobierno es necesario que se establezcan pactos y negociaciones para elegir al gran chambelán. Su majestad según la constitución es el moderador y árbitro pues está dotado de unos valores éticos y morales insuperables. Hasta tal punto que tan solo está obligado a rendirle cuentas a Dios.

Está en juego la estabilidad del reino, la virtual recuperación económica y el hacer frente amenaza del secesionismo catalán. Pero, sobre todo, lo más preocupante es la incertidumbre de los inversionistas nacionales y extranjeros que desconfiados se mantienen a la expectativa. Además al reino de España tiene que volver a ocupar el puesto que le corresponde entre las potencias más importantes del planeta tierra. Es imprescindible reivindicar su glorioso pasado imperial como ejemplo para las futuras generaciones.

Ya han transcurrido varios meses de las elecciones generales y todavía ningún candidato cuenta con los apoyos suficientes para formar gobierno. El rey ha cumplido de una manera ejemplar su papel de preceptor y guía pero los políticos plebeyos se han comportado de la manera más zafia y necia mancillando su dignidad. Y es que los partidos unionistas han sido incapaces de alcanzar ningún acuerdo demostrando su ineficacia y desdén. ¡Por Dios, la patria y el rey! No existe una mayoría suficiente que facilite la formación de un gobierno estable y garantice la legitimidad de la monarquía borbónica.

Estamos en tiempos revueltos, en tiempos de crisis no sólo económica sino también política por culpa de la corrupción, el tráfico de influencias, y el desfalco que se ha apoderado todos los estamentos de la sociedad. El rey por su inteligencia y sabiduría pertenece más al ámbito de lo divino que al humano. Felipe VI es omnipotente y omnipresente y está por encima del bien y del mal; su majestad por naturaleza es un ser bueno, jamás puede hacer mal; el rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad alguna.

Los protagonistas de esta sátira medieval son el monarca, la reina, los príncipes, las infantas, los grandes de España, nobles de sangre azul; condes, marqueses, duques; mientras que el papel secundario se le reserva a la chusma de pajes, alguacilillos, ujieres, camareros, palafreneros mayordomos, mozos del bacín, bufones palaciegos, siervos y lacayos.
Los cortesanos y plebeyos se descubren y hacen reverencias ante su majestad el rey que arropado en la bandera roja y gualda se levanta cual mítico cíclope de 1.90 metros de estatura.

Y es que no por casualidad don Juan Carlos I y doña Sofía de Grecia unieron sus sangres reales en un sinigual apareamiento en el que los óvulos y espermatozoides se confabularon para engendrar a este príncipe virtuoso, un ser etéreo y celestial que cumple con todos los requisitos necesarios para engrandecer la gloria de España. Un auténtico paladín heredero del Cid Campeador dueño de porte magnánimo y una elegancia exquisita que impone sumisión y respeto.

El dogma Constitucional afirma que la sucesión es eterna, es decir, que el heredero a la corona nunca muere. La legalidad de la dinastía borbónica no admite discusión alguna y por ende es inviolable e incorruptible.
A pesar de que el monarca jamás se ha presentado en unas elecciones su voluntad está por encima a la soberanía de 46.000.000 de súbditos. Una tutela desinteresada y bondadosa que le cuesta al fisco un millonario presupuesto que retribuyen con abnegación sus súbditos. Y es que imprescindible complacer todas sus veleidades y caprichos como recompensa a su heroica misión. En torno al rey se organiza el poder político, el clero, la judicatura, el estamento militar, los banqueros y todos los grandes adalides del capitalismo medieval.

Hablar de soberanía, derecho a decidir o emancipación son conceptos subversivos propios del populismo republicano. El protocolo, la etiqueta o la tauromaquia son más importantes que la libertad, igualdad y fraternidad.

El rey Felipe VI por la gracia de Dios es el Capitán General de los ejércitos, un guerrero invencible valedor de la unidad del reino. Así se cumple al pie de la letra la última voluntad del caudillo de España Francisco Franco que apretándole la mano príncipe don Juan Carlos de Borbón en su lecho de muerte le exigió que velara por la unidad del reino.

El dogma de la monarquía es intocable y no admite críticas ni discusiones. Por lo tanto el retrato de su majestad el rey debe presidir todas las instituciones, los edificios públicos o las dependencias oficiales. El rey Felipe VI enfundado en su impecable traje de capitán general nos regala con beatitud sus bendiciones. Por decreto se ha impuesto el culto a la personalidad para aplacar la nostalgia de esa época cuando en el imperio español jamas se ocultaba el sol.

El reino de España precisa imperiosamente un pacto que garantice la gobernabilidad. Es por ello que los partidos unionistas o constitucionalistas -según los deseos ocultos del monarca- deben dejar atrás sus viejas rencillas y pactar de una vez por todas una gran coalición de derechas. Un gran peligro se ciñe sobre la corona con la insurrección de fuerzas antimonárquicas y antisistema que envalentonados pretenden derrumbar el orden constitucional y el estado de derecho.

Carlos de Urabá 2016

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