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Anàlisi :: ecologia
Mañana sol, y buen tiempo
26 gen 2016
El pasado 12/12/2015 se cerró en París la última cumbre sobre el Cambio Climático, la famosa COP21, anunciándose espectacularmente un acuerdo mundial al respecto. Pero si este acuerdo fue espectacular no lo fue tanto por el contenido, que perfora en el vacío, sino más bien por la relevancia mediática que se otorgó a los aplausos, vítores y abrazos de toda esa fauna allí congregada. Parecía, más bien, una auténtica “asamblea” de majaras (perdón, por lo de asamblea) como si, en palabras del grupo musical vasco Kortatu, se acabara de proclamar que mañana hará el tiempo que al poder le dé la gana.
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Y es que hay dos buenos motivos que explican toda esa euforia desatada. En primer lugar, el sistema ha salido totalmente indemne de la causa; y en segundo lugar, se pudo anunciar el inicio de dos nuevas guerras lo que, ya se sabe, a los Estados siempre les llena de sentido y esperanzas: una, contra el Aumento Global de Temperatura; y otra, contra la Pobreza. Y estas guerras van a conformar los dos grandes ejes propagandísticos del Ecocapitalismo puesto en marcha. Lo que obliga a preguntarnos contra qué enemigos plantearán sus batallas.
En relación a la primera, es el mismo planeta el que se erige como la gran amenaza. Y aunque algunos se cuestionan si las pseudo-medidas acordadas servirán para bajarle los humos a la Tierra (básicamente porque es difícil cambiar algo sin tocar absolutamente nada), los hay que ya piensan en bombardear lo que haga falta si el planeta no se adapta a la mística del crecimiento ilimitado. Lo dudoso, no obstante, es que el planeta funcione como el aire acondicionado de la sacrosanta propiedad privada y que al temperamento de la Tierra le preocupe lo más mínimo las comodidades humanas.
Porque en realidad nadie tiene ni idea de qué consecuencias acarreará el Cambio Climático, ni hasta qué punto a estas alturas el objetivo de controlar su temperatura es siquiera ya posible, pues el daño causado a nuestro ecosistema puede que sea ya totalmente irreversible. Y lo obvio es, en todo caso, que lo que hay que hacer es afrontar las cosas de un modo tan radicalmente distinto, que a los poderosos sólo con oírlo se les erizan las espaldas. Lo trágico del asunto, entonces, no es la majadería acordada en París, sino que el sistema sigue empeñado en su voluntad de crecer hasta que no quede absolutamente nada.
Esta tendencia decrépita del sistema, totalmente inevitable en este pequeño mundo, explica la segunda gran batalla que esa tropa de París emprenderá los próximos años: esto es, contra la Pobreza. En este sentido se entienden las palabras vertidas por el presidente francés, François Hollande, rememorando la épica de las revoluciones francesas. Aquellas que buscaron dar un vuelco a sociedades podridas como la nuestra. Revoluciones sobre las que siempre se han cagado, nunca mejor dicho, todos aquellos que vieron peligrar sus privilegios. Y es por ello que François se apresuró a anunciar que esta supuesta “revolución verde” acordada en París va a ser pacífica y sin violencias de ningún tipo. Algo que de entrada sonó un poco extraño en boca de alguien que, pocos días atrás, ponía los huevos nucleares sobre el tablero mundial al declarar oficialmente la guerra a Siria (y eso que ya venía bombardeando muy pacíficamente este país). Porque François quiso dejar claro que a partir de ahora sólo los de arriba deben acojonar a los que sobrevivimos por debajo. No vaya a ser que a alguien se le ocurra, en otra lógica, guillotinar toda esa majadería que tanto daño está ocasionando a la humanidad y al planeta entero.
Porque lo que es evidente, incluso para François, es que si el planeta no se adapta al capitalismo (lo que es harto probable), será éste el que se tendrá que adaptar a las crecientes limitaciones que el planeta vaya brindando. En otras palabras, la clave será cómo se va a gestionar la exclusión social que genera este sistema a medida que se tenga que adaptar a una mayor escasez, a una mayor contaminación, y a que millones de personas más se vean abocadas a la miseria, al hambre y a la desolación. Y es que en la Lucha contra la Pobreza, batalla estrictamente social, sólo hay dos opciones posibles: o se acaba con los ricos, o se acaba con los pobres. Y en esto, François y sus colegas ya han anunciado que no se permitirán alternativas sociales de ningún tipo. En definitiva, que los privilegiados van a seguir con su dinámica, aunque se les caiga el cielo encima.
La apuesta del Ecocapitalismo triunfante es, entonces, que sigamos funcionando socialmente como una larga cadena de contaminación, donde lo más digno (humanamente hablando) se encuentra en la base de todo el montaje: los trabajadores de la limpieza. A partir de aquí, se alza todo el estercolero moral. Porque nadie de los privilegiados está dispuesto a dejar que otros se beneficien de los recursos que ya se están agotando, y la locura del lucro fácil y del ascenso social no va a parar nunca no vaya a ser que al final las consecuencias no sean para tanto. Es por ello que toda la propaganda Ecocapitalista irá destinada a prolongar todo el engranaje de contaminación, simulando precisamente que se está haciendo todo lo contrario. Sigan ustedes reciclando…
Y así el cívico ciudadano de las sociedades privilegiadas podrá limpiarse su conciencia con continuos peregrinajes a los contenedores de colores (para alimentar con ofrendas a la máquina de explotación), aunque la base real del crecimiento ilimitado irá constriñéndose a pasos forzados. Las burbujas de enriquecimiento serán cada vez más “selectas” y de más corta duración, y sus estallidos dejarán tal devastación social que cada vez será más gente la que se verá empujada a los límites del hambre y la desesperación…
Se abre, pues, ante nosotros un horizonte donde la tensión y la violencia irán inevitablemente in crescendo. Y ya se sabe que la última burbuja de enriquecimiento es la gran devastación: la guerra como colofón de un perverso proceso lucrativo que llega a su fin, pero que siembra con ruinas una futura nueva fase de expansión. Lástima que el poder de destrucción haya alcanzado la proeza de la pura y simple autoaniquilación.
Porque en este decrépito sistema, donde sólo se crece ilimitadamente en constreñimiento mental, la proliferación de dioses y patrias va a iluminar a más de uno hacia la oscuridad autoritaria a la que nos abocamos. Hacia un patético futuro donde la humanidad va a descuartizarse ciegamente en nombre de la escoria simbólica que ha legitimado todos los tiranos y a todos los avaros de la historia.
Y lo que París ha demostrado realmente es que no hay indicio alguno de un cambio de esta mentalidad humana que nos está llevando a esta especie de Holocausto Global. Y por mucho que algunos quieran hacernos creer que será el propio sistema el que cerrará algún día el grifo de los gases que nos están ahogando, lo evidente es que se pugnará por los recursos sin voluntad de pensar ni reflexionar lo más mínimo sobre las consecuencias planetarias y sociales de este desvarío acumulador.
Esta es, en definitiva, la propuesta del Ecocapitalismo triunfante de París: que nos agarremos a la cadena de reciclaje para alimentar a su máquina hasta que no le seamos de utilidad alguna. No presenta más objetivo que el de perpetuar toda la dinámica de enriquecimiento y jerarquización, cueste lo que cueste a nivel social y natural…
Pero lo que la realidad clama no es cómo se puede perpetuar la máquina, ¡sino cómo pararla! Porque el problema de la destrucción de nuestro ecosistema arranca, en definitiva, del problema que generan las sociedades articuladas en torno al privilegio social, a la desigualdad y a la sumisión que se le derivan. Y no se puede arreglar la devastación de la Tierra sin arreglar, primero, este desquicie de las sociedades que la producen. Sólo así, transformando primero la sociedad, tendremos una oportunidad de sobrevivir dignamente en esta única y definitiva Tierra. Justamente todo lo contrario de lo que algunos celebraron en París.

Víctor Malavez
Fotografía: Mustapanki
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