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Notícies :: criminalització i repressió
indulto e indulgencia
20 oct 2015
Estos últimos años, numerosos episodios represivos en el territorio español han golpeado incluido a movimientos antagonistas, antifascistas, libertarios, anarquistas... operaciones policiales se han impulsado, a veces con gran resfuerzo de propaganda mediática, ha habido detenciones, alguno/as compañero/as fueron y están todavía encarcelados, se llevaron a cabo juicios, algunas condenas cayeron...
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Indulto e indulgencia

Estos últimos años, numerosos episodios represivos en el territorio español han golpeado incluido a movimientos antagonistas, antifascistas, libertarios, anarquistas... operaciones policiales se han impulsado, a veces con gran resfuerzo de propaganda mediática, ha habido detenciones, alguno/as compañero/as fueron y están todavía encarcelados, se llevaron a cabo juicios, algunas condenas cayeron...
Todo esto no tiene nada de sorprendente. La represión policial, mediática y judicial hacen parte del arsenal del Estado que desenfunda regularmente contra aquellas y aquellos que lo cuestionan, en su totalidad o en algunos de sus aspectos. Desde hace ya un tiempo, varios gobiernos afirman por lo demás claramente su voluntad de acabar con toda contestación no entrando en los marcos legales que no dejan de endurecer.
La solidaridad que ha podido expresarse y desarrollarse frente a estos distintos golpes del poder, si ella ha calentado innegablemente los corazones, tampoco es de extrañar en cuanto tal: ella constituye, con la acción directa, una de las armas de aquellas y aquellos que apuestan por la autoorganización para entablar el conflicto.
No, la sorpresa viene más bien ocasionada por unos trámites de pesadas consecuencias y literalmente aberrantes provenientes de las filas de movimientos llamados «radicales» y por lo tanto que se supone que quieren tomar los problemas desde la raíz: las demandas de indulto tras una o varias condenas.

Para hablar muy concretamente, pedir ser indultado/a, es solicitar el perdón del vencedor; esto viene en este caso a apelar a la indulgencia del poder (bajo su forma judicial, gubernamental, real...) y en consecuencia de aquellos que combatimos y a quienes, de alguna forma u otra, nos oponemos.
No nos interesa demasiado entrar aquí en los detalles administrativos del procedimiento en cuestión.Tapar lo que corresponde antes que todo a elecciones políticas bajo montones de términos y formularios burocráticos se inscribe demasiado bien en la manera en que el sistema entiende hacernos funcionar y vuelve esencialmente a dar largas al asunto.
Dejaremos también voluntariamente de lado el argumento falaz que invoca a decisiones personales para hacerlas escapar a toda crítica. No se trata evidentemente para nosotras de negar el carácter individual de las elecciones, contrariamente a los ámbitos incondicionales del «todo colectivo» por los que algunos actos son objeto de desconfianza y de críticas por el solo hecho de ser llevados de manera individual. Por nuestra parte, -y también por que tomamos en cuenta la dimensión individual de posiciones y actos en cada ocasión y no sólo como una oportunidad tras la cual atrincherarnos- no vemos porqué se debería avalar con el silencio planteamientos que consideramos como nocivos por todo lo que ellos suponen y significan.
Por lo demás, las peticiones de indulto en cuestión han tenido lugar tras llamadas a la solidaridad (generalmente bajo la forma de «campañas») lanzadas de un modo antagónico antes, durante y después del juicio, llamadas asumidas por una buena parte de dichos movimientos, y no atañen por lo tanto a las solas personas condenadas.
Visto que estas campañas pretenden generalmente establecer o prolongar una correlación de fuerzas elaborada en la lucha, se comprende tanto menos cómo ellas pueden acabar con este tipo de trámites, por lo menos incoherentes con los objetivos afirmados precedentemente.
Un primer elemento de explicación podría residir en la noción misma de lo que se llama «correlación de fuerzas» y sus objetivos. En efecto, si sólo cuenta un resultado a muy corto plazo y lo que únicamente importa es procurar que algunas personas no entren en prisión, podemos imaginar que todos los medios son buenos para llegar a ello y pasar sin hacerse demasiadas preguntas -y sea dicho de paso sin tampoco ninguna garantía de que esto «funcione»- de manifestaciones en la calle contra la represión del Estado a los intentos de mediar sus efectos con él.
Al contrario, si la correlación de fuerzas está concebida desde una perspectiva más amplia, es entonces la continuidad de una actitud de confrontación con el poder, así como ciertas propuestas y métodos de lucha que están en juego individual y socialmente.
Hacer un llamamiento por ejemplo para impedir que tenga lugar una sesión parlamentaria, no por peticiones o recursos jurídicos sino por una intervención directa, implica al menos un cuestionamiento del juego normal de la democracia parlamentaria. Por un bonito efecto de contagio podría también tener un impacto social que desbordase la situación inicial. Defender y poner en práctica el hecho de actuar directamente contra lo que nos oprime, es entre otras cosas reavivar el rechazo- fruto de ideas antiautoritarias y de la experiencia histórica- de las instituciones y de la delegación, es alentar la voluntad de retomar las riendas de la propia vida, de decidir como propio aquello que combatimos, porqué y cómo.

Del lado opuesto, el Estado percibe muy bien el peligro que puede representar este potencial para el conjunto de su organización social. Va a buscar entonces por todos los medios acabar a la vez con el conflicto puntual y con todas las posibilidades que éste puede abrir.
En su arsenal hay, para empezar, la represión policial y judicial que pueden abatirse de distintas maneras: bien golpeando a ciegas -a golpe de porra, pelotas de goma o balas reales si es necesario- bien picando a la puerta de alguno/as- incluso a posteriori. Todo está destinado a sembrar el miedo y a hacer algunos ejemplos a los ojos de todas y de todos. Pero olvidamos demasiado a menudo que una de las armas, bien democrática, de la que dispone es la de la recuperación política. Una de las estrategias bien conocidas para hacer caber la contestación en sus grilletes consiste en intentar separar a los «bueno/as oponentes», susceptibles de integrarse en su juego, de los «malos» determinado/as a continuar el conflicto. Llevar el antagonismo social al terreno de la negociación, satisfacer algunas reivindicaciones, incitar a la disociación e incluso a la delación frente a los contenidos y a los métodos más ofensivos son formas bastante clásicas de aislar a estos últimos para aplastarlos mejor.
Si se quiere hablar de correlación de fuerzas en el caso de represión de una lucha, ésta trasciende pues ampliamente las personas concernidas en primer lugar, así como la detención o la continuación del combate, en el momento en que el Estado decide silbar el fin del partido, tiene sus incidencias más allá de los individuos que participan directamente en él.
Les toca a aquellas y aquellos que inician el enfrentamiento el estar preparado/as a responder a estos obstáculos de una forma que, lejos de negar este, sea su prolongación. Haciendo caso omiso de esta continuidad en la conflictualidad, los indultos van simplemente en el sentido inverso.

En relación con esto, es necesario evocar otro factor que atraviesa el conjunto de la sociedad, movimientos «radicales» incluidos: el espíritu demócrata y ciudadanista. Querer tomar los problemas sociales desde la raíz implica sin duda alguna la crítica a la representación y a la delegación, fundamentos de la democracia, a través de la auto-organización y de la acción directa. Esto significa también dejar de considerar al Estado y a todos sus representantes, institucionales y para-institucionales, como eventuales interlocutores que a fin de cuentas podrían hacer la figura de árbitro en un conflicto en el que ellos son parte interesada -y de forma nada desdeñable. Rechazar el diálogo con aquellos que nos oprimen no es una postura, es la afirmación en acto de la continuación del conflicto irreductible entre los poderosos y los desposeídos. Esto tiene especialmente como consecuencia desembarazarse de toda ilusión con respecto a la izquierda, quien ha sido siempre la sepulturera de las luchas reales, sin ni siquiera hablar de los intentos de trastorno social.

En este marco, los indultos, como otras prácticas equívocas, no hacen sino añadir más a la confusión y participan de pleno a rehabilitar a estos dos adversarios de peso. Sea cuál sea su decisión, el Estado sale ganando: dar el «golpe de gracia» rechazando el indulto le da la oportunidad de exhibir su inflexibilidad cara a la rendición a sus exigencias; acordarlo le permite rehabilitar su imagen- en toda buena sociedad, que reposa en principios religiosos, ¿qué hay de más magnánimo que perdonar a aquellos que le han ofendido, pero siempre con sus condiciones? En los dos casos, el Estado se verá reconfortado en el rol de mediador de las relaciones sociales que demasiada gente le otorga ya. Lo mismo para la izquierda. No podemos ignorar que sus partidos, sindicatos y asociaciones tienen regularmente la necesidad de rehacerse una legitimidad supuestamente contestataria, regularmente empañada por sus canalladas de gestores del poder. Apelar a ellos para apoyar las demandas de indulto no puede sino contribuir a reconocerlos como aliados potenciales en lugar de tratarlos como los enemigos que en realidad son. Es el retorno de la política como forma de gestión del conflicto.
De este modo, se contribuye a enterrar las propuestas de auto-organización y de lucha sin mediaciones y a aplazar a las calendas griegas las perspectivas que esas puedan abrir. No serían entonces más propuestas válidas para hoy, en la vida que nosotros llevamos aquí y ahora, sino simplemente buenas para un mundo ideal proyectado en un futuro lejano. Si, por el contrario, se trata de propuestas reales, coherentes y serias -en el sentido que corresponden el máximo posible a la transformación de las relaciones sociales existentes y que anticipan el porvenir al que aspiramos-, ¿cómo podría ser puesta en tela de juicio su validez en cuanto el viento cambia de dirección?

Al igual que la forma de luchar, la de hacer frente a la represión es a la vez individual y colectiva y ciertamente no separada del contexto social en el que está inscrita.
Si encerrar a oponentes encarnizado/as, a veces durante decenios, permite al Estado castigarles y apartarles físicamente del combate en la calle, esto no le basta todavía. Uno de los objetivos de estos castigos ejemplares reside indudablemente en la función de amenaza dirigida a aquellas y aquellos que querrían continuar peleando. El paso siguiente consiste en intentar obtener de los rehenes, de los que ha hecho ejemplos, una confesión de arrepentimiento o al menos el reconocimiento de que ellas o ellos estarían equivocada/os en sus caminos de lucha. Vemos bien el beneficio que el Estado puede sacar a la vez de la despersonalización de individuos que se han enfrentado a él y del hecho de poder presentar públicamente su renuncia a convicciones supuestamente pasadas. La negación por parte de alguno/as de sus aspiraciones y de sus perspectivas -especialmente revolucionarias- o de métodos que cuestionan el orden establecido apunta y contribuye a dar por definitivamente terminada su razón de ser y de este modo a hacerlos desparecer mejor, tanto de la memoria como del presente. A enterrarlos como los símbolos de un paréntesis obsoleto que no vendrá más a rondar el horizonte cerrado del Estado y del Capital.
Rechazar este odioso chantaje, la “oferta” basada generalmente en unos años menos de cárcel, no es -como les gustaría hacer creer a los partidarios del realismo de la razón de Estado a los pseudo estrategas de altos vuelos- la prerrogativa de algunos locos furiosos aspirantes al martirio. Esto corresponde tanto a la necesidad de mantener su integridad individual frente a la voluntad de aplastamiento total de un poder que exige que renunciemos incluso a lo que somos, como a la lucidez en cuanto a los desafíos planteados por el conjunto de este proceso.
La peticiones de indulto no se hacen independientemente de estos desafíos. Mientras que el Estado endurece todavía sus leyes -entre ellas la ley de seguridad ciudadana y el código penal hace poco- mientras que al mismo tiempo promueve la perpetuidad y encarcela hasta por multas impagadas, mientras que intenta paralizar mediante el miedo toda expresión de revuelta, mientras que su administración, incluida la penitenciaria, exige cada vez más la sumisión del mayor número de personas, es imposible ignorar que la concesión de un indulto no podría ser sino la excepción que confirma y refuerza la regla. Esta excepción no es gratuita; no sólo el Estado se fundamenta en las garantías más o menos explícitas -especialmente de “vida normal e insertada” -que le son proporcionadas, sino que el indulto se inscribe también de hecho en una lógica de pacificación social, por el mantenimiento del statu quo.
En definitiva, presentar el recurso de gracia como “un medio como otros” sin grandes consecuencias corresponde o a una buena dosis de mala fe o a una ceguera (¿voluntaria?) sobre la realidad de la guerra social en curso.

Este mundo reposa verdaderamente sobre la dominación y sobre la represión generalizada. Todos los días años de prisión se abaten por todo tipo de delitos -entre otros relacionados con la propiedad- y ¿habría que hacer como si la lucha contra el sistema o ciertos de sus aspectos pudiera eludirle y a cualquier precio?
Esta relación con la represión revela por lo menos el abismo que existe entre las pretensiones de movimientos que se pretenden radicales y su manera de afrontar la realidad. Si hablamos de afrontarla, está claro que no se trata de aceptarla. Hace falta pues ponerse de acuerdo sobre los caminos que son practicables y sobre aquellos que no lo son, especialmente por que tienen un costo mucho más elevado que la prisión misma. Es por esto que es indispensable afinar los análisis, compartir las reflexiones, imaginar prácticas y maneras autónomas del poder capaces de aportar respuestas mientras se continúa a llevar a cabo el conflicto.
Partiendo del principio que una batalla iniciada, individual o colectivamente, en el campo social no le abandona cuando viene reprimida, podríamos preguntarnos cómo atacar los aspectos represivos dentro y por la propia lucha. Si consideramos que ésta no se detiene necesariamente una vez pasadas las puertas de las prisiones, la cuestión podría ser la de su articulación en el interior y al exterior de los muros. El hecho de proseguir el antagonismo a pesar de los golpes del poder, puede sin duda contribuir, hoy como ayer, a asumir sus consecuencias carcelarias -a menudo desgraciadamente inevitables- sin sentimiento de abandono, ni como un sacrificio o un paréntesis separado, sino más bien como uno de los episodios de un recorrido de lucha.
El retroceso generalizado de los lazos de solidaridad es producido por mecanismos de poder en sí mismos alimentados por un gran número de capitulaciones frente a él. Pero deducir de esta cruel constatación que la única “solución razonable” sería acompañar este movimiento de retroceso aceptando y reforzando el timo del Estado no haría sino cavar un poco más la tumba de nuestras ideas ácratas y de prácticas que derivan de ellas. El hecho que algunos principios y métodos de acción sean cada vez más minoritarios (lo que está por demostrarse) ¿les privaría de su validez y significaría que hay que renunciar a ellos? Nosotra/os pensamos al contrario que se trata más que nunca de contribuir, poniéndolos en práctica, a extenderlos y a difundirlos. Igual que la acción directa, la solidaridad en una perspectiva antiautoritaria es un reto crucial, por los tiempos presentes y por los que llegarán. Esta solidaridad no puede concentrarse en el solo hecho represivo particular y significa sobre todo continuar a llevar, en palabras y actos, ideas y prácticas subversivas en las que ciertamente no somos los únicos en reconocernos. Esto podría ser un punto de partida para propagar este conjunto en el seno de la conflictualidad social.
Vista bajo este ángulo, la cuestión de la solidaridad no puede ser resuelta entablando alianzas políticas contra natura y totalmente contraproducentes para el cuestionamiento de las relaciones existentes, como tampoco reclamando la atención de una ilusoria “opinión pública” por fuerza espectadora. La cuestión sería más bien buscar complicidades fructíferas en el espacio abierto por la continuidad de luchas sin mediación. Insertar la cuestión de la solidaridad en perspectivas propias forma parte del equipaje del combate contra la dominación. Preservar esta continuidad no significa querer guardarla celosamente en un entre sí para enorgullecerse, pero permite en cambio llevarla en tanto que propuesta para transformar la realidad en lugar de adaptarse a ella.
Si la relación con la represión policial y judicial no constituye sino una parte de la lucha, es por desgracia con frecuencia también reveladora de ambigüedades y de falta de perspectivas más profundas.
Poner en claro nuestras ideas, los porqués y los comos de los combates que queremos llevar a cabo, las luchas y métodos que proponemos (con todas sus implicaciones) es entonces más necesario que nunca. Banal cuestión de fines y medios en suma, urgente plantearse en todos los momentos del enfrentamiento contra el poder.


Alguna/os anarquistas
Octubre 2015

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Comentaris

Re: indulto e indulgencia
20 oct 2015
A mi entender quien,quienes hacen estas afirmaciones deverian hacer la critica o bien en espacios privados o bien hacer publica no solo sus reflexiones sino su identidad.
En verdad un buen debate donde todas podamos expresarnos en libertad sobre ese i otros comportamientos que afectan al anarquismo.
Mientras tanto es muy cobarde este escrito
Re: indulto e indulgencia
20 oct 2015
D'indults i penediments
https://directa.cat/dindults-penediments

Possiblement, aquesta és una de les columnes més avorrides que escriuré, de les més formals. Encara que, valorant que acabo de començar la meva col·laboració... retirin el que he dit, segur que en vindran d'altres. Així mateix, pot ser que es tracti de la columna més útil per a processos antirepressius en el seu vessant postcondemna. Dit això, em sembla imprescindible explicar-vos:

Com bé sabreu, el cas Aturem el Parlament es va intentar tancar al final de la seva etapa venjativa –Estat retorçat, Estat rancorós– amb el colofó de l'indult (després de la sentència condemnatòria de tres anys per a vuit persones, entre les quals em trobo, emesa pel Tribunal Suprem, que revoca l'absolució que prèviament va dictaminar l'Audiència Nacional). Assenyalo aquesta etapa punitiva perquè, la judicial, la continuarem lluitant al Tribunal de Drets Humans d'Estrasburg perquè algun organisme amb dos dits de front (mai no hauria pensat que escriuria això) desfaci aquesta greu jurisprudència gravada a l'Estat espanyol: les lleis no han de perdurar necessàriament, mentre que les sentències consolidades romanen i alliçonen.

El procés d'indult no va ser fàcil, ja que moltes de nosaltres comptàvem amb regustos de la teoria anarquista que considera que aquest pas és com demanar perdó a l'Estat, fidel i inqüestionable enemic. A més, com que des d'un principi vam decidir portar el procés sota el mandat del consens, ja us podeu imaginar vosaltres mateixes davant aquest tràngol vital. El consens és l'art de la cessió, del terme mitjà, de l'equilibri entre tensions contraposades. El mestratge de la companyonia, del saber fer polític i de la flexibilitat. Així les coses, vam decidir no aferrar-nos a qüestions discursives pures –a més que el dubte el teníem totes i la pulsió de deslliurar-se de la presó, òbviament, també– i forçar les companyes del sí-sí a un futur immediat de... (espai en blanc per a les barbaritats que us vinguin al cap).

Amb tot això, vam demanar un indult a la nostra mida, producte del famós consens: total (rebaixa de condemna a zero –atorgada exclusivament a policies, polítics, banquers i fins i tot pederastes–), sense atenir-nos a motius personals d'arrelament i bona ciutadania (despullant-nos, així, de les xacres racistes i classistes encobertes, pròpies de l'hegemonia benpensant). Com que aquesta petició no aniria acompanyada de cap mena de voluntat de penediment, després de dies de mals de cap, hores de vigília i mirades esquives, ens vam convèncer que l'indult era una eina i una estratègia judicial més, a l'abast de qualsevol persona política enfront del seu martiri judicial. Ficant-lo al sac de qualsevol altre instrument obligat en els processos repressius: defensa legal, pagament de fiances o reconeixement del tribunal d'excepció. Instrument que no ha de ser de recurs fàcil, que hauria d'anar acompanyat sempre de debats interns i externs i que en cap cas no hauria de substituir una campanya d'agitació i solidaritat actives –a parer meu, que consti.

Nota aclaridora al marge, són moltes les veus que consideren l'indult com una maldestra intromissió del poder executiu en el judicial. Després d'anys de periple, ara arriba el Congrés i fa o desfà al seu antull (arbitrarietat perfecta per continuar donant suport als seus). Però, com que nosaltres no serem més papistes que el papa, tirem endavant amb les seves contradiccions democràtiques.

La nostra sorpresa arriba la setmana passada, quan ens va arribar –via policia catalana– el requeriment per comparèixer davant seu –un cop més, quina mania– per ordre de l'Audiència Nacional perquè ens penedíssim del delicte comès.

Ara sí, vam comprendre que el plàcid estiu era només una treva estatal per permetre'ns agafar una mica d'oxigen. Aire entretallat amb glopades angoixants.

Amb aquest gest, la demostració que la maquinària segueix el seu curs protocol·lari propi d'èpoques pretèrites. Gest autoritari que continua col·locant l'indult com un rígid perdó postrat de genolls davant el monarca parlamentari i els seus ministres de la Llei, burgesa o patrícia. Ordre que busca caps submisos reclamant clemència davant la dubitativa indulgència del Poder.

Il·lusió frustrada de les condemnades i de la seva assemblea de suport, ofegada per la veritable realitat. Patacada psicològica i política que sacseja els nostres malabarismes discursius encaminats a la llibertat formal.


Aquest nou episodi ens porta al 22 de juny de 1633, data en què Galileu va ser obligat per la Inquisició a negar que la Terra girava al voltant del sol, a desdir-se del seu descobriment i penedir-se a canvi de la seva pròpia vida. Absurd objectiu aconseguit, tot i que la Terra, "tanmateix, es mou".

Hauríem pogut recórrer a aquesta lúcida resposta, sabent sense embuts que tornaríem a bloquejar els parlamentaris davant d'una altra validació de polítiques antihumanes –a veure quan el carrer pren un vertader impuls postreestructuració capitalista. Hauríem pogut tancar així el cercle estratègic escollit prèviament de no respondre veritats davant de tribunals o executius, ja que, amb l'enemic, ni s'hi parla amb sinceritat ni es juga al seu joc.

Però, estimades lectores, no ens ha donat la gana. No sé si ha estat pel cansament acumulat, per la serenitat estival que fa abaixar la guàrdia, per la sorpresa impactant o, simplement, perquè la paraula i el concepte de penediment és tan intens, que hem decidit explicar la veritat: com ens podem penedir d'una acció legítima, necessària i gairebé inaudita a casa nostra? És que ni tan sols considerem delicte –només faltaria– que milers de persones lluitin sense intermediaris per la dignitat d'una classe explotada i menyspreada.

Una cosa és anar delegant en les advocades el desenvolupament jurídic del cas, amb recursos, al·legacions, peticions i indults –on no perceps l'Estat com a interlocutor, sinó només la seva burocràcia repressiva–, i una altra ben diferent és que aquest Estat et truqui directament per telèfon o t'enviï una carta i t'exigeixi el teu perdó per desplegar les plomes de la caritat.

Informo d'aquest fet i de la nostra reacció (que, de moment, no és unànime) perquè se sumi a la llista infinita d'estratègies antirepressives. Informo d'aquest fet sense pretendre que aquesta sigui l'única manera d'actuar, sinó per comunicar que hem actuat així.

No pretenem demostrar res a ningú ni dotar-nos de pàtines heroiques ni victimistes. Sí que crec que un penediment publicitat –segur que els mitjans comercials de comunicació esperaven com hienes la seva probable filtració– hauria fet un flac favor a tota la solidaritat, cura i moviment que ha generat el cas Aturem el Parlament. No serem nosaltres les que alimentem la imatge d'un Estat indulgent i bonàs, oxímoron de campionat.

Simplement –des de la nostra subjectivitat política– considerem que això ja passa de taca d'oli. I que acabi com hagi d'acabar.

PD: Parlo en nom meu encara que utilitzi la primera persona del plural. Aquesta carta no està consensuada amb cap de les meves companyes, tot i que possiblement és l'opinió de moltes.




Ciro Morales és una de les persones condemnades per la protesta Aturem el Parlament el juny de 2011.
Re: indulto e indulgencia
20 oct 2015
Me parece mucho más interesante el escrito de Ciro, que no el post...

Y de momento, hasta ahí puedo opinar...
Re: indulto e indulgencia
20 oct 2015
Moltes campanyes surten dels grups de suport i no sempre de les encausades. D'altres, son familiars i advocats els qui influexen. De fet, quan hi ha detencions multiples i es fan campanyes, ni tan sols les encausades es posen d'acord...

Tot és més complexe del que sembla i gens simple.

Quan es fam atacs amb certes dinàmiques que no es comparteixen col·lectivament, també es reclama el suport. El que dic, és que també son accions individuals en contextes col·lectius i el que pasa es que hi ha qui no acepta res que no sigui la seva voluntat. Les fiançes també afecten col·lectivament i son individuals. També es una decisió individual per lliurar-se o sortir de la presó, peró no te cap resó, i forma parte de les esquerdes del sistema i del seu joc judicial i penal.

En la història hi han anarquistes que han demanat el perdò i això no els ha apartat de la lluita. També hi ha que sí, peró fer d'aixó un altre sentència de que les coses no poden ser d'altre manera, no és més que un dogma tan totalitari com el de qualsevol religió. I això és el que passa. Uns s'agafen a qualsevol relativització, i uns altres a un altre dogma més. Per a uns val qualsevol cosa i per als altres, només val una ...

I entre aquest dos mons antagònics que es justifiquen a sí mateixos amb discursos molts diferents, hi ha una gran part de companyes i companys que lluiten i utilitzen les estratègies que tenen a mà i que els generen menys contradiccions, o bé, les que necessiten en aquell moment per seguir lluitant.

Un company anarquista que porta anys a la presó va comentar una vegada que la primera qüestió que deuen d'evitar els anarquistes, és entrar a la presó.

Hi més coses que m'agradaria comentar sobre l'escrit, peró em sembla que aquest no és el millor lloc per aprofundir en el debat
Re: indulto e indulgencia
21 oct 2015
el tema es interesante...no leí a niunguno de los textos, porke considero ke lo mejor es discutir esto y dejarse los arguementos infantiles o absulotistas de lado.
como: nosotros solo discutimos esto con los de mi grupo no kiero perder el timepo discutiendo kon gente ke ya se ke piensa, ya no estamos para perder el tiempo.
esta es al tonica de bcn, pero luego paginas y paginas en indymedia y miles de respuestas irientes en los comentarios, a discutir cara a kara!!!! mejor separados ke buen rollistas hipocritas!o merjor discutir y seguir creciendo!
Re: indulto e indulgencia
22 oct 2015
Esto pasa por no poner estatutariamente control antidoping para entrar en la FAC.
O al menos un psicotécnico para detectar personas infantiloides.

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