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Anàlisi :: corrupció i poder
Sueños Tóxicos II: La Utopía Autoritaria
18 mai 2015
Llegamos de una Utopía Propietaria. De sueños cultivados en la codicia generalizada. Viajes de botín y de los Botín, que empezaban para ir a ninguna parte, y para regresar a una parte de sus entrañas. Y así, empujados por los vientos de la nada, zarpamos a oscuras iluminados por la esperanza de liberarnos con las cadenas con que se cimenta la Era Propietaria. Espoleados por una inflación de lo Necesario, soñamos con poseerlo todo mientras medio mundo naufragaba bajo los umbrales de la Necesidad más necesaria. Paradoja de esta sociedad sedentaria, que se aventura hacia tierras ya saqueadas. Donde sólo vuelan los sueños mientras se cavan las fosas para vivir en muerte estacionaria.

Y para cuando sonaron las alarmas, descubrimos con asombro que no habíamos avanzado nada. Después de todo, el sueño ha acabado tal y como empezaba, y para que no cambie absolutamente nada: que unos estén ricos y el resto, soñando con estarlo. Pero toda esta época de barbarie consumista que hoy vive sus últimos coletazos sólo ha dejado como evidencia el éxito de aquellos que mejor han acumulado. Y la realidad que hoy nos latiguea es que unos están más ricos y el resto, mucho más pobres que antaño. En medio de este pantano de miseria, con tsunamis de devastación social, lo que sorprende es descubrir que una vasta mayoría se niega a despertar de la pesadilla por la que naufragamos…
SUEÑOS TÓXICOS II: LA UTOPÍA AUTORITARIA

Uno de los eventos políticos de los últimos años de cierta trascendencia en el Estado español ha sido cierto despertar de la ciudadanía como actor político. Digamos que los latigazos del sistema han dejado a esta especie de entidad vacua y aletargada un poco conmocionada, lo que ha provocado movimientos ciudadanos que han tomado básicamente dos direcciones políticas: por un lado, movimientos populares como el del 15M y, por otro lado, movimientos nacionales como los protagonizados por la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC), entre otros.
Estos movimientos se caracterizan por expresar el malestar de una ciudadanía que se ha salido un poco de la función pusilánime que como engranaje de la dominación se le atribuye (ir a las urnas cuando se la convoca, por ejemplo). No es para menos. Durante muchos años esta ciudadanía ha vivido aupada y apoltronada dentro del sistema que ahora le infringe ciertas penalidades económicas e inseguridades sociales, despedazando los sueños y mermando las esperanzas que éste mismo le había suministrado al por mayor.
Pero en estos últimos años han proliferado manifestaciones cívicas de diverso tipo exigiendo más participación política y más control sobre aquellos a quienes esta ciudadanía delega precisamente su propia dominación. Lo que no deja de ser, por lo pronto, paradójico: ¿controlar a los controladores? Ello evidencia lo temido: que la ciudadanía se ha creído la propaganda, esto es, que esto es una democracia y que el Estado debe obrar a su favor.
Si se la mira más de cerca, esta trascendencia política de la ciudadanía no expresa más que un impulso reactivo a un contexto punzante. Porque en realidad lo que indigna, cuando no aterra, a tantísimos buenos ciudadanos no es el olor putrefacto que se ha levantado tras la estela de toda la calaña de tramposos y sinvergüenzas que ellos mismos auparon con su voto. En tal caso, ella misma debería asumir su parte de responsabilidad en su escandalosa irresponsabilidad. Más bien se trata del constatar el cómo se le ha acercado a uno el umbral de la exclusión. Es la presencia más próxima de este abismo de la pobreza lo que sacude las conciencias, porque su impecable y caprichosa dinámica genera fundamentadas dudas y temores de la permanencia de uno en las filas del depredador. ¿Estoy dentro o fuera? ¿Por cuánto tiempo? Es esta volatilidad entre “adentro o afuera” lo que provoca tanta angustia y tensión.
Y es que el capitalismo prosigue en su voraz andadura, y adapta y reajusta todos sus dispositivos con una brillantez atroz. Porque si la clave no es más que proporcionar escenarios socioeconómicos que permitan a los que ya tienen seguir ganando, para el resto se nos abre un futuro para nada prometedor.
Efectivamente, desde la anunciada crisis de 2008 lo que intentan hacer la mayoría de Estados sumergidos en sus deudas es, bajo el eufemismo de Reformas, poner facilidades para atraer y seducir un capital asustadizo y caprichoso. Es decir, mostrarle de la existencia de posibilidades de ganar mucho más, minimizando riesgos y tentando especulaciones. Y ello sólo es posible empujando sueldos a la baja y precarizando las condiciones laborales de una “mayoría cada vez mayor”. Sólo se requiere de una premisa: que se mantenga la paz social. No obstante, como la tendencia del sistema es a aumentar la precarización y la exclusión social, al Estado no le queda otra que desplegar más violencia para asegurar una sumisión ordenada.
De allí la urgencia de leyes dictatoriales como la Ley Mordaza que dejan en nada la ya mermada Libertad. Sin duda alguna, empujan la autodefensa social hacia la clandestinidad.
Y es que ante esta filosofía “neocon”, que exige menos Estado pero más violento contra los excluidos, la respuesta ciudadana es una filosofía “neoprogre” que pide más Estado para empujar el fantasma de la exclusión más allá de sus hogares. Así las reivindicaciones sociales se han enquistado de nuevo en los partidos políticos, ya sean clásicos ya sean de nuevo cuño. Y de este modo todos estos movimientos, si ya no eran autoritarios desde su génesis (en el 15M, de hecho, había quien movilizaba en dirección totalmente opuesta), sí que se han reconducido hacia objetivos de tal estirpe.
Cierto que, por el momento, estos partidos políticos que pueden capitalizar los espasmos ciudadánicos no se presentan aún como ideologías autoritarias. Pero sus objetivos pasan siempre por fortalecer y engrandecer un Estado que permita desplegar sus convicciones generalmente simbólicas, cuando no fantasmagóricas. Creencias que enmascaran la voluntad de proseguir con el espectro de exclusiones vigentes, pero contra otros y hacia otros lugares. Vamos, como no hace ni ocho años atrás… qué tiempos aquellos…
De este modo, una mayoría ciudadana no responde más que a bastardías políticas que le prometan anclarse en el interior del sistema. Y al final no habrá mejor forma de asegurarse estar dentro que participando activamente de sus mecanismos de exclusión. Tal y como garantiza ordinariamente trabajar en los dispositivos de la represión social. Pues son los trabajos que permiten una inclusión normalizada de la población para su propia dominación, tanto para viejos Estados como para los Estados en construcción. Al fin, en la jerga autoritaria no hay más baremo que la capacidad de violencia y la contundencia en la imposición.
Porque aún estamos en fase de “autoritarismo amable”, donde se vienen discutiendo y buscando fórmulas que articulen las frustraciones con la gobernación. Buscando líderes que digan lo que se quiere oír, y que digan que el Estado protegerá a aquellos contra los que está destinado a operar, es decir, someter y controlar. Y es que se ha olvidado por completo, hace demasiado tiempo ya, que todo empezó no para estar más adentro del sistema, sino para buscar su completa destrucción. Y hoy, sin referentes ni orientación ideológica alguna, se vaga por el posibilismo político como quien deambula por un enorme complejo comercial.
No es ni al capitalismo como sistema, ni a la Propiedad ni a la Autoridad como valores axiológicos de tal engendro social lo que la mayoría de la ciudadanía está ni por asomo cuestionando. Es su posicionamiento dentro del engranaje lo que se está defendiendo y por lo que se está apostando. Y por ello ese lema del “No nos representan” del 15M ha mutado en la mente de muchos, y sin contradicción alguna, hacia una búsqueda del nuevo representante. Como si todo fuese un tema del rostro político a quien se delega las decisiones políticas y económicas que afectan a todos.
En definitiva, esta ciudadanía en proceso de exclusión busca a la desesperada una Regeneración Autoritaria que la incluya, de nuevo, dentro de la propia maquinaria de exclusión. Que es otra forma de decir “que se excluya a otros”. Pero esto no es exclusivo del Estado español. Asistimos, más bien, a una marea autoritaria que se expande como una epidemia a nivel internacional, y que va retroalimentándose sin cesar. Como una peste globalizada que induce a creer que la solución a la cada vez peor situación mundial es tomar un Estado cualquiera e imponer desde él una particular utopía social: desde fundamentalismos religiosos a patriotismos endogámicos; desde populismos protofascistas, a fascismos ultrasistémicos. El desvarío autoritario es abrumador.
Ciertamente, en este mundo completamente estatalizado se ha impuesto la mentalidad necesaria que naturaliza su presencia y hace ver a este engendro como Solución Histórica, en lugar de entenderlo como la Solución Final que dinamiza esta barbarie. Y así, nos deslizamos por esta patética espiral, en esta histeria de discutir quién tiene Derecho a estar Arriba, sin pararse a pensar del por qué alguien tiene que estar Arriba, y a santo de qué Derecho. Cierto que no faltarán los santos, ni los devotos del Derecho, ni los trapos a colores ni las genuflexiones colectivas. Y puede que tanto la Propiedad como la Autoridad acaben por reventar como cerdos en este pulso incesante en dominar y explotarlo todo. Pero en toda esta patraña de santos y autoridades, de leyes y Verdades, de banderas y sentimientos nacionales, sólo se oye una única balada: que unos estén Arriba y el resto, soñando con estarlo. La Utopía Autoritaria ha suplantado a la Utopía Propietaria.
Víctor Malavez
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