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Reflexiones soeces 1: El paternalismo vs el hijoputismo
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per afrikaktiva |
04 mai 2015
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Hay dos grandes actitudes en nuestra sociedad que la pervierten. Dos grandes corrientes de pensamiento que, curiosamente desembocan en lo mismo: esto es el fascismo del Estado contra los pueblos. Son dos caras de la misma moneda, dos principios de tira y afloja, dos conceptos que aparentemente se repelen pero en el fondo son una y la misma cosa; dos rasgos de la burguesía, dos estados de ánimo de los amantes del Poder. Me estoy refiriendo al paternalismo y a lo que he bautizado como “hijoputismo”. |
El paternalismo es la conducta de la sobreprotección opresiva. Es la obsesión por dar sin que nadie lo haya pedido. Es el dar biberón a un chico de 20 años, y la papillita al de treinta. Es dar una pensión a alguien con tendencia al alcoholismo y condenándolo con esto, ya que se lo va a beber todo hasta que reviente. El paternalismo puede surgir de una inocente buena voluntad o de la necesidad de tener un sentido de la vida ajeno a sí mismo. También surge como una forma de calmar el sentimiento de culpabilidad del que ejerce de “padre” o bien como mecanismo para justificar cualquier acto que se salte el respeto del que ejerce de “hijo”. Surge de un amor mal entendido, pues no quiere en el fondo lo mejor para el sujeto que defiende o protege, sino que este le sirve de escudo y excusa para evitar analizarse a sí mismo. También es una actitud del que paga, y quien paga manda, y el que manda quiere forjarse una imagen de bienhechor y altruista.
El paternalismo es una de las consecuencias de la extrema jerarquía en la que vivimos. Es una actitud pastoril con otros seres humanos, con los iguales. El paternalismo es una aspiración a mandar con la excusa de cuidar, ayudar o salvar. El paternalismo es aquél que no confía en sus iguales y se cree superior. No cree en el “nadie es más que nadie”. El paternalismo provoca unos daños colaterales de consecuencias dramáticas, tan dramáticas que con el tiempo se van haciendo irreversibles. El paternalismo genera deshumanización porque da al que no tiene pero no le deja desarrollarse.
El paternalismo ataca la dignidad del otro y generalmente le considera como un ser movido sólo por impulsos fisiológicos. El paternalismo es desvergonzado y soberbio. El paternalismo ahoga y obstruye la posibilidad de que el amor crezca y se extienda. El paternalismo nos mina la confianza en nosotros mismos y ese es uno de sus objetivos reales no declarados públicamente.
El paternalismo es una de las mejores herramientas que a lo largo de la historia ha poseído el esclavista para mantener el estatus quo que le es favorable. Del paternalismo ha surgido el afán por moldear desde arriba al ser humano para que sea lo que se ha detallado en planes diseñados por muy pocos en despachos estatales y empresariales.
El paternalismo es incompatible con unas relaciones sociales sanas, es enemigo de la convivencialidad. El paternalismo es el “amigo” del pragmatismo, aquel que no cree en las capacidades humanas, que desprecia la voluntad, el libre albedrío, la capacidad de esfuerzo, la libre iniciativa, la autonomía, la independencia, la creatividad, la valentía o el amor.
El paternalismo no nos deja crecer de ninguna de las maneras, sobre todo nos pone un tapón al crecimiento espiritual y convivencial. La historia ha demostrado que el paternalismo funciona bien cuando las cosas se ponen feas para los que mandan, es un anestésico general para el dolor revolucionario. El paternalismo es violentísimo y poderoso porque sabe movilizar las energías de los bienintencionados. El paternalismo construye trampantojos por doquier hasta que el nivel de mentira e hipocresía se hace tal que todo entra en gravísima crisis. El paternalismo mata en vida porque arranca de cuajo el sentido de esta.
El paternalismo impide la verdadera amistad y sin amistad la revolución no podrá ser. El paternalismo no da altura a la vida sino que la mantiene a ras de suelo, hace que se reduzcan radicalmente las ganas de vivir. Hace que los de abajo compitamos entre nosotros por la bendición del que manda. Hace que nos veamos como enemigos porque nos hace perder el respeto por nosotros mismos y por los demás. Sobre todo nos aleja cada día que pasa, más y más, de poder ser personas con las capacidades suficientes para autogestionar algo. No nos lleva poco a poco hacia algo mejor sino todo lo contrario, nos arrastra sin remisión hacia la esclavitud y la perdida de la condición humana.
El paternalismo entierra bajo metros y metros de hormigón a la virtud, pues no la necesitan los que ya son ayudados, tutelados, guiados, enseñados, adiestrados, formados, entrenados, alimentados, vestidos, entretenidos, salvados o movilizados. El paternalismo es una manga ganadera de dimensiones históricas (una manga ganadera es un pasillo estrecho donde las ovejas, de una en una, avanzan sin vuelta atrás, para que el veterinario las pueda pinchar los medicamentos con facilidad y sin posibilidad de resistencia por parte de estas).
El paternalismo genera individuos vagos, ultra-dependientes, autoabandonados físicamente, mimados, ansiosos como una oveja cuando escucha el sonido del pienso al final del día, con baja autoestima, falto de virtudes, retrasado en un desarrollo humano, escaso de empatía e inútil para la convivencia. Un ser egocéntrico y ruin, débil, abúlico, depresivo, enganchado a los vicios y a las experiencias fugaces que no requieran esfuerzo, enamorado del placer múltiple y constante, asqueado y perdido. El paternalismo crea sujetos de mentalidad esclava inundados de miedos, incapaces de emprender ninguna acción por sí mismos, pues la realidad les abruma. Crea “cerditos” que esperan el pienso de la subvención o al partido redentor. Cerditos cuya vida ya está muerta, seca, árida, sin amor. Sujetos pasivos que utilizan el rol de la víctima eterna, y se dan en el fondo pena de sí mismos esperando o exigiendo la caridad de los demás, a veces de manera aprovechada, abusiva y manipuladora.
El paternalismo fabrica seres nocivos para el colectivismo pues los crea como sujetos irresponsables. Esto lleva a una práctica errónea con los bienes comunales que desgastan sobremanera los intentos autorganizados de compartir más y desplegar el apoyo mutuo organizado. Gasta paciencias y lleva al límite a muchas colectividades. El paternalismo fabrica en serie seres individualistas al ciento y uno por ciento. El paternalismo es la izquierda estatalista, es el socialismo de Estado, es el comunismo, es el fascismo, la teocracia y el liberalismo.
El paternalismo político lo ejercería el “Papa Estado” con todos sus oficios (finanzas, ejército, educación, sanidad, obras públicas, policía, etc), en un discurso renovado de auténtico despotismo ilustrado (el famoso “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). El papa Estado tratará que sus súbditos no hagan absolutamente nada. Sólo que sean una pieza de engranaje más sin un sentido propio. Estos hijos del paternalismo occidental sólo consumen acosta de devastar a otros seres que producen sus lujos. A su vez los que producen viven en un régimen de hijoputismo político. El paternalismo es el enemigo número uno de la libertad, el hijoputismo es el número dos.
El hijoputismo surge de un odio sinsentido hacia el otro, de un “sálvese quien pueda” y de un tonto el último. El hijoputismo miente, roba, mata con tal de ganar o salvarse él. Es hipócrita, individualista, egoísta, siempre se está midiendo y comparando, es desconfiado y sobretodo muy envidioso. Es profundamente infeliz, y no soporta que los demás lo sean, un perro del hortelano miedoso, por ello necesitan controlarlo todo, y aparentar ser los más fuertes siendo la vanidad una de sus características.
El hijoputismo genera espirales de violencia, levanta muros, encierra lo bello. El hijoputismo es la competición despiadada, la ley del más fuerte, la ley del talión, el hobbesianismo. El hijoputismo asesina sin remordimientos, y si hace falta sobre una tarima de ley y de orden. El hijoputismo genera hijoputismo y este mismo lo genera exponencialmente.
Tanto paternalismo como hijoputismo tienen distintos niveles: un nivel basto y otro nivel fino. Hasta aquí he descrito el basto, pero en nuestra sociedad el más problemático es el fino, porque es disimulado y sibilino.
Tanto el paternalismo como el hijoputismo generan los individuos de una sociedad podrida, y a su vez representan las corrientes ideológicas del Poder. En cierto modo podríamos identificar el paternalismo con la izquierda y el hijoputismo con la derecha parlamentaria, pero a estas alturas sabemos que la realidad política no es tan obvia, y que tanto derecha como izquierda pecan de los mismos vicios.
El hijoputismo político lo vemos en los países de las economías emergentes, cuya meta es llegar al paternalismo político. También lo vemos en otros países donde el hijoputismo político es una meta en sí misma, como son los regímenes ultra liberales o las dictaduras religiosas/fascistas (véase el Estado Islámico o la república teocrática de Irán). El paternalismo en cambio cala muy bien en las democracias socialdemócratas demagógicas de los países occidentales.
Paternalismo e hijoputismo son enemigos de la libertad. Van contra de la dignidad de las personas. Van en contra del desarrollo de una vida plena.
Valle del Tietar, 8 de marzo 2015 |
Mira també:
https://eutopialibertaria.wordpress.com/2015/03/20/reflexiones-soeces-1-el-paternalismo-vs-el-hijoputismo/ |
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