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Puntos de fuga en la cultura obrera
15 abr 2015
Text de Miquel Amorós en relació al llibre "Los incontrolados de 1937" presentat al Banc Expropiat el dia 10 d'Abril. (penjat per l'Editorial Aldarull)
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Puntos de fuga en la cultura obrera

La publicación de un libro que reconstruye unas cuantas biografías anarquistas relacionadas con el episodio glorioso de las jornadas de mayo de 1937 durante la pasada Revolución Española, dentro de una sociedad que vive en presente perpetuo, tiene que resultar por fuerza algo anacrónico, fuera de lugar. En una sociedad sin conciencia del tiempo y sin memoria, el pasado no resurge sino como objeto arqueológico o como efemérides espectacular tipo “octogésimo aniversario de la guerra civil”, siendo su lugar habitual la universidad, el museo o los suplementos culturales de la prensa oficial, espacios donde su poder subversivo, de conservarse, es inoperante. Estas biografías estarían destinadas a los herederos de los legendarios Amigos de Durruti, pero ¿tales herederos existen?

Las sociedades tradicionales trasmiten su legado oralmente de unas generaciones a otras. Los jóvenes aprenden de los mayores; no hay ruptura generacional. Son sociedades estáticas: el futuro de la juventud sigue las pautas establecidas del pasado y transita por el camino de la generación anterior. Los vínculos familiares y territoriales son muy fuertes. La memoria, de la que son depositarios los ancianos, juega un papel importante en la conservación de los hábitos sociales y la preservación de la identidad, y por lo tanto, en la reproducción continua de la sociedad. La aparición de las sociedades históricas, basadas en el cambio constante, la acumulación de conocimientos, el comercio y la trasmisión escrita, introduce factores de disolución circunscritos en principio a las ciudades. Son sociedades dinámicas con vínculos debilitados e identidades lábiles, donde la memoria desempeña un papel secundario. El recuerdo resulta de poca utilidad, cuando la tiene. No obstante, la mayoría de la población vivió en el campo y mantuvo estilos tradicionales que no fueron eliminados hasta la consolidación del capitalismo agrario. En la sociedad plenamente capitalista los jóvenes aprenden sólo de sí mismos, no de sus progenitores: su futuro depende del presente, que se halla cortado de la experiencia de las generaciones pretéritas.

En las primeras etapas del capitalismo, al disolverse las formas tradicionales de vida, se creó un mundo aparte con características propias, una sociedad dentro de la sociedad constituida por los desheredados, los parias, los desarraigados expulsados del campo o de los talleres gremiales; en suma, por los trabajadores. El mundo proletario, basado en la célula familiar, cuyo único vinculo con la sociedad que lo englobaba era el trabajo, desarrolló rasgos comunitarios que le confirieron una identidad particular, una identidad de clase. En cierto modo hubo una tradición obrera que articulaba la sociedad del trabajo y poseía valores específicos: la necesidad de asociarse, la idea federativa, el afán por instruirse, el apoyo solidario, la dignidad del oficio, el porvenir de los hijos, el orgullo de clase, el internacionalismo... Las autobiografías militantes que se han escrito la reflejaban a la perfección. Pensemos por ejemplo en las memorias y recuerdos de Pierre Joseph Proudhon, Gustave Lefrançais, James Gillaume, Anselmo Lorenzo, Nestor Makhno, Emma Goldman, Victor Serge, José Peirats, etc., retratos valiosos de vidas rebeldes al servicio de la causa obrera.

La sociedad proletaria estaba en conflicto permanente con el resto de la sociedad, por lo que la experiencia de las luchas pasadas contaba mucho, y por consiguiente, aquellos que las habían protagonizado tenían en ella un peso considerable. El futuro de la clase se asentaba sobre la memoria de los combates del pasado y también sobre la de los personajes que se habían destacado en ellos. Puesta por escrito constituía la cultura obrera, cultura típicamente histórica, es decir, que encontraba su sentido y su ser en la historia. La historia de los trabajadores, que es la historia de sus luchas, a pesar de ser la historia de un colectivo, tenía nombres y apellidos. Estos correspondían a personas que encarnaban la conducta y los valores que mejor podían representar a la clase, por lo que los trazos individuales no eran relevantes y se difuminaban en el tiempo. Tales fueron por ejemplo Salvador Seguí y Buenaventura Durruti, las dos últimas figuras míticas del proletariado ibérico. En ellas se reafirmaba la identidad obrera y se protegía del efecto corrosivo del devenir histórico determinado por el capitalismo.

En las fases más avanzadas del capitalismo, aquellas en las que las derrotas seguidas de cambios incesantes, profundos, en su mayor parte tecnológicos, dinamitaron la sociedad obrera, integrándola en el mundo de la mercancía, el presente proletario rompe con su pasado, se separa, deja de identificarse con él. Con la familia obrera reducida a su mínima expresión nuclear, el trabajador subsiste en la sociedad integrada en tanto que individualidad, pero no como colectivo. No extrae la norma del pasado, usurpado éste por burócratas sindicalistas, sino de la actualidad, reproduciendo el proceder errático y consumista de sus coetáneos. La ruptura generacional tiene especiales consecuencias en una clase obrera en declive, ya que ésta queda desconfigurada, vaciada, hecha un fantasma de sí misma. Es incapaz de resistir, y menos de asimilar los cambios sin salir perjudicada. Es clase en la superficie, pero su interior está desestructurado, licuado. Sucede que los viejos proletarios no pueden trasmitir conocimientos y valores con los que afrontar la nueva situación en constante transformación, máxime si se dejaron llevar por el menor de los males y depositaron sus intereses en manos espurias. Su estilo de vida familiar, frugal, austero y moralista, no es válido en un mundo de consumidores, completamente burocratizado, mercantilizado y masificado. Las reglas de la penuria no son las mismas que las de la abundancia de mercancías y espectáculos. Lo que sirve contra el hambre, no sirve contra el aburrimiento. Una cultura de clase compite en clara inferioridad de condiciones no contra una cultura burguesa, sino contra una industria cultural y una teatralización sindical omnipresentes. Así pues, la cultura obrera muere con la institucionalización de sus organizaciones y la generalización de la cultura de masas.

El mismo pasado se extingue con el desvanecimiento de toda una generación de vencidos, porque los viejos obreros no pueden ofrecer modelos prácticos de comportamiento; hay que confeccionarlos partiendo de una realidad diferente, extremadamente móvil, sin anclajes. Las condiciones de los jóvenes asalariados de hoy son radicalmente distintas a las de las anteriores generaciones. Quienes educan a los hijos de los obreros son las instituciones públicas, no los padres, y aquellas trasmiten otro tipo de reglas desligado de la experiencia pasada y en consonancia con las necesidades reproductivas del capital. La desconexión con el pasado empuja a buscar referencias culturales en un presente colonizado por la mercancía y en condiciones de extremo aislamiento. El viejo obrero es un extraño para el joven, y ambos no se toman en serio o incluso se llegan a mirar con desconfianza. El viejo no cuenta toda la verdad, lo que, en ausencia real de comunidad, exacerba todavía más la ruptura generacional, la pérdida de la memoria y, en consecuencia, la pérdida de identidad. Sin memoria ni pasado, no subsiste la conciencia de clase. El conflicto entre generaciones, el choque de mentalidades, impide un resurgir. La reafirmación abstracta y voluntarista de los viejos conceptos de la cultura obrera, ya convertidos en tópicos, no resuelve la cuestión: la ridiculiza.

Una característica de los movimientos sociales actuales es la de la escasa presencia de adultos y la abundancia de adolescentes. Sería el ejemplo más palmario de la desvinculación con las luchas sociales anteriores, incluso con las relativamente recientes. Lo propio de estos movimientos es que partan de cero y que sucumban ante las burdas maniobras de siempre, puesto que por naturaleza carecen de experiencia para verlas venir. Es más, a menudo su potencial de protesta es derivado hacia la conservación del sistema dominante. Los cambios sociales tienen su reflejo cultural y las enseñanzas que extrae la juventud contestataria tienen poco que ver con el pasado ya que son fruto de la inmediatez y no van más allá. Es más, en la etapa más tardía del capitalismo la cultura de masas se ha vuelto tan inestable que ni siquiera el presente es capaz de dar modelos de conducta. Los cambios se han acelerado tanto que la ruptura acontece dentro de una misma generación. El joven de hoy envejece en pocos años, en lo que duran sus convicciones. Sus historias pierden interés a pasos agigantados al ritmo de las modas. Diez años son un abismo. Pasado, presente y futuro se concentran en un sólo instante. A partir de ahí no es que la experiencia sea intransmisible, es que no hay experiencia. Ni tampoco futuro, sólo objetivos a corto plazo. Así pues, la política institucional, puesta de patitas en la calle, entra por la ventana. En este mundo no cabe más utopía que la capitalista.

El entorno es cada vez más desconocido y hostil para las viejas generaciones vivas, pero para los recién llegados es el suyo y se sienten cómodos en él. No es que las generaciones predecesoras ya no sirvan de guías, es que, al ser el pasado incomunicable, no hay posibilidad de guías. No solamente las distintas generaciones hablan lenguajes distintos, sino que así lo hacen los estratos de una misma generación. Los recién venidos no saben más que los demás, sino que lo que aquellos saben no les interesa, porque ese saber no da la respuesta esperada a sus preguntas. La experiencia no sirve, puesto que se forjó en circunstancias muy diferentes. Y entonces ¿para qué la memoria? Pero esto tiene consecuencias: la desmemoria implica la desaparición del concepto de verdad. Al desligarse de la historia lo verdadero se relativiza; no está fundamentado en ninguna causa sólida, sino que depende exclusivamente de una opinión contingente, arbitraria y variable, deudora de las condiciones inmediatas del individuo que la expresa. Fin de las ideologías que legitimaban las grandes causas colectivas y dominio absoluto del individualismo, de la vida privada y del compromiso efímero. Esta situación no tiene parangón con ninguna otra; es enteramente nueva. Algunos la han llamado “modernidad líquida” y otros “posmodernidad”. En un contexto posmoderno el pensamiento no ata, más bien se amontona en los bordes del camino vital determinado por la tecnología. Acompaña como decorado. No explica nada, es autorreferencial, y no influye. Más que líquida, la reflexión se vuelve gaseosa, como la realidad tremendamente fluida a la que se acopla. Su función no radica en su capacidad de captar la época, sino más bien en la de hacerla ininteligible.

La eternización del presente no sólo desvaloriza la lucha pasada, sino que conlleva la volatilidad de los grupos sociales, fácilmente reducibles a individuos agregados. Otro tanto ocurre con el sentimiento comunitario, sustituido por un enjambre de identidades desesperadas, verdaderamente patológicas en grado diverso, incapaces de contrarrestar de otra forma la sensación general de desarraigo. Sin embargo, el sistema no supera sus contradicciones más que para sumergirse en otras mayores. Con la supresión de la memoria la sociedad no sale más reforzada, sino que se vuelve cada vez más impredecible. El conflicto no cesa de producirse, posibilitando la creación de comunidades de lucha, todavía frágiles, pero capaces de reencontrarse con la historia y de forjar un proyecto de sociedad radicalmente igualitaria y justa. No se tratará ni de volver al pasado, ni de recrearlo, sino de restablecer el contacto con él. No es pues una vuelta nostálgica hacia tradiciones perdidas, sino un impulso hacia la formación de una tradición nueva de lucha mediante una reapropiación no doctrinaria del pasado y una resistencia al cambio enloquecido del desarrollismo económico. En ese sentido los libros como el que presentamos pueden resultar instructivos. Los Amigos de Durruti podrán tener por fin herederos.

Miquel Amorós. Presentación del libro “Los Incontrolados del 37. Memorias militantes de Los Amigos de Durruti”, editado por Aldarull, en El Banc Expropiat de Gràcia, Barcelona 10 de abril de 2015.
Mira també:
http://www.aldarull.org

This work is in the public domain

Comentaris

Re: Puntos de fuga en la cultura obrera
15 abr 2015
Las expresiones seudointelectuales no sirven para nada en la lucha contra el sistema posfascista. No es mi intención polemizar contra Miguel Amorós sino abrir un debate sobre los medios necesarios para un avance real en la batalla antisistemica. Porque caemos siempre en las mismas trampas? Donde podemos centrar nuestra fuerza para destruir la dominación de nuestras vidas? La tan criticada tecnologia por esxs seudointelectuales es una de las barreras que ha creado el sistema para impedir su propia destrucción! Porque entonces incluso lxs compañerxs anarquistas utilizan esa mierda de tec-nologia (facebook, twitter etc.)? Sino nosotrxs quien seria capaz de boicotearla y destruirla? La critica ya esta escrita en miles de hojas pero falta convertirla en practica, y ahí veo el dilema
de siempre: Ser consecuente con nuestras ideas no es la capacidad más desarrollada de lxs anarquis-tas, en ese campo de batalla habra que avanzar mucho más!
Re: Puntos de fuga en la cultura obrera
16 abr 2015
Un canvio de sistema solo lo pueden protagonizar las masas. Así que hay que estar en lo que siguen estas, con nuestro propio discurso y nuestros propios metodos.
Trabajo, futbol, television, internet, elecciones....
Sindicatos, bukaneros, tertulianos anarquistas/marxistas, webs de contrainformacion, facebooks marcando discurso, propaganda en las elecciones (nos presentemos o no)...

Ser consecuente con las ideas esta bien, pero si eso nos aleja de las masas.. pasando. No voy a dejar de tener facebook (aunque yo no lo tengo) para poder llegar a mas gente. No voy a buscarme la vida por mi cuenta pasando del trabajo asalariado, porque eso nos hace contactar con plantillas de mucha gente que puede encabezar una lucha laboral.

Hay que estar en todas partes.
Re: Puntos de fuga en la cultura obrera
17 abr 2015
Si las masas estan idiotizadas vamos a esperar hasta que caemos muertxs! Los cambios reales siempre fueron iniciados por una minoria radikal y no por las masas de las que alejarse es casi un deber en esta locura de sociedad. Lucha laboral? Jeje, no creo en fantasmas democraticos y otros fracasos de los años 80as, sisi la lucha social antiimperialista de los marxistas ha fracasado totalmente y aún hay gente que siguen empuñando en la misma porkeria. Si no aprendemos de la historia recientemente vivida jamás seriamos capaz de cambiar nada. Y el futbol para los patriotas hooligans, cabezas de balon. opio pa el poble,eh? Todo para el "poder popular", no? Sueños de los fracasados isquierdistas como Syriza o Podemos...
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