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La guerra del pan. Hambre y violencia en la Barcelona revolucionaria. De diciembre de 1936 a mayo de 1937.
18 mar 2015
Texto de la presentación del libro en la Biblioteca Pública Arús
Presentación del libro LA GUERRA DEL PAN en BP Arús, el 17 de marzo de 2015.

    El combate de los trabajadores por conocer su propia historia es un combate, entre otros muchos más, de la guerra de clases en curso. No es puramente teórico, ni abstracto o banal, porque forma parte de la propia conciencia de clase, y se define como teorización de las experiencias históricas del proletariado internacional, y en España debe comprender, asimilar y apropiarse, inexcusablemente, las experiencias del movimiento anarcosindicalista en los años treinta.
    La Historia Sagrada de la burguesía tiene por misión mitificar los nacionalismos, la democracia liberal, y la economía capitalista, para convencernos de que son eternos, inmutables e inamovibles. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica.
Facilitar el camino a ese aprendizaje, fundamentado en las experiencias históricas del proletariado, es el objetivo de todos y cada uno de mis libros, en los que siempre se intenta dar la voz a los protagonistas de la historia, y respetar el criterio del lector, advirtiéndole siempre cuando se encuentra ante una opinión del autor, señalada en cursivas, que el lector no tiene por qué compartir.
En la charla de hoy se explicará el origen de los comités de defensa de la CNT, su transformación en comités revolucionarios, su posterior hibernación en diciembre de 1936, y su enfrentamiento con Comorera, secretario general del PSUC en la guerra del pan de diciembre de 1936 a mayo de 1937.
Así, pues, vamos a presentar primero de todo a un protagonista de la historia que la historia sagrada de la burguesía suele ocultar o desconocer.
¿Qué era un Comité de Defensa (CD)?
Los comités de defensa eran la organización militar clandestina de la CNT, financiada por los sindicatos y su acción estaba subordinada a éstos. No eran una organización de la FAI.
En octubre de 1934, el Comité Nacional de los Comités de Defensa abandonó la vieja táctica de los grupos de acción, en favor de una seria y metódica preparación revolucionaria. Elaboró una ponencia en la que se afirmaba esto:
“No hay revolución sin preparación. Hay que acabar con el prejuicio de las improvisaciones. Ese error, de la confianza en el instinto creador de las masas, nos ha costado muy caro. No se procuran, como por generación espontánea, los medios de guerra inexcusables para combatir a un Estado que tiene experiencia, fuerte armamento y mayor capacidad ofensiva y defensiva”.
El grupo de defensa básico, debía ser poco numeroso, para facilitar su clandestinidad y agilidad. Debía estar formado por seis militantes, con funciones muy específicas:
Un secretario encargado del: contacto con otros cuadros, la creación de nuevos grupos y la elaboración de informes.
Un segundo militante encargado de la investigación de personas, para determinar la peligrosidad de los enemigos: curas, militares, pistoleros del Libre, marxistas y otros.
Un tercero para la investigación de edificios, levantar planos y elaborar estadísticas.
Un cuarto para el estudio de los puntos estratégicos y tácticos de la lucha callejera.
Un quinto militante para el estudio de los servicios públicos: luz, aguas, gas, alcantarillado.
Y un sexto para investigar dónde obtener armas, dinero y alimentos.
A esa cifra ideal de seis, podía sumarse algún miembro más para cubrir tareas “de sumo relieve”. La clandestinidad debía ser absoluta. Eran los núcleos básicos de un ejército revolucionario, capaces de movilizar a grupos secundarios más numerosos, y éstos, a su vez, a todo el pueblo.
Su ámbito de acción era una demarcación muy precisa dentro de cada barrio, señalada sobre plano. En cada barrio se constituía un Comité de Defensa de la barriada, que coordinaba todos esos cuadros de defensa, y que recibía un informe mensual de cada uno de los secretarios de grupo.
La organización de los comités de defensa a escala regional y nacional, encuadraba a aquellos sectores de trabajadores, como ferroviarios, conductores de autocar, trabajadores de teléfonos y telégrafos, carteros y en fin, todos los que por características de su profesión u organización, abarcaban un ámbito nacional, destacando la importancia de las comunicaciones en una insurrección revolucionaria. Se dedicaba un cuidado especial al trabajo de infiltración, propaganda y captación de simpatizantes en los cuarteles.
Las funciones esenciales de los comités de defensa eran dos: armas e intendencia, en el sentido amplio de la palabra.
Los CD podían considerarse como la continuidad, reorganización cualitativa y extensión de los grupos de acción y autodefensa armada de los años del pistolerismo (1917-1923).

¿Cómo se pasó de los grupos de acción a los cuadros de defensa?
En enero de 1935 los grupos anarquistas Indomables, Nervio, Nosotros, Tierra Libre y Germen, en el Pleno de la Federación Local de Grupos Anarquista de Barcelona fundaron, el Comité Local de Preparación Revolucionaria.
Frente a un panorama histórico, realmente desolador; el auge del fascismo en Italia, del nazismo en Alemania, del estalinismo en la Unión Soviética, de la depresión económica con un paro masivo y permanente en Estados Unidos y Europa; la ponencia elaborada en ese Pleno, oponía la esperanza del proletariado revolucionario.
Decía la Ponencia: “En la quiebra universal de las ideas, partidos, sistemas, sólo queda en pie el proletariado revolucionario con su programa de reorganización de las bases de trabajo, de la realidad económica y social y de la solidaridad”.
La Ponencia criticaba la vieja táctica de la gimnasia revolucionaria y de la improvisación de las insurrecciones de enero de 1932 y enero y diciembre de 1933 con estas palabras: “La revolución social no puede ser interpretada como un golpe de audacia, al estilo de los golpes de estado del jacobinismo, sino que será consecuencia y resultado del desenlace de una guerra civil inevitable y de duración imposible de prever”.
Dieciocho meses antes del 19 de Julio del 36, la preparación revolucionaria para una larga guerra civil exigía nuevos desafíos, impensables en la vieja táctica de los grupos de choque. Decía la Ponencia: “Dado que no es posible disponer de antemano de los stocks de armas necesarios para una lucha sostenida, es preciso que el Comité de preparación estudie el modo de transformar en determinadas zonas estratégicas las industrias […], en industrias proveedoras de material de combate para la revolución”.
De los grupos de acción y de choque para la práctica de la gimnasia revolucionaria, anteriores a 1934, se había pasado a la formación de cuadros de información y combate, considerados como células básicas de un ejército revolucionario, capaz de derrotar al ejército y sostener una guerra civil.


¿Podían los anarquistas tomar el poder?
Durante el primer semestre de 1936 el grupo Nosotros se enfrentó al resto de grupos de la FAI, en Cataluña, en agrios debates sobre dos concepciones fundamentales, en un momento en el que se conocían con certeza los preparativos militares para un cruento golpe de Estado. Esos dos conceptos eran la “toma del poder” y el “ejército revolucionario”. El pragmatismo del grupo Nosotros, más preocupado por las técnicas insurreccionales que por los tabúes, chocaba frontalmente con los prejuicios ideológicos de otros grupos faistas, esto es, con el rechazo a lo que denominaban “dictadura anarquista” y un profundo antimilitarismo, que lo dejaba todo a la espontaneidad creativa de los trabajadores.
Este duro ataque a las “prácticas anarco-bolcheviques” del grupo Nosotros se expresó ampliamente en la revista Más Lejos, que en su primer número, de abril de 1936, preguntaba: “¿Pueden los anarquistas, en virtud de tales o cuáles circunstancias, y VENCIENDO TODOS LOS ESCRÚPULOS, disponerse a la toma del Poder, en cualquiera de sus formas, como medio de acelerar el ritmo de su marcha hacia la realización de la Anarquía?”
Casi todos respondieron negativamente. Y en ese “todos” estaba desde Federica Montseny hasta Camilo Berneri. Pero ninguna respuesta ofrecía una alternativa práctica a esa negativa generalizada a tomar el poder. Teoría y práctica anarquistas parecían divorciadas, en vísperas del golpe de Estado militar.
En el Pleno de Grupos Anarquistas de Barcelona, reunido en junio de 1936, García Oliver expuso que la organización de los cuadros de defensa, coordinados en comités de defensa de barrio, en la ciudad de Barcelona, eran el modelo a seguir, extendiéndolos a toda España, y coordinando esa estructura a nivel regional y nacional, para constituir un ejército revolucionario del proletariado. Ese ejército debía complementarse con la creación de unidades guerrilleras de cien hombres. Muchos militantes se oponían a las concepciones de García Oliver, confiando más en la espontaneidad de los trabajadores que en la disciplinada organización revolucionaria. Las convicciones antimilitaristas de muchos grupos de afinidad, produjeron un rechazo casi unánime de las tesis del grupo Nosotros, y muy especialmente de García Oliver. [Como anécdota podemos recordar que en el Congreso de Zaragoza, en mayo del 36, Cipriano Mera había preguntado a García Oliver de qué color quería los entorchados, y pocos meses después fue Mera quien llevó galones].

¿Cómo se transformaron esos Comités de Defensa en Milicias Populares y comités revolucionarios de barrio?
El 19 de julio de 1936, la guarnición militar de Barcelona contaba con unos seis mil hombres, frente a los casi dos mil de la guardia de asalto y los doscientos “mossos d´esquadra”. La guardia civil, que nadie sabía con certeza por el lado que se decantaría, contaba con unos tres mil. La CNT-FAI disponía de unos veinte mil militantes, organizados en comités de defensa de barriada, dispuestos a empuñar las armas. Se comprometía, en la comisión de enlace de la CNT con la Generalidad y los militares leales, a parar a los golpistas con sólo mil militantes armados.
    Hubo una doble TRANSFORMACIÓN de esos cuadros de defensa. La de las Milicias Populares, que definieron en los primeros días el frente de Aragón, instaurando la colectivización de las tierras en los pueblos aragoneses liberados; y la de los comités revolucionarios que, en cada barrio de Barcelona, y en muchos pueblos de Cataluña, impusieron una “nueva situación revolucionaria”.
El auténtico poder de ejecución y resolución estaba en la calle, era el poder del proletariado en armas, y lo ejercían los comités locales, de defensa y de control obrero, expropiando espontáneamente fábricas, talleres, edificios y propiedades; organizando, armando y transportando al frente los grupos de milicianos voluntarios que previamente habían reclutado; quemando iglesias o convirtiéndolas en escuelas o almacenes; formando patrullas para extender la guerra social; guardando las barricadas, ahora fronteras de clase, que controlaban el paso y manifestaban el poder de los comités; poniendo en marcha las fábricas, sin amos ni directivos, o reconvirtiéndolas para la producción bélica; requisando coches y camiones, o alimentos para el comité de abastos; recaudando impuestos revolucionarios y financiando pobras públicas para paliar el paro; sustituyendo a los caducos ayuntamientos republicanos, imponiendo en cada localidad su absoluta autoridad en todos los dominios, sin atender órdenes de la Generalidad, ni del Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA). La situación revolucionaria se caracterizaba por una atomización del poder.
En Barcelona los comités de defensa, transformados en comités revolucionarios de barrio crearon una red de Comités de abastos en cada barrio, que se coordinaron en un Comité Central de Abastos de la ciudad, en el que adquirió notable presencia el Sindicato de Alimentación.
El 21 de julio, un Pleno de Locales y Comarcales había renunciado a la toma del poder, entendida como dictadura de los líderes anarquistas, y no como imposición, coordinación y extensión del poder que los comités revolucionarios ya ejercían en la calle. Se decidió crear un CCMA, ORGANISMO DE COLABORACIÓN DE CLASES en el que participaban todas las organizaciones antifascistas.
POR UN LADO EL CCMA y los comités superiores cenetistas (que habían renunciado a todo), por el otro los comités revolucionarios de barrio (que no habían renunciado a nada).
El 24 habían partido las dos primeras columnas anarquistas, al mando de Durruti y Ortiz. Durruti hizo un discurso por radio en el que alertaba sobre la necesidad de estar vigilantes ante una posible intentona contrarrevolucionaria. Había que congelar la situación revolucionaria en Barcelona, para “ir a por el todo” después de tomar Zaragoza.
El Pleno Regional del día 26 confirmó, por unanimidad, que la CNT seguiría manteniendo la misma posición, aprobada ya el 21 de julio, de participar en ese nuevo organismo de colaboración de clases llamado CCMA. Ese mismo pleno del día 26 creó una Comisión de Abastos, dependiente del CCMA, a la que debían someterse los distintos comités de abastos surgidos por doquier, y ordenaba al mismo tiempo un fin parcial de la huelga general. El resumen de los principales acuerdos alcanzados en este Pleno se editó en forma de Bando, para su general conocimiento y acatamiento.
El CC de Abastos era una institución fundamental, que aseguraba un requisito indispensable para unos obreros voluntarios que abandonaban sus puestos de trabajo para ir a combatir al fascismo en Aragón: asegurar en su ausencia la alimentación de unos familiares que dejarían de percibir el semanal del que vivían. De ahí la necesidad de los comedores populares gratuitos.

¿Qué fueron las Patrullas de Control?
Entre el 19 de julio y mediados de agosto de 1936 se crearon las patrullas de control como policía revolucionaria dependiente del CCMA.
Sólo la mitad aproximada de los patrulleros tenía carné de la CNT, o eran de la FAI; la otra mitad estaba afiliada al resto de organizaciones componentes del CCMA: POUM, Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y PSUC, fundamentalmente. Sólo cuatro delegados de sección, sobre los once existentes, eran de la CNT: los de Pueblo Nuevo, Sants, San Andrés (Armonía) y Clot; otros cuatro eran de ERC, tres del PSUC y ninguno del POUM.
Las Patrullas de Control dependían del Comité de Investigación del CCMA, dirigido por Aurelio Fernández (FAI) y Salvador González (PSUC). Su sección Central estaba en el número 617 de la Gran Vía, dirigida por los dos delegados de Patrullas, esto es, José Asens (FAI) y Tomás Fábregas (Acció Catalana). La nómina de los patrulleros, de 10 pesetas diarias, era abonada por el gobierno de la Generalidad. Aunque en todas las secciones se hacían detenciones, y algunos detenidos eran interrogados en la antigua Casa Cambó, la prisión central estaba en el antiguo convento de monjas clarisas de San Elías.

La Hibernación de los comités de defensa en diciembre de 1936 y su reorganización en marzo de 1937
    De finales de noviembre a primeros de diciembre de 1936, la Federación Local de Sindicatos únicos de Barcelona debatió el papel que debían asumir los comités de defensa en Barcelona.
La Federación Local impuso una visión estrictamente sindical, que no veía con buenos ojos la importancia adquirida, en los barrios, por los comités de defensa y los comités de abastos. Consideraban que sus funciones, superada la insurrección revolucionaria y su posterior etapa, de carácter excepcional, eran provisionales y, en todo caso, debían ser asumidas, ya, por los sindicatos.
En noviembre/diciembre de 1936, los comités de defensa eran un estorbo para la política gubernamentalista de los comités superiores cenetistas; y se imponía, por lo tanto, su hibernación y sumisión a los sindicatos, como meros anexos armados, un tanto molestos e inútiles. Si ya estaban las Patrullas de Control, con preponderancia cenetista, ¿para qué seguir sosteniendo financieramente los CD?
El problema fundamental, era la desobediencia generalizada a las consignas de desarme, de modo que el CR constató, según sus propias palabras, que “las barriadas las tenemos como nuestros peores enemigos”. Los comités de defensa entraron en un período de hibernación.
En el frágil equilibrio político y armado, existente en la primavera de 1937 en la retaguardia barcelonesa, el incremento y amenaza de las fuerzas represivas burguesas tendía claramente al monopolio de la violencia. El decreto de la Generalidad del 4 de marzo de 1937 ordenaba la pronta disolución de las Patrullas de Control, al tiempo que creaba un Cuerpo único de Seguridad (formado por la Guardia civil y la Guardia de Asalto). Ante esto, los sindicatos decidieron reorganizar los comités de defensa, en los barrios, para preparar un enfrentamiento que les parecía, ya, inevitable.

Desastroso BALANCE del CCMA a su disolución el 1 de octubre: militarización de las milicias, decreto de colectivizaciones y disolución de los comités locales. El 17 de diciembre se proclama el segundo gobierno. Caen Nin y Joan Pau Fábregas,

La "guerra del pan" de Comorera contra los comités de barrio.

El 20 de diciembre de 1936, Joan Comorera (PSUC), consejero de Abastos, pronunció un importante discurso, en catalán, en la sala del Gran Price de Barcelona, que fue la declaración de la guerra del pan a los comités de barrio.
Comorera argumentó la necesidad de un gobierno fuerte, de plenos poderes, capaz de hacer cumplir unos decretos que no se quedasen siempre en papel mojado, como había sucedido con el primer gobierno Tarradellas, en el que participó Nin por el POUM. Un gobierno fuerte, capaz de llevar a cabo una política militar eficiente, que agrupara todas las fuerzas existentes en el frente.
Comorera atribuía, la carencia y el encarecimiento de alimentos a la existencia de los comités de defensa, no al acaparamiento y especulación de los mayoristas y tenderos. Era el discurso que justificaba y explicaba el eslogan de las pancartas y octavillas de las manifestaciones de mujeres de fines del año 1936 y comienzos de 1937: “más pan y menos comités”, promovidas y manipuladas por el PSUC. Era evidente el enfrentamiento entre dos políticas de Abastos opuestas, la del PSUC y la del Sindicato de Alimentación de la CNT. El Sindicato de Alimentación, a través de los trece almacenes de abastos de las barriadas, custodiados por los comités revolucionarios de barrio, suministraba gratuitamente alimentos a los comedores populares, donde podían acudir los parados y sus familiares, y sostenían además centros de atención a los refugiados que, en abril de 1937, en Barcelona, ascendían ya a 220.000 personas. Era una red de abastos que rivalizaba con los detallistas, que sólo obedecían a la ley de la oferta y la demanda, y que intentaba, sobre todo, evitar el encarecimiento de los productos, ya que el alza de precios los hacía inasequibles a los trabajadores, y, por supuesto, a parados y refugiados. El mercado negro era el gran negocio de los detallistas, que realizaban excelentes ganancias gracias al hambre (literalmente) de la mayoría. La guerra del pan de Comorera contra los comités de abastos de las barriadas, no tenía otro objetivo que el de arrebatar a los comités de defensa cualquier parcela de poder, aunque esa guerra implicase el desabastecimiento de Barcelona y la penuria alimenticia.
Comorera finalizó su discurso con un llamamiento a la responsabilidad de todas las organizaciones, en aras a conseguir una férrea unidad antifascista. Para comprender el discurso de Comorera es necesario tener en cuenta la estrategia, propugnada por Gerö, de efectuar una política SELECTIVA frente al movimiento anarquista, que consistía en integrar a los dirigentes en el aparato de Estado, al mismo tiempo que se practicaba una bestial represión de los sectores revolucionarios, calificados infamantemente como incontrolados, gángsteres, asesinos, agentes provocadores e irresponsables; que Comorera identificaba muy claramente en los comités de defensa.
Los almacenes de abastos de los comités de barrio controlaban qué, cómo, cuánto y a qué precio de venta al público se aprovisionaba a los detallistas, una vez satisfechas las necesidades “revolucionarias” del barrio, esto es, de enfermos, niños, parados, comedores populares, etcétera. Comorera propugnaba la desaparición de esos comités revolucionarios de barrio y el libre mercado. Sabía, además, que una cosa implicaba la otra, y que, sin la supresión de los comités de defensa, el libre mercado sería una quimera.
Un abastecimiento racional, previsor y suficiente de Barcelona, y Cataluña, hubiera supuesto ceder a las pretensiones del Consejero de Economía cenetista, Fábregas, que de octubre a diciembre de 1936 batalló inútilmente, en las reuniones del Consejo de la Generalidad, por conseguir el monopolio del comercio exterior, ante la oposición del resto de fuerzas políticas. Mientras tanto, en el mercado de cereales de París, diez o doce mayoristas privados competían entre sí, encareciendo las compras. Pero ese monopolio del comercio exterior, que ni siquiera era una medida de carácter revolucionario, sino sólo apropiada a una situación bélica de emergencia, atentaba contra la filosofía del libre mercado, propugnada por Comorera.
Había un hilo que relacionaba las colas del pan en Barcelona con la irracional competencia de los mayoristas en el mercado de cereales de París. Hilo que se hubiera roto con el monopolio del comercio exterior. Con la política de libre mercado de Comorera se consolidó. Pero además el PSUC alentó la especulación de los tenderos, que implantaron una auténtica dictadura sobre el precio de todos los alimentos, enriqueciéndose con el hambre de los trabajadores.

¿Cómo y por qué esos Comités de Defensa se radicalizaron en abril del 37?
El domingo, 11 de abril, en el mitin de la plaza de toros La Monumental, se vieron pancartas que exigían la libertad de Maroto y de los numerosos presos antifascistas, en su mayoría cenetistas. Federica Montseny fue abucheada y silbada. Los gritos favorables a la libertad de los presos arreciaron, una y otra vez. Los comités superiores culpabilizaron del “sabotaje” a la Agrupación de Los Amigos de Durruti. Federica, muy molesta, amenazó con no volver a dar un mitin en Barcelona.
El lunes, 12 de abril de 1937, se desarrolló, en la Casa CNT-FAI, una sesión del pleno local de Grupos Anarquistas de Barcelona, con asistencia de los grupos de Defensa confederal y de las Juventudes libertarias que acordó retirar a todos los cenetistas de cualquier cargo en los estamentos antifascistas gubernativos, ir a la formación de un Comité revolucionario para la coordinación de la lucha armada y socializar inmediatamente la industria, el comercio y la agricultura.
Esta reunión se le había escapado de las manos a la burocracia. En ese Pleno habían intervenido los Comités de Defensa de Barcelona, o lo que es lo mismo, la delegación de los comités revolucionarios de barriada, y también las Juventudes Libertarias, radicalizando, sin duda, los acuerdos tomados.
Y esa FAI de Barcelona, junto a las secciones de defensa de los comités revolucionarios de barrio y las Juventudes Libertarias, pese al escándalo y la histérica oposición de algunos burócratas presentes, como Toryho, había decidido terminar con el colaboracionismo, retirar a los consejeros (ministros) anarquistas del gobierno de la Generalidad y constituir un Comité revolucionario que dirigiese la guerra contra el fascismo. Era un paso decisivo hacia la insurrección revolucionaria, que estalló el 3 de mayo.
Esta radicalización era fruto de una situación cada vez más insostenible en la calle. El 14 de abril, una manifestación de mujeres, que esta vez no estaban manipuladas por el PSUC, partió de La Torrassa para recorrer los distintos mercados de Collblanc, Sants y Hostafrancs, protestando por el precio del pan y de los productos alimenticios. Las manifestaciones y protestas se extendieron a casi todos los mercados de la ciudad. En días posteriores se reprodujeron, con menor virulencia, tumultos y manifestaciones en diverso mercados. Algunas tiendas y panaderías fueron asaltadas. El hambre de los barrios obreros de Barcelona había salido a la calle para manifestar su indignación y exigir soluciones.


Recapitulemos lo que hemos dicho, esto es, cuáles era los fundamentos económicos y políticos de la guerra del pan.
Un abastecimiento racional, previsor y suficiente de Barcelona, y Cataluña, hubiera supuesto ceder a las pretensiones del Consejero de Economía cenetista, Joan Pau Fábregas, que batalló inútilmente de septiembre a diciembre de 1936, en las reuniones del Consejo de la Generalidad, por conseguir el monopolio del comercio exterior, ante la oposición del resto de fuerzas políticas. Mientras tanto, en el mercado de cereales de París, diez o doce mayoristas privados catalanes competían entre sí, encareciendo las compras. Pero ese monopolio del comercio exterior, que ni siquiera era una medida de carácter revolucionario, sino sólo apropiada a una situación bélica de emergencia, atentaba contra la filosofía del libre mercado, propugnada por Comorera.
Había una relación directa entre las colas del pan en Barcelona y la irracional competencia de los mayoristas privados en los mercados europeos de cereales, armamento o materias primas. Es muy curioso que la historiografía oficial subraye que el 17 de diciembre de 1936, tras una crisis de gobierno provocada por el PSUC, se expulsó del Gobierno al poumista Nin, por su denuncia del estalinismo; pero en cambio apenas comenta que también se expulsó al cenetista Fábregas, impulsor nada más y nada menos que del Decreto de Colectivizaciones y Control Obrero, aprobado el 24 de octubre.
La salida de Fábregas del gobierno supuso que ese Decreto de Colectivizaciones no sería desarrollado por su impulsor, sino por Tarradellas y Comorera, que lo desvirtuaron y manipularon hasta lo inimaginable, convirtiéndolo en un instrumento de dominio de la economía catalana, y de todas las empresas colectivizadas, por la Generalidad. La Generalidad podía nombrar un omnipotente interventor-director a su gusto, y sobre todo tenía el poder de hundir a aquellas empresas díscolas o reacias a someterse, mediante la retirada de la financiación para pagar salarios o comprar materias primas, sin las cuales las empresas se veían abocadas a una total parálisis.
La eliminación de Fábregas supuso además la desaparición del principal defensor de establecer ese necesario monopolio del comercio exterior, que fue sustituido por el libre mercado. Comorera tenía vía libre para imponer la dictadura de los tenderos, enriquecidos con el hambre de los trabajadores.
El programa estalinista, fundamentado en esa defensa de los intereses burgueses, y en la defensa de un Estado fuerte, capaz de hacer cumplir los decretos y de ganar la guerra, convirtió al PSUC en la vanguardia de la contrarrevolución.
El hambre y el desarme eran los dos objetivos de la contrarrevolución para aplastar a los trabajadores revolucionarios de Barcelona. El PSUC tuvo un cooperador imprescindible en los comités superiores cenetistas.

Conclusiones
La pugna entre el PSUC y la CNT, de diciembre de 1936 a mayo de 1937, fue un conflicto ideológico, pero ante todo el enfrentamiento de dos políticas opuestas de abastecimiento y gestión económica de la gran urbe barcelonesa.
Comorera, desde la Consejería de Abastos, priorizaba el poder del PSUC al abastecimiento del pan o la leche a la ciudad de Barcelona. Mejor sin pan ni leche, que un pan y una leche suministrados por sindicatos de la CNT. Hambre y penurias de los barceloneses eran el precio a pagar por el incremento del poder del PSUC y de la Generalidad, en detrimento de la CNT.
El hambre de los trabajadores fue causada por la maniobra consciente de los partidos burgueses y contrarrevolucionarios, desde ERC hasta el PSUC, para debilitar y derrotar a los revolucionarios. A ese proceso le hemos denominado guerra del pan.
El desarme de los trabajadores era el objetivo fundamental de esos partidos. También los comités superiores libertarios vieron en los comités de barrio a sus peores enemigos, cuando éstos se negaron a acatar los decretos de desarme pactados con el gobierno.
A finales de abril, los comités revolucionarios desbordaron a los comités superiores cenetistas. La insurrección de los trabajadores, en Mayo de 1937, no fue derrotada militarmente, sino políticamente, cuando los líderes anarcosindicalistas dieron la orden de alto el fuego.
El hambre y el desarme eran los dos objetivos necesarios para el inicio del proceso contrarrevolucionario, que desencadenó toda su fuerza represiva contra los militantes cenetistas y las minorías revolucionarias en el verano de 1937.

Agustín Guillamón

Nota: Este libro para poder mantener su PVP de 15 euros (564 páginas) sólo se encuentra en librerías alternativas como La Rosa de Foc en c. Joaquín Costa; La Ciutat Invisible en c. Riego (Sants); Aldarull en c. Torrent de l´Olla, 72(Gracia) o El Lokal en la c. de la Cera. Y en Madrid en la librería LAMALATESTA en la c. Jesús y María.

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Comentaris

Re: La guerra del pan. Hambre y violencia en la Barcelona revolucionaria. De diciembre de 1936 a mayo de 1937.
22 mar 2015
Cridava la CNT davant els comités de la fam. Frederica Montseny va ser partícep de la gesta.

Ara, la CNT segueix istaurant noves llibertats i, davant el perill de descertebració de la nazió ibérica, reforça el seu federalisme emulsionador.

Ara la competència és més dura, els Rajoy, Pablitos i Alberts Primos de Ribera us posen més difícil l'exercici de la repressió i l'accés al poder.

CNTPPSOECIUdadamosPodemos.
Sindicato Sindicat