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Notícies :: guerra
Lágrimas ante la foto de un niño sirio muerto.
08 gen 2015
La guerra como inspiración, la muerte como espectáculo.
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Un gran panel anuncia la exposición “Syria’s war: a Jornal of Pain” en la Srebrenica Memorial Gallery en Sarajevo, capital de Bosnia. Las fotos que cuelgan de las paredes no pueden ser más evocadoras: cadáveres, fosas comunes, tiros de gracia, refugiados que huyen despavoridos, destrucción y dolor, mucho dolor. La mayoría de los espectadores son pequeño burgueses: jóvenes universitarios, intelectuales, profesores, o activistas que acuden al vernissage presidido por su autor: el renombrado fotógrafo mejicano y premio Pulitzer Narciso Contreras. Sobre una mesa se han servido deliciosos canapés y pasabocas y varias botellas de vino, quizás para pasar el mal trago de todas esas escenas dantescas que pueden causarles a los invitados un shock traumático severo.

El público abarrota la sala con un morboso deseo de curiosidad. Siria acapara los titulares de la prensa internacional desde que se iniciaran hace casi cuatro años las revoluciones árabes. Una señora de mediana edad se queda observando fijamente la foto de un niño muerto ¡qué tristeza más grande! Desde luego que no se merecía un final así. Ese niño bañado en sangre con la boca torcida, los ojos en blanco y los brazos en cruz cual postrer gesto de impotencia. ¿Quién era? ¿Qué delito cometió? Nadie lo sabe y es difícil dar una respuesta. Al fin y al cabo son tantos los que han caído que poco importa uno más. La mujer impresionada se echa manos a la cabeza y de repente por sus mejillas ruedan un par de lágrimas No comprende esa muerte inútil, una muerte absurda y sin sentido. El cuerpo inerte ensangrentado lo transportan en el platón de una camioneta con dirección a la morgue. ¿qué habrá sido de su familia, de sus padres o hermanos? Esto es igual que visitar la cueva del horror de un parque de atracciones. En ese mundo lejano y salvaje el fotógrafo ha conseguido captar con su sofisticada cámara hasta el último suspiro del precoz mártir.

Porque según los especialistas es necesario transmitir a través de las imágenes lo que las palabras no alcanzan a describir. De ahí que los reporteros de guerra más avezados se jueguen la vida para dar fe de lo que sucede en Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, Somalia o en cualquier lugar del mundo en la que estalle la conflagración.

Ellos también apuestan la vida por una exclusiva; se infiltran por las fronteras y pagan cualquier precio con tal de llegar hasta el frente de batalla y ser testigos directos de uno de los capítulos más sangrientos de la historia contemporánea. Esas imágenes crudas y desgarradoras son una denuncia de aquellos que no tienen voz, afirman los entendidos en la materia.

Lo importante es exponer el drama que envuelve todo conflicto bélico con el fin de remover la conciencia de la opinión pública. Pero, sobre todo, buscan una exclusiva que les otorgue prestigio y la fama, una exclusiva que los haga merecedores a los más altos galardones y premios internacionales. Cueste lo que cueste hay que estar sobre el terreno pues la recompensa económica supera con creces los más altos sacrificios.

Para eso es imprescindible una tragedia inspiradora: la barbarie, el caos, los combates, los bombardeos, sangre, mucha sangre y lo más importante: las víctimas, miles de víctimas que el destino ha dispuesto para que ellos se cubran de gloria. Cabezas cortadas, niños degollados, crucifixiones en masa, asesinatos de seres anónimos que jamás podrán reclamar los derechos de autor. El Copyright de la desgracia ajena les pertenece a ellos por ley. La prensa occidental funciona de esa manera y la competencia es abrumadora. Todos se pelean por una foto impactante que será publicada en primera página de los periódicos, semanarios y revistas.

La guerra no sólo es un negocio para los traficantes de armas sino también para las agencias internacionales de noticias y sus reporteros o enviados especiales que se van de safari fotográfico en busca del mejor trofeo. ¿Mercenarios?

La muerte como espectáculo, la miseria como espectáculo, el dolor como espectáculo, una muerte comercial que se exhibe enmarcada con su passepartout ribeteado en oro, una muerte que debe cumplir con los cánones estéticos más exigentes de la crítica.

Es necesario despertar los sentimientos de compasión, de caridad y conmover a un mundo preocupado por cosas banales y superfluas. Que se estrellen de frente con la realidad cruel y desgarradora. Es la hora de lavar las conciencias. En occidente se encuentran los centros del poder donde se toman las decisiones políticas y donde tienen sede las organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos y la solidaridad internacional. Aquí se mueven los presupuestos millonarios destinados a la ayuda humanitaria imprescindibles para intentar salvar ese mundo agónico y desvalido.

Carlos de Urabá 2015

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