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La ética estoica y cínica
12 mai 2014
Fragmento de "Una filosofía de combate para una época decrisis y, por tanto, de esperanza", prólogo a la edición de 2013, Potlatch Ediciones, de "El Sentido de la Vida", texto escrito en 1934 de Félix Martí Ibáñez, miembro de "Los Amigos de Durruti".
El estudio de los valores ha de constituir, por sí mismo, una reflexión necesaria para llevar una vida digna. Pero mucho más para aquellos que deciden dar un sentido a la vida orientado hacia la creación de una sociedad cualitativamente mejor. Los más grandes pensadores clásicos insisten en la idea de que se vence por virtud, que cuando el objetivo consiste en transformar una sociedad enferma y agónica como la nuestra, la calidad de los sujetos constituye la cuestión esencial. Por tanto, solamente sujetos de calidad podrán llevar a cabo las tareas más elevadas y duras. En unos momentos en que el economicismo y el politicismo ramplón nos empuja a una defensa pueril del pasado inmediato de sociedad granja es cuando más hay que reivindicar las grandiosas palabras de Plutarco[43]: «Alejandro vence por virtud», adecuándolas al siglo XXI. Por lo tanto, si el sujeto de hoy no se reconstruye, no se refunda, con soporte en unos valores adecuados a una espiritualidad que se base en la verdad y en la humanidad, no será posible avanzar ni un solo paso. Una espiritualidad que sea lo opuesto a los principios morales que se promueven y dominan: egolatría, codicia, cobardía y barbarie. Una espiritualidad que signifique «desprendimiento, generosidad, grandeza de alma y amor al bien»[44]. Esto tendrá que significar la derrota del código esencial de los valores dominantes: como la idea del éxito con base en la acumulación de riqueza; la defensa borreguil y garantista de la supervivencia personal por medio del Estado asistencial; la idea misma de «felicidad» eudemonista impuesta por el Estado y los ideólogos del liberalismo y el proletarismo, a la par; la obsesiva pretensión de «vivir» en estado permanente de «placer», herencia del hedonismo embrutecedor de siempre; y la obsesión por alcanzar la meta de la realización personal, de corte psicoanalítico y protestante, tan postmoderno y anglosajón, mediante el medro profesional, sobre todo en las organizaciones jerarquizadas del Estado. Finalmente, no podemos olvidarnos de la pesadilla tecnológica, cuyo fundamento básico es militar, que fortalece continuamente al Estado y al Capitalismo, incrementando el control sobre el trabajo y sobre las personas, haciendo de éstas seres inútiles para algo creativo[45] a los que se obliga a vivir en un mundo artificial[46], donde «todo» es producto de la industria, de la publicidad y de la «política» (propaganda programada de mentiras) con destino a la configuración de un ser infrahumano, auténtico neo-siervo dedicado plenamente a la diabólica rutina del trabajo-consumo, hoy en caída libre.

En oposición a esta idea, Martí Ibáñez parte de una ética teleológica, esencialmente altruista basada en la moral estoica y cínica. La cual se plasma en dar un sentido a la existencia, conseguir un objetivo, merecer un fin de dignidad.

Es en el «Intermedio místico» donde plantea abiertamente sus convicciones éticas. Por una parte, una valoración aceptablemente correcta de la experiencia histórica del primer cristianismo como ideología claramente revolucionaria; y en segundo lugar, lo esencial de la autosuficiencia y la indiferencia ante el sufrimiento y el dolor propias del estoicismo y cinismo.

Respecto de la primera cuestión, Félix Martí destaca el valor del primer cristianismo como ideología mística-revolucionaria que fue capaz de cristalizar y proclamar dos ideas radicales: el triunfo sobre la muerte, con una vida después de la muerte; y en segundo lugar, la igualdad de todos los seres humanos, reivindicando los derechos de los oprimidos, como exaltación del pobre y guerra a la riqueza y el despotismo. Con ello pone en un lugar relevante las necesidades espirituales de los seres humanos, mostrando que no es posible afrontar duras tareas, metas elevadas, sin estar previamente dotados de una espiritualidad, de una conciencia autoconstruida como sujetos no adoctrinados. En «Vivir en plenitud» plantea la necesidad de la autoconstrucción del sujeto como condición para desarrollar una vida íntegra. Pregunta cómo podremos edificarnos correctamente nuestra vida, concluyendo en la necesidad de dotarnos de metas elevadas (dinamismo del pensamiento y renovación de inquietudes), como elementos sustantivos que reúnen las características de los grandes hombres.

Lo que ahora está por determinar es precisamente esa posición filosófica que nos autoconstruye como seres autosuficientes ycapaces de actuar[47]. Félix Martí la concreta en la posición estoica y cínica, frente a la vida y el dolor, en contraposición con la que han defendido, y continúan haciéndolo hoy, las élites dominantes,liberales o de izquierda: el hedonismo y eudemonismo epicureista[48].

Ciertamente, este es un aspecto determinante en el desarrollo de una consciencia capaz de afrontar «grandes retos» y un «futuro quizás posible». La cuestión se concreta en cómo comprender y asumir la esencia misma de la vida humana. Ante ello se presentandos posiciones radicalmente opuestas: el epicureísmo, que plantea la «huida del dolor»; o el estoicismo y cinismo que plantean «la indiferencia». Frente a esta disyuntiva se posicionan las filosofías políticas desde siempre. Debate que nace en la Grecia clásica y que hoy se mantiene en su total vigencia. Si bien es cierto que las tesis pesimistas y eudemonistas dominan sobre las estoicas de forma abrumadora, es incontrovertible, como dice Heleno Saña «A la vida humana pertenece intrínseca e irremisiblemente la experiencia del dolor»[49]; es más, añade que «toda concepción del mundo que pretenda prescindir de esta dimensión o relativizarla, es pues charlatanería edificante, sea religiosa o agnóstica». «El Sentido de la Vida» dedica todo un capítulo a este asunto: «El deber de sufrir y la aceptación del dolor». Antes de ello, en «Vida y Acción», se plantea una preciosa parábola «El falso paraíso y la Eva fracasada», en la que mantiene una posición esencialmente correcta y en la cual se refleja nítidamente esta idea: que desde la visión hedonista de la vida como paraíso romántico y placentero (hacer del placer un sistema de vida) no se vive nada auténtico, no se crea nada, es la atonía y la muerte del espíritu humano, que desde siempre ha estado en lucha constante con el mundo y consigo mismo, porque la realidad no es un sueño placentero sino una cruda y sufrida existencia para casi todo el mundo. Por lo tanto, en el terreno del pensamiento y la acción, lo real es adecuarse uno para afrontar el combate inevitable de la existencia. Esta idea está muy bien expresada por Félix Martí, cuando dice «El ser absolutamente feliz sería estéril en cuanto a creación biológica, porque su misma felicidad le haría vegetar indiferente; asentado en su propio goce y falto de todo estimulo doloroso, su vida sería un apático resbalar de su ser por el tiempo». Para concluir afirmando algo tan específicamente cínico como, «Sin dolor no hay creación».

La filosofía clásica desde muy pronto se planteaba qué respuesta dar a temas tan trascendentes para todo ser humano como el dolor y la muerte, sosteniendo una posición sobre estas cuestiones como estimadas esenciales para una conducta humana buena. El verso XV de Pitágoras[50] dice «recuerda que morir es el destino de todos» y en los XVII y XVIII: «Respecto a los sufrimientos que los mortales reciben mediante los destinos divinos, soporta con paciencia lo que te toca en suerte, sea lo que sea, y nunca te quejes e indignes». Sócrates también se refiere a ello, en varias ocasiones[51], cuando dice: «Pero no es difícil, atenienses, evitar la muerte, es mucho más difícil evitar la maldad; en efecto, corre más deprisa que la muerte».

Añadiendo un sentido moral a este realismo, colocando el dolor y el temor en un orden inferior de prioridades vitales, le importa más la lucha contra la injusticia que la propia supervivencia, dice: «sino resulta un poco rudo decirlo, me importa un bledo (la muerte), pero que, en cambio, me preocupa absolutamente no realizar nada injusto e impío». Ciertamente existen corrientes filosóficas, como el epicureísmo y el hedonismo, que han tenido su origen en la filosofía clásica y que hoy son dominantes, que también se enfrentaron a otras que fueron continuadoras, en cierto sentido, de lo que hemos señalado de Pitágoras o Sócrates, es decir, el cinismo y el estoicismo. La posición que mantiene Félix Martí se identifica con éstas últimas, cuando dice: «El dolor —y nuestro mayor dolor actual es la inquietud sobre nuestra misión en la Vida— no debe ser enmascarado por elplacer, sino desterrado por la felicidad dinámica».

En realidad, los estoicos y cínicos no «buscan» el dolor o el sufrimiento, las carencias o necesidades, ni por masoquismo ni como ejercicio artificioso de fortaleza, sino que predican mantenerse indiferentes a éstos por razón de su inevitabilidad. Ello requiere ineludiblemente ejercitarse reflexiva y físicamente para la autoconstrucción de seres capaces. Por tanto, como plantea correctamente Jean-Joël Duhot[52], para esta corriente de pensamiento el sufrimiento no es un mal en sí mismo, «aparece en la superficie de lo real»; es lo inevitable. Lo es y de nada sirve apenarse. Pero lo que sí depende de cada uno de nosotros es la adopción de una actitud moral correcta, tal y como insistía Sócrates, en su contrario reside el único mal auténtico, el mal moral. Este pensamiento se relaciona con otro de vital importancia, la libertad. El hombre es libre cuando deja de necesitar, cuando el dolor o la indigencia o cualquier otra eventualidad de la vida le sitúa ante una situación de penalidad, es más, justamente es libre cuando tales situaciones dejan de manipular su acción. Lo mismo vale para lo contrario. Los deseos, ambiciones, vanidades y placeres son igualmente no deseables porque manipulan la voluntad de hacer el bien y se debe mostrar ante ellos la misma indiferencia; porque lo realmente importante es poder atravesar todas las situaciones con la serena posición de que somos responsables de lo que depende de nosotros; respecto a lo que se sitúa «fuera» del alcance de nuestra voluntad y condiciones reales, sólo podemos ser indiferentes[53].

Estos planteamientos han tenido un gran arraigo y proyecciónen el ideario del primer cristianismo[54], hasta la imposición de Constantino[55] y en otras épocas históricas, como sucedió en el monacato revolucionario de la sociedad alto medieval hispana[56]. Lo refleja también, claramente, Félix Martí en sus referencias al contenido y valoración del primer cristianismo[57] y es muy correcto lo que dice. Por otra parte, las referencias históricas que ubican al cristianismo bajo una directa influencia del estoicismo y el cinismo son muy conocidas; es más, recientes investigaciones sitúan al personaje (histórico o mítico) en el mundo del cinismo, corroboran y profundizan esta tesis[58], en la que se presenta la figura de «Jesús» como un «sabio de la escuela cínica».


NOTAS

[43] Plutarco, «Sobre la fortuna o virtud de Alejandro» Obras morales y decostumbres. García Valdés, Manuela (ed. lit.) (Madrid: Akal, 1987).

[44] Heleno Saña, «Antropomanía: en defensa de lo humano» (Córdoba: Almuzara,2006).

[45] Nicholas Carr lo dice directamente, con todo fundamento, que se nos hace seres «superficiales», cuando responde a esta pregunta en el mismo título del libro en «¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales» (Madrid: Taurus,2011).

[46] El magnífico libro de José Luís Molinuelo, «La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales» (Madrid: Biblioteca Nueva, 2006), nos sitúa los pies en el suelo ante la fantasía infantil de tales utopías.

[47] Para profundizar en este tema, consultar Félix R. Mora, «Sobre la condición del elemento agente de la historia», en «La democracia y el triunfo del Estado», 477.

[48] Para profundizar en esta tema, consultar Félix R. Mora, «Dominación ideológica: Crítica a la noción de felicidad y repudio del hedonismo. Elogio del esfuerzo», en «Seis estudios» (Madrid: Editorial Brulot, 2010).

[49] Heleno Saña, «Tratado del hombre», (2010), 213.

[50] Pitágoras, «Los versos de oro», trad. Rosa Benzaquén (Buenos Aires: Troquel, 1997). Escritos hacia el año 580 a.C.

[51] Platón, «Apología de Sócrates», trad. Calonge Ruiz, Julio (Madrid, E. Gredos, 2010).

[52] Jean-Joël Duhot, «Epicteto y la sabiduría estoica», traductor Jordi Quingles Fontcuberta (Palma de Mallorca, José J. De Olañeta, 2003), 48.

[53] Epicteto insiste mucho en esta idea en el conocido «Manual de Vida», cuando define el concepto de «vida buena». Epicteto, Lebell, Sharon, «Un manual de vida», trad. Folch Permanyer, Francesc Borja (Palma de Mallorca, José J. De Olañeta, 2004).

[54] Cuando hablamos genéricamente de «primer cristianismo» nos estamos refiriendo a todos sus momentos históricos en que no es arma ideología y política del poder y del Estado; en particular, hasta el Concilio de Nicea de 325, en el que Constantino I, emperador de Roma, lo eleva a ideología de Estado, y otros momentos posteriores de la historia en que la lucha entre una corriente cristiana auténtica se enfrenta al cristianismo de Estado, como lo fue la Alta Edad Media Hispana.

[55] Paul Veyne, «El sueño de Constantino: el fin del imperio pagano y el nacimiento del mundo cristiano», trad. María José Furio Sancho (Barcelona: Paidós Ibérica, 2008).

[56] Sobre la influencia del monacato revolucionario en la sociedad alto medieval hispana existen múltiples referencias en Félix R. Mora, «Tiempo, Historia y sublimidad en el románico rural. El régimen concejil. Los trabajos y los meses. El románico amoroso» (Tenerife: Editorial Potlatch, 2012). Para el conjunto de la Alta Edad Media consultar Chris Wickham, «Una historia nueva de la Alta Edad Media: Europa y el mundo mediterráneo, 400-800», trad. Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar Barrena (Barcelona: Crítica, 2008).

[57] Geza Vermes, «El auténtico evangelio de Jesús», trad. Pardo Gella, Fernando (Barcelona: Libre de Marzo, 2003), afirma que lo que sabemos hoy del cristianismo primitivo, documentalmente, se concreta en las interpretaciones que podamos realizar de los Manuscritos del Mar Muerto, descubiertos en Qumran entre 1947-1956, localidad no lejos de Jericó y cerca del Mar Muerto, fechados entre los siglos III a.C. y I d.C. (ésta última época contemporánea a Jesús) y en los que se aprecian muchas similitudes con el Nuevo Testamento; los testimonios de autores judíos, también contemporáneos, como Flavio Josefo (37- 100 d-C.) y Filón de Alejandría (20 a.C. - 50 d.C.), hasta llegar a los primeros documentos en los que se recoge el Nuevo Testamento, en forma de fragmentos de papiro (125-150 d.C.) También se han consultado, Manuel Sotomayor y José Fernández Ubiña, coordinadores, «Historia del Cristianismo. Tomo I. El Mundo Antiguo» y Emilio Mitre Fernández, Coordinador, «Historia del cristianismo. Tomo II. El Mundo Medieval» (Madrid: Trotta, Universidad de Granada, 2004 y 2005, respectivamente).

[58] En Burton L. Mack, «El evangelio perdido» (Barcelona: Martínez Roca, 1994), sobre los orígenes del cristianismo, se afirma, con cierta base de credibilidad, que la figura de «Jesús» responde básicamente a las características del sabio de la escuela cínica. Realmente lo que hace esta investigación es, partiendo de un análisis del contexto histórico del siglo I y del análisis del contenido filosófico de los «dichos de Jesús», extraer la naturaleza esencialmente cínica del pensamiento de «Jesús», tomando sus dichos como expresiones comunes a todos los evangelios y textos relacionados y separando, en la medida de lo posible, los añadidos incorporados.

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