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Una mirada al mundo y un horizonte estratégico [Juantxo Estebaranz, Argelaga 2]
20 abr 2014
Si el plan de la vieja izquierda consiste únicamente en esperar a la recomposición del capitalismo tras esta última crisis y minimizar (desde la acción institucional o desde el plano de la reivindicación) los efectos de la misma en clave de defensa de derechos y ventajas adquiridas, desde el plano de quienes identificamos esta crisis como un desmoronamiento de una sociedad que ha vivido bajo el horizonte de un crecimiento sostenido que le ha visto quintuplicar su capacidad adquisitiva en los últimos cincuenta años, la cuestión radica en convertir esta obligada reducción de la capacidad de consumo en la que se ha estado inmerso y a la que empuja el devenir propio del capitalismo, en una escuela de radicalidad que recomponga las destrezas para el conflicto, mientras a la vez articula la trama comunitaria imprescindible para garantizar la mera supervivencia.
Si el plan de la vieja izquierda consiste únicamente en esperar a la recomposición del capitalismo tras esta última crisis y minimizar (desde la acción institucional o desde el plano de la reivindicación) los efectos de la misma en clave de defensa de derechos y ventajas adquiridas, desde el plano de quienes identificamos esta crisis como un desmoronamiento de una sociedad que ha vivido bajo el horizonte de un crecimiento sostenido que le ha visto quintuplicar su capacidad adquisitiva en los últimos cincuenta años, la cuestión radica en convertir esta obligada reducción de la capacidad de consumo en la que se ha estado inmerso y a la que empuja el devenir propio del capitalismo, en una escuela de radicalidad que recomponga las destrezas para el conflicto, mientras a la vez articula la trama comunitaria imprescindible para garantizar la mera supervivencia.

Si ese es, entonces, el horizonte estratégico en el plano emancipatorio, de cara a la elaboración de una táctica de actuación inmediata, nuestra mirada puede tomar lecciones de similares procesos ocurridos durante el pasado inmediato en otras latitudes.

Así, ante una crisis de parecidas dimensiones, sucedida ahora hace una década en el cono sur americano, en sociedades urbanas como la argentina o tan desiguales como la brasileña, los momentos de creatividad y ruptura revolucionaria supieron combinar las insatisfacciones de una clase media empobrecida junto con las carencias de un considerable número de excluidos. Mientras los primeros centraban su protesta en denunciar la pérdida de su anterior estatus económico, y la incompetencia de la clase política, en el segundo de los espacios sociales, el de los míseros, se desarrollaban prácticas ancladas en el territorio, que combinaban el enfrentamiento reivindicativo con la recomposición de la comunidad.

Esta pinza entre las protestas de empobrecidos y desposeídos fue capaz de tambalear seriamente aquellas sociedades. Con todo, el momento de ruptura, se topó con el horror vacui al salto revolucionario que privó del apoyo del primero de los segmentos sociales mientras el segundo no consiguió desplegarse como vehículo de la nueva articulación social. Y la pérdida de este impulso, posibilitó una recomposición de las élites políticas locales que desplegaron una estrategia a medio plazo basada en la reprimarización de sus economías, mientras destinaban importantes recursos a la asistencia social hacia los desposeídos, a través de la cooptación de no pocos líderes y estructuras reivindicativas barriales.

A pesar de que las diferencias de EHk con estas sociedades son innegables, esto no quita para que puedan extraerse de esa experiencia histórica algunas premisas para los actuales tiempos. En cuanto a las diferencias, y atendiendo a la estructura social es evidente que en nuestra sociedad no existe una capa empobrecida similar ni en grado de necesidad ni en porcentaje poblacional. Pese a caminar claramente hacia una estructura social en la que los empobrecidos superen el tercio, cuesta creer que el grado de necesidad material llegue a asemejar a los niveles de mera supervivencia de las bidonville de las metrópolis americanas. No se puede afirmar lo mismo, en cuanto al proceso de empobrecimiento y desclasamiento que está afectando a la antigua clase obrera y media local.

Por el lado de la estrategia de reprimarización que ha conseguido levantar las economías de aquellos países, impulsando de nuevo actividades como la extracción de crudo u otras materias primas o el cultivo de nuevas demandas (como la generada por el biocombustible), apoyadas en las técnicas transgénicas, resulta evidente lo inviable de la receta para un pequeño país con una gran densidad poblacional y manifiestamente carente de yacimientos ya no explotados y de dimensiones suficientes como para impulsar cultivos extensivos capaces de incorporarse al ciclo de las nuevas demandas.

Todo ello coloca a nuestras élites locales ante el callejón sin salida de proseguir con apuestas como la atracción de un turismo cultural o el impulso de una industria auxiliar de alto contenido tecnológico, cuestiones ambas que chocan con una escasa demanda que mermará aún más con la inmediata obligada reducción de la movilidad y, por el lado de la producción industrial, con la condición periférica del tejido productivo vasco en la economía europea y global. Con todo y pese a ser conscientes del fracaso en el que se empecinan, desplegando el discurso de la regeneración social y el horizonte de una sostenibilidad basada en la eficiencia energética, las élites locales pretenderán la seducción del segmento empobrecido y desclasado con la promesa de la recuperación en ese horizonte del nivel adquisitivo previo y de sus derechos adquiridos, mientras que de cara al creciente segmento de los míseros, se tratará de gestionar su estadio de necesidad con una asistencia social invisibilizada y parca.

Sin embargo, el recurso a la reprimarización de algunas sociedades como única salida sistémica a la anterior crisis, esta vuelta a lo meramente básico y material, debería ser también un estímulo para que desde el plano emancipatorio encaminemos nuestros esfuerzos, tras una década de delirio hipertecnológico, a la construcción de una resistencia basada en la premisa de la gestión de la supervivencia y en la reconstrucción de los lazos comunitarios a través del propio proceso de lucha.

Así, proponemos la construcción de estructuras de lucha que basen su actividad en esta senda, con vocación de entroncar con las crecientes necesidades materiales de los míseros y con el proceso de decepción de los empobrecidos. Para ello es previo apartarse no sólo en lo político de cualquier ilusión en clave socialdemócrata, sino abstenerse de cultivar el terreno de la reclamación de los derechos y niveles de renta adquiridos, y centrarse con exclusividad en construir desde los márgenes experiencias de confrontación social y de recomposición comunitaria.

UNA PROPUESTA DE LÍNEA DE ACCION

Conscientes de que los niveles de carencia no serán tan severos como en otras latitudes, el crecimiento del segmento desposeído junto con la inaplazable necesidad de gestionar la supervivencia en el ámbito urbano en claves emancipatorias, empujan no obstante, a llevar a cabo nuevos tipos de colectivos que sepan combinar enseñanzas provenientes del ámbito local de la agroecología, los ensayos de redes provenientes de los entornos decrecentistas y a sacar mayor partido a las infraestructuras y formas comunitarias puestas en marcha por el espacio alternativo.

Así consideramos inaplazable el impulsar nuevas experiencias organizativas que (en clave de conflicto pero también resaltando un lado eminentemente práctico y por qué no, incluso nutricio), proyecten una actuación orientada hacia la creación de bastiones locales, donde se organice y remodele la supervivencia bajo claves comunitarias y de resistencia.

Articulando desde el espacio local urbano las redes necesarias para el abastecimiento material, basado éste en la materialización de canales de comunicación estables entre productores locales fuera de la lógica de la segunda revolución verde, y espacios comunitarios, espacios donde la distribución y consumo de los mismos sea tanto garantía de supervivencia de míseros y empobrecidos, como un aprendizaje colectivo de las destrezas necesarias para sobrevivir en un mundo cuya población ha de olvidar los modos y maneras parejos a este modelo de capitalismo en los que ha sido desposeído y domesticado.

La existencia de estos bastiones, que pueden comenzar su andadura sobre las infraestructuras de un espacio alternativo desnortado ante los nuevos tiempos que corren, y atraer en su composición militante a individuos integrantes de las tres sensibilidades desafectas al capitalismo (posiblemente en sus comienzos con mayor intensidad a oriundos de la alternativa y a la indignada), no debería desarrollar ni una labor asistencial mayormente enfocada hacia los míseros, ni quedarse en las fronteras de un club de empobrecidos ideologizados. De esto ya hemos tenido suficientes ejemplos en los últimos años, atendiendo a la extensión de las actividades de los Bancos de Alimentos o a la aparición de numerosos grupos de consumo ecológico.

La propuesta concreta trataría de poner en marcha en un primer momento comedores sociales en el espacio urbano, gratuitos o no, donde el suministro se consiguiera a través de las redes de producción local ecológica y cuya elaboración fuera comunitaria, tanto para posibilitar el aprendizaje de las destrezas de su transformación, como constituirse en un espacio de confluencia en clave de resistencia de los segmentos sociales necesitados, empobrecidos o ideologizados.

Pero ello debería simultanearse con la aparición en y desde esos mismos espacios, de grupos de choque y agitación que protagonicen actividades como la expropiación pública y colectiva de alimentos u otros bienes básicos o la acción directa contra instituciones del capitalismo. Grupos militantes más reducidos y decididos pero en íntima participación y presencia con los bastiones locales de supervivencia, que sepan desarrollar acciones decididas, pero fácilmente imitables y por lo tanto extensibles, y que amplíen el campo de lo posible mediante la trasgresión de lo políticamente correcto o lo legalmente no punible.

Esta actividad no trataría de generar un calco risible de los esquemas de actividad político militar, cambiando este último por un activismo de carácter público. Tampoco de actuar en clave de vanguardia militante de una base asistencialista. Se trataría, por el contrario, de dar cauces a la inaplazable necesaria de una práctica ofensiva anticapitalista que posea también el reverso de una labor constructiva y regenerativa, tanto en el plano comunitario como desde la consciencia de que su savia militante será mermada por una implacable y metódica represión.

Para concluir puede que la propuesta táctica que aquí esbozamos pueda ser solamente una de las que puedan resquebrajar el suelo que pisamos, pero la adecuación de nuestras prácticas a la realidad de una situación radicalmente distinta, exige la puesta en marcha de iniciativas enmarcadas en el momento de desmoronamiento económico en el que ya estamos inmersos.

Trascendiendo las prácticas y discursos reivindicativos que corresponden a los quince años de abundancia (1992-2007), teniendo en cuenta para ello las sensibilidades desafectas y generaciones militantes surgidas en este y anteriores periodos, y aspirando a trenzar las mismas en un nuevo horizonte de actividad emancipatoria.

A más de un lustro del final de sus «quince gloriosos», un nuevo esfuerzo creativo y reivindicativo exige, en Euskal Herriak a 2013, repensarnos en movimiento.

Juantxo Estebaranz

Más información:
http://argelaga.wordpress.com/
argelaga ARROBA riseup.net

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