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Anàlisi :: pobles i cultures vs poder i estats
La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo
10 gen 2014
Interesante texto para reflexionar, tanto socialistas estatistas como libertarixs.
(...)

El movimiento socialista hubiera podido oponer un dique a ese desarrollo, pero el hecho es que la mayoría de sus representantes se dejó arrastrar por el torbellino de este proceso, cuyas consecuencias destructoras se manifestaron en la catástrofe general de la cultura que hoy contemplamos. El movimiento socialista hubiera podido convertirse en el ejecutor testamentario del pensamiento liberal al ofrecer a éste una base positiva en la lucha contra el monopolio económico, con el afán de que la producción social llegase a satisfacer las necesidades de todos los hombres. Constituyendo así el complemente económico de las corrientes de ideas, políticas y sociales del liberalismo, se hubiera convertido en un elemento poderoso en la conciencia de los hombres, y en vehículo de una nueva cultura social en la vida de los pueblos. En efecto hombres como Godwin, Owen, Thompson, Proudhon, Pi i Margall, Pisacane, Bakunin, Guillaume, De Pape, Reclus y, más tarde, Kropotkin, Malatesta y otros más, concibieron el socialismo en este sentido. Sin embargo, la gran mayoría de socialistas, con increíble ceguera, combatieron estas ideas de libertad basadas en la concepción liberal de la sociedad, considerándolas meramente como derivado político de la llamada Escuela de Manchester.

De este modo se refrescó y fortaleció sistemáticamente la creencia en la omnipotencia del Estado, creencia que había recibido un golpe sensible con la aparición de las ideas liberales de los siglos XVIII y XIX. Es un hecho significativo que los representantes del socialismo autoritario, en la lucha contra el liberalismo, tomaran prestadas sus armas, a menudo, del arsenal del absolutismo, sin que este fenómeno haya sido ni tan sólo advertido por la mayoría de ellos. Muchos, y especialmente los representantes de la escuela alemana, la cual, más tarde, había de lograr una influencia predominantes sobre todo el movimiento socialista, eran discípulos de Hegel, Fichte y otros representantes de la idea absolutista del Estado; otros sufrieron una influencia tan poderosa de la tradición del jacobinismo francés, que sólo podían concebir la transición al socialismo bajo la forma de dictadura; otros más, creyeron en una teocracia social, o en una especie de “Napoleón socialista”, que habría de aportar la salud al mundo.

Sin embargo, la peor superstición fue la concepción de la “misión histórica del proletariado” que, según Marx, había del convertirse, fatalmente, en el “sepulturero de la burguesía”. La palabra clase no constituye, en el mejor de los casos, sino un concepto de clasificación social; concepto que puede no ser válido en determinadas circunstancia, pero que ni Marx, ni nadie, ha sido capaz, hasta hoy día, de trazar un límite fijo para ese concepto, dándole una definición exacta. Sucede con las clases lo que con las razas: nunca se sabe dónde termina una y dónde empieza la otra. Existen en el llamado proletariado tantas gradaciones sociales como las que existen en la burguesía o dentro de cualquier otra capa del pueblo. Pero el mayor error es atribuir a una clase determinada ciertas tareas históricas y convertirla en representante de ciertas corrientes ideológicas. Si se pudiese demostrar que los hombres nacidos y educados bajo ciertas condiciones económicas se distinguían esencialmente, en cuanto a su pensamiento y sus actos, de los demás grupos sociales, entonces ni siquiera será necesario ocuparnos de esto, ya que, frente a hechos evidentes, no cabe sino la resignación. Más ahí, precisamente, nos encontramos en el punto crucial. El pertenecer a una capa determinada de la sociedad no ofrece ni la menor garantía en cuanto al pensamiento y la actuación de los hombres. El mero hecho de que casi todos los grandes vanguardistas de la idea socialista hayan salido no del proletariado sino de las llamadas clases dominantes, debería darnos que pensar. Entre ellos se encuentran aristócratas, como Saint Simón, Bakunin y Kropotkin; oficiales del ejército, como Considerant, Pisacane y Lawroff; comerciantes, como Fourier; fabricantes, como Owen y Engels; sacerdotes, como Moslier y Lamenais; hombres de ciencia, como Wallace y Düring, así como intelectuales de todos los matices, tales como Blanc, Cabet, Godwin, Mars, Lassalle; Garrido, Pi y Margall, Hess y centenares más.

¡Que se consuelen los adeptos de la teoría de la “misión histórica del proletariado” con la idea de que el fascismo no es sino un movimiento de la clase media! Pero esa concepción no altera el hecho de que los casi catorce millones de votantes que en Alemania dieron su voto a favor de Hitler, salieron del proletariado. Precisamente en un país como Alemania en que la enseñanza marxista había encontrado tanta difusión, aquel hecho tiene doble importancia. Si es cierto que los representantes intelectuales del antiguo absolutismo, es decir, los Hobbes, Maquiavelo, Bossuet, etc., pertenecieron a las capas superiores, mientras que los representantes del absolutismo moderno, o sean los Mussolini, Stalin y Hitler, son extracciones de las capas más bajas, esa circunstancias nos demuestran precisamente que ni las ideas revolucionarias ni las reaccionarias se hallan ligadas a un determinado grupo social.

Los partidarios del determinismo económico y de la teoría de la “misión histórica del proletariado” afirman, cierto es, que, en su caso, no se trata de una concepción ordinaria, sino de la necesidad interna de un proceso natural, que se desarrolla independientemente de la volición humana; más es precisamente este punto el que necesita ser aprobado previamente. La concepción marxista mismo no es sino una especulación, una creencia, como cualquier otra, en que el deseo es el padre de la idea. La creencia es un desarrollo mecánico de todo acaecer histórico sobre la base de un proceso inevitable, que tiene su fundamento en la naturaleza de las cosas, es lo que más daño ha hecho al socialismo, pues destruye todas las premisas éticas, imprescindibles precisamente para la idea socialista. El absolutismo de la idea conduce, en ciertas circunstancias históricas, a un absolutismo de la acción. La historia más reciente ilustra ese hecho con los más impresionantes ejemplos.

(...)
Mira també:
http://es.theanarchistlibrary.org/library/rudolf-rocker-la-influencia-de-las-ideas-absolutistas-en-el-socialismo

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