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Notícies :: ecologia
Contra el mundo desarrollado [Argelaga]
02 gen 2014
Todo mi trabajo se dirige contra aquellos que están empeñados, a través de la estupidez o la planificación, en reventar el planeta o dejarlo inhabitable.
William Burroughs, en una entrevista, 1965.
Durante el año 2010 se celebraron en Cataluña y Extremadura varios encuentros enmarcados en la crítica «antiindustrial» o «antidesarrollista» que vinieron a sumarse a la ya desaparecida Acampada contra el Tren de Alta Velocidad del País Vasco, todo un referente en la península con dieciséis ediciones a sus espaldas. Hablo en concreto del Ciclo de pensamiento y lucha antiindustrial (enero-junio 2010, Can Masdeu, Barcelona), la Acampada de resistencias: encuentro antiindustrial en defensa del territorio (6-12 de julio, Fellines, Gerona) y las Jornadas en defensa de la tierra (20-22 de agosto, La Barajunda, Hervás-Cáceres).

De la confluencia entre diferentes sensibilidades y experiencias surgieron a su vez una segunda acampada (Acampada por la resistencia y la defensa del territorio, 1-4 de septiembre 2011, Fellines), un segundo ciclo (Ciclo antidesarrollista en defensa del territorio, 21 de abril-26 de mayo 2012, Barcelona) y, más o menos alrededor, revistas como Cul de sac (Alicante-Madrid), Raíces (Extremadura) y Argelaga (Barcelona). Claro que las experiencias más significativas hasta el momento en Cataluña llegaron en otoño de 2010, con la ocupación forestal contra la MAT (17 de octubre-24 marzo, Sant Hilari Sacalm, Gerona), y más recientemente, en verano de 2013, con la Acampada de resistencia activa en defensa del territorio, contra la MAT y el mundo que la necesita (23 de agosto-1 de septiembre, Fellines) y su prolongación con la ocupación del Mas Castelló, una masía afectada por el trazado de esta línea eléctrica de alto voltaje (1 de septiembre-16 de octubre).

Todo lo enumerado resulta esperanzador, pero que nadie se lleve a engaño. Hoy por hoy no constituye un «movimiento», ni un «meneíllo» siquiera. Que llegue a traducirse en una lucha real dependerá de cómo se jueguen las cartas, ni más ni menos, y aclararse las ideas es del todo imprescindible. Por ejemplo, el «por qué preferimos hablar de nocividades y no de defensa del territorio» de las Jornadas internacionales contra las nocividades (13-15 de diciembre 2013, Cataluña) no acaba de entenderse, pues es el territorio, el espacio donde ocurren las relaciones socio-culturales, es decir, tanto el núcleo habitado como el entorno donde la vida comunitaria transcurre, el que hemos de defender del avance y profundización de las nocividades,1 de las actuaciones territoriales y urbanas previamente planificadas desde y para el desarrollo del capitalismo. Hablar de lucha contra la nocividad y de defensa del territorio, por tanto, es lo mismo, no puede contraponerse en ningún caso. Por otro lado, no hay que confundir territorio con terruño («no en mi patio trasero») ni con nación; no debemos ceder a manipulaciones ciudadanistas o nacionalistas. Esto es algo que muchos compañeros del continente europeo tienen muy claro, pero sobre todo al otro lado del charco, con sus vivencias de resistencia campesina e indígena ante el despojo.

La crítica (el NO) antidesarrollista

Tales actividades ponen de relieve el creciente interés de una parte de quienes, frecuentemos o no los «movimientos sociales», vemos nuestra vida y nuestro día a día asediado por la especulación inmobiliaria, la depredación turística y la construcción de grandes proyectos, ya sean energéticos, de almacenaje, de incineración o de infraestructuras por las así llamadas luchas en defensa del territorio. Luchas, estas, alzadas contra el avance del ladrillo, el hormigón, la economía y la destrucción del medio ambiente. Claro que la oposición al modelo centrífugo de conurbaciones y suburbios inaugurado tras la II Guerra Mundial en los EE.UU., y extrapolado luego a todo el globo, no debiera concebirse separada de la crítica al mito liberal de «progreso ilimitado», a la modernización económica y cultural iniciada en la Europa del s. XVIII, a la nueva Iglesia universal –en el sentido de ligazón o grillete entre los seres humanos– que es hoy buena parte de la ciencia aplicada, a la ilusión de neutralidad de la técnica, a la ficción liberadora de la tecnología, al desastre ecológico y humano ya en marcha –si no consumado– y demás causas y efectos de la industrialización frenética. Más claro: si denunciamos las nocividades que asolan este mundo, de forma íntegra, hemos de oponernos también, desde la raíz, al entramado técnico, productivo, urbano, económico, cultural e ideológico que las genera; lo uno no se puede entender sin lo otro.

Quizá lo más importante a destacar aquí de esta perspectiva es que no viene a inaugurar otro frente de lucha específico: no al fascismo, no al racismo, no al patriarcado, no a la prisión, no a la contaminación, etc.; cuestiones que por supuesto se condenan y, la precedan o no, son parte inherente de la relación social capitalista. Tampoco es una nueva pose, discurso sectorial o ideología nacida de Mayo del 68 o la derrota del viejo movimiento obrero entre los años 70 y 80, sino que se trata, más bien, de la crítica radical de siempre pero teniendo en cuenta los dispositivos de dominación de hoy, que, desde luego, no son exactamente los de la época de Bakunin o Marx: el esclavo del trabajo de ayer lo es hoy además del consumo, de la hipoteca, del coche, del recibo de la luz, de las «redes sociales» de internautas, del psiquiatra, del cajero automático, del centro comercial...

En la llamada sociedad de consumo, de masas, no se producen tanto objetos como mercancías, manufacturas en las que el valor de cambio prevalece sobre el valor de uso, en las que la «necesidad» es un producto del producto. Es decir, en el mercado de bienes y servicios la demanda es una obra de la propia oferta capitalista. No se producen mercancías para satisfacer necesidades, sino que se crean necesidades que demandarán una determinada producción de mercancías, o expresado de una forma mucho más intuitiva: «las mercancías tienen sed, y nosotros con ellas» (Günther Anders, La obsolescencia del hombre, 1956).

Más lejos de las etiquetas que utilicemos para designar a esta crítica activa o resistencia, para entendernos, se trata de un anticapitalismo libertario actualizado. Es, por lo tanto, antieconómica y antiestatista, pues capital y Estado –inversión privada e inversión pública– son cada vez más la misma cosa, además de antiburocrática y antipolítica, en el sentido que se posiciona sin vacilaciones contra el parlamentarismo, contra la política de partidos,2 a favor de la autoorganización de los de abajo. Surge del conflicto en sentido histórico y permanece en él, sin dejar de cuestionarse nunca donde estamos. Emerge de las resistencias, no para abordar problemáticas sociales de forma aislada y entronizar a expertos académicos dentro de ellas –como es el caso de Serge Latouche en el seno del decrecentismo francés, o el de Carlos Taibo y Arcadi Oliveres en el del Estado español–, sino para conseguir conclusiones generales sobre el marco de las luchas y volcarlas de nuevo a la práctica, al combate. La oposición a la sociedad industrial (capitalista y tecnológica, fabril) o, lo que es igual, al desarrollismo (el triple movimiento de reestructuración, crecimiento y expansión metropolitana y económica a ultranza y a cualquier coste), no nace de la idealización de una edad de oro cualquiera. No anhela volver a otro tiempo: ni al Paleolítico superior, ni a la alta Edad Media, ni al más cercano del Estado del bienestar, ni tampoco se ofusca en establecer si un campesino del s. V disfrutaba de mayor libertad efectiva que un proletario del s. XIX, o este aún menos que un trabajador del sector servicios, «flexible». Lanza su mirada mucho más a la raíz y más lejos:

denuncia todas las esperanzas de liberación tecnológica (empezando por la informática) como un deus ex machina irreal, una mistificación que contribuye a aceptar las imposiciones del sistema. Critica igualmente la idea de que la industria sea algo neutral, una simple herramienta que sólo tiene que cambiar de manos para dejar de ser un instrumento de tortura y convertirse en algo liberador.

[…] los seres humanos de nuestra época son mucho más reacios que nunca a la idea misma de emancipación. La pérdida de saberes tradicionales, que se han visto sustituidos por sucedáneos en forma de mercancías o servicios, hace que la tarea de transformar la sociedad sea mucho más difícil […] La multiplicación de las crisis locales y del caos a gran escala refuerza, paradójicamente, la coherencia del sistema en su conjunto, que se nutre de la confusión y de la contradicción, de las que puede sacar nuevas fuerzas para extenderse y perfeccionarse y profundizar aún más la alienación del individuo y la destrucción del medio ambiente. Los que esperan que la sociedad industrial se hunda a su alrededor corren el riesgo de tener que sufrir su propio hundimiento, porque este hundimiento, que ya está casi consumado, no es el del «sistema tecnicista», sino de la conciencia humana y de las condiciones objetivas que la hacen posible.

[…] el sistema industrial está arrastrando consigo esa sensibilidad humana que podría juzgar malo lo existente. La auténtica catástrofe es ésa (Javier Rodríguez Hidalgo, «La crítica antiindustrial y su futuro», Ekintza Zuzena, nº 33, enero 2006).3

Luchas en defensa del territorio (contra las nocividades)

Es evidente que el urbanismo, la ciencia y técnica de la ordenación de las ciudades y del territorio, no es algo neutral. Si entendemos que «el urbanismo [o acondicionamiento del territorio] es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que salvaguarda el poder de clase», Como Guy Debord, siguiendo a Lewis Mumford, señaló en su momento (La sociedad del espectáculo, 1968), y que dicho poder de clase es salvaguardado por la tarea ininterrumpida y exponencial, el desarrollo, de modernos aparatos técnicos y necesidades articuladas industrialmente, de lo que aquí se trata, muy a grandes rasgos, es de problematizar la cuestión urbana y, con ella, la productiva, consumista, energética, alimentaria...

Se trata de relegar a un segundo plano los ismos y lanzar la mirada hacia nuestro entorno, el espacio en el cual se desarrolla nuestra cotidianidad, ya sea en la mal llamada ciudad (amasijo urbano, conurbación) o en el mal llamado campo (espacio suburbano, periférico). Reflexionemos pues, desde este entorno, preservándolo de su completa mercantilización mediante la lucha popular, la acción directa y el sabotaje, siempre que sea necesario, pero también desde la elección vital, acerca las relaciones de dominación existentes, en especial, la relación que el entramado científico-técnico establece sobre nosotros, la que la sociedad industrial establece con la Naturaleza y los propios límites que esta nos ofrece. Pensemos al margen de la lógica dominante y en su contra y abramos grietas en las que el ejercicio de la libertad vaya ganando terreno. Refundemos el ágora, las asambleas, el espacio público: un espacio entendido no como ámbito de gestión político-administrativa («participación») sino como fundamento del poder colectivo (autonomía, autoorganización), un espacio en el que se haga posible desear, proyectar y experimentar con «los otros», con «la gente», un espacio en el que frente a la mercantilización y la dictadura de la imagen, frente a la privacidad y la segregación de la vida moderna, surja y se replantee la cuestión colectiva.

Se trata de revitalizar saberes agrícolas tradicionales con tal de hacer frente al desastre energético, alimentario, ambiental, financiero, etc. en el que ya estamos inmersos. Procuremos, en la medida de unas necesidades reales, debatidas y consensuadas entre los individuos de una misma comunidad, en la plaza pública y entre iguales, un creciente control de los procesos de elaboración de alimentos y productos artesanos. Construyamos, desde abajo y desde fuera, formas de vida que posibiliten desligarnos de la enorme dependencia energética o de movilidad a la que el capitalismo global nos emplaza. Volvamos a lo local, a una economía de subsistencia y no de acumulación, a una economía en la que se anteponga el trueque al intercambio por dinero... Se trata, en suma, de reconstruir la habitabilidad sobre el territorio y reequilibrar la actividad humana con el medio natural que la acoge, lo cual, sin duda alguna, resultará imposible si nos separamos de las luchas contra las nocividades capitalistas, en defensa del territorio.

La sensibilidad «antidesarrollista», desmarcándose de las ideologías ciudadanista y obrerista, de toda ilusión parlamentaria, de todo reformismo, critica y trata de combatir las condiciones de vida bajo el capitalismo avanzado. Y del mismo modo que invita a sublevarnos en todos los ámbitos de la existencia, desde la alimentación a la militarización de la sociedad, pasando por la educación, la medicina, la doble explotación de la mujer, la sexualidad o la migración forzosa, considera de máximo interés paralizar y revertir la avalancha urbanizadora y la construcción de mega-infraestructuras que las promueven y la hacen posible, pues entiende que hay una relación muy directa entre el paisaje urbano y el paisaje humano. Es por ello que apunta a las luchas en defensa del territorio (contra la violencia urbanística –contra los desahucios, contra las redadas y deportaciones, contra ciertos planes urbanísticos, pero también por las cooperativas y grupos de consumo autogestionados, los huertos urbanos, las tiendas gratis, los piquetes de huelga barriales, los grupos de apoyo mutuo, los grupos de autoayuda terapéuticos o los espacios de crianza compartida–, contra el TAV, contra la MAT, contra los transgénicos, contra el fracking o por la Zona A Defender francesa) como el mejor lugar donde encontrarnos con el conflicto. En el que sus habitantes, desde luego con mayor atino e higiene mental que desde el identitarismo gregario que caracteriza a los guetos «radicales», podemos reconocer sin esfuerzo y por nosotros mismos un espacio copado de intereses colectivos.

En resumen: de lo que aquí se trata es de propiciar el encuentro, desde la heterogeneidad y la horizontalidad, para que una parte significativa de las poblaciones podamos llegar a reunirnos en agrupaciones intransigentes y peligrosas; contra el afán de lucro y acaudillamiento del Estado-capital, contra el mundo desarrollado y ¡contra aquellos que están empeñados en reventar el planeta o dejarlo inhabitable!

El sistema urbano-agro-industrial no se reforma (ni se humaniza, ni se autogestiona), se desurbaniza, se redimensiona a escala humana, se desmantela.

Joan, Barcelona, diciembre 2013.

[Una primera versión de este texto, aquí actualizado, se publicó en mayo de 2011 en el nº 10 del periódico anarquista En Veu Alta. El 4 de junio del mismo año se repartió como folleto en la Segunda jornada festiva contra la Alta Tensión en la Font Jordana de Agullent (Valle de Albaida, Valencia)].


Notas:

1. Recomiendo la lectura del “Mensaje dirigido a todos aquellos que no quieren administrar la nocividad sino suprimirla” (en Contra el despotismo de la velocidad, VV.AA, Virus, 1999) y del posfacio de Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los procesos de la alienación social [1968-1981] (Klinamen, 2005). Ambos textos pueden encontrarse en Internet.

2. Incluidas las candidaturas “alternativas” o de “unidad popular”. Nacidas al amparo de falsos movimientos sociales como las iniciativas asociativas (comercio “justo”, banca “ética”, microcréditos, empresas “solidarias” y/o “autogestionadas”), plataformas cívicas, economía “social”… y fruto a su vez del contorneo antiglobalización. Son varias en Cataluña las que disfrutan vaciando de sentido y llenando de otro electoralista la contienda en defensa del territorio, además de conceptos históricos –y evocadores– como municipio libre, comuna o concejo abierto. Muy de cerca le siguen sucedáneos al estilo de la Cooperativa Integral Catalana.

3. Esta cita reproduce una idea central de la Encyclopédie des Nuisances, que a su vez fue elaborada a partir de Anders. Soy consciente de que puede prestarse a equívocos, pues el desastre de la conciencia al que alude podría interpretarse en el sentido de la imposibilidad de la revolución, pero desde luego no es esa mi lectura. Como dice la editorial del primer número de Argelaga: “Partimos de la convicción de que la revolución social es necesaria y posible. Necesaria porque es la única salida que nos sugiere el sentido común en un mundo atrapado en un entramado tecno-político que lo hace cada día más inhabitable. Posible porque la dominación capitalista que somete la sociedad de masas a los imperativos de la economía global se asienta en un pedestal de barro”.

Contacto:
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argelaga ARROBA riseup.net

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Sindicat Terrassa