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Notícies :: corrupció i poder
A vueltas con el discurso independentista. ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática
19 set 2013

https://www.diagonalperiodico.net/blogs/fundaciondeloscomunes/revolucion

Video:
http://www.youtube.com/watch?v=2ORgQMwgnBk]
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Dos vecinos que no se soportan. Sufren desencuentros en su día a día, se infligen mutuamente inocentes maldades para hacerle al otro la vida un poco más difícil. Pero en la Diada de Catalunya de 2013 inopinadamente se encuentran: con el Mediterráneo al fondo, recelosos al principio, acaban por darse la mano ya que deben completar un tramo de la cadena humana. Las diferencias han quedado aparcadas para otro momento porque, como concluye una voz incorpórea, «tenim una cosa en comú: Catalunya».

El escritor Quim Monzó y el actor Juanjo Puigcorbé protagonizan así el vídeo que l'Assemblea Nacional Catalana (ANC) lanzó como convocatoria de la Via Catalana Cap a la Independència. Lejos de ser irrelevante, este spot sintetiza el imaginario puesto en marcha por la ANC que ha conducido al indiscutible éxito de la pasada Diada. No es una anécdota este relato entrañable, que tiene su clave en una filigrana perturbadora: los problemas que propone dejar a un lado, todo lo que tiene menos importancia que la «cosa en común», se reduce a minucias cotidianas de dos varones blancos de clase media citadina. En este territorio de ficción no existen conflictos de género, de origen cultural o étnico; no hay diferencias de clase. De hecho, ni siquiera parece haber problemas a propósito del territorio mismo que se dice tener en común.

El imaginario movilizado por la ANC higieniza la política en busca de superar las diferencias en el proyecto de construcción nacional. El conflicto fundamental, allí donde se encuentran todos los problemas, se proyecta hacia un afuera de «nuestra» comunidad. En este imaginario de «lo común» bajo el significante «Catalunya» no se perciben élites ni oligarquías, mucho menos corrupción de la política. No existen sujetos excluidos de la ciudadanía, ni racismo, ni xenofobia, ni centros de internamiento para extranjeros. Nadie parece haber sido desposeído de sus derechos; no hay desatención sanitaria ni desahucios, ni malnutrición infantil o represión de la protesta. Esta política higiénica es, en realidad, la representación de una Catalunya internamente despolitizada propugnada por las voces hegemónicas en el reclamo del «Estat independent». Parece casi una banalidad señalarlo. Pero incluso para algunas posiciones políticas que reconocen conflictos «internos» de Catalunya, estos parecen quedar aparcados o pospuestos para un segundo momento: la lucha que vendrá «después» de alcanzar la soberanía. Primero conseguir un Estado propio, del resto, «ja en parlarem». Cabe preguntar si acaso es posible diferenciar entre estos dos momentos del conflicto: ¿qué efectos políticos tiene el permitir que sea hegemónico el imaginario higienizado de una sociedad que en realidad se encuentra inevitablemente atravesada por las diferencias? Una sociedad donde la cotidianidad de las personas, lejos del relato costumbrista de roces entre vecinos compatriotas, se desliza hacia el deterioro vertiginoso de las condiciones de vida de la mayoría. ¿Qué resultados tiene situar el objetivo de la nación por delante de la vida real de las personas? ¿Se puede concebir una comunidad por fuera, antes o más allá de sus conflictos internos, de la manera como en su interior se administra incluso la violencia que unos sujetos ejercen contra otros? ¿Quiénes se pueden permitir aparcar o posponer sus conflictos o sus diferencias en favor de qué lugar común?

El discurso típico de los eslóganes de la ANC enfatiza ese común voluntarista: «No et perdis aquest moment històric», «hi ha molta feina per fer i ho hem de fer tots junts». Ese nítido discurso sobre la comunidad —identificada con la Nación— por encima de las diferencias y las contradicciones encierra una paradoja: parece dar por hecho el significado de la Independència. El imaginario hegemónico movilizado por la ANC encuentra otra de sus claves en el binomio dependencia/independencia. Cabe preguntarse: ¿de qué dependen quiénes? En Catalunya, tiene lugar en este momento una amalgama de la revolución «independentista» y la «revolución democrática» que nadie con madurez política puede pasar por alto. Pero nos parece importante preguntar si la asociación entre ambas no se está produciendo a costa de evitar discutir también el conflicto entre uno y otro tipo de revolución. No hay discusión posible acerca de la legitimidad democrática del reclamo de un territorio autodeterminado por la sociedad que lo habita. De ese suelo de reconocimiento democrático tenemos que partir. Pero también resulta imprescindible preguntar en este proceso: ¿cuáles son los problemas que conlleva asimilar la emancipación colectiva a la consecución de un Estado propio?

Parece que en la actual representación hegemónica del soberanismo en Catalunya la emocionalidad juega un papel importante a la hora de confundir el proceso –una revolución democrática hacia la independencia-- con su objetivo finalista: un Estado propio. ¿De qué poderes dependemos? ¿Qué y quiénes quebrantan la soberanía de esta sociedad? La respuesta no puede ser única; pero el acento puesto en unos u otros posibles tipos de respuesta, caracteriza las diferencias entre las concepciones de la revolución democrática que hoy estarían en juego. ¿Cómo deja un Estado de estar sometido al dictado de los mercados financieros, tal y como lo están los Estados que hoy conforman la Unión Europea? Pensar una independencia «catalana» en términos de democracia real, esto es, de reparto de la riqueza y de distribución efectiva del poder político, nos sitúa en una escala diferente de la visión finalista del Estado propio. Mirado con atención, el proceso histórico que ha hecho de la Troika europea el órgano de planificación y decisión sobre nuestras vidas nos obliga a pensar más allá de la propuesta soberanista hegemónica, para activar un nuevo tipo de soberanía del «pueblo catalán». Y del pueblo «griego». Y del «italiano». Y del «español».

La soberanía sólo puede pasar por la emancipación respecto del poder fundamental que hoy se ejerce sobre los sujetos que habitan el territorio histórico de Europa: la Unión Europea secuestrada por la dictadura financiera. Esa dictadura está tanto «afuera» como «adentro», también en el caso de Catalunya. De hecho, solo nos parece posible pensar la independència de Catalunya redefiniendo el concierto de los Estados europeos, lo que implica tanto España, como al conjunto de la UE. Sea cual sea la modalidad de Estado que se conformase –Estado catalán europeo, Estado catalán federado al resto de una España reconfigurada...– No sería nunca de por sí un Estado de pleno derecho, como no lo son siquiera ya los grandes Estados europeos. Los pequeños, hace tiempo que han devenido «dominios» de una UE raptada por las élites financieras.

Sea como sea, creemos importante no confundir el proceso con su determinación finalista. La cuestión que importa no es el futuro de un Estado catalán, sino cómo se está conformando el actual proceso soberanista. Durante el pasado 11 de septiembre, la Diada fue escenario de otras manifestaciones diferentes de la Via Catalana, como fue el caso de “Encerclem la Caixa» –Rodeemos la Caixa–. Pero resultaron casi invisibles frente a la representación hegemónica del soberanismo. Bajo el poder emocional y el poder político efectivo del imaginario higiénico, ¿se hace posible poner en dificultades reales a las élites enriquecidas por el desempoderamiento criminal y la desposesión violenta de la ciudadanía? ¿Se hace posible construir un proceso de emancipación inclusivo de quienes hoy son despojados hasta de su mera condición de ciudadanos?

¿Cómo hacer de la revolución democrática un proceso que no disimule frente a la debacle histórica que está provocando el poder financiero? ¿Qué tipo de alianzas políticas se han de establecer entre los fragmentos de una sociedad dividida, rota en favor de los intereses de las élites? ¿No es en solidaridad y alianza política con los sujetos desposeídos del resto de los territorios europeos —lo que incluye al resto de la península— donde invertir los esfuerzos de una revolución democrática? En una coyuntura histórica grave y urgente, ¿podemos seguir permitiéndonos que la Nación se sitúe en el centro, desplazando la multiplicidad de conflictos de la sociedad existente?

Rubén Martínez
Observatorio Metropolitano de Barcelona
Este texto parte de discusiones colectivas mantenidas en el espacio de la Fundación de los Comunes.

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Comentaris

Re: A vueltas con el discurso independentista. ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática
19 set 2013
Interesante artículo.
Mi respuesta a una de las cuestiones es que esto hay que planteárselo como el antifranquismo, que fue una apuesta interclasista por la soberanía "nacional" española. Se ganaron cosas, cierto, pero también se quedó instaurada como ideología hegemónica esa "reconciliación" falsa. ¿Tapó el antifranquismo la conflictividad social? Bien, el conflicto entre clases estaba presente en el conflicto entre pueblo y régimen, de la misma manera que la alta burguesía catalana y los poderes económicos no apoyan la independencia hoy en día (decir que La Caixa la apoya es no ver la realidad, otra cosa es que CiU haya adoptado ese discurso porque quiere mandar a toda costa).¿Valió la pena el antifranquismo? Sin duda algo sí. De la misma manera que puede valerla la independencia, pero debemos estar todos para que así sea. Se está tratando de crear algo nuevo, un país donde el poder sea más cercano y más controlable y donde se puedan hacer ciertas reformas sin estar siempre pensando en la espada de damocles de la constitución todopoderosa.
Re: A vueltas con el discurso independentista. ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática
19 set 2013
Difiero de tu análisis, pero en el fondo no vas desencaminado al comparar el período de la transición con éste. Tienen demasiadas similitudes y temo el mismo resultado.
Es cierto que la lucha antifranquista fue interclasista pero el resultado no. Me explico: ¿valió la pena para la burguesía catalana o vasca? Sí, sin duda. Pero ¿valió la pena para la clase trabajadora?, aquí surgen las dudas. Reforma laboral tras reforma laboral la clase trabajadora fue perdiendo terreno hasta llegar a la situación en la que estamos. Ya desde un principio se pudo comprobar el resultado del tutelaje de las "élites" en el proceso transitorio: reconversión industrial, pactos de la Moncloa... Y se impuso quien se impuso, sólo hace falta mirar a los "padres" de la constitución (nada interclasistas, por cierto). La "unidad" contra el franquismo se fue a pique en cuanto el proceso de cambio quedó resumido en un intercambio entre las élites antiguas y las nuevas.
Y después de 30 años quieren volver a repetir la jugada. Vuelven a reclamar "unidad", cuando en realidad están pidiendo delegación. Reinterpretando tus palabras:
¿Valdrá la pena la independencia? Sin duda alguna no.

Me quedo con el párrafo:

"¿Qué resultados tiene situar el objetivo de la nación por delante de la vida real de las personas? ¿Se puede concebir una comunidad por fuera, antes o más allá de sus conflictos internos, de la manera como en su interior se administra incluso la violencia que unos sujetos ejercen contra otros? ¿Quiénes se pueden permitir aparcar o posponer sus conflictos o sus diferencias en favor de qué lugar común?"

Antepongamos el cambio social a la creación de la nación y ésta será el resultado de nuestro trabajo y no el resultado de unos nuevos pactos entre élites.
Re: A vueltas con el discurso independentista. ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática
20 set 2013
Lo que en la lucha antifranquista significaria:


"¿Qué resultados tiene situar el objetivo de la democracia parlamentaria por delante de la vida real de las personas? " Esta contraposición es falaz, pues está claro que la soberanía afecta directamente la vida real de las personas.

Quien en la lucha contra el dictador no hubiera movido un dedo, que no lo mueva ahora.
Re: A vueltas con el discurso independentista. ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática
21 set 2013
Ya en la transición hubo organizaciones antifranquistas que no defendían la democracia parlamentaria como objetivo, la CNT es un ejemplo y su negación a firmar los pactos de la Moncloa su respuesta. El estado y su democracia parlamentaria ya se encargaron de frenar esta corriente crítica, como otras que surgieron en esa época.
Eran antifranquistas sin duda, pero también anticapitalistas y negaban la democracia parlamentaria por ser el instrumento del estado para mantener los privilegios de clase.

Hoy 30 y pico años más tarde hay que ser un ingenuo, o haber pasado los últimos cinco años aislado, para relacionar soberanía con democracia parlamentaria. Desde mi punto de vista tu reflexión está totalmente descontextualizada:
Si en la transición fue mayoritaria la aceptación de un determinado modelo político fue debido, en gran parte, a que se partía de una dictadura franquista y cualquier sistema iba a ser mejor. De ahí el tutelaje de las élites: se delegó, se dejó hacer y se aceptó el resultado. Y de aquellos polvos vienen estos lodos.

Si el modelo funcionara hoy no estaríamos como estamos. Ha fracasado, pero no sólo los pactos de esos años (constitución y monarquía incluida) sino el propio sistema democrático de partidos que no ha conseguido desarrollar un bienestar social, y que ahora lo poco conseguido se pierde a pasos agigantados.

El 15M ha servido para analizar nuestro sistema político y evidenciar su desvinculación de la soberanía popular...si es que no trabaja directamente en contra de esa soberanía.

Hay gente que está moviendo algo más que un dedo pero está claro que no en la dirección que a ti te gustaría. El trabajo de los movimientos sociales, reforzado por miembros del 15M, tales como la PAH, asambleas de paradxs, de interinos, preferentes... Aportan las experiencias conseguidas en las plazas y visibilizan las contradicciones internas (luchas de clases) dentro de la nación por la sencilla razón a que se aspira a superarlas. Y será el fruto de ese trabajo el que nos permita alcanzar esa soberanía de la que hablas.
Lo contrario sería volver a repetir los errores del pasado.
Y, bueno, si te engañan una vez la culpa es del otro, pero si te engañan dos veces...
Sindicato Sindicat