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Notícies :: globalització neoliberal
Las falacias de la globalización
16 jun 2013
Izquierdismo (Capital malo, Estado bueno) vs. Revolución (Capital malo, Estado malo).
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Cada vez está más extendida la imagen de que la globalización, con sucesivas desregulaciones, privatizaciones y liberalizaciones, ha acabado con el Estado y ha logrado así imponer una economía y unos mercados mundializados que tienen el control de todos los países. Nos encontraríamos, según esta idea, ante una dictadura mundial de los mercados financieros y de las empresas multinacionales comandada por una elite de banqueros internacionales. Esto habría dado lugar a una economía fuera de control en la que empresas y capitales imponen unilateralmente sus intereses al conjunto de la sociedad, y donde los Estados, tremendamente debilitados, sólo son un apéndice de dichos poderes económicos internacionales. La conclusión lógica que se deriva de todo esto es que el enemigo principal es la empresa transnacional y la banca al operar sin ningún control, lo que convierte al Estado en un aliado para, a través de la elaboración de leyes, meter en cintura a dichos poderes supranacionales.

Sin embargo, los hechos desmienten la imagen anterior y nos muestran una realidad bien distinta. En la actualidad el mayor poder económico es el Estado. Prueba de ello es que los Estados de capitalismo avanzado acaparan una media del 50% del PIB de sus respectivas economías. Así, el Estado español se apropia de un 44% del PIB, mientras que países como EE.UU. o los escandinavos se quedan con más del 70%. Además de esto el mayor empleador es el Estado como así lo demuestran los más de 3 millones de asalariados que tiene a su cargo el Estado español, lo que supone el 25% de la población activa, mientras que la empresa del capitalismo privado con mayor número de asalariados es El Corte Inglés con 120.000. Por otra parte el porcentaje del PIB que no domina el Estado está repartido entre miles de entidades financieras y empresariales de diferente tamaño, así como entre asalariados, lo que contrasta claramente con el 44% del Estado que cada año crece en torno al 1%, de manera que su poder no para de aumentar.

La economía, lejos de estar fuera de cualquier control está fuertemente regulada por la legislación del Estado, además de controlada y dirigida a través de su política fiscal. En el caso español existe una doble tributación, por un lado el IRPF y por otro las cotizaciones a la Seguridad Social, que constituye el grueso de los ingresos con los que el Estado financia sus instrumentos de dominación. Pero a ello hay que añadir los innumerables impuestos indirectos, como el IVA, las diferentes tasas y las sanciones económicas. Para extraer estos recursos el Estado cuenta con una inmensa burocracia que se encarga de supervisar el cumplimiento de la legislación fiscal, como ocurre, por ejemplo, con la Agencia Tributaria que dispone de un colosal cuerpo de inspectores distribuido por innumerables direcciones y subdirecciones generales.

Por otro lado el mercado está lejos de ser una realidad autorregulada y fuera de cualquier control al estar sometida a la supervisión, inspección y dirección de diferentes organismos estatales. En el caso español nos encontramos con la Comisión Nacional del Mercado de Valores que inspecciona y supervisa el mercado bursátil español. O la Comisión Nacional de la Competencia, creada por el franquismo en 1963, que controla todos los mercados en materia de fusiones, agrupaciones, cesiones de cartera, transformaciones, escisiones y otras operaciones entre empresas. Pero también está la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones que supervisa y controla todas las actividades de las aseguradoras, negocio que representa el 5,6% del PIB que, tras la aprobación del decreto ley 4/2013, pueden conceder créditos a empresas e invertir en fondos de capital de riesgo lo que ha significado la ampliación del sector financiero.

A nivel internacional la situación no varía mucho en la medida en que el mercado como tal no está fuera del control de los Estados, pues las transacciones comerciales y financieras que desarrolla el capitalismo privado dependen en lo esencial de las condiciones establecidas en los acuerdos alcanzados por los diferentes gobiernos. Frente a la imagen de una economía y unos mercados mundialmente integrados en los que bancos y transnacionales operan a su libre albedrío, sin restricciones de ningún tipo, los hechos demuestran una realidad bien distinta. Prueba de esto es que el comercio internacional en la actualidad es similar al que existía en 1910. Más aún, en 1900 las exportaciones constituían una media del 20,5% del PIB de las economías industriales,[1] lo que no se aleja mucho del 23,7% de media de los países de la OCDE en 2009.[2] Por otro lado hay que señalar que en 1991 el 81% de los capitales de inversión extranjera directa se situaron en países del norte como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Canadá.[3] La concentración de las inversiones en estos países y su progresiva disminución cuestiona la idea de una economía realmente globalizada y liberalizada. No hay más que comprobar que las exportaciones de EE.UU., Japón y UE representan el 12% ó menos del PIB.[4] Nos encontramos, entonces, con que las economías nacionales no están atravesadas por flujos transnacionales que las vinculen con una economía mundial integrada, lo que se debe fundamentalmente a la presencia de los Estados y sus respectivas legislaciones que impiden que las empresas multinacionales y los bancos operen tan libremente como se piensa. En el caso español es el Tesoro Público la institución que se encarga de elaborar y tramitar todas las disposiciones relativas a las entidades financieras y de crédito, a los mercados de valores, a los sistemas e instrumentos de pago, al régimen de sociedades cotizadas, y a los movimientos de capitales y transacciones económicas con el exterior. Esto explica que los mercados financieros, a pesar del alto grado de interconexión que han facilitado las tecnologías, estén tan integrados como lo estaban en 1900.[5]

Otro de los mitos que ha arraigado en el imaginario colectivo es el de las empresas multinacionales como entes globales que operan al margen y por encima de los Estados.[6] Sin embargo, el hecho de que estas empresas operen a través de las fronteras de distintos Estados no quiere decir que todos ellos tengan la misma importancia para las corporaciones, ni tampoco que carezcan de un centro de gravedad geográfico. Así pues, un estudio de las 100 más grandes corporaciones concluye que ninguna de ellas puede considerarse realmente global. Por el contrario acostumbran a estar más vinculadas a su lugar de origen donde desarrollan lo más importante de su actividad: gestión, investigación y desarrollo, ubicación de los principales activos, control, dirección, etc. Sirva como ejemplo que las multinacionales alemanas y japonesas desarrollan menos del 50% de sus actividades en el exterior. A esto hay que sumar que los Estados con un PIB elevado tienden a centrar su actividad económica dentro de sus fronteras, y con ello a producir bienes y servicios para su propio consumo. Más del 90% de la producción de las economías industrializadas está dirigida al mercado doméstico. De hecho los sectores económicos que apenas tienen relación con el comercio internacional son los que emplean a la mayor parte de la población. Todo esto demuestra que las empresas multinacionales son realmente empresas nacionales que operan a nivel internacional,[7] y que en última instancia constituyen una creación del Estado bien por medio de la privatización de empresas estatales, o bien con concesiones monopolistas. En España las principales empresas multinacionales fueron una creación del Estado a la sombra del cual crecieron, los casos más significativos son Ferrovial y el grupo ACS con las obras públicas de infraestructura, pero también El Corte Inglés o Inditex con contratos millonarios para vestir al ejército y a los cuerpos represivos. Pero también están las privatizaciones de Repsol, Telefónica y tantas otras empresas estatales que a día de hoy son multinacionales de gran envergadura.

Los hechos demuestran que la formación de empresas multinacionales sólo es posible con el apoyo de los gobiernos, gracias a los que consiguen una posición de privilegio con la que alcanzan una ventaja competitiva en el mercado interior y exterior. El Estado, para dotarse de la capacidad económica necesaria para el logro de sus intereses en la esfera internacional, favorece la creación de monopolios a nivel interno que posteriormente apoya directamente en su implantación en el exterior. Para esto último el Estado dispone de sus propias instituciones que en el caso español son el Instituto de Comercio Exterior y la Compañía Española de Financiación del Desarrollo, dependientes del Ministerio de Economía, cuya principal labor es facilitar la penetración de las empresas españolas en los mercados internacionales. Esto ha dado lugar a la formación de una estructura económica internacional en la que las presiones exteriores están determinadas por la esfera doméstica de cada Estado, y por tanto por sus propias capacidades económicas, al mismo tiempo que el efecto de dichas presiones varía en función de la fortaleza de las instituciones de cada país. En un contexto de rivalidad entre Estados las empresas multinacionales son un instrumento para la adquisición de recursos en el exterior, pero sobre todo para la proyección del poder del Estado allende sus fronteras.

También está muy extendida la idea de que el sector financiero está completamente globalizado, y que por tanto escapa a cualquier tipo de regulación y de control estatal. Nada de esto es cierto en la medida en que a día de hoy, a causa de la crisis, los principales bancos han sido nacionalizados y son propiedad estatal. Este es el caso de los principales bancos americanos, pero también de los alemanes y españoles. Asimismo, es relativamente frecuente la existencia de entidades de crédito estatales como ocurre en España con las cajas de ahorro, así como organismos autónomos que se ocupan de financiar y obtener participaciones en infinidad de empresas del capitalismo privado. Esto es lo que ocurre con el Instituto de Crédito Oficial, agencia financiera creada por el franquismo en 1971, que opera como banco estatal.

Asimismo, la percepción de que la banca es la que controla los Estados al prestarles dinero es engañosa. La principal fuente de ingresos son los impuestos, pues como ya apuntó en su momento Norbert Elias el Estado se caracteriza por detentar el monopolio de la tributación y el de la violencia, de forma que ninguno de ellos tiene preeminencia sobre el otro en la medida en que se sostienen mutuamente.[8] La banca se limita a unir el monopolio militar al monopolio fiscal. Su función es adelantar dinero al Estado en espera de la contribución que él mismo recauda, lo que le permite separar el ritmo de sus gastos del cobro de tributos y gastar adelantándose a sus ingresos. La necesidad del Estado de conseguir préstamos con rapidez se debe a que hace más fácil costear la acción bélica. De esta forma la rapidez en la consecución de préstamos permite al Estado movilizarse con mayor celeridad que sus enemigos en caso de guerra.[9] Nada de esto evita que a largo plazo el Estado requiera alguna forma de tributación con la que costear los crecientes gastos que implica el mantenimiento de una fuerza militar permanente. La importancia de la banca ha aumentado en la misma medida en que los medios para preparar y hacer la guerra se han encarecido, de forma que la deuda contraída por el Estado está contratada con entidades financieras que en ocasiones dependen en lo esencial de otros Estados. Esto demuestra que los bancos son, en definitiva, un instrumento de poder de los Estados para la consecución de sus intereses en la esfera internacional, y por tanto un mecanismo de control y dominación sobre otros países además de una herramienta para financiar sus gastos para la guerra.

El sector financiero, a diferencia de lo que habitualmente se cree, está sometido a un importante control estatal a través de los bancos centrales, entidades que tienen un estatuto difícil de establecer con precisión pero que juegan un papel estratégico. Entre sus principales funciones está el diseño de la política financiera del Estado, la emisión de dinero fiduciario y el desempeño de labores de inspección, dirección y control de las entidades de crédito que operan en su jurisdicción. Juntamente con esto realizan las operaciones de cambio de divisas, además de gestionar las reservas oficiales lo que les confiere un poder decisivo dentro del sistema financiero nacional e internacional. Todo esto desmiente la idea de que los bancos operan libremente por encima de los Estados.

Por otra parte las privatizaciones de servicios que con anterioridad estaban a cargo exclusivo del Estado se ha considerado una muestra de su debilitamiento, y a su vez uno de los rasgos definitorios de la globalización que pondría de manifiesto la integración de las economías y mercados nacionales en una realidad económica mundial dominada por multinacionales y bancos internacionales. Sin embargo, los hechos demuestran que las privatizaciones lejos de debilitar al Estado lo refuerzan en la medida en que obtiene ingresos de la venta de las empresas privatizadas, pero también los consigue de la actividad económica que desarrollan. Juntamente con esto las privatizaciones en determinadas áreas permiten al Estado deshacerse de una carga, pues es sabido que en muchos casos las empresas del capitalismo privado son más eficientes. Al mismo tiempo el Estado, a través de concesiones monopolísticas contribuye a crear grandes empresas que obtienen suculentos beneficios de los que el ente estatal extrae ingresos. Nada de esto significa que las empresas pasen a desempeñar funciones de gobierno, algo que permanece en manos del Estado al conservar su capacidad de imponer leyes y de asegurar su cumplimiento gracias al monopolio de la violencia. De este modo el Estado no sólo sirve al capital, sino que el capital sirve al Estado y, a su vez, el Estado se sirve del capital para el logro de sus fines.

La globalización plantea un debilitamiento del Estado en todos los sentidos, pero los hechos demuestran una realidad que contradice dicho discurso. Este supuesto adelgazamiento del Estado no se ve reflejado en un descenso, por ejemplo, del número de asalariados a su cargo. Prueba de esto es la innumerable cantidad de empresas, quizá más de 4.000, en las que la totalidad o la mayor parte de su capital es de titularidad del Estado español, ya sea a través de sus comunidades autónomas, ayuntamientos, diputaciones, etc. El capitalismo estatal no juega en absoluto un papel marginal en la economía, y prueba de ello es la existencia de la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), con presencia en sectores estratégicos como el militar o el de la información. Cuenta con una plantilla total de más de 80.000 trabajadores, y tiene participaciones directas minoritarias en 8 empresas e indirectas en más de 100 en sectores como el aeroespacial, las telecomunicaciones, la energía, etc. Tampoco son nada desdeñables las cuantiosas subvenciones que reciben multitud de empresas del capitalismo privado, lo que indirectamente las convierte en una herramienta del poder económico del Estado. Así pues, la idea de la existencia de unos poderes económicos y financieros de carácter transnacional que controlan los países queda claramente refutada por la irrebatible fuerza de los hechos.

Lejos de que la globalización sea un proceso verdaderamente mundial nos encontramos con que algunas partes del mundo han quedado excluidas: casi todo África, Sudamérica, Rusia, o todo Oriente Medio salvo Israel. Por tanto la globalización es un proceso limitado al hemisferio norte, y más concretamente a las economías centrales del capitalismo avanzado en las que se desarrolla la mayor parte de las inversiones exteriores directas, el comercio y los flujos de capitales. Un mundo realmente globalizado, y por ello integrado, significaría que los mercados y los poderes económicos en general desempeñan las funciones de gobierno, algo que no ocurre. Por su parte las organizaciones supranacionales sólo son fruto de la política de los Estados y no de los mercados. Son los gobiernos los que han dado origen a instituciones como el FMI, el BM, la UE, la OCDE, la OMC, etc. La cesión de parcelas de soberanía a algunas de estas organizaciones únicamente significa un modo diferente que tienen los Estados de participar en procesos decisorios en los que de otra manera no podrían intervenir. En última instancia estas organizaciones responden en su funcionamiento interno a los acuerdos y reglas fijadas por los propios Estados miembros, por lo que en ningún caso nos encontramos ante instituciones que desempeñen la función de un gobierno. Más bien reproducen la relación de fuerzas que existe en el sistema internacional de Estados, por lo que sus reglas y sus decisiones obedecen en su mayor parte a los intereses de la potencia o potencias dominantes.

La globalización no es tan global como se cree. Lejos de ser una realidad que abarca al conjunto del planeta es más bien un proyecto político occidental, y más concretamente la expresión de voluntad de poder del imperialismo estadounidense. La globalización resulta ser, entonces, una vía alternativa al uso de la fuerza militar para el logro de las ambiciones imperiales de aquella potencia a través de la penetración económica, financiera, empresarial, diplomática y cultural. No existen unos mercados y unas economías mundialmente integradas si no es de una manera parcial y limitada en algunas regiones del planeta, de forma que los poderes económicos no han llegado a desempeñar funciones de gobierno que todavía monopolizan los Estados. Los controles y regulaciones estatales son la regla general en la economía internacional lo que impide la formación de un mercado y una economía mundial. Tampoco puede hablarse de empresas transnacionales o globales despojadas de vínculos territoriales, capaces de operar por encima de los Estados, sino más bien de entidades nacionales con proyección internacional al servicio de los Estados que las generan y apoyan para extender su poder más allá de sus fronteras. No estamos ante una dictadura mundial de los poderes económicos y financieros cuando estos son sostenidos por los Estados de los cuales dependen. Lejos de desaparecer los Estados tienen mayor capacidad de control e intervención sobre la economía como nunca antes la han tenido, lo que muestra claramente que su papel sigue siendo decisivo en el sostenimiento del capitalismo y en la promoción del imperialismo en todas sus formas. Todo ello corrobora que no hay capitalismo sin Estado, lo que hace de esta institución el enemigo número uno de los pueblos pues sin su destrucción no podrá construirse un mundo y un futuro diferentes.


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[1] Wade, Robert, “Globalization and its Limits: Reports of the Death of the National Economy are Grossly Exaggerated” en Suzanne Berger y Ronald Dore (eds.), National Diversity and Global Capitalism, Nueva York, Cornell University Press, 1996, p. 62

[2] http://www.oecd-ilibrary.org/sites/factbook-2011-en/04/01/01/index.html? Consultado el 28 de mayo de 2013

[3] Weiss, Linda, The Myth of the Powerless State: Governing the Economy in a Global Era, Cambridge, Polity Press, 1998, p. 186

[4] Ibídem, p. 176

[5] Waltz, Kenneth, “Globalization and American Power” en The National Interest, primavera 2000, p. 48

[6] A finales de los años 60 Charles Kindleberger fue el primero en hablar de corporaciones globales al margen de lealtades políticas a Estados debido a su creciente movilidad. Pero en aquel momento sus observaciones no eran más que un reflejo de la inquietud que generaba en los europeos la expansión de las multinacionales estadounidenses. Kindleberger, Charles, American Business Abroad, New Haven, Yale University Press, 1969, pp. 207- 208, 182. Otros autores destacan más recientemente, y en una línea similar a la planteada por Kindleberger, la desaparición de las fronteras y consecuentemente de los Estados nación por influjo de la acción de las transnacionales globales y de la economía mundializada. Ohmae, Kenichi, El Mundo sin fronteras: poder y estrategia en la economía entrelazada, Madrid, McGraw Hill, 1991. Ohmae, Kenichi, The end of the nation state: the rise of regional economics, Nueva York, The Free Press, 1995. En un sentido crítico aunque con el mismo planteamiento de fondo está Martín, Hans-Peter y Harald Schumann, La trampa de la globalización, Madrid, Taurus, 1998

[7] Hu, Yao-Su, “Global or Stateless Corporations are National Firms with International Operations” en California Management Review, invierno 1992, pp. 107-126

[8] Elias, Norbert, Power and civility. The Civilizing Process, Nueva York, Pantheon, 1982, vol. 2, p. 104

[9] Tilly, Charles, Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990, Madrid, Alianza, 1992, pp. 134-135
Mira també:
http://www.portaloaca.com/articulos/anticapitalismo/7526-las-falacias-de-la-globalizacion.html

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Comentaris

Re: Las falacias de la globalización
16 jun 2013
El "olvido" de que el Estado es el problema político, económico y social principal de nuestra sociedad lleva a un segundo "olvido", el de la noción y práctica de la revolución. El Estado es muchísimo más que una palabra de seis letras. Es el ejército, la policía, el aparato carcelario, los 16 ministerios, el fisco, el sistema de adoctrinamiento y el capitalismo estatal. Es, por tanto, una minoría organizada y armada para dominar y expoliar a la gran mayoría. El Estado parlamentarista no es mejor sólo un poquito diferente al Estado fascista. En todas sus formas es la negación de la libertad. Poner fin a su existencia creando un orden político autogobernada por medio de asambleas populares soberanas es la gran tarea de recuperación de la libertad. La critica de quienes hacen del Estado el remedio a todos los males, el PCE-IU por ejemplo, incluido el remedio al capitalismo, debe hacerse mostrando que no hay capitalismo sin Estado y que el Estado es el primer sostén del capital. Decisiva es la noción de revolución: contra el Estado hasta su total destrucción, por la libertad, contra el capital.

http://madrid.cnt.es/otono-libertario-2012/estudio-del-estado-combate-al/
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