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Crítica a la idea del consens com a necessari (Fotopoulos, Biehl i Bookchin)
11 abr 2013
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Takis Fotopoulos:

Un tema que s'ha tractat recentment, especialment dins de l'Esquerra llibertària, internacional i a
Grècia, i que es repeteix en particular durant les ocupacions i activitats similars, és si les decisions democràtiques han de ser preses per majoria, tal i com sempre ha estat el principi democràtic, o per unanimitat. L'argument del consens està basat en una malentesa noció de llibertat, que de fet es basa en la concepció liberal de llibertat, on l'autonomia i la llibertat individual és (suposadament)
glorificada a expenses de l'autonomia i la llibertat col·lectiva. Tanmateix, la llibertat i l'autonomia individual no es pot separar de la llibertat i l'autonomia col·lectiva i aquesta última és impossible tant sols si una sola persona pot fer que una decisió presa per desenes si no centenars o milers d'altres ciutadans no sigui factible. En aquest sentit, el principi d'unanimitat que molts llibertaris implementen en reunions públiques és destructiu i mostra com un dels principis fundadors originals de l'anarquisme (el liberal) ha esdevingut profundament dominant en la globalització neoliberal i l'hegemonia postmoderna per sobre del principi fundador bessó (el socialista) en la síntesi original del socialisme llibertari. A sobre, el principi d'unanimitat va ser utilitzat en el moviment anarquista clàssic només en el context de “grups d'afinitat”, és a dir relacionat amb grups anarquistes petits i mai, que jo sàpiga, com un procés de presa de decisions a les assemblees de ciutadans o de treballadors. A més a més, apart de les objeccions polítiques i filosòfiques al principi d'unanimitat, a la pràctica aquest principi implica la paràlisi de qualsevol funció de presa de decisions i la conversió de la democràcia en un procés, en comptes d'una política (és a dir una forma de règim).

Alternativament, tal i com l'últim pensador anarquista important (Bookchin -que finalment es va veure obligat a trencar amb el que es fa passar per anarquisme avui en dia-) ha declarat
energèticament, el procés de presa de decisions per unanimitat condueix a la presa de decisions entre bastidors (ell va viure una experiència d'aquest tipus) on les decisions es prenen per endavant, abans de la reunió, de manera que es pugui aconseguir la façana d'unanimitat a les reunions. Finalment, l'argument d'alguns llibertaris que el principi d'unanimitat dóna poder a les minories per continuar la
seva lluita fins que s'aconsegueixi el consens també és infundat perquè la democràcia també permet a les minories tornar a introduir a l'agenda qualsevol tema que vulguin per tal de continuar el debat i la votació. En resum, el principi d'unanimitat és un principi profundament antidemocràtic i no és coincidència que molts dels seus partidaris llibertaris rebutgin la noció mateixa de democràcia i el concepte connex de Política i acabin amb un tipus d'anarquisme d'estil de vida on l'acció directa és una finalitat en si mateixa, en lloc de la necessitat d'un projecte polític universalista com a condició
necessària per reemplaçar el sistema actual i el projecte universalista (el liberalisme) al qual aquest dóna suport.


Janet Biehl i Murray Bookchin:
(Municipalismo Libertario: las políticas de la ecologia social, Janet Biehl y Murray Bookchin,
Virus Editorial)

Muchas personas alternativas, especialmente las de orientación libertaria, rechazan el gobierno de la
mayoría como principio para la toma de decisiones, porque después de que se haya tomado una decisión, el punto de vista de la mayoría se convierte en la política establecidada para la totalidad de la comunidad, y por esa razón adquiere en algún grado fuerza de ley. Puesto que la totalidad de la
comunidad debe acatar la decisión, alegan, lejos de las preferencias individuales, el gobierno de la mayoría es coercitivo y, por lo tanto, incompatible con la libertad individual. Según esta perspectiva, tal y como afirma el historiador Peter Marshall, “la mayoría no tiene más derecho a
mandar a la minoría, incluso a una minoría de uno, que la minoría a la mayoría”.

La forma de tomar decisiones mas corrientemente propuesta como alternativa es el proceso de
consenso que, a diferencia del gobierno de la mayoría, preserva supuestamente la autonomía
personal. En un proceso de consenso no se toma ninguna decisión final hasta que todos los
miembros de la comunidad están de acuerdo. Incluso un solo disidente puede obstruir la aprobación.
Esta obstrucción es positiva, creen estos libertarios; si la voluntad del disidente difiere del punto de vista de la mayoría, esta persona tiene el derecho incondicional de vetar una decisión.

La toma de decisiones por consenso tiene sus ventajas, y es posible que sea apropiada para grupos pequeños de personas que se conocen mucho. Pero cuando intentan tomar decisiones por consenso
grupos mayores y heterogéneos, aparecen con frecuencia serios problemas. Dando prioridad a la
voluntad del individuo, el proceso permite a pequeñas minorías, incluso a una minoría de uno,
frustrar decisiones que son apoyadas por la mayoría de la comunidad.

Y la voluntad de las personas difiere: no todos los miembros de la comunidad estarán de acuerdo
con cada una de las decisiones, ni deberían estarlo. El conflicto es inherente a la política, una condición sine qua non, una premisa imprescindible de su existencia, y (afortunadamente) siempre hay disidentes. Algunos individuos siempre sentirán que una decisión particular no es beneficiosa para sus intereses o para el bien público. Pero las comunidades que se gobiernan a sí mismas por un proceso de consenso llegan muchas veces a él manipulando a los disidentes hacia posiciones mayoritarias, o incluso coacionándolos privadamente mediante presión psicológica o amenazas veladas. Este tipo de coacción puede que no se produzca en público; puede, y con frecuencia sucede así, pasar fuera del lugar del escrutinio de la asamblea. Pero no por ello sería menos coactiva, y sería más perniciosa.

Cuando el asunto en cuestión pasa a votación, los disidentes coaccionados o manipulados tienden a
sumarse a la opinión pública en favor de la medida, quizá para evitar ofender a la mayoría, a pesar de su total oposición. En este caso, su auténtica disidencia dejara de ser una cuestión sometida a la opinión pública, un esfuerzo respetado aunque fallido. Es más, su disidencia será borrada como si ni hubiera existido nunca, en detrimento del desarrollo político del grupo.
Otra alternativa es que, si los disidentes no pueden ser presionados para cambiar su voto, sí pueden ser presionados con éxito para que no voten. Es decir, pueden “escoger” retirarse del proceso de toma de decisión en ese tema determinado, “quedarse al margen” en el vocabulario del procedimiento de consenso. Pero esta elección, de hecho, anula al disidente como ser político. Resuelve el problema de la disidencia esencialmente quitando al disidente de la esfera política y eliminando el punto de vista del disidente del fórum de ideas.

Empeñándose en el acuerdo unánime, el consenso o bien intensifica el conflicto hasta el punto de
fracturar la comunidad o bien silencia completamente a los disidentes. Más que respetar a las minorías, las enmudece. Una forma mucho más honorable y saludable moralmente de manejar la
disidencia es permitir a los disidentes votar abiertamente, de forma visible, de acuerdo con lo que creen, con la esperanza de alterar la decisión en el futuro, y favoreciendo potencialmente el
desarrollo político de la comunidad.

En una comunidad donde las decisiones se toman por mayoría, la minoría tiene que conformarse,
claro está, con la decisión de la mayoría para que la vida social no se desintegre en una cacofonía de individuos díscolos. Pero la minoría conserva la libertad crucial de intentar derrotar la decisión. Es libre de expresar abierta y persistentemente, de forma ordenada, sus discrepancias razonadas a los otros miembros de la comunidad, intentado convencerlos para que reconsideren su decisión. Con la disidencia, incluso apasionada, la minoría mantiene vivo un asunto concreto, y prepara el terreno para cambiar un a mala decisión y convertirse en mayoría por derecho propio, haciendo avanzar la conciencia política de la comunidad.

Los disidentes existirán y deben existir siempre en una sociedad libre, si no quiere hundirse en el
estancamiento; la cuestión aquí es si tendrán la libertad de expresar su disidencia. La toma de
decisiones democrática, por decisión de la mayoría, asegura a los disidentes esta libertad, quedando patente su disidencia en los documentos de la comunidad como testimonio público de su posición.

*Algunos procesos de consenso no requieren unanimidad -quizá un acuerdo del 80%- para tomar
una decisión. Pero muchos de los problemas aquí apuntados se siguen dando. Todavía es dudoso,
por ejemplo, que el 21% de los votantes pueda obstruir el punto de vista de la mayoría de forma
rutinaria. En muchos casos esto ha significado que no se ha tomado ninguna decisión porque no se
ha podido alcanzar el consenso.

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Sindicat Terrassa