LA DECADENCIA DEL ESTATISMO SOCIALISTA
Una parte fundamental de la actual crisis multidimensional, al menos en lo que respecta a su dimensión política, hace referencia a la decadencia del estatismo socialista que, después de su victoria en el siglo XIX sobre el socialismo libertario (producto de la tradición autónoma/democrática), se consideró como la manifestación material del propio movimiento socialista. La opinión acerca del movimiento socialista que devino dominante a raíz de la Ilustración, fue que éste constituía la condición previa para emplear nuestro conocimiento sobre la naturaleza y la sociedad con el fin de modelar el entorno natural y el curso de la evolución social. Esta perspectiva implicaba que el progreso tomaba un rumbo lineal (o dialéctico) hacia el futuro. La política podría basarse en la ciencia, en un conocimiento cierto, independientemente de cualquier actividad colectiva, creativa o auto-instituyente por parte de los individuos sociales. La perspectiva socialista estatista prosperó en particular durante el cuarto de siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la gran expansión geográfica de la economía de crecimiento socialista en Europa del Este y la llegada al poder de los partidos socialdemócratas en Europa Occidental.
El estatismo socialista, en sus dos formas históricas principales, es decir, el “socialismo real” en Oriente y la socialdemocracia en Occidente, ha dominado la izquierda en los últimos 100 años aproximadamente. Sin embargo, a pesar de las importantes diferencias entre la perspectiva socialdemócrata, que conllevaba la conquista del Estado burgués con el fin de reformarlo, y la perspectiva marxista-leninista, que implicaba la abolición del Estado burgués y su reconstitución en un Estado proletario, ambas visiones comportaban una forma de lograr el cambio social radical que implica la concentración de poder económico y político. Incluso el Estado proletario o “mini-Estado” de Lenin [1], que con el tiempo desaparecería, comporta un importante grado de concentración de poder en manos del proletariado que podría degenerar fácilmente, como predijo Bakunin [2], en una enorme concentración de poder en manos de una élite de ex-trabajadores (vanguardia).
Hoy en día, la perspectiva socialista estatista parece ciertamente demolida por los golpes concentrados de la Nueva Derecha y la izquierda “civil-societaria” así como los de los nuevos movimientos sociales. La propia tradición socialista estatista se encuentra también en una profunda crisis, como indican los dos principales acontecimientos de los últimos quince años: el eclipse del socialismo real en Oriente y el desmoronamiento paralelo de la socialdemocracia en Occidente. La crisis del estatismo socialista es, por supuesto, comprensible, teniendo en cuenta que numerosos partidos socialistas estatistas lograron su objetivo de conquistar el poder del Estado. Así, los movimientos socialdemócratas en el Primer Mundo, los movimientos comunistas en el Segundo Mundo y diversos movimientos de liberación nacional supuestamente socialistas en el Tercer Mundo, llegaron al poder y todos ellos fracasaron a la hora de cambiar el mundo, al menos según sus proclamadas declaraciones y expectativas. De hecho, incluso las propias superestructuras que estos movimientos erigieron en el periodo de la posguerra, que dieron la impresión de algún cambio, o bien han sido derribadas (socialismo real en Oriente) o están en proceso de demolición (socialdemocracia en Occidente). Por lo tanto, el fracaso del estatismo socialista hace referencia tanto a la forma que tomó en Oriente, asociada en la teoría con el marxismo y en la práctica con el centralismo de Estado, como a la socialdemocracia occidental, es decir, el estatismo que se asocia en la teoría con el keynesianismo y en la práctica con el Estado del bienestar y la economía mixta.
En mi opinión, como traté de mostrar en Hacia una democracia inclusiva [3], la razón fundamental del fracaso histórico del estatismo socialista en sus dos versiones radica en su intento de combinar dos elementos incompatibles: el elemento del “crecimiento”, que expresaba la lógica de la economía de mercado, y el elemento de la justicia social, que expresaba la ética socialista. Esto se debe a que mientras el elemento del crecimiento, como parte de una economía de crecimiento, implica la concentración de poder económico (ya sea como consecuencia del funcionamiento del mecanismo de mercado o como un elemento inherente a la planificación central), el elemento de justicia social está intrínsecamente vinculado a la dispersión del poder económico y a la igualdad. Así, el estatismo socialista, en su empeño por hacer accesibles los beneficios del crecimiento a todo el mundo y dar un significado universal al Progreso – que se identificó con el crecimiento- intentó crear una economía de crecimiento socialista, sin tener en cuenta la interdependencia fundamental entre el crecimiento y la concentración de poder económico. Además, el intento de combinar el elemento del crecimiento con el elemento de la justicia social creó una incompatibilidad fundamental entre medios y fines. Por consiguiente, mientras que la economía de crecimiento capitalista fue la consecuencia inevitable de la economía de mercado y, por lo tanto, los medios (economía de mercado) y el fin (economía de crecimiento) eran perfectamente compatibles, en el caso del estatismo socialista el fin (economía de crecimiento) no era compatible con los medios (estatismo socialdemócrata/planificación central). De hecho, a mayor grado de estatismo (como en el caso de la planificación central) mayor incompatibilidad entre medios y fines, contribuyendo aún más al fracaso del sistema.
CAUSAS DEL DESMORONAMIENTO DEL “SOCIALISMO REAL”
Para interpretar adecuadamente la decadencia del estatismo socialista [4], en lo que respecta al “socialismo real”, es necesario esbozar las causas de su fracaso económico. Fue precisamente el fracaso económico del sistema lo que, por un lado, condujo al espectacular giro de 180º de la burocracia soviética, expresado por la Perestroika de Gorbachov y, por el otro, funcionó como catalizador del desmoronamiento del “socialismo real” en los países satélites. El fracaso económico se manifestó por una desaceleración notable en el desarrollo de las fuerzas productivas que condujo, finalmente, al estancamiento. De forma indicativa, la tasa de crecimiento de la producción industrial en la URSS se redujo de un promedio del 7% en la década de 1960 a 4% en la década de 1970 y al 2% en la década de 1980 [5]. Asimismo, la tasa media de crecimiento del PIB se redujo de un 7% en la década de 1960 a cerca del 5% en la década de 1970 y a apenas el 2% en la década de 1980 [6]. Al mismo tiempo, sobrevino un grave déficit de bienes de consumo y se intensificaron los fenómenos de atraso tecnológico y de baja calidad de la producción.
El fracaso económico del “socialismo real” puede atribuirse a la incompatibilidad fundamental entre las necesidades de la economía de crecimiento y el funcionamiento de una economía de planificación centralizada. Mientras que en una economía de mercado las fuerzas del mercado son relativamente libres de garantizar el grado de concentración que es necesario para el crecimiento, en una economía planificada las intervenciones distorsionadoras de burócratas y tecnócratas en el proceso de crecimiento, con el objetivo de combinar de forma contradictoria el crecimiento y la justicia social (por ejemplo, bajo la forma de “desempleo encubierto”), conducen inevitablemente a la ineficiencia económica. Asimismo, en un sistema económico organizado de forma burocrática, fue prácticamente imposible introducir nuevas tecnologías y productos, especialmente en el sector de los bienes de consumo, en el cual un sistema descentralizado de información es una necesidad.
Es más, el hecho de que tanto la economía de crecimiento capitalista como el estatismo socialista compartieran el mismo objetivo, a saber, el crecimiento económico, significaba que los mismos principios desempeñaban un papel decisivo en la organización de la producción y en la vida económica y social en general, aindependientementede que el motivo de la producción fuera el beneficio privado o algún tipo de beneficio “colectivo”. Esto se hace evidente porque los principios de eficiencia económica y competitividad caracterizaron no sólo la socialdemocracia en Occidente sino también el SR en Oriente. Se puede argumentar, por tanto, que desde el momento en que ambas versiones del estatismo socialista demostraron que, en última instancia, se basaban en los mismos principios fundamentales que la economía de mercado y que ello estaba conduciendo, inevitablemente, a la reproducción de estructuras jerárquicas similares, la cuenta atrás que conduciría al desmoronamiento del propio estatismo socialista y de las ideologías en las que éste se asentaba (Marxismo/Keynesianismo), había empezado. Esto se debió tanto a factores objetivos como subjetivos.
Los factores objetivos, como ya se mencionó, se refieren al hecho de que la búsqueda de la eficiencia y la competitividad, que el objetivo del crecimiento implica, contradice fundamentalmente las aspiraciones socialistas. Es evidente que los criterios de justicia social, en los que se basan las aspiraciones socialistas, son mucho más amplios que los restringidos criterios económicos que definen la eficiencia económica y la competitividad y, como tales, son incompatibles con ellos. El fracaso económico de los países del SR (en particular en cuanto a su baja productividad), en los que el propio sistema se basó en la ideología socialista, podría explicarse sobre la base de esta contradicción fundamental entre eficiencia y ética socialista. Por ejemplo, los dos logros principales de los países del SR (ambos revertidos con consecuencias dramáticas después de la reintegración de estos países en la economía de mercado internacionalizada), [7] es decir, la eliminación del miedo al desempleo y la consecución de un grado menor de desigualdad en la distribución de los ingresos que en los países occidentales (en el mismo nivel de desarrollo), [8] contribuyeron inevitablemente a la “ineficiencia”. El primero, porque el pleno empleo se logró a través de la creación de lo que los economistas occidentales denominan “desempleo encubierto” y, el segundo, porque, según los mismos economistas, una mayor igualdad es incompatible con la creación de incentivos para el ahorro y el trabajo.
Los factores subjetivos se refieren a la correspondiente contradicción entre la ideología socialista y la realidad del “socialismo real”, que condujo a la comprensión generalizada del fracaso del sistema para dar lugar a un nuevo modelo de vida social que superara los principios que caracterizan el sistema de la economía de mercado. La crisis económica del SR, junto con la organización burocrática de la vida social por parte de este sistema, han sido los factores esenciales que condujeron a la crisis de credibilidad del proyecto socialista en su forma estatista. Puesto que el crecimiento era el objetivo tanto de un país del SR como de uno organizado como una economía de mercado, para el ciudadano medio era obviamente una apuesta mejor elegir lo “auténtico”, que podría “distribuir” mejor (aunque de manera desigual) los bienes de consumo prometidos, antes que seguir apoyando un sistema que no sólo estaba fracasando en sus promesas socialistas sino que además era una mala imitación de la economía de mercado.
De hecho, la ausencia de democracia política y democracia en el trabajo fue, según una importante interpretación del desmoronamiento del “socialismo real”,[9]la causa fundamental de la ineficiencia del sistema. Esta falta de participación de los trabajadores en el proceso de toma de decisiones condujo, inevitablemente, a la alienación de los productores directos, en particular, dada la ausencia total de incentivos laborales.
Por lo tanto, los incentivos ideológicos socialistas, utilizados principalmente por Stalin y Mao en su esfuerzo por compensar la ausencia de incentivos económicos, estaban condenados al fracaso en un sistema caracterizado por la contradicción fundamental entre una ideología basada en los principios de igualdad y justicia social, y la realidad de una distribución ostensiblemente desigual del poder económico y político.
Asimismo, los principales incentivos económicos capitalistas, el consumismo y el desempleo, estaban institucionalmente ausentes en los países del SR. El consumismo era imposible, no sólo porque la burocratización del proceso económico había creado un sector de bienes de consumo ineficiente, sino también por el hecho de que estos países debían dirigir la mayor parte de sus insuficientes recursos económicos a sufragar los exorbitantes gastos de defensa que imponía la Guerra Fría. Además, el derecho al empleo –por lo general inscrito en la constitución- no sólo creó un desempleo encubierto generalizado, sino que reforzó también una actitud de “mínimo esfuerzo” y pasividad. Las consecuencias fueron inevitablemente desastrosas, especialmente con respecto a la eficiencia del flujo de información (que es particularmente importante para el funcionamiento adecuado de la asignación de recursos).
Por lo tanto, el fracaso del “socialismo real” en lograr su objetivo principal de crear una economía socialista de crecimiento eficiente provocó el siguiente dilema estratégico para las élites gobernantes: o descentralización socialistao descentralización a través del mercado. La primera entrañaba la creación de una economía socialista auténtica, mediante la institución de nuevas estructuras para la autogestión socialista y una lucha paralela para establecer una nueva división internacional del trabajo basada en los principios de cooperación y solidaridad –lo que implicaba su auto-exclusión del acceso al capital occidental, en un momento en que muchos de estos países estaban empezando a endeudarse profundamente con Occidente. Aún más importante, la descentralización socialista acarreaba la auto-negación práctica de las élites gobernantes y la disolución de las estructuras jerárquicas que habían establecido. La segunda implicaba la creación de una economía de mercado “socialista” y una integración plena en la economía de mercado internacionalizada, que se basa en los principios de competencia e individualismo –una opción que era totalmente compatible con la reproducción (con algunos cambios en la forma) de las estructuras jerárquicas y las propias élites.
No es difícil entender porqué la élite burocrática eligió la opción de la descentralización mediante el mercado. Es obvio, por tanto, que los criterios utilizados para escoger esta forma de descentralización no eran económicos (como lo presentaron los analistas y los políticos occidentales) sino políticos. El discurso que utilizaron los protagonistas de la Perestroika, con el fin de justificarla, fue revelador. Así, según Alexander Yakolev [10], la Perestroika significó la sustitución de la teoría de clases marxista por la teoría de que los valores humanos universales van más allá de los intereses de clase. ¡Es característico que entre estos valores “universales” el que se considere dominante sea el de la economía mixta y la libre competencia! Es evidente, por lo tanto, que una vez las élites reformistas se embarcaron en una estrategia para establecer una economía “socialista” de mercado, la dinámica que se puso en marcha conduciría ineludiblemente a la superación no sólo de la economía de crecimiento “socialista” sino del propio “socialismo real”. Esto fue así porque la élite reformista soviética, a diferencia de la élite china, tuvo que acompañar las reformas (perestroika) con una mayor apertura (glasnost), para dejar fuera de juego a la poderosa facción militar-industrial en el establishment, que no deseaba ver ningún cambio significativo en el statu quo. Así, mientras que en el caso chino el tipo de capitalismo “desde abajo” que se permitió prosperar no necesitaba cambios a nivel político, en el caso de Europa del Este el tipo de capitalismo “desde arriba” que establecieron las élites dirigentes requería una mayor apertura en el plano político. Sin embargo, el mayor grado de apertura dio la oportunidad a las fuerzas centrífugas (que fueron, por supuesto, fuertemente alentadas por las élites occidentales) que tenían un interés personal en el restablecimiento de la economía de crecimiento capitalista, de impulsar la fragmentación de la URSS y el derrocamiento del “socialismo real”.
CAUSAS DE LA DECADENCIA DE LA SOCIALDEMOCRACIA
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