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La revolución de los comités
21 gen 2013
Texto de la presentación realizada el 19 de enero de 2013, en el CSOA “La Llamborda” (Guinardó) del libro: La revolución de los comités. Hambre y violencia en la Barcelona revolucionaria. De julio a diciembre de 1936. Aldarull y El grillo libertario, Barcelona, 2012, 531 páginas, PVP 14 euros.

Este libro pretende dar la voz a los protagonistas de la historia, ceder la palabra a quienes vivieron y sufrieron los acontecimientos, hoy históricos; pero en su momento, devenir de un presente cargado de problemas, miserias, luchas y esperanza.
En todo momento, en cada línea, se pretende que el lector pueda hacerse una opinión propia de los acontecimientos, de los discursos, de los debates en curso, de las posiciones de los distintos protagonistas. Pero los documentos no hablan nunca por sí solos; han de ser interpretados, contextualizados y explicados. Y la labor del historiador, si es honesto, además de encontrarlos y seleccionarlos, según su idoneidad, no es otra que la de hacerlos comprensibles, o situarlos cronológica e ideológicamente. Para hacerlo se recurre a las notas a pie de página, pero además, cuando el narrador ha de intervenir para completar la información del documento, o dar su propia interpretación (inevitable y necesaria) de los hechos, se utilizan las cursivas, porque ese añadido al documento, o esa interpretación del autor, puede ser discutible, o no tiene por qué ser compartida por el lector.
El objetivo, conseguido o no, es el respeto absoluto al criterio del lector, que en todo momento debe ser libre y capaz de mantener su propia opinión sobre los hechos así presentados. Pero que nadie se equivoque: la lectura de los textos seleccionados, y el “clima” creado por los más diversos documentos, desde cartas y artículos hasta las estadísticas, o los discursos en los mítines y las intervenciones de los distintos protagonistas, en las reuniones de comités o del consejo de la Generalidad, cambiará sin duda alguna los conceptos previos que el lector pudiera tener sobre revolución, anarquismo, comités, CNT, PSUC, FAI y violencia política. También mudará su opinión sobre los principios (lo que se piensa o se cree), la táctica (lo que se hace) y la estrategia (cómo conseguir lo que se quiere) que el lector pudiera presuponer que sustentaban personalidades históricamente destacadas, desde Companys y Tarradellas hasta García Oliver, Santillán o Federica Montseny. Y, en el proceso de lectura, surgirán nuevos problemas o personalidades prácticamente desconocidas o muy secundarios: la guerra del pan, Joan P. Fábregas, Josep Juan Doménech, Valerio Mas, los comités revolucionarios de barrio, etcétera.
La mayor parte de la documentación utilizada es inédita o muy poco conocida y aún menos explotada, y procede de archivos de todo el mundo, desde la Universidad de Stanford, en California, hasta la Tamiment Library de New York, desde el Centro Ruso de Preservacion de la Historia Contemporánea de Moscú, hasta la BDIC de Nanterre y la BAEL de Buenos Aires; aunque los archivos fundamentales y de mayor riqueza han sido el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, el Centro de Documentación de la Memoria Histórica de Salamanca, el Archivo Tarradellas del Monasterio de Poblet y el Ateneu Enciclopédic Popular de Barcelona.
Se recogen todas las actas, en su mayoría inéditas y desconocidas, de las reuniones de los comités superiores libertarios, de las sesiones del Comité Central de Milicias Antifascistas, del Consejo de la Generalidad, de la Junta de Seguridad Interior y del Ayuntamiento de Barcelona; complementados con los artículos más significativos de la prensa del momento, desde Solidaridad Obrera a La Vanguardia, del Boletín de Información de la CNT-FAI a Treball o el Diario Oficial de la Generalidad. Otros documentos provienen de las reuniones de la Comisión de Industrias de Guerra, del Sindicato de Alimentación de la CNT o del Comité Económico de la Industria del Pan.
Es evidente que no se trata de una recopilación acumulativa de documentos, encontrados al azar, sino de una cuidada selección de algunos fragmentos documentales significativos, que a veces se explican o contradicen unos a otros, pero que son imprescindibles para entender qué estaba sucediendo y qué problemas agobiaban y ocupaban a aquellos hombres y mujeres, ya fueran dirigentes o gente del pueblo llano, y que contribuyen a que el lector entienda intensamente la época, sienta el clima que se vivía en cada instante, asista a los debates que se producían en las reuniones de los comités superiores, o en el Consejo de la Generalidad, consiga cosechar las angustias y miedos de la vida cotidiana y pueda visualizar en tiempo presente un conocimiento profundo de aquellos acontecimientos, hoy históricos.
El período cronológico tratado en este libro transcurre desde julio hasta diciembre de 1936, es decir, abarca el período álgido de la revolución de los comités, y de su influencia en la dirección política de Cataluña, primero en el CCMA y desde el 26 de septiembre en el gobierno de la Generalidad.
A continuación detallaremos las temáticas más destacadas y las principales conclusiones alcanzadas.

1
La insurrección armada victoriosa del proletariado, en la zona republicana, supuso la inutilización de los aparatos coercitivos del Estado capitalista, y por lo tanto su incapacidad represiva. Esa insurrección supuso también una serie de "conquistas revolucionarias" de tipo social y económico. El Estado republicano se fragmentó en una multiplicidad de poderes locales o sectoriales, y muchas de sus funciones fueron "usurpadas" por las organizaciones obreras.
SE PRODUJO UN VACÍO DE PODER ESTATAL.
Perdida su capacidad coercitiva, el Estado republicano vio como surgían poderes regionales autónomos, totalmente independientes del Estado central, que a su vez (como el Gobierno de la Generalidad en Cataluña) vieron como se desmoronaba su autoridad. Los distintos comités revolucionarios, locales, sectoriales, de barriada, de fábrica, de defensa, de abastos, sindicales y de partidos, milicias populares y de retaguardia, desempeñaban aquellas funciones que el gobierno no podía ejercer, a causa de la pérdida de su aparato de represión y del armamento de las organizaciones obreras.
Los comités revolucionarios, que Munis teorizó como comités-gobierno, ejercieron en muchos lugares todo el poder a nivel local, pero no existió ninguna coordinación ni centralización de esos comités locales: hubo UN VACÍO DE PODER CENTRAL O ESTATAL. NI EL ESTADO REPUBLICANO, NI LOS GOBIERNOS REGIONALES AUTÓNOMOS (como el de la Generalidad) EJERCIERON UN PODER CENTRAL, pero tampoco lo ejercieron esos comités locales.
Podía hablarse de una ATOMIZACIÓN DEL PODER.

2
La situación revolucionaria surgida en Barcelona, después de la victoria de la insurrección del 19 y 20 de julio, se asentó rápidamente sobre tres nuevos organismos: el CCMA, el CCA y el Consejo de Economía.
El CCMA, sin duda el más decisivo de los tres, ante su temprana renuncia a convertirse en un gobierno revolucionario y sustituir al gobierno de la Generalidad, acabó especializándose en tareas militares y de orden público.
El CC de Abastos desempeñó una labor imprescindible para un ejército de trabajadores voluntarios: dar de comer a los familiares que dejaban de percibir su salario.
Además de abastecer al frente, asegurar el sustento de los familiares de los milicianos voluntarios y atender a necesitados y parados, el CC de Abastos asumió tareas de distribución y producción, que suplían las funciones que antes realizaba el ahora desplomado comercio nacional e internacional.
Las primeras medidas fueron precisamente las de armonizar y tranquilizar al pequeño comercio, aunando esfuerzos y despejando alarmas infundadas.
El CC de Abastos controlaba casi todo el comercio interior, no tanto como medida revolucionaria, sino como animador de unas relaciones comerciales absolutamente colapsadas. Se favoreció el intercambio o trueque, como medida extraordinaria para solucionar ese derrumbe comercial.
El paso del CC de Abastos a la Consejería de Abastos, ambos liderados por Doménech y en manos de CNT, no supusieron ningún cambio traumático, sino una mera continuidad, en la que la red de tiendas colectivizadas y los trece almacenes de abastos de los comités de barrio, jugó en Barcelona un papel fundamental en la distribución de alimentos y en el control de los precios de venta.
Los almacenes de abastos de los comités de barrio controlaban qué, cómo, cuánto y a qué precio de venta al público se aprovisionaba a los detallistas, una vez satisfechas las necesidades “revolucionarias” del barrio, esto es, de enfermos, niños, parados, comedores populares, etcétera. Comorera propugnaba la desaparición de esos comités revolucionarios de barrio y el libre mercado. Sabía, además, que una cosa implicaba la otra, y que, sin la supresión de los comités de defensa, el libre mercado sería una quimera.
Tengamos además en cuenta, que todo esto se encuadraba en el combate de Juan Pau Fábregas por conseguir el monopolio del comercio exterior.
Toda la labor de Doménech, Fábregas y los comités de abastos de barriada (y locales) fue dinamitada por Comorera, en cuanto ocupó la Consejería de Abastos, imponiendo una política de libre mercado y de destrucción de los comités de barriada.
La gran fuerza del CC de Abastos se fundamentaba en la coordinación y cooperación de los comités de barrio de la ciudad de Barcelona y de los comités locales catalanes.
El tercer organismo fundamental era el Consejo de Economía. Tenía como objetivo la transformación socialista de la economía catalana. Dos miembros de ese consejo acabarían siendo dos de los primeros ministros anarquistas de la historia en entrar en un gobierno: Antonio García Birlán y Joan Pau Fábregas. Su principal realización fue la elaboración consensuada del Decreto de Colectivizaciones.

3
Los comités revolucionarios: de defensa, de fábrica, de barrio, de control obrero, locales, de defensa, de abastos, etcétera, fueron el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Iniciaron una metódica expropiación de las propiedades de la burguesía, pusieron en marcha la colectivización industrial y campesina, organizaron las milicias populares que definieron los frentes militares en los primeros días, organizaron patrullas de control y milicias de retaguardia, que impusieron el nuevo orden revolucionario mediante la represión violenta de la Iglesia, patronos, fascistas y antiguos sindicalistas y pistoleros del Libre. Pero fueron incapaces de coordinarse entre sí y crear un poder obrero centralizado. Los comités revolucionarios desbordaron con sus iniciativas y sus acciones a los dirigentes de las distintas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, incluida la CNT y la FAI. Había una revolución en la calle y en las fábricas, y unos POTENCIALES órganos de poder del proletariado revolucionario: LOS COMITÉS, que ningún partido, organización o vanguardia supo o quiso COORDINAR, POTENCIAR y TRANSFORMAR EN AUTÉNTICOS ÓRGANOS DE PODER OBRERO.
La cúpula dirigente de la CNT optó mayoritariamente por la colaboración con el Estado burgués para ganar la guerra al fascismo. La consigna de García Oliver, el 21 de julio, de "ir a por el todo" no era más que una propuesta leninista de toma del poder por la burocracia cenetista; que además el propio García Oliver sabía que la hacía inviable y absurda, cuando en el pleno cenetista planteó una falsa alternativa entre "dictadura anarquista" o colaboración antifascista. Esta falsa opción "extremista" de García Oliver, la temerosa advertencia de Abad de Santillán y Federica Montseny del peligro de aislamiento y de intervención extranjera, y la opción de Durruti, y otros muchos, de esperar a la toma de Zaragoza, decidieron que el pleno optara por una colaboración antifascista "provisional". Nunca se planteó la alternativa revolucionaria de destruir el Estado republicano y convertir los comités en órganos de un poder obrero, y las Milicias en el ejército único del proletariado.

4
El CCMA fue fruto de la victoria insurreccional del 19 y 20 de julio y de la derrota política del 21 de julio. Por primera vez en la historia una insurrección obrera militarmente victoriosa era derrotada políticamente al día siguiente, por su incapacidad política y por su renuncia a la toma del poder. El CCMA no fue nunca una organización de poder obrero, o de doble poder, sino de colaboración de clases. Y esto lo dijeron ya Munis, Nin, Molins, Tarradellas, Companys, Azaña, Peiró, García Oliver, Montseny, Abad de Santillán, etcétera; y era fruto de su propia naturaleza de organismo de unidad antifascista, de colaboración de todos los partidos, incluidos los burgueses y de participación en las tareas gubernamentales de las diversas organizaciones obreras, reformistas, estalinistas y republicanas. Y no hubo ninguna organización revolucionaria capaz de oponerse al CCMA, capaz de crear un organismo de coordinación y centralización de esos comités locales, es decir, un órgano de PODER OBRERO opuesto al gobierno de la Generalidad, a ese gobierno frentepopulista que fue el CCMA, y al gobierno central de la República.
Paradójicamente, a posteriori, la disolución del CCMA fue calificada, por muchos de quienes habían desvelado el carácter de organismo de colaboración de clases del CCMA, como el fin de una etapa de "doble poder". El avance de la contrarrevolución y la pérdida del empuje revolucionario de las masas parecían reflejarse en la debilidad del análisis teórico de algunos revolucionarios.
En realidad el poder real del CCMA ha sido muy sobrevalorado. Pasado el primer mes de existencia del CCMA éste se vio reducido, con el surgimiento de otros organismos como el Consejo de Economía, Patrullas de Control, Comité de Abastos, etcétera, a un organismo más, entre otros, de colaboración técnica de la CNT con las instituciones gubernamentales, un organismo de colaboración antifascista en la gestión de las Milicias, perdiendo (si alguna vez la había tenido) su capacidad de ejercer funciones "de gobierno". Por otra parte, la expedición militar a Mallorca, realizada por la Generalidad, a mediados de agosto de 1936, en colaboración con el Sindicato de Transportes Marítimos de la CNT, al margen del CCMA y con su absoluto desconocimiento, era la prueba irrefutable de que el CCMA ni siquiera controlaba totalmente la dirección de las Milicias.
Una vez que la CNT asumió que la colaboración antifascista era definitiva e inevitable, las presiones ejercidas por el aparato gubernamental (central y autonómico), de entre las que destacaba muy especialmente la negativa a proporcionar armas (o divisas para comprarlas) a las columnas confederales, hicieron que los dirigentes anarcosindicalistas aceptaran, a mediados de agosto, la necesidad de disolver el CCMA, los comités revolucionarios y las Milicias, y con éstos toda potencialidad revolucionaria, para integrarse como cualquier otra organización "antifascista" en el aparato gubernamental (autonómico y central).
A principios de septiembre de 1936 la CNT propuso la disolución del CCMA, que fue aceptada por el resto de fuerzas antifascistas, que en las sucesivas reuniones aprobaron la formación de un nuevo gobierno de la Generalidad con representantes de todas las organizaciones antifascistas que componían el CCMA. No hubo más discusión que el nombre y el programa a adoptar por ese gobierno. Se hizo una concesión "verbal" a los principios de la CNT aceptando que el nuevo gobierno se llamara "Consejo de la Generalidad", y en cuanto al programa se aceptó que ya estaba determinado por el existente "Consejo de Economía".

5
Una guerra en defensa de un Estado democrático, por la victoria de éste frente a un Estado fascista, no podía ser una guerra civil revolucionaria, era una guerra entre dos fracciones de la burguesía: la fascista y la republicano-democrática, en la que el proletariado YA había sido derrotado. No se trataba de que la insurrección de Julio hubiese sido aplastada militarmente en la zona republicana (como lo había sido en la zona fascista), sino que la naturaleza de la guerra AL SERVICIO DE UN ESTADO BURGUÉS DEMOCRÁTICO había cambiado la naturaleza de clase de la insurrección revolucionaria de Julio. Los métodos, objetivos y programa de clase del proletariado habían sido sustituidos por los métodos, objetivos y el programa de la burguesía. Es decir, el proletariado, cuando combate con los métodos y por el programa de la burguesía, aunque sea a favor de la fracción democrática y en contra de la fracción fascista, YA HA SIDO DERROTADO. El proletariado o es revolucionario o no es nada. El proletariado combate con sus propios métodos de clase (huelga, insurrección, solidaridad internacional, milicias revolucionarias, destrucción del Estado, etcétera) y por su propio programa (supresión del trabajo asalariado, disolución de ejércitos y policía, supresión de fronteras, dictadura o represión del proletariado contra la burguesía, organización en consejos obreros, etcétera), o colabora con la burguesía, renunciando a sus métodos de clase y a su programa, y entonces YA ha sido derrotado.
ES LA TEIS EXPUESTA EN BARRICADAS

6
Joan Pau Fábregas, en sus ochenta días como consejero de Economía, intentó planificar y alcanzar tres objetivos, de las cuales únicamente consiguió plasmar uno, y sólo sobre el papel: la legalización de las expropiaciones de fábricas, empresas y talleres mediante un Decreto de Colectivizaciones y Control obrero, que fue desarrollado posteriormente, en enero de 1937, mediante órdenes y disposiciones elaboradas por Tarradellas y Comorera, a quienes se debe su aplicación en la práctica real, absolutamente contradictoria con el espíritu y la letra del Decreto redactado por Fábregas.
Los otros dos objetivos quedaron en meros proyectos.
El proyecto de movilización civil de la retaguardia trabajadora, hondamente sentido y pedido por los trabajadores, fue manipulado y transformado por los estalinistas, en una total militarización del trabajo y de la vida cotidiana (en 1938).
La Junta de Comercio Exterior, que fue creada y empezó a operar, pero que no alcanzó la meta que se había propuesto Fábregas, que era nada más y nada menos que el MONOPOLIO DEL COMERCIO EXTERIOR como solución de urgencia a la falta de alimentos y al hambre popular.
Fábregas fue expulsado del gobierno al mismo tiempo que Nin, el 17 de diciembre de 1936, sin que nadie se opusiera a ello. La historiografía suele destacar la importancia política de la salida de Nin, pero silencia la de Fábregas, con mucho mayor contenido económico, político y social.
La expulsión de Fábregas formaba parte de la estrategia de los estalinistas y de la Generalidad para someter a la revolución mediante el hambre de los trabajadores, así como de desarrollar el Decreto de colectivizaciones en un sentido restrictivo y contrarrevolucionario.

7
Del 26 de septiembre al 17 de diciembre de 1936 se dio un avance de la contrarrevolución y un retroceso del movimiento revolucionario, paralelo al progreso de la Generalidad en la reconquista de todas sus funciones (asumiendo incluso poderes del Gobierno de Valencia).
Hitos de ese avance contrarrevolucionario fueron la disolución del CCMA, la entrada del POUM y CNT en el gobierno de la Generalidad., y el DECRETO DE DISOLUCIÓN DE LOS COMITÉS REVOLUCIONARIOS Y DE FORMACIÓN DE AYUNTAMIENTOS FRENTEPOPULISTAS.
Nin, ministro de Justicia, suprimió la Oficina Jurídica. CNT y POUM facilitaron la disolución de los comités revolucionarios y su sustitución por ayuntamientos frentepopulistas. Nin y Tarradellas se desplazaron a Lérida para someter al comité local leridano, controlado por el POUM. Se promulgó el Decreto de militarización de las Milicias Populares. A partir de mediados de diciembre los estalinistas expulsaron a Fábregas y a Nin del Gobierno y establecieron una alianza entre ERC y el PSUC para disminuir el poderío de la CNT y suprimir las "conquistas revolucionarias" de Julio, consideradas ahora como cesiones y concesiones temporales de las funciones estatales.
Mayo del 37 supuso la derrota definitiva del movimiento revolucionario. PSUC y ERC habían encabezado la contrarrevolución, pero POUM y CNT habían sido OBJETIVAMENTE colaboradores indispensables de esa contrarrevolución, cuando el movimiento revolucionario aún era lo bastante fuerte como para constituir un poder obrero y destruir el Estado.

8
La institucionalización de la CNT tuvo importantes consecuencias, inevitables, en la propia naturaleza organizativa e ideológica de la CNT.
El ingreso de los militantes más destacados en los distintos niveles de la administración estatal, desde ayuntamientos hasta los Ministerios del gobierno de la República, pasando por las Consejerías de la Generalidad o de instituciones “revolucionarias” nuevas, más o menos autónomas, como el CCMA, el CC de Abastos y el Consejo de Economía crearon nuevas funciones y necesidades, que debían ser cubiertas por un número limitado de militantes capacitados para desempeñar tales cargos de responsabilidad.
El nombramiento de esos militantes para cargos burocráticos de responsabilidad, además de su asesoramiento y control, fue realizado por unos comités superiores, que a su vez generaban otros cargos internos de mando y decisión en el seno de la Organización.
Fue así como se constituyeron los comités superiores, formados por el CN de la CNT, el CR de la CRTC, la Federación Local de Sindicatos Únicos, el CP, el CR de la FAI, la Federación Local de GGAA de Barcelona, la FIJL, los concejales, los consejeros en la Generalidad, los ministros de la República, los delegados de las Columnas confederales, y determinadas personalidades de prestigio.
Las funciones de dirección y de poder ejercidas por esos comités superiores, que abarcaban una minoría muy limitada de elementos capaces de ejercerlas, crearon una serie de intereses, métodos y objetivos distintos a los de la base militante confederal. De ahí, por una parte, una desmovilización y desencanto generalizado entre los afiliados y la militancia de base, que se enfrentaba al hambre y la represión absolutamente desamparada por los comités superiores. De ahí el surgimiento de una oposición revolucionaria, encarnada fundamentalmente en Los Amigos de Durruti, las Juventudes Libertarias de Cataluña, algunos grupos anarquistas de la Federación Local de GGAA de Barcelona, sobre todo después de mayo de 1937, pero que ya se había desarrollado muy tempranamente, en el verano de 1936, en los comités de barrio y de defensa de las barriadas barcelonesas.
Surgió un fenómeno muy velado y preocupante, como fue el de la aparición, ya en julio de 1936, de un Comité de comités, una especie de ejecutivo reducido de destacadísimos responsables que, ante la importancia y urgencia de los problemas a resolver, imposible de plantear mediante lentos procesos horizontales y asamblearios de largas discusiones, sustituyeron a la Organización en la toma de decisiones.
Ese Comité de comités, que los comités superiores mantuvieron en secreto, se consolidó públicamente, en junio de 1937, bajo el nombre de Comisión Asesora Política (CAP), y más tarde en el llamado Comité Ejecutivo del Movimiento libertario.
Los comités superiores, a finales de noviembre de 1936, vieron a los comités revolucionarios de barrio como a sus peores enemigos, y decidieron reducir sus funciones y controlar sindicalmente a sus secciones de defensa, hibernándolos en la práctica, hasta que en marzo de 1937 la formación del Cuerpo único de Seguridad, constituido por guardias de asalto y guardia civiles, y la amenaza de disolución de las Patrullas de Control, hizo necesaria su revitalización y rearme como preparación para un enfrentamiento inevitable que desembocó en las Jornadas de Mayo.
La ideología de unidad antifascista, asumida e interiorizada por los comités superiores creó una comunidad de intereses y de objetivos de esos comités con el resto de organizaciones antifascistas, que renunciaron a todos los principios anarcosindicalistas y revolucionarios, con el objetivo único de ganar la guerra.
La institucionalización de la CNT y la asunción de la ideología de unidad antifascista transformaron a los comités superiores en el peor enemigo de la (minoritaria) oposición revolucionaria cenetista. Se estuvo muy cerca de una escisión, que finalmente no se produjo, porque fue innecesaria, a causa de la eliminación física, encarcelamiento o clandestinidad de toda esa oposición revolucionaria, perseguida y diezmada por la represión estatal y estalinista. Represión que tuvo un carácter SELECTIVO, ya que estaba dirigida contra la minoría revolucionaria, al mismo tiempo que se intentaba asegurar la institucionalización de los comités superiores.
No debe hablarse de una TRAICIÓN DE LOS COMITÉS SUPERIORES, que no explica nada, sino de un enfrentamiento DE CLASE entre unos comités superiores que eran ESTADO, y unas minorías revolucionarias reprimidas y perseguidas, que tenían por objetivo la destrucción del Estado. No era una traición, era un oscuro, sucio y contradictorio episodio de la lucha de clases entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes (o aspirantes a serlo) y gobernados, entre burócratas y trabajadores revolucionarios, en el seno de la propia Organización, que incubado en el otoño de 1936, estalló finalmente en el verano de 1937.

9
La violencia revolucionaria nace siempre como respuesta a la violencia institucional del orden establecido, esto es, como enfrentamiento al Orden Público.
Una de las características fundamentales e irrenunciables del Estado capitalista es el monopolio de la violencia política, en defensa del sistema capitalista y como opresión de la clase explotada, aunque camuflada siempre como árbitro neutral entre ciudadanos iguales ante la ley. Cualquier violencia, resistencia u oposición que rompa ese monopolio es criminalizada.
En julio de 1936, en Barcelona, la violencia política revolucionaria surgió como enfrentamiento a un intento de golpe de estado militar y fascista, fomentado y alentado por la Iglesia y la gran burguesía. La insurrección obrera estableció una situación revolucionaria. La renuncia anarcosindicalista a destruir el Estado, y a un ambiguo “ir a por el todo”, abrió la vía al colaboracionismo con el resto de fuerzas políticas, incluso las burguesas, y de participación en las tareas gubernamentales de un Estado capitalista.
La violencia revolucionaria, y los métodos de lucha de clases puestos en práctica por el proletariado durante las jornadas revolucionarias del 19-20 de julio (ausentes de la calle las fuerzas de represión burguesas, desde el ejército hasta la guardia de asalto y la guardia civil, ambas guardias convenientemente acuarteladas, en espera de mejores tiempos) sustituyeron el monopolio estatal de la violencia. Violencia revolucionaria y poder eran lo mismo, TANTO EN EL FRENTE COMO EN LA CIUDAD DE BARCELONA.
La situación excepcional de crisis institucional, violencia política y revolución social, provocada por el alzamiento militar y la guerra civil, fueron el fértil terreno donde arraigó y creció ese caudillo de revolucionarios, existente en muchas poblaciones catalanas, machaconamente difamados a posteriori como “incontrolados”. En una situación de quiebra de todas las instituciones, y de vacío de poder, los comités revolucionarios se atribuyeron las facultades de perseguir, juzgar y ejecutar al enemigo fascista, o incluso al sospechoso de serlo, sólo por ser cura, propietario, derechista, rico o “antipático”. Y las armas que empuñaban les dieron el poder y el “deber” de exterminar a ese enemigo. Porque era la hora de dar muerte al fascismo criminal, sin más alternativa que la de morir o matar, porque se estaba en guerra con los fascistas.
En una guerra al enemigo se le mata por serlo: no había otra ley, ni otra regla moral, ni más filosofías ni complicaciones éticas.
El fenómeno de la violencia revolucionaria de los milicianos, en la retaguardia aragonesa y catalana, debe estudiarse en el contexto de una guerra de clases y de la lucha por el poder local: formación del comité revolucionario, castigo y limpieza de curas y fascistas, expropiación de las tierras, ganado y propiedades de los derechistas (en su mayoría asesinados o huidos) y la Iglesia, que consolidaban económicamente la Colectividad del pueblo. En este proceso jugaba un gran papel los conflictos sociales anteriores, caldo de cultivo de venganzas y ajustes de cuentas en cada pueblo, que explican la mayor o menor virulencia de la “limpieza”.

10
El fundamentalismo económico del mercado libre desembocó, a partir del 17 de diciembre, en una guerra del pan de Comorera contra los comités de barrio. El dogma del mercado libre iba acompañado del clientelismo político de la burguesía y de los tenderos y comerciantes en favor del PSUC. Pero la clave de la implantación del mercado libre radicaba en su oposición a la instauración del monopolio del comercio exterior, esto es, que en los mercados extranjeros se presentase un único gran comprador, avalado por las divisas de las ventas al extranjero.
Ese monopolio del comercio exterior fue el caballo de batalla de Juan Pau Fábregas y de la CNT durante el primer gobierno Tarradellas (26 de septiembre al 16 de diciembre de 1936), encontrando la oposición del resto de fuerzas antifascistas. Comorera, durante el segundo gobierno de Tarradellas (17 de diciembre al 3 de abril de 1937), dio definitivamente al traste con ese monopolio, instaurando precisamente su política opuesta: el mercado libre. Y el mercado libre significaba, por un parte, enriquecer a los tenderos y comerciantes, que especulaban con el hambre popular, pero también convertir al PSUC en el partido-refugio de la burguesía y en el campeón de la contrarrevolución, escudada en la consecución de un Estado fuerte, la protección de la democracia burguesa y la salvaguarda de la propiedad privada. El mercado libre, por otra parte, suponía el debilitamiento, y la eliminación a medio plazo, de los comités de barrio, potenciales órganos de poder de la clase obrera. El hambre de los trabajadores sólo era una consecuencia inevitable en esta guerra del pan, declarada por Comorera a los comités revolucionarios de barrio. Pero el hambre se convirtió muy pronto en una terrible y poderosa arma de los contrarrevolucionarios.
La opción entre monopolio del comercio exterior o mercado libre era una opción sobre la cual, para un país en guerra, y desde un punto de vista puramente económico, no podía haber dudas racionales. El monopolio del comercio exterior no era una medida revolucionaria; era evidentemente una medida excepcional, pero necesaria, en una situación bélica como la existente, para asegurar el abastecimiento alimenticio popular (y también de armamento y materias primas para el funcionamiento de la industria).
Pero la opción escogida, el mercado libre, lo fue por motivaciones exclusivamente políticas, que aseguraban el debilitamiento de la CNT y el fortalecimiento de los intereses contrarrevolucionarios de algunos sectores sociales, que incrementaron espectacularmente las afiliaciones al PSUC, ERC y UGT.
Joan Pau. Fábregas fue excluido del gobierno de la Generalidad formado el 17 de diciembre porque era un obstáculo a la imposición del mercado libre, y porque de este modo el Decreto de Colectivizaciones podría ser modificado, desvirtuado y desarrollado legalmente en un sentido netamente contrarrevolucionario, sin la fiscalización y oposición de su promotor.

REFLEXIÓN FINAL

Dejémonos ya de libros y de historias, que sólo nos habrán servido de algo si nos ayudan a plantear correctamente la respuesta a esas preguntas fundamentales que aún hoy golpean el cerebro de los militantes conscientes:
¿Por qué la CNT no tomó el poder el 21 de julio?
¿Por qué se optó por colaborar con el resto de fuerzas antifascistas, algunas de ellas de carácter burgués?
¿Por qué la CNT-FAI intervino en las tareas de gobierno de un Estado capitalista? ¿No se podía obrar de otro modo?

Mi esbozo de respuesta a esas preguntas, que espero debatir y profundizar con todos vosotros, es éste:

La cuestión esencial, en julio de 1936, quizás no era la toma del poder (por una minoría de dirigentes anarquistas), sino la de coordinar, impulsar y profundizar la destrucción del Estado por los comités.
Los comités revolucionarios de barriada y de fábrica (y algunos de los comités locales) no hacían o dejaban de hacer la revolución, eran la revolución social.
El papel de la CNT, como sindicato, quizás debería haberse reducido transitoriamente a la gestión de la economía, pero subordinándose y disolviéndose en la nueva organización que brotaba de los Comités de barrio, locales y de fábrica. La incorporación masiva de trabajadores, muchos de ellos ausentes hasta entonces del mundo organizado, creaba una nueva realidad.
Y la realidad que la revolución había creado era distinta a la que existía antes del 19 de julio. Las antiguas organizaciones y partidos políticos quedaban, en la práctica, fuera de la nueva realidad social creada. El organismo revolucionario de esos comités, generalizado a todos los niveles (militar, económico, social, político, etcétera), debería haber representado a todo el proletariado revolucionario, sin las absurdas divisiones de unas siglas, que tenían sentido antes de la insurrección de julio, pero no después.
La CNT-FAI, como fuerza obrera preponderante, debería haber sido la levadura del nuevo organismo revolucionario, coordinador de los comités, desapareciendo en el propio proceso de fermentación revolucionaria (al mismo tiempo que se disolvían también en ese proceso el resto de organizaciones).
    La destrucción del Estado por los comités revolucionarios era una tarea muy concreta y real, en la que esos comités asumían todas las funciones que el Estado desempeñaba antes de julio de 1936.

ESA ES LA GRAN LECCIÓN DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL DEL 36: la necesidad de destruir el Estado.

                    *

Otras obras del Autor:
Barricadas en Barcelona, Espartaco Internacional, 2007.

Los comités de defensa de la CNT en Barcelona (1933-1938). Aldarull, 2011. (En preparación la tercera edición, modificada y ampliada)

                        *

El libro puede pedirse a la editorial, escribiendo un e-mail a: editorial ARROBA aldarull.org
o bien entrando en su web: www.aldarull.org

Librerías barcelonesas donde pueden encontrarse estos libros y los cuadernos de Balance:

Aldarull. Torrent de l´Olla, 72 (Gracia). 08012 Barcelona. Tel. 935.008.564.
Web: www.aldarull.org y e-mail: editorial ARROBA aldarull.org

La Rosa de Foc. Joaquín Costa, 34. 08001 Barcelona. Telef. 933.317.78.92 y 933.188.83; e.mail: larosadefoc ARROBA hotmail.com

En Madrid en la librería LA MALATESTA.

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Comentaris

Re: La revolución de los comités
21 gen 2013
Aquest llibre el presentarem també al febrer llibertari de Sants
Dilluns 4 de febrer - Ateneu Llibertari de Sants (C/Mària Victòria 10)

19.30h Presentació del Llibre: “La revolución de los comités. Hambre y Violencia en la Barcelona Revolucionaria. De junio a diciembre de 1936” amb el seu autor Agustí Guillamón

Aquest llibre és complement o continuació dels anteriors llibres d'Agustín Guillamón, “Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona (1933-1938) y Barricadas en Barcelona”. En ambdós es relaten els fets que, durant la guerra civil espanyola, van des del mateix començament i l'esclat de la revolució social, fins al triomf de la contrarevolució, al mes de maig de 1937.

http://febrerllibertari.sants.org
Re: La revolución de los comités
21 gen 2013
Tal i com es va comentar a la presentació, crec interessant plantejar la pregunta: La revolució s'esgota amb la presa de poder dels mitjans de producció o va més enllà? No és necessari discutir la moral en la que se'ns ha educat durant mil.lenis d'amo-esclau, coneixedor-obeïdor, veritat-desconeixedor?
La revolución y la ética
22 gen 2013
En el sistema de producción capitalista el capital no es sólo el dinero, o las fábricas, o las maquinarias, el capital es también una relación social de producción, y precisamente la que se da entre los proletarios, vendedores de su fuerza de trabajo por un salario, y los capitalistas, compradores de la mercancía “fuerza de trabajo”.
El Estado debe garantizar el mantenimiento y reproducción de las condiciones que posibilitan la existencia de esas relaciones sociales de producción, esto es, la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo.
El Estado ha surgido recientemente, hace unos quinientos años, y desaparecerá con las relaciones de producción capitalistas. El Estado pues no es eterno, ha tenido un origen muy reciente y tendrá un fin, más o menos cercano.
El Estado surge desde una contradicción, que le da origen y razón de ser, entre la defensa teórica del bien común o general y la defensa práctica del interés de una minoría.
La contradicción existente entre la ilusión de defender el interés general y la defensa real de los intereses de clase de la burguesía. La razón de ser del Estado no es otra que garantizar la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas. El Estado, por esta misma razón, es incapaz de superar la contradicción existente entre la defensa del interés general (e histórico) de la sociedad (y de la especie humana), que en teoría afirma defender, y los intereses inmediatos del capital y su reproducción, que en la práctica son su objetivo prioritario y exclusivo. El Estado no puede confesar su incapacidad para enfrentarse a los intereses inmediatos de reproducción del capital, ni su permanente necesidad de impulsar el ciclo de valorización, lo cual supone agotar los recursos naturales, contaminar el planeta hasta niveles suicidas, hipotecar el porvenir de las futuras generaciones y poner en peligro la continuidad de la especie humana.
Sin embargo, el Estado, cosificado en sus instituciones, es la máscara de la sociedad, con apariencia de una fuerza externa movida por una racionalidad superior, que encarna un orden justo al que sirve como árbitro neutral. Esta fetichización del Estado PERMITE que las relaciones sociales de producción capitalistas aparezcan como meras relaciones económicas, no coactivas, al mismo tiempo que DESAPARECE el carácter opresivo de las instituciones estatales. En el mercado, trabajador y empresario aparecen como individuos libres, que realizan un intercambio “puramente” económico: el trabajador vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En ese intercambio libre, “sólo” económico, ha desaparecido toda coacción, y el Estado no ha intervenido para nada: no está, ha desaparecido.
La escisión entre lo público y lo privado es una condición necesaria de las relaciones de producción capitalistas, porque sólo así APARECEN como acuerdos libres entre individuos jurídicamente libres e iguales, en las que la violencia, monopolizada por el Estado, ha desaparecido de escena. De todo esto resulta una CONTRADICCIÓN entre el Estado COMO FETICHE, que debe ocultar su monopolio de la violencia, y la coacción permanentemente ejercida sobre el proletariado para garantizar las relaciones de producción capitalistas. Se trata del mantenimiento de las condiciones de explotación del proletariado por el capital, mientras el Estado parece COMO ORGANIZADOR DEL CONSENSO social y de la legalidad, que convoca elecciones libres, permite partidos y asociaciones obreras, legisla conquistas laborales como la asistencia sanitaria, pensiones, horarios, etcétera.
En caso de crisis el Estado capitalista desvela inmediatamente que es antes Estado capitalista que Estado nacional, de pueblos o ciudadanos. El componente coactivo del Estado, ligado a la dominación de clase, es la ESENCIA FUNDAMENTAL de éste, que aparece diáfana cuando consenso social y legitimación estatal son sacrificados en el altar de la sumisión del proletariado a la explotación del capital.
El Estado surge de esa relación contradictoria. Pretende ocultar su papel represor, como garante de la dominación de clase mediante el monopolio de la violencia, al tiempo que quiere aparecer como organizador del consenso de la sociedad civil, que a su vez legitima al Estado como árbitro neutral. Con esto el Estado fortalece además su dominio ideológico y consigue un dominio más completo y encubierto de la sociedad civil. El Estado, por supuesto, criminaliza toda violencia política (revolucionaria o no) que escape a su monopolio.
Las instituciones fundamentales del Estado son el ejército permanente y la burocracia. Las tareas del ejército son la defensa de las fronteras territoriales frente a otros Estados, las conquistas imperialistas, para ampliar los mercados y acaparar materias primas, y sobre todo la garantía última del orden establecido frente a la subversión obrera y las insurrecciones proletarias. Las tareas de la burocracia son la administración de todas aquellas funciones que la burguesía delega en el Estado: educación, policía, salud pública, prisiones, correo, ferrocarriles, carreteras… El funcionario del Estado, desde el maestro de escuela al catedrático, del policía al ministro, del cartero al médico desempeñan funciones necesarias para la buena marcha de los negocios de la burguesía, mientras no sean un buen negocio para ésta, en cuyo caso se privatizan.
El Estado es la ORGANIZACIÓN del dominio político, de la coacción permanente y de la explotación económica del proletariado por el capital.
El Estado no es pues una máquina o instrumento que pueda utilizarse en un doble sentido: ayer para explotar al proletariado, mañana para emancipar al proletariado y oprimir a la burguesía. No es una máquina que pueda conquistarse, ni que pueda manejarse al antojo del maquinista de turno. Sólo fascistas y estalinistas se proponen la CONQUISTA DEL ESTADO. El proletariado no puede conquistar el Estado, porque es la ORGANIZACIÓN política del capital: ha de destruirlo. Si un partido fortalece o reconstruye el Estado, o se limita a conquistar el Estado, no estamos ante una revolución proletaria, sino ante otra forma de capitalismo. El ejemplo histórico más destacado fue el capitalismo de Estado de la extinta Unión Soviética.
El Estado no puede ser ABOLIDO de la noche a la mañana por un decreto “revolucionario”, o por un acuerdo social de la mayoría de la sociedad, porque es la organización política del capital y sus relaciones sociales de producción: hay que DESTRUIR esas relaciones sociales de producción (trabajo asalariado para obtener una plusvalía) y su organización política: el Estado. El Estado no puede ser parcialmente sustituido y parcialmente utilizado (como un semi-Estado obrero) por el proletariado contra el capital, en una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo, esperando que se EXTINGA como una llama sin oxígeno, porque el Estado es la organización política del capital y garantiza las relaciones sociales de producción capitalistas. No existe una semiorganización del capital ni una semigarantía de las relaciones sociales de producción, y ya hemos dicho que la máquina Estado no puede utilizarse, ni semi-utilizarse en un doble sentido, ahora para explotar o semi-explotar al proletariado, mañana para emanciparlo o semi-emanciparlo.
El Estado es la organización política total y totalitaria del capital (y de su permanente reproducción) para explotar al proletariado. El proletariado no puede usar, ni semiusar para extinguir; ni abolir, ya sea por decreto, acuerdo mutuo, o votación, el Estado: sólo puede destruirlo.
El proletariado ha de destruir el Estado porque éste es la organización política de la explotación económica del trabajo asalariado. La destrucción del Estado es el inicio de una revolución proletaria. Y esa revolución será anónima, colectiva, multitudionaria, sin dirigentes ni dirigidos, obra de los propios trabajadores en lucha por su autoemancipación de las relaciones sociales capitalistas.

¿Qué sustituye al Estado? La administración de las cosas y de las prioridades de la sociedad en el comunismo. Pero la revolución proletaria no es una cuestión de partidos o de organización. No son las organizaciones quienes hacen la revolución, sino que es la revolución quien crea las formas de organización de clase apropiadas. Lo que determina la posibilidad del comunismo es un alto desarrollo de las fuerzas productivas y la extensión de la condición de proletario. Los problemas organizativos no pueden plantearse al margen de quien los organiza y de los problemas que se plantean en cada momento. No hay reglas, ni fórmulas mágicas, ni garantías contra la burocratización y la contrarrevolución. Los burócratas suelen ser expertos en organización, en beneficio propio, al margen del interés general de la sociedad.
La experiencia histórica del proletariado señala los soviets rusos de 1905 y 1917, los rater alemanes de1918-1920 y los comités españoles de 1936, esto es, la organización del proletariado en consejos obreros como la forma organizativa revolucionaria de la clase obrera.
Estamos pues hablando no de tal o cual forma organizativa de comité o de consejo, sino de la organización consejista de la sociedad. Los consejos no representan a los obreros, SON EL PROLETARIADO ORGANIZADO. Es un órgano de clase y de lucha. No es un órgano político, y por lo tanto no es democrático ni dictatorial, está más allá de la política, y evita la separación entre lo público y lo privado característica del capitalismo. Practica la democra directa.
Soviets, raters y comités fracasaron en el pasado, pero han existido, demostrando la capacidad del proletariado para dirigir y gestionar fábricas, ciudades y países; señalando también sus límites, SUS ERRORES y sus limitaciones. Han surgido siempre que el proletariado revolucionario se ha alzado contra la barbarie capitalista. Han sido la respuesta obrera al vacío dejado por la burguesía, más que resultado de la radicalización del combate.
La ideología consejista contempla los consejos como meta y no sólo como un momento de la transición al comunismo. Los consejistas sustituyen el concepto “partido” de los leninistas por el concepto “consejo”. Ambas ideologías son estériles, porque de acuerdo con el viejo y contundente grito de la Asociación Internacional de los Trabajadores: la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores, o no será. Los consejos, o las organizaciones que en cada momento cree el proletariado, serán sólo lo que consigan hacer en el combate por destruir el Estado y alcanzar el comunismo.
Estamos hablando de la constitución del proletariado en clase, y por lo tanto, en organismo revolucionario autónomo, independiente de la burguesía y opuesto al partido contrarrevolucionario del capital, que orienta todos sus esfuerzos hacia la total y definitiva destrucción del Estado, esto es, a la destrucción de la organización política del capitalismo, sustituida por una nueva organización política de la sociedad comunista, que conduce a la extinción de todas las clases sociales.

¿La revolución se agota con la expropiación de los medios de producción? ¡Claro que no!, pero sí que es el punto de partida sin el cual NO ha empezado la revolución. ¿Que ha de discutirse el tipo de moral, de cultura y de educación impuesto por las relaciones sociales del capitalismo...? ¡Más que discutirse se trata de destruirlas por completo, lo cual será posible porque se habrán destruido sus fundamentos económicos!
¿Que han de plantearse y solucionarse las diferencias y contradicciones entre dirigentes y dirigidos?: si la revolución o el proceso revolucionario inicial no las ha destruido ya desde un principio, si la revolución no ha sido un proceso colectivo, multitudionario, anónimo, sin dirigentes ni dirigidos, quizás no se trate de una auténtica revolución proletaria.
En resumen: la destrucción del Estado, de la porpiedad privada y de las relaciones sociales impuestas por el capitalismo no son ya la revolución social, sino sólo la posibilidad de su comienzo. PERO LA NUEVA MORAL sólo podrá surgir del seno de unas nuevas relaciones sociales NO capitalistas. En una sociedad capitalista podrán surgir aspiraciones de una nueva ética, e incluso su planteamiento "artificial y forzado" en el seno de pequeños grupos, pero nunca su extensión social, porque chocaría con las relaciones sociales capitalistas imperantes y vigentes, absolutamente dominantes y "naturales".
La moral no cambiará el mundo (capitalista); la moral sólo cambiará cuando ya se haya destruido el mundo (capitalista).
Eso no quita que quienes luchan por destruir el viejo mundo deben estar imbuidos por una nueva ética laica, universal y solidaria, pero sabiendo que sólo se generalizará en una sociedad comunista.

Esa es mi opinión, que para servir de algo y a algien debería ser debatida y probablemente matizada y modificada en el transcurso de una fructuosa discusión.
Sindicato Sindicat