Allá por el siglo XIX, una mente lúcida supo ponerle nombre a un problema social cuyas raíces partían de una patología parece que no demasiado generalizada (obviamente no disponemos de datos) que afectaba a un colectivo humano determinado:
Se conoce por drapetomanía (del griego δραπετης (drapetes, "fugitivo [esclavo]") + μανια (mania, "locura") a la supuesta enfermedad que padecerían los esclavos negros del siglo XIX, consistente en unas "ansias de libertad" o expresión de sentimientos en contra de la esclavitud. Fue acuñada en 1851 por el médico Samuel A. Cartwright, perteneciente a la Louisiana Medical Association.
Una de la más interesantes líneas para analizar este “descubrimiento” nos sitúa en la intersección entre lo social y lo individual. En este caso, nos interesa mostrar cómo es un asunto recurrente para las líneas de pensamiento más conservadoras de las clases dominantes la estigmatización de los individuos, sobre los que se hace pesar directamente la culpa (en sentido más cristiano) para evitar cualquier análisis que introduzca el elemento o variable clase (burguesía/proletariado, opresores/oprimidos...). La construcción de esta estigmatización se sostiene sobre la búsqueda de características personales que puedan no sólo explicar sino también predecir actitudes fuera de las normas establecidas, para ello se estudia la psique, la biografía personal o se echa mano un sospechoso biologicismo[1]. Nada nuevo: la explicación de su actitud pretende explicarse como una patología que se puede aislar y estudiar científicamente. Desde el siglo XIX hemos visto síndromes como el descubierto por el Dr. Cartwright u otros como los estudiados por el Dr. Vallejo Nagera que afectaban a los “rojos”, individuos enfermos de revolución. Ancestral es la patologización de la homosexualidad.
Frente a la patologización de la desobediencia, tenemos otras teorías que pretenden explicar la sociedad y sus problemas desde el análisis de los grupos sociales, entre ellas se encuentra muchas veces la defensa de que cuanto mayor sea la opresión, más habituales, más intensas, serán las protestas, las luchas[2].
Nuestra península, en este sentido, nos ofrece interesantes ejemplos por culpa del o gracias al actual panorama sociopolítico. Eso que los medios de “comunicación” llaman crisis económica es una nueva fase de reestructuración del capitalismo que conlleva en España, entre otras cosas, un inevitable cambio de la estructura social de clases que hace más pobres a los muchos perdedores y más palpable la diferencia que existe con los pocos vencedores. Estos cambios han posibilitado un aparente cuestionamiento de la santa paz social [3] aunque sea de forma leve.
La premisa que vincula opresión y revuelta se muestra contradictoria ante un concepto que fue habitual en la sociología y la antropología de los años 70, la reproducción social, pero que ya estaba francamente difundido anteriormente, por lo menos (desde los orígenes del movimiento obrero) entre el proletariado consciente que alejado de la retórica académica y sin refinamientos conceptuales pintaba por las paredes de sus pueblos y ciudades:
Obrero: si piensas como un burgués y vivirás como un esclavo.
El capitalismo postindustrial ha construido para su beneficio la sociedad de la total fragmentación (del individuo y) social que ha generado una estructura de clases donde las relaciones de opresión/poder se han complejizado enormemente, hasta tal punto que nunca fue tan difuso el mapa de la opresión como lo es hoy, en la que muchos trabajadores son partícipes de la opresión (como encargaduchos del tres al cuarto, por ejemplo) al mismo tiempo que son oprimidos pues siguen teniendo por encima toda una escala de superiores, etc. Esto no significa, obviamente, que el concepto de reproducción no sea aplicable a otros periodos históricos pues cómo los valores de las clases dominantes se impregnan en las clases dominadas se puede estudiar en las sociedades de todos los tiempos y lugares.
En nuestro entorno, en nuestro presente (en la patria de los recortes) resulta especialmente relevante comprobar la separación entre opresión, conciencia de opresión y contestación social frente a la opresión. En concreto, nuestro entorno inmediato nos muestra una separación profunda, una polarización, de los dos primeros elementos con respecto al tercero. Nuestro capitalismo ha conseguido una amplia absorción de los valores de clases dominantes por parte de las clases dominadas, por lo que la conciencia de opresión ha decrecido en las últimas décadas hasta la llegada de esta última “crisis”. El verdadero logro, no obstante, ha sido empujar las luchas contra la opresión hacia las reglas marcadas por las clases dominantes, las reglas del espectáculo, viéndose las luchas, normalmente, directamente como una reivindicación para que otros consigan los objetivos que se persiguen (ya sean abogados, medios de comunicación, distintos grupos políticos...). Esta aberración contra la clase trabajadora se ha operado haciendo pasar por objetivos, racionales e incuestionables valores y premisas de la burguesía como el derecho a la propiedad privada, la imparcialidad de la justicia, el rechazo a la violencia no institucional...
Con este panorama como telón de fondo todavía se encuentran en las calles militantes con una sólida fe en la necesidad de unas determinadas condiciones materiales para la lucha. Dicha fe se convierte así en centro de una teoría determinista que tiembla ante el concepto de reproducción que introduce toda una serie de variables que dejan las condiciones materiales en otra variable más: los individuos y las comunidades libremente formadas no se pueden reducir a elementos materiales, sean externos o biológicos.
En definitiva, trabajar por la toma de conciencia, conciencia de clase y de los valores de la clase trabajadora de solidaridad, apoyo mutuo, igualdad, horizontalidad y acción directa. Trabajar por desenmascarar la opresión sólo es el primer paso, aunque necesario, para la construcción de la anarquía que solo puede avanzar al margen de las reglas del espectáculo, porque ningún opresor hará nada por aquél a quien oprime, porque los medios de comunicación sólo recogerán aquello que les convenga a ellos, que les convenga a los poderosos, porque, obviamente, el sistema no dará ninguna facilidad a aquello que intenten cambiarlo. Que se extienda la drapetomanía.
Por la anarquía.
[1] Cuando hablamos de biologicismo hacemos referencia a un modo de explicar cómo ciertos problemas nunca tendrían un origen social sino que surgirían de la psicología de los individuos, de eso que se podríar llamar de forma confusa “la naturaleza del hombre”.
[2] Así, se pasa de la complejidad del estudio de la psicología humana a intentar reducir a las masas a leyes físicas de acción-reacción.
[3] Este concepto, paz social, presupone que sobre la base de la negociación y el diálogo entre clases se puede construir un acuerdo para un generalizado avance social, sin embargo, la paz social esconde el monopolio de la violencia de las clases dominantes sobre las dominadas. |