A estas alturas, casi todo el mundo más o menos vinculado a los movimientos sociales reconoce que valorar de mejor o peor manera a una persona en base a la belleza es algo frívolo y que es fruto de una sociedad capitalista que todo lo convierte en mercancía de la que se puede sacar partido: cosméticos, operaciones estéticas, gimnasios, ropa... Incluso se ha llegado a convertir la belleza en un reclamo sexual que aumenta el negocio del ocio como bares, discotecas, etc. No está tan extendido, en cambio, el considerar cierto tipo de comentarios valorativos del aspecto como forma de autoridad, siendo supuestamente inofensivos y viniendo casi siempre en tono de broma. Esto hace que, lamentablemente, sean comunes entre nuestros cículos anarquistas. Por eso rebatirlos es considerado una exageración y un cierto maniqueísmo (al fin y al cabo, “¿a quién hace daño una broma?”o “¿por qué no vamos a decir que está buena, si es que es verdad?”).
Tras la consideración superficial de la belleza en la sociedad capitalista con la que podemos tratar cada día, encontramos una intención de clasificación, de normativización en base, como siempre, a los valores de las clases altas. Es obvio que en una sociedad de clases la clase alta impone sus costumbres, sus valores, su forma de ser y sus fines como los válidos y los positivos, por eso en una cultura como la nuestra se valora a las personas competitivas y ambiciosas como aquellas que pueden conseguir realmente lo que quieren, al igual que se valora el fin de conseguir un trabajo donde se gane mucho dinero y no es valorado el entregar una vida a la lucha. El caso de la belleza no iba a ser menos y los cánones de belleza se han ido ajustando a lo que significaba para las mujeres de la clase alta como tal, siendo, por lo tanto, convencionales. Así, anteriormente se valoraba a la mujer blanca que no estaba trabajando al sol, “gordita” porque era la que no pasaba hambre y bien vestida a la época por ser quien se lo podía permitir económicamente. Obviamente, si este canon se hubiera extendido hasta hoy no se correspondería con lo que viene a ser una mujer de clase alta que a día de hoy se ve ejemplificada por la mujer delgada con un cuerpo trabajado en el gimnasio y, normalmente, demasiado delgada para desarrollar cualquier trabajo manual que requiera de fuerza. Asimismo, de la mujer blanca hemos pasado a la excesivamente morena, la que se puede permitir veranear en la playa y tomar rayos uva el resto del año para “elaborarse” su color de piel.
Las mujeres famosas y ricas son, por tanto, las que hacen el canon: esas que tienen dinero para dedicarse a su cuerpo y un ejército de publicistas que la hacen aparecer por todos los rincones de nuestra vida con una figura imposible gracias a la magia del photoshop. El acoso de estas imágenes desde que somos pequeños es inevitable, como lo es su influencia. Ésa es la mujer que una debe ser y que uno debe desear tener (sí, tener, porque se aprende como un simple objeto expuesto). Por ello, nunca podremos desligar al canon del carácter autoritario de cualquier clasificación.
En el caso de la belleza, la clasificación del canon es una clara gestión de los cuerpos para dominarlos, para violentarlos en base a un deber ser. Es una manifiesta incoherencia intentar defender (como muchos hacen) que, pese hacerse comentarios sobre si una persona encaja o no en el canon, no se está haciendo más que un inofensivo comentario. La dominación sobre los cuerpos es una forma de poder que enajena a la persona, la hace encajar en algo externo cambiando lo que debería ser su curso natural. La clasificación es una normativización que hace que la persona se vea y nosotros veamos a la persona como algo exterior a ella misma y no desde ella misma. Desde algo exterior que es el poder capitalista, desde una clasificación que interesa directamente a este poder.
Desde nuestro punto de vista, cualquiera que pretenda llamarse anarquista debe rechazar todo tipo de poder, todo tipo de autoridad ejercida sobre el individuo por muy abstracta que sea, ya que sus métodos y sus efectos son bastantes concretos (complejos, transtornos en la alimentación, inseguridades...). Los problemas generados por el canon no vienen de las grandes pasarelas de moda, que pocos solemos ver, vienen de la publicidad y del día a día del que nosotros formamos parte, de una autoridad que ejercemos como piezas del mecanismo de poder, quizá no del todo conscientemente, sobre aquellos/as con quienes convivimos.
La anarquía libera cuerpos y mentes, potencia el desarrollo del individuo en la comunidad sin el ejercicio de autoridad sobre él. La belleza está en la anarquía, por ella luchamos. |