Por Fernando del Alamo
El autor de este libro, Carlo Maria Cipolla ha sido un
gran historiador del siglo XX. Fue catedrático de historia
económica en las universidades de Pavía y
Berkeley y ha escrito unos cuantos libros sobre la historia de la
economía. El que os comento hoy, en particular, es muy
pequeño (que no llega a las 90 páginas) pero
tiene un sentido del humor que arranca la sonrisa de principio a fin.
Para empezar, el autor nos define el
concepto “humorismo”: consiste en la capacidad de
entender, apreciar y expresar lo cómico. Es un don
más bien escaso entre los seres humanos. Lo diferencia del
facilón, vulgar y prefabricado (alias chiste). Pero ojo, el
humorismo no debe suponer una posición hostil, sino una
profunda e indulgente simpatía humana. No es humorismo hacer
la risa fácil cuando se está en la cabecera de un
moribundo, pero sí lo es en el caso de aquel gentil hombre
francés al que conducían subiendo las escaleras
hacia la guillotina. En aquel momento, tropezó con uno de
los escalones y dirigiéndose a los guardianes
exclamó: “Dicen que tropezar trae mala
suerte”. Dice que a aquel hombre se le debería
haber perdonado la vida, aunque sólo fuera por aquella
salida.
El libro se divide en dos partes. En la
primera explica la historia de la pimienta, un potente
afrodisíaco, según dice. Vamos, a uno le queda la
sensación que la pimienta ha cambiado la historia del mundo.
Hasta explica de dónde salen famosos apellidos:
El aumento del consumo de
pimienta incrementó el vigor en los hombres que, al verse
rodeados de tantas hermosas mujeres guardadas por sus cinturones de
castidad, experimentaron un repentino y enorme interés por
la elaboración del hierro; muchos se hicieron herreros y
casi todos se dedicaron a la producción de llaves. Este
hecho tuvo dos importantes consecuencias:
1.- La creciente frecuencia
del apellido Smith (“herrero”) en Inglaterra;
Schmidt en Alemania; Ferrari, Ferrario, Ferrero o Fabbri en Italia;
Favre, Febvre, Lefevre en Francia.
2.- El desarrollo de la
metalurgia europea que entró definitivamente en fase de
expansión y de self-sustained growth
(“crecimiento autosostenido”).
Y ¿qué
provocó la Guerra de los Cien Años?
Pues el vino:
Los soberanos ingleses, por regla
general, se aseguraban de que el buen vino estuviese reservado para su
mesa y de que a los invitados se les sirviera el que se
había estropeado. Pedro de Blois, escribano de la corte de
Enrique II, cuenta que:
He visto servir, incluso a la
alta nobleza, un vino tan turbio que se veían obligados a
cerrar los ojos, apretar los dientes y, con la boca torcida y gran
repugnancia, filtrar y hasta beber aquella porquería.
Y el autor continúa:
En definitiva, para los
soberanos ingleses el vino era cosa seria. No debe, pues, sorprendernos
que en 1330 surgiera entre el rey de Inglaterra y el rey de Francia una
grave disputa por el control de las zonas vinícolas
francesas. El infausto resultado de este litigio fue una guerra
conocida con el nombre de “Guerra de los Cien
Años”, aunque la verdad es que duró
116. El verdadero héroe de esta contienda interminable fue
una mujer, Juana de Arco, que luchó valerosamente contra el
rey de Inglaterra por conseguir que el vino francés
permaneciera bajo control francés en su
denominación de origen. La larga guerra arruinó
económicamente a ambos países, y supuso
también la ruina de muchos viñedos franceses, que
fueron devastados por las compañías de
mercenarios. Lo cual demuestra, una vez más, la locura de
las guerras.
La segunda parte del libro habla de lo
que llama “Las leyes fundamentales de la estupidez
humana”. Dice que los seres humanos poseen el privilegio de
tener que cargar con un grupo más poderoso que la Mafia, que
el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Un
grupo no organizado que no se rige por ley alguna, que no tiene jefe.
Son los (con perdón) estúpidos.
Y define estúpido aquella
persona que causa daño a otra o a un grupo de personas sin
obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí o, incluso,
obteniendo un perjuicio.
Explica que en todos los grupos,
absolutamente todos, existe una fracción que llama
épsilon de personas que son estúpidas. Esta
épsilon no depende del estatus social, económico,
cultural o cualquier otra característica. Todos los grupos
(imagino que también incluiría a los escritores
de blogs, así que no me libro; y a los lectores de blogs,
así que tampoco vosotros os libráis) contienen
esa fracción épsilon de estúpidos.
Para explicar su teoría,
traza un gráfico en el que divide el espacio en cuatro
partes:
El eje de las X mide las ganancias de
una persona en cuestión. Pueden ser negativas, nulas o
positivas. El eje de las Y mide lo mismo pero de la otra persona (o
grupo de personas) con las que la primera está relacionada.
Por ejemplo, las personas inteligentes
harán acciones en las que tanto ella misma como con las que
tiene relación salgan ganando. Estará situada en
la parte I del gráfico. Si
hacemos una acción por la que nos enriquecemos pero
procurando pérdidas a los otros, actuamos como malvados:
estamos en el área que hemos definido como M.
Si hacemos una acción que provoca una pérdida
nuestra, pero un beneficio hacia la otra persona, hemos actuado como
incautos. Estamos en el área delimitada por H.
Finalmente, si hacemos una acción cuyo resultado es una
pérdida nuestra y para nuestro vecino, entonces hemos
actuado como estúpidos. Es el área definida por
la letra E.
Ahora bien, fijémonos en el
área de los malvados. La que tiene la letra M.
El autor explica que existen tres tipos de malvados: los ladrones puros
o malvados perfectos, los malvados inteligentes y otros, que no define,
pero de los que dice que rozan la estupidez perfecta. Son los Malvados
con rasgos de estupidez (zona Me):
El malvado perfecto es, por ejemplo,
una persona que te roba 1.000 euros. Tú pierdes 1.000 euros
y él gana 1.000 euros. Ahora bien, si alguien hace que te
rompas una pierna para quitarte 1.000 euros o causa daños en
tu automóvil por valor de 2.000, ya vemos que su beneficio
es más pequeño que el mal que ha causado. Esos
malvados rozan la estupidez y distan mucho de ser malvados perfectos.
Son los de la zona Me. No obstante, si
algún malvado te causa un daño o es capaz de
robarte consiguiendo para sí un beneficio mayor que el
daño que te ha causado es un malvado inteligente: zona Mi.
Al preguntarse cómo es
posible que haya estúpidos que llegan al poder en la
política, lo achaca a los votantes estúpidos
(aquella fracción épsilon) que hace el mal a la
sociedad a cambio de ningún beneficio. Por ello, explica, la
democracia es un instrumento de gran eficacia para mantener a esos
estúpidos en el poder.
Dice que una persona inteligente puede
entender las acciones de un malvado, ya que actúan con
racionalidad: quieren aumentar sus beneficios; pero como no es tan
inteligente, causa pérdidas a los demás. Obtiene
su “más” causando un
“menos” para su prójimo. Vemos que no es
justo pero, al menos, se puede prever. No obstante, la
acción de un estúpido es totalmente imprevisible.
No existe modo racional de prever una acción que
causará que tanto él como el prójimo
pierda. Dice que, normalmente, estos ataques vienen por sorpresa pero
que, aun teniendo conocimiento del ataque, es imposible organizar una
defensa racional, pues dicho ataque carece de cualquier estructura
racional.
Hay otra curiosa
característica: el que es inteligente sabe que es
inteligente, el malvado es consciente de que es un malvado, el incauto
está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez.
Pero el estúpido… no sabe que es un
estúpido.
Afirma que el estúpido es
mucho más peligroso que el malvado. Aparecerá en
el momento más inesperado para echar a perder tus planes,
destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, te hará
perder dinero, buen humor, apetito, productividad, etc.; y todo ello
sin remordimientos ni razón. O sea, estúpidamente.
Llegados a este punto, pasa de las
conclusiones del tipo “micro” a las del tipo
“macro”. Por ejemplo, los malvados perfectos hacen
transferencias de riqueza, mal hechas, por supuesto, pero en conjunto,
la sociedad no ha perdido nada. Si todos los miembros de una sociedad
fueran malvados perfectos, la sociedad quedaría en una
situación estancada pero no se producirían
grandes desastres.
Cuando los estúpidos entran
en acción las cosas cambian completamente. Como provocan
pérdidas a otras sin que repercuta en beneficio propio, la
sociedad en conjunto se empobrece.
Y atención, que
también existen incautos con rasgos de estupidez (zona He)
que hacen que sus propias pérdidas sean mayores que los
beneficios de los otros. Con estos la sociedad, en conjunto, pierde; al
igual que con los malvados con rasgos de estupidez Me.
Finalmente, los que contribuyen a
aumentar el bienestar de la sociedad son los incautos dotados con
rasgos de inteligencia (Hi) y los malvados
con rasgos de inteligencia (Mi).
Sería un grave
error creer que el número de estúpidos es
más elevado en una sociedad en decadencia que en una
sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de
estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el
hecho de que en la sociedad en declive los miembros
estúpidos de la sociedad se vuelven más activos
por la actuación permisiva de los otros miembros.
Un país en ascenso
tiene también un porcentaje insólitamente alto de
individuos inteligentes que procuran tener controlada a la
fracción de los estúpidos, y que, al mismo
tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la
comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.
En un país en
decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue
siendo igual; sin embargo, en el resto de la población se
observa, sobre todo entre los individuos que están en el
poder, una alarmante proliferación de malvados con un
elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en
el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de
los incautos.
VEASE TAMBIEN
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlo_Maria_Cipolla
Las leyes de la estupidez humana |