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Notícies :: altres temes
La no-libertad de la democracia moderna
18 abr 2012
Introducción y fragmento de un texto de Gunther Anders sobre las consecuencias que la elevación del concepto de imagen a categoría principal tiene sobre la vida.
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En estos tiempos de crisis que corren, y por tanto de replanteamientos y miradas atrás con objeto de comprender mejor lo actual y pensar lo futuro, el pensamiento y la vida de G. Anders nos proveen de algunas herramientas útiles. Y ello porque centró sus escritos en las incipientes consecuencias que el desarrollo industrial estaba provocando en la vida humana. Así, conceptos como la técnica, la razón, la libertad o las nuevas formas de explotación, fueron tematizados para extraer consecuencias antropológicas importantes para entender lo que somos y tenemos hoy día, y dirigiéndose siempre hacia una postura ética crítica. Sus palabras nos permiten relativizar esas críticas, tan aireadas por los medios del poder, que se hacen a los que cuestionan la democracia actual, y que siempre tienen como bandera la libertad en su versión liberal. Una libertad que Anders ya vio empobrecida y empleada de forma interesada por los que detentan el poder.

Dejo un fragmento del segundo volumen de su obra ‘La obsolescencia del hombre’ (fragmento que leyó en 1960 como tesis para un simposio sobre mass-media con el título de ‘Infantilización mecánica’ y que en el libro titula ‘La obsolescencia de la realidad’), que examina las consecuencias que se pueden extraer de la elevación de la imagen, como representación autónoma de la realidad, a categoría principal. Un mundo como imagen suministrada apta para el consumo masivo con fines comerciales que conduce a la depauperización-edulcoración de la experiencia que limita al mínimo la toma de una postura adecuada; a la artificialización de los comportamientos de las personas en sociedad (en tanto se trata de una imagen como mundo real y un mundo real como imagen); a la servidumbre y pasivización no conscientes, encubiertas como comodidad; la dificultad para comprender el mundo, en tanto se nos inunda con imágenes descontextualizadas; a la hipersensibilización generada en las personas; la formación de subjetividades adecuadas para la recepción y consumo continuado de mercancías; la pérdida de la potencia liberadora y perversión de la intención primera supuesta de lo vanguardista o lo esotérico debido a la producción y consumo industrial.

Como se podrá ver las palabras de Anders fueron sabiamente recogidas por Debord, que años más tarde publicaría su obra principal ‘La sociedad del espectáculo’, afilando todavía más la crítica al actual modo de vida.

*******************************

III

La categoría principal, la fatalidad de nuestra existencia actual, se llama imagen. Por imagen entiendo toda representación del mundo y de fragmentos del mundo, ya sean fotos, carteles, imágenes televisivas o films. La imagen es la categoría principal, porque hoy las imágenes ya no se presentan también en nuestro mundo como excepciones, sino que más bien estamos cercados por ellas y expuestos a una lluvia continua de las mismas. Antes hubo imágenes en el mundo, como muro de imágenes, que sin parar atrapa y colma la mirada y encubre el mundo. Está claro que, si el número de las imágenes (que no solo nos son presentadas, sino que se nos imponen) crece con tal desmesura, esa cantidad se transforma en una cualidad. Esto no significa necesariamente que las imágenes resulten o puedan resultar peores que antes, sino que toda imagen, aunque solo sea una entre millones, adquiere una función diferente de la que antes tenía. Cuando Tommy preguntó a su madre, al apagar la televisión, cómo se producía en otros tiempos la oscuridad y el silencio –antes de la invención de la radio y la televisión, pues también antes debía haber algún método antiguo de conseguirlo-, estaba poniendo de manifiesto la esencia de nuestra era, pues manifestaba que las reproducciones que se nos suministran en casa (tanto da que sean ‘obras’ o supuestas reproducciones del mundo o ‘imágenes en directo’ de acontecimientos actuales o modelos suministrados para la contrainformación) ya no son islas en medio de la cotidianidad o el silencio, sino más bien lo contrario: el silencio y la ausencia de imágenes se han convertido en lagunas y agujeros en el continuum del mundo de la imagen. Dicho en términos de la psicología de la Gestalt: figura y trasfondo se han invertido, es decir, las figuras han degenerado en mero trasfondo (background music).

El hecho de la actual producción y consumo de imágenes –pues éstas conforman la masa principal de nuestro consumo- es tan extenso que su discusión no se puede llevar a cabo en el ilimitado marco de la teoría del arte. Antes podíamos entender la imagen como reserva del arte; hoy, en cambio, ya no puede ser así, pues todo, incluido lo real, se presenta primero como imagen, hasta el punto de que el mundo sin sus reproducciones aparecería como un mundo vacío. El mundo se ha convertido en tan grande, ininteligible y opaco, que hace necesarios modelos y que sus imágenes prevalezcan sobre él mismo, pues la sensibilidad de nuestros ojos no está ya a la altura del mundo; incluso con vistas al conocimiento y la comprensión hay que echar mano del medio de la apariencia. El hecho de que incluso la comprensión exija ya el medio de la apariencia, el establecimiento de un mundo de imágenes, se ha convertido hoy en la enorme posibilidad del engaño. Hoy, en cuanto artistas, tenemos que preguntar: ¿cómo se comporta el arte (que antes había dispuesto de un monopolio casi exclusivo para la producción de imágenes) en un mundo que otros poderes han convertido en gran parte en un mundo de imágenes universal? Así, por ejemplo, la ‘ausencia de objetos del arte’ [abstracción] es, entre otras cosas, también una reacción contra la conversión del mundo en imágenes llevada a cabo por otros poderes.

IV

¿Qué efectos tiene el hecho de que la imagen se haya convertido en la categoría principal de nuestra vida?

1. Somos despojados de la experiencia y la capacidad de tomar una postura. Dado que no podemos conocer en una visión sensible directa, sino solo a partir de imágenes, el vasto horizonte del mundo, ‘nuestro mundo’ realmente actual (pues ‘real’ es lo que nos concierne y de lo que dependemos), lo importante nos llega justo como apariencia y fantasma, es decir, en una versión edulcorada, cuando no incluso irreal: no como ‘mundo’ (no se puede apropiar el mundo más que viajando o experimentando), sino como objeto de consumo que se nos suministra en casa. Quien alguna vez ha consumido en su habitación bien calentita una explosión atómica como imagen suministrada en casa, o sea, en forma de una postal en movimiento, asociará ya cuanto pueda oír sobre la situación atómica con ese acontecimiento que ha visto en casa a tamaño de bibelot y, de esa manera, quedará despojado de la capacidad de comprender la cuestión y de tomar una postura adecuada al respecto. Lo que se suministra –y ciertamente en estado líquido, es decir, de manera que se pueda tragar de inmediato- imposibilita una confrontación, porque ésta resulta superflua. La mayoría de veces, incluso, se suministra al mismo tiempo amigablemente la postura deseada; pocas cosas más características de las actuales emisiones que el libre suministro doméstico del aplauso. En el fondo, ya no hay mundo exterior, pues éste ya no es más que la ocasión para una posible representación doméstica.

2. Somos despojados de la capacidad de distinguir entre realidad y apariencia. Cuando la apariencia se presenta de manera realista, como ocurre a menudo tanto en las emisiones radiofónicas como en las televisivas, la realidad adquiere por el contrario el aspecto de apariencia, de una mera exhibición; si el teatro (que en teoría significa el mundo) se presenta como el mundo mismo, éste se transforma también en teatro, o sea, en un mero spectaculum, que no necesita ser tomado tan en serio. En este sentido, toda la conversión de nuestra vida en imágenes es una técnica del ilusionismo, pues nos da y ha de darnos la ilusión de que vemos la realidad. La impresión del espectáculo, que la realidad produce en la televisión, tiene un efecto de rebote, pues contagia a la misma realidad. La impresión de espectáculo, que la realidad produce en la televisión, tiene un efecto de rebote, pues contagia a la misma realidad: el hecho de que hace poco Kennedy y Nixon se maquillaran para sus disputas televisivas demuestra no solo que el público esperaba a ambos como un show, sino que ambos se consideraban a sí mismos como actores, que competían con las estrellas televisivas, que su efectiva posibilidad política dependía de su talento para el show. Así pues, no solo la apreciación de la realidad por parte del público resulta poco seria, sino la realidad misma, pues debe tener en cuenta las imágenes. El mundo se convierte ya en ‘representación’, ciertamente en un sentido que Schopenhauer jamás habría podido pensar. En estrecha relación con esto:

3. Nosotros configuramos nuestro mundo de acuerdo con las imágenes del mundo: imitación invertida. Dado que no hay ninguna imagen que, al menos potencialmente, no actúe como modelo, nosotros marcamos en efecto el mundo según la imagen de sus imágenes: cualquier Johnny besa hoy como Clarke Gable. Así, la realidad se convierte en imagen de sus imágenes (no en imagen de ideas, como en Platón, por ejemplo).

4. Se nos convierte en ‘pasivos’. Mediante el suministro continuo somos transformados en consumidores continuos. Mientras, por ejemplo, en cuanto lectores aún somos autónomos, es decir, podemos volver a páginas anteriores y determinar por nosotros mismos el ritmo de la asimilación, ahora, en cuanto público que escucha y ve sin pausa, somos llevados en andadores; al consumir, también debemos consumir a la vez el ritmo del suministro. Esto era válido, ciertamente, siempre para el público del teatro y los conciertos, pero hoy se ha convertido en una fatalidad, pues los espectáculos discurren sin pausa y, por esa falta de pausa, encarrilan nuestra falta de autonomía.

Dicho de otra manera: la relación del hombre [con el mundo] se hace girar hacia la unilateralidad. Dado que estamos acostumbrados a ver las imágenes, pero a no ser vistos por ellas; a escuchar a personas, pero a no ser oídas por estas, nos acostumbramos a una existencia en que somos despojados de una mitad de nuestro ser personas. Quien solo escucha, pero no habla y, en el fondo, no puede replicar, no sólo es convertido en ‘pasivo’, sino también en siervo [en cuanto solo escucha] y no-libre.

5. Esta pérdida de libertad se produce de manera tan natural, que ahora, a diferencia de los esclavos de feliz memoria, incluso somos despojados de la libertad de notar la pérdida de libertad. En efecto, la ‘servidumbre’ se nos transfiere a casa y se nos sirve como mercancía de entretenimiento y comodidad. Y hace falta una soberanía absolutamente inhabitual para no entender a esa comodidad como libertad.

6. Somos ideologizados, pues las imágenes de hoy son las ideologías actuales: las representaciones de imágenes deben transmitirnos una imagen del mundo o, más exactamente, la marea de imágenes singulares que tiene que impedir de todo punto que consigamos una imagen del mundo y que notemos la falta de la imagen del mundo. El método actual, con cuya ayuda se impide de manera sistemática la comprensión, no consiste en suministrar muy poco, sino demasiado. La oferta de imágenes (publicidad), en parte gratuita y en parte incluso inevitable, ahoga la posibilidad de hacerse una imagen: se nos inunda con una abundancia de árboles para impedirnos que veamos el bosque. La actual ignorancia se produce mediante la multiplicación de una aparente materia de saber. Cuanto menos tenemos que inmiscuirnos en decisiones que en verdad nos importan algo, más masivamente somos ‘inmiscuidos’ en cosas, que no nos importan en absoluto, por ejemplo, en las penalidades de emperatrices iraníes. Las mil imágenes encubren el contexto del mundo, más aún por cuanto toda imagen –resulta fragmentada, es decir, nos hace ciegos respecto de la causalidad. Dado que las imágenes no muestran los contextos, sino sólo ‘esto o aquello’, quedamos transformados en seres puramente sensibles; y este triunfo de la ‘sensibilidad’ es incomparablemente más fatal que la sensibilidad del tipo de Lolita por debajo del ombligo.

7. Somos infantilizados maquinalmente. De la misma manera que los lactantes se agarran a los pechos maternos, nosotros estamos agarrados a los inagotables pechos de los aparatos, pues toda necesidad de consumo y lo que se nos impone como necesidad de consumo, el mundo (también el denominado ‘mundo del arte’), se nos sirve en estado líquido. Es decir: no se nos sirve, sino que se nos suministra de manera tan directa que también puede ser utilizado y consumido; y dado que el producto es líquido, desaparece en cuanto es consumido, o sea, es liquidado. Los ‘fragmentos’ (expresión que es falsa) suministrados se coagulan en objetos tan poco como la leche materna se coagula en queso o mantequilla entre el suministro y la absorción; los tenemos interiorizados ya antes de que se nos ofrezca la posibilidad de ocuparnos de ellos o incluso de comprenderlos. Hoy, el modelo de recepción sensorial no es, como en la tradición griega, el ver, ni, como en la juedeocristiana, el escuchar, sino el comer. Hemos sido precipitados en una fase oral industrial, en que la sopa cultural se desliza con suavidad. En esta fase, lo suministrado no ha de ser siquiera percibido, sino sólo absorbido. Lo que la background music exige de nosotros (un 99 por ciento de la música radiofónica y televisiva es así o se convierte en eso, pues c’est la situation qui fait la musique) ya no es que la escuchemos, sino que está ahí únicamente porque sin ella se produciría un insoportable vacío. La mercancía suministrada es, para el que escucha, ‘aire’; y eso en un doble sentido: 1. Es indiferente para él; pero 2. Sin ella no se puede respirar. Este tipo de destrucción, de liquidación del objeto funciona por sí mismo, no es una especialidad de la radio y la televisión, sino que es característico de la producción actual como tal. En Estados Unidos se habla ya del principio de la obsolescencia dirigida, es decir, del principio de producir productos de manera que no tengan consistencia como objetos. Cosa que es muy comprensible, pues forma parte del interés de la producción enviar lo más rápido posible un producto B tras el producto A, cosa que sólo se puede llevar a cabo si el producto A está hecho de manera que se consuma al ser utilizado, o sea, quede liquidado al ser suministrado. Este principio ha encontrado su realización más perfecta (hasta ahora) en la radio y la televisión.

8. Lo suministrado es edulcorado [se le quita su vigor]. Puesto que la mercancía ha de ser consumida por el mayor número posible de consumidores, ha de tener mass appeal. Está claro que esto vale sobre todo para el cine y la televisión. Ahora bien, se objetará que esto no vale para la radio, pues tenemos la libertad de regular el grifo cultural, de cambiar a caliente, frío o incluso vanguardista; o sea, podemos elegir quién o qué ha de llenar con su canto nuestro habitáculo. Es verdad que en la radio y, a veces, también en la televisión desempeña cierto papel lo vanguardista, o sea, lo propiamente esotérico; pero cabe preguntarse qué función corresponde a lo vanguardista, toda vez que nos llega como mercancía suministrada y ya no tiene en sí nada de arriesgado o conspirador. Respuesta: eso queda edulcorado (y esto vale incluso para los fragmentos llenos de expectación y presentados intactos). En efecto, por el hecho de ser suministrados, quedan insertados en la clase de lo reconocido, incluso antes de que sean reconocidos por nosotros, el público; antes de que podamos tomar una postura respecto a ellos. El conformismo representa, hoy, una posibilidad incluso para el inconformismo: dado que este último llega a los de izquierdas y los de derechas en cierto sentido en el mismo empaquetado que la mercancía respetable la de entretenimiento o que el mundo cotidiano premasticado, absorbemos lo inconformista no con la actitud de confrontación, sino como consumidores que tragan, por más que el gusto sea tal vez algo amargo o no identificable. Utilizo el término ‘edulcorar’ porque forma parte de la esencia del arte en la oposición, o sea, presentar otro ‘mundo’. Este carácter de oposición corresponde mínimamente incluso al arte académico, al que oferta una apariencia hermosa, pues también la apariencia es un fragmento insular, que interrumpe o niega lo real. Y por otra parte, incluso al naturalismo, pues este muestra el mundo de una manera diferente de como la imagen del mundo –que nos resulta habitual o se nos impone- afirma que es lo real. Puesto que la vanguardia puede vender todas sus contradicciones sobre el mundo al mismo mundo y no pocas veces es mimada por éste, a menudo corre el peligro de que sus obras, incluso cuando piensan la verdad y son presentadas con fidelidad a la misma, lleguen en un estado exangüe a los destinatarios. Es lo mismo que si a los anarquistas se les pidiera vender sus bombas y, luego, se utilizaran para unos fuegos de artificio destinados a las masas, como entretenimiento de la población. Y puesto que las cosas están así, hoy lo verdaderamente vanguardista tiene que ocultarse en la inapariencia del lenguaje cotidiano. En Brecht se lee: ‘Desde las viejas antenas llegaban las viejas tonterías. Las cosas sabias se mantenían de boca en boca’. E incluso las nuevas cosas sabias pueden convertirse en viejas tonterías al ser difundidas como viejas tonterías por las nuevas antenas.

O dicho en términos sociológicos: todo puede ser masificado, incluso lo vanguardista y lo esotérico. Why don’t you join our intimate candlelight chamber music club? Millions joined it!, se oía en el año 1947 en la radio americana. Así, la diferencia entre exotérico y esotérico ha quedado engullida en lo exotérico mismo. O dicho en término económicos: los interesados en la producción de bienes de consumo han conseguido absorber, o sea, ‘consumir’ la anticonsumista diferencia entre no-consumo y consumo. Hemos llegado hasta el punto de que los bienes de consumo, con el fin de ser vendidos, son elogiados como bienes de no consumo.
Mira també:
http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/15400-la-no-libertad-de-la-democracia-moderna.html

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