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El pacto fiscal
29 nov 2011
‘Si fuera un argumento económico, deberían defender también el concierto económico en el interior de Cataluña, o incluso en la propia capital. Pero no lo hacen. ¿Y por qué? Pues precisamente, porque no es un argumento económico, sino totalmente ideológico. En su esquema sentimental de país es lógico ayudar a los ciudadanos de Salt o Montsiá, por poner dos ejemplos, pero no a los de Utrera o Badajoz’.
Tras el largo período de tramitación y aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, y tras su aún más largo período de pendencia ante el Tribunal Constitucional, podría pensarse que los partidos políticos nacionalistas catalanes dejarían ya, por fin, su victimismo recurrente para ocuparse de las cuestiones que verdaderamente preocupan a la ciudadanía.

Obviamente tal conclusión era errónea, puesto que inmediatamente después de conocerse la sentencia del citado tribunal, CiU convirtió la financiación de Cataluña, esto es, la exigencia de un concierto fiscal, rebautizado y matizado ahora como pacto fiscal, en su principal propuesta electoral en las elecciones autonómicas del año pasado, reiterada ahora en las generales del 20N.

Uno puede discutir si estas propuestas de pacto fiscal son o no aceptables, si realmente la solidaria Cataluña aporta más de lo que recibe del Estado (hay tantos datos y conclusiones como recuentos de asistentes a una manifestación), si aún siendo así tal solidaridad es necesaria para la construcción y desarrollo del conjunto del Estado o si sería conveniente ponerle algún límite. Lo que no es de recibo, sin embargo, es que nos traten de convencer de que todo este debate es una cuestión puramente económica, una supuesta estafa a los ciudadanos frente a la que ningún catalán con seny pueda oponerse.

No podemos consentir, así, que traten de disfrazar como argumento económico (la solidaridad y sus límites) lo que no es más que pura ideología, sentimiento nacionalista, y que con tal argumento económico atraigan para su causa a quienes, por no sentirse nacionalistas, nunca se inclinarían por la independencia de Cataluña.

El más claro ejemplo de lo falaz del argumento supuestamente económico es el principio de solidaridad, como factor que supuestamente causa el déficit de financiación. Incluso si asumiéramos a estos efectos que Cataluña “aporta más de lo que recibe del Estado”, nadie debería de escandalizarse.

En primer lugar, porque es así por mandato constitucional, en solidaridad con otras autonomías menos desarrolladas, puesto que la existencia misma de un Estado social y de poderes públicos, proveedores de infraestructuras y servicios, determina que deba regir una cierta solidaridad entre regiones, igual que la existe entre individuos (en ese caso, mediante la progresividad).

En segundo lugar, porque es también así a mayor escala, esto es, en la Unión Europea, pues como es de sobras conocido (y controvertido, en estos últimos tiempos), algunas naciones, principalmente Alemania, son aportantes netas de fondos para el desarrollo de las regiones menos favorecidas (entre ellas, claro está, España).

Y en tercer lugar, porque esta situación se da, también y de forma muy evidente, en un nivel inferior: a buen seguro que nadie pondrá en duda que algunas zonas de Cataluña (precisamente las de mayor renta per cápita y que aportan, por tanto, mayores ingresos) reciben menos inversión que otras, más desfavorecidas. Y es que, llevados al extremo, oponernos al concepto de solidaridad nos llevaría también a oponernos a la progresividad del Impuesto sobre la Renta, cuya principal consecuencia es que contribuyen en mayor proporción (no únicamente en mayor importe) los que más capacidad económica tiene.

¿Y por qué se dan, pues, esas desigualdades? Por solidaridad, como elemento esencial para lograr la cohesión de un territorio. No he visto a un nacionalista catalán que discuta que es aceptable y hasta justo que los ciudadanos (catalanes) de Barcelona paguen proporcionalmente (mucho) más que los (catalanes) de Lérida, o que en el barrio de Sarriá se recaude más de lo que se invierte. Y, me pregunto yo, ¿si eso es justo y necesario a escala catalana o barcelonesa, por qué no puede serlo también en España?

Y ahí es donde reside la trampa de los nacionalistas, el salto al vacío: si fuera un argumento económico, deberían defender también el concierto económico en el interior de Cataluña, o incluso en la propia capital. Pero no lo hacen. ¿Y por qué? Pues precisamente, porque no es un argumento económico, sino totalmente ideológico. En su esquema sentimental de país es lógico ayudar a los ciudadanos de Salt o Montsiá, por poner dos ejemplos, pero no a los de Utrera o Badajoz.

Se trata, en definitiva, de su concepto romántico de nación, de que para ellos la frontera está en la Franja (Aragón), y ahí se limita y acaba su solidaridad. Y me parece lícito, pero ya nada tiene de racional la reflexión, sino que es puramente sentimental e ideológica. El pacto fiscal no es la solución a un problema económico, sino un medio para lograr un objetivo político. No dejemos que nos engañen con esto.

Andrés Espinós Alegre es abogado y licenciado en ADE

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Comentaris

Re: El pacto fiscal
29 nov 2011
Evidentment, els independentistes tenim objectius molt més enllà del pacte fiscal (trampa espanyola per seguir a espanya), el que no es cert és que la nostre solidaritat s'acabi a la franja, la solidaritat de l'I.R. s'acaba on quedin humans, no a Badajoz. Els unics romàntics nacionalistes sou els espanyols.
Re: El pacto fiscal
29 nov 2011
auqí hi ha algun/a pesat/da q no para de treure posts de nacionalisme econòmic per desacreditar la lluita de l'EI. En sort, com tu dius, "a", es tracta de persones amb un nivell intel·lectual força baix, políticament bastant cínics, i amb bastant temps lliure i mala bava
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