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Anàlisi :: corrupció i poder : educació i societat : pobles i cultures vs poder i estats
Democracia real ya, pero de verdad
19 mai 2011
¿Es posible vivir sin gobiernos? Esta pregunta —sencilla en su formulación, pero que desata un universo argumental a poco que se escarba entre sus raíces— ha ocupado las luchas y debates de multitud de obreros, filósofos, intelectuales y políticos en los siglos XIX y gran parte del XX, en los tiempos en que la sociedad, llamémosle "civil" —aunque no existe ninguna otra- parecía buscar con ahínco y desesperación las respuestas sobre su propio destino
¿Es posible vivir sin gobiernos?

En cambio ahora, ya en el siglo XXI, los únicos que parecen hacerse esa pregunta de forma global y con un interés político claro son las empresas multinacionales, que necesitan por un lado, librarse de las trabas por llamarlas de alguna manera— impuestas por los gobiernos nacionales o locales y por otro, absorber el negocio de los —pocos— servicios públicos que aún quedan en manos de los estados.

El debate, visto lógicamente desde su vertiente social, ha sido sepultado por la aparición de las modernas democracias, que al hilo de aquel "vivimos en el mejor de los mundos posibles" nos han acostumbrado a un entorno social que criminaliza la puesta en cuestión del modelo de gobierno, por no hablar del de estado o el sistema económico. Lentamente, el miedo infiltrado en la sociedad tras el telón de los terrorismos y su ulterior idenfificación con cualquier disidencia, ha ido despojando a las personas de su derecho a cuestionar el estado y las formas en que éste se manifiesta. La aparición, en nuestro caso, de la constitución de 1978 cristaliza la forma de estado y de gobierno despojando a la sociedad —que se da en llamar "el pueblo soberano"— de cualquier posibilidad de modificar el marco político -y no digamos el económico- en que se desenvuelve. Soberanos para nada, entonces; más bien controlados, dirigidos e inmovilizados. Obviamente, estas son las características de todo pueblo que aspire a formar parte del "mundo desarrollado", de las organizaciones políticas y económicas internacionales. Son condición necesaria para la seguridad de inversores, empresas y libre flujo de capitales, que no desean ver amenazada su estabilidad por ningún tipo de "voluntad popular", que, éstos lo saben bien, siempre es contraria a sus intereses cuando no se la manipula y controla adecuadamente. Por tanto, el "gobierno del pueblo" tan solo nos permite al pueblo elegir entre una de las dos opciones de su férreo bipartidismo —con alguna propuesta nacionalista ad hoc—, en listas cerradas y establecidas por las cúpulas del oligopolio político. Esto es todo lo que podemos hacer por la "democracia". Un escaso bagaje para tanta palabrería.

El ruido mediático masivo en el que nos encontramos inmersos, cuyo nombre oficial es "información" —uno de sus hitos es la creación de noticias cada vez más fantásticas, como el presunto asesinato de Bin Laden— permite a los poderes reales mostrarnos la realidad de acuerdo a sus intereses del momento -¿quién se acuerda ya de la explosión de la central nuclear de Fukushima, aunque sus consecuencias para la vida continuen ahí durante miles de años?- de una forma envidiable. La realidad se amontona como la ropa sucia y al hilo de nuestra sociedad de consumo, en vez de lavarla, preferimos tirarla y comprar otra nueva. Cada vez tenemos menos tiempo disponible, en medio de la avalancha de publicidad que constantemente nos impulsa a aprovechar —es decir, comprar— el día de hoy y que sólo pensemos en mañana para contratar un plan de pensiones, si evitamos, claro, que nos echen del trabajo. Así podremos seguir pagando las letras y escaparnos de la realidad en esos cortísimos fines de semana, gracias a los cuales somos capaces de volver al trabajo, aunque más cansados aún. Hay que competir incansablemente, en una carrera sin final. Entonces, ¿cómo pensar en el estado? ¿o en el gobierno? ¿cómo cuestionarse el propio hecho de correr si no podemos parar de correr? El único tiempo para la política que tenemos disponible —y permitido— está en el entorno de los procesos electorales.
En nuestro estado, el gobierno del pueblo "soberano" ha sido un caldo que se ha ido cociendo desde la instauración democrática —que fue pareja a la restauración monárquica— con el fuego de la traición a los principios ideológicos y morales, la corrupción, el terrorismo de estado, la depravación de la política y de los políticos, la aparición del neoliberalismo totalitario y la sumisión de los gobiernos a los designios del gran capitalismo nacional e internacional. De aquel caldo solo quedan ya los posos, un resto negro y calcinado que se invoca cada cuatro años, en una especie de ritual religioso, en el que ya nadie cree pero al que la mayoría guarda un cierto respeto, unos por simbolizar el fin del franquismo —mejor dicho, de la muerte de Franco, que no la del franquismo— y otros porque lo consideran una especie de deber cívico, al igual que el reciclar la basura orgánica, deternerse en los pasos de cebra o felicitar la navidad.

Es verdad que a veces las elecciones se animan, al modo en que lo hacen los partidos de fútbol Real Madrid-Barcelona o los "derby" locales. Los entrenadores hacen algunas declaraciones incendiarias, que retransmiten todos los medios creando la sensación de que hay enfrentamiento, de que hay "emoción". A eso es a lo máximo a lo que pueden aspirar los procesos electorales; a crear emoción entre los "aficionados" —es decir, los que se identifican con alguno de los dos colores en liza— por saber quién gana "el partido". La campaña electoral de cada partido se dirige no desde un centro político o ideológico, sino desde un conglomerado de empresas de marketing, asesores de imagen y profesionales de la comunicación-manipulación. Todo esto ocasiona gastos millonarios que los partidos consiguen de las entidades bancarias (1) (según el Tribunal de Cuentas en 2006 los partidos políticos españoles con representación en el Congreso tenían una deuda con los bancos casi de 200 millones de euros), de las más que suculentas subvenciones del estado (2) (sólo en 2010 los partidos políticos se repartieron 216 millones de euros (3) o de sus fuentes secretas de financiación, es decir, los que "colaboran" con los partidos y no precisamente de una forma "desinteresada" (4). Sin embargo, este "mal funcionamiento" de las cocinas de la democracia es considerado como normal, ya que cada año el Tribunal de Cuentas (5) destapa las irregularidades de la financiación de los partidos sin que esto tenga consecuencias alguna.

Desprovistos de ideología, con muchas cuentas que saldar y favores que devolver, con un ojo puesto en los inversores y los mercados y otro en los índices de popularidad y las encuestas, no es de extrañar que al poco tiempo en el gobierno, las agendas y los compromisos suplanten discretamente a los programas políticos, y al cabo de unos meses la desilusión y la desgana se instalen entre el electorado —alias "pueblo soberano"—, que hibernará sin pensar en la política —para eso ya tiene el fútbol— hasta que se vuelva a convocar un nuevo espectáculo electoral.

La degradación de la política y los gobiernos es abrumadora. Ex-presidentes, ministros y sus asesores directos son contratados por las multinacionales como "asesores" pagándoles así los servicios prestados mientras ejercían tareas como cargos electos. En medio de la crisis, basta con ver cómo los gobiernos actúan sin embozo a favor de los bancos defraudadores y hacen pagar la crisis a los más desfavorecidos, reduciendo sueldos, reduciendo prestaciones sociales; los escándalos de corrupción, normalmente tolerada y admitida, que sólo se destapan sólo al calor de las maquinarias electorales, una corrupción que ha conseguido infiltrar todos los ámbitos de la sociedad; gobiernos que con una mano venden armas a los países más pobres mientras con otra les saquean sus recursos; gobiernos que hacen leyes que permiten la muerte de inmigrantes a nuestras puertas y en cambio toleran y defienden los paraísos fiscales; una degradación en suma, que repugna a las pocas personas a las que todavía interesa la política y son honradas —es decir, las que no viven de ella—.

No es ninguna locura, por tanto, intentar prescindir de este sistema. Un pueblo no puede ser "soberano" sólo para designar a uno u otro presidente o partido -que no son más que una apariencia mediática, casi virtual-, sino para decidir lo que hace con su vida y con la de su comunidad. Para ser soberano, un pueblo no puede delegar el gobierno entregando una carta blanca a la clase política, que sin ambages se nos presenta al servicio del mundo financiero; el pueblo debe retener y ejercer su autogobierno como única forma de evitar que se traicionen sus intereses. Es decir, debe participar en la política real, la que se hace en el día tras día, que afecta a las pequeñas y a las grandes cosas, todo esto para lo que ningún "gobierno" pregunta a sus ciudadanos —véase, si no, la rara excepción de Islandia (6)— hacia donde quiere dirigirse, cómo quiere organizarse, cómo quiere distribuir sus impuestos, qué modelo productivo quiere y en definitiva cual es la sociedad en la que aspira a vivir ese pueblo, considerado menor de edad para tomar todas estas decisiones y sin embargo, calificado de "soberano" por una clase dirigente autoerigida en su tutor eterno y universal.

Por tanto, si llamamos "gobierno" a este conjunto de intereses y a la manipulación de la "voluntad popular", no creo que muchas personas en su sano juicio pudieran decir que no podemos prescindir de ellos. ¿Acaso no tenemos derecho, como pueblo, ahora sí soberano, a plantearnos un cambio en el modelo de estado? No nos lo concede la ley, efectivamente, pero ese derecho es inalienable y no puede ser otorgado ni sustraido por ninguna ley. ¿No podemos aspirar a otro sistema económico? ¿A otra "constitución"?

Más allá de la ideología de cada cual —exceptuando, obviamente, las autoritarias y dictatoriales— parece difícil poder negarle al pueblo este derecho intrínseco. Otra cosa sería que el pueblo supiera que es pueblo, en primer lugar, y que adquiera la conciencia de querer cambiar su situación, en segundo lugar. Los extraordinarios esfuerzos del estado para intentar evitar que esto ocurra no son escasos. Sin embargo, sucede, día a día, de mil formas distintas y en mil lugares, y nadie sería capaz de predecir —incluido el estado con todo su poder y su capacidad de control— cuando puede ocurrir a escala de un país o de un continente.

Esa anarquía, esa ausencia de poder establecido, está mucho más cerca de nosotros de lo que a simple vista pudiera parecer. Existen multitud de relaciones y actividades sociales que no están regidas por ninguna acción gubernativa ni participan en ellas en ninguna medida en las que sin embargo, no impera el caos, entendido éste como desorden y carencia de organización (7).

Al margen de los partidos —y sindicatos— que participan de la política institucional, los parlamentos y todo el aparato del estado, con sus consiguientes subvenciones y prebendas, la inmensa mayoría del entramado de organizaciones sociales existente se basa en la toma de decisiones de forma horizontal, de carácter asambleario, es decir, se autogobiernan sin gobierno, sin dotarse de una estructura jerárquica que tenga otorgado el poder de dirigir y decidir en nombre de sus miembros, que conservan su poder de decisión. Esto, al mismo tiempo, les obliga a participar en la "política" de la organización, en su funcionamiento, en sus problemas y aspiraciones. De esta manera, el grupo tiende a ser, en la mayor medida posible, lo que sus miembros quieren que sea. Pero además, como pieza imprescindible para la autogestión, nuestro interés se centra en aquellos grupos que aúnan esta horizontalidad política con la autonomía financiera, que les hace independientes de la "censura previa" que los grupos que dependen de las subvenciones terminan irremediablemente adquiriendo.

En el ámbito local, se mueven en un sinfín de cuestiones sociales de todo tipo: organizaciones dedicadas a la ecología y la agroecología que defienden una asunción doble de los papeles de productor y consumidor; vecinales, que reivindican políticas de defensa de los barrios o los edificios y contra la especulación; culturales, fuera del espacio de la cultura subvencionada y distribuida por los medios de masas, que buscan un espectador-participante; en el terreno educativo, las escuelas libertarias y los proyectos y talleres educativos de esa tendencia; las redes de consumo nacidas del trueque y otras actividades no-económicas, los centros sociales ocupados y autogestionados repartidos por todo el estado y una cantidad ingente de grupos organizados en torno a reivindicaciones sociales, laborales, urbanísticas o económicas que se crean, cambian y desaparecen en nuestras ciudades y pueblos. En el mundo del trabajo, las secciones sindicales de empresa que defiende la CNT se construyen y funcionan de forma asamblearia, con plena autonomía en su actividad.

En el ámbito nacional e internacional, también abundan los ejemplos de autogestión política y económica de organizaciones que se autogobiernan y que son independientes de poderes externos: una buena parte de las organizaciones surgidas al calor de los movimientos antiglobalización han tenido este cariz, entorno a las cuales se desarrollan multitud de prácticas autogestionarias; en internet, las comunidades de software libre funcionan de esta manera y con un notable éxito y desarrollo; En Sudamérica, el movimiento obrero sigue gestionando las fábricas ocupadas a pesar del duro hostigamiento de los gobiernos; con sus diversos matices y características propias, en otros países muchas organizaciones desarrollan luchas contra el capitalismo en su vertiente ecológica o alimentaria. En el mundo libertario propiamente dicho, las organizaciones anarcosindicalistas agrupadas en la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) defienden un modelo de sociedad basado en principios anarquistas al mismo tiempo que desarrollan su lucha sindical fuera de la co-participación en instituciones y empresas; ateneos, grupos y colectivos de inspiración libertaria se crean y se gestionan por sí mismos en los lugares más insospechados.

Estos grupos y su actividad no son promocionados en televisión, en prensa o en la radio —salvo que sea para criminalizarlos, relacionandolos con delitos, drogas o violencia— por lo que una gran parte de la sociedad ignora su existencia. No es ningún secreto que mantener la ignorancia política del electorado alias "pueblo soberano", es una necesidad de cualquier estado (8). De esta manera no es de extrañar que, en España, mientras un 60% de la población declara que la política le interesa poco o nada, al mismo tiempo, un 70% de esa misma población le otorga más de 5 puntos sobre 10 a la satisfacción con la democracia en España (9). No obstante, en esta encuesta del CIS que referimos, de diciembre de 2009, respecto a la afirmación "esté quien esté en el poder siempre busca sus intereses personales", el 76% de los entrevistados se mostraba de acuerdo o muy de acuerdo.

Estas organizaciones a las que nos referimos funcionan como laboratorios donde las personas adquieren la experiencia de la democracia directa y más allá del carácter intrínseco de cada una, representan un ejemplo de organización al margen de los criterios jerárquicos, independientes de las formas de participación autorizadas y permitidas por el estado. Cada una de ellas es un intento de ese "pueblo soberano" de exigir su derecho a dirigirse y una prueba de que puede hacerlo. Un desafío a la política autoritaria que padecemos, que no deja de serlo por muy recubierta de envoltura "democrática" que se nos presente.

De estas experiencias, de su éxito para las personas que las integran y de sus energias organizativas para extenderse y hacerse visibles depende en una buena parte que cada vez más personas, en más espacios sociales se den cuenta de que tienen el derecho a plantearse otra forma de vivir y gestionar la sociedad, de administrar la economía, el consumo o la ecología. El fruto de este éxito será el progresivo aumento de espacios au-togestionados y libres de autoridad, que al mismo tiempo han de convertirse en la semilla de ulteriores movimientos más estructurados, —que no más burocratizados— en torno a las ideas comunes que la sociedad se marque en su desarrollo.

No hay recetas para ese tránsito, ni hojas de ruta escritas previamente por ningún sabio gurú, ni ilusiorios designios científicos que predigan cómo, donde o cuando va a ocurrir esta toma de conciencia colectiva de la que hablamos. De hecho, ocurre constantemente en todo el globo de forma incontrolable. Sólo es necesario que esas conciencias se agreguen y se doten de un objetivo común. Un objetivo en cuyo corazón necesariamente tiene que habitar el ansia de liberación individual y colectivo tanto del sistema político del económico, es decir, del capitalismo en todas sus vertientes.

Notas

1 http://graficos.lainformacion.com/economia-negocios-y-finanzas/servicios/
http://blogs.periodistadigital.com/politica. php/2008/06/16/deuda-psoe-asciende-millones-cua-tro-vece
http://www.vozbcn.com/2010/04/20/15928/parti-dos-deuda-cajas-ahorro/
2 http://www.mir. es/DGPI/Partidos_Politicos_y_Fi-nanciacion/Financiacion/Tipos_subvenciones/

3 http://www.tcu.es/uploads/Tiempo.PDF
4 http://www.profesionalesetica.org/documentos/ pdr/financiacion_partidos.pdf http://panorama. laverdad.es/sociedad/817-la-turbia-financiacion-de-partidos-politicos-en-espa-na

5 http://www.tcu.es/uploads/I856.pdf
6 http://www.elpais.com/articulo/economia/Islan-dia/rechaza/referendum/pag/ elpepueco/20110409elpepueco_4/Tes

7 En relación a la definición de "caos", preferimos la que se le aplica en fisica al "comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista". Para una definición más social es posible encontrar una amplia bibliografia, remitiéndonos a las obras de Hakim Bey sobre el caos y en especial, sobre las Zonas Temporalmente Autónomas.

8 "El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales". 'El Analfabeto Politico', poema de Bertolt Brecht.

9 http://www.cis.es/cis/opencms/-Archivos/Margi-nales/2820_2839/2826/es282

Francisco Javier Ortiz Vargas

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Comentaris

Re: Democracia real ya, pero de verdad
19 mai 2011
Pues menudo truño, colega.
Se siente una imperiosa necesidad de abrir ventanas y renovar el catecismo. ¿Aun mantienes la edicion impresa en 1936? ¿Con las estampitas de Durruti, Federica y Liarte? ¡Ha llovido mucho, eeeh!

Recuerda que esto es en un periodico, con noticias, cosas de actualidad, movidas, etc. y no un seminario para anarcopredicadores evangelistas...

1 ejemplo de noticia:
Solidaridad con los compañeros de Grecia:
http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/421049/index.php
Re: Democracia real ya, pero de verdad
19 mai 2011
Pues yo creo que el artículo está muy bien, y no está nada desfasado como dice el inutil este de arriba...
Re: Democracia real ya, pero de verdad
19 mai 2011
El Ave Madia aquest es un gilipollas integral que no aporta mai res interesant. Nomes ve per aqui a desfogar les seves frustracions.
Re: Democracia real ya, pero de verdad
20 mai 2011
Ave madia, picot negre, picot, ddedisentir, tots son el mateix tio cagant-se amb tot, és un anat de l' olla, però que hi farem, si pot escriure tothom..
Ignorar-lo és el mínim..
Anarquía sin teoría, avemaría
20 mai 2011
El capital tiene mucha experiencia, para chuparse los discursos críticos sin análisis y contenido teórico de raíz.

Sería mejor mezclar estas buenas intenciones con la masa pesada de http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/420852/index.php para sacar un buen provecho.

Es decir, para derrumbar de una puta vez el capital-parlamentarismo.
Sindicato Sindicat