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Notícies :: corrupció i poder |
Sobre el circo electoral.
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per Andreu Aran |
26 nov 2010
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En un régimen como el español los partidos son herramientas de las oligarquías (con sus medios de difusión) para desviar y disfrazar los problemas reales. Crisis, explotación, independencia de los pueblos, etc. se pierden en sus escaramuzas mediáticas y propagandas. Para la reflexión publico este muy útil trabajo de K. Raveli de hace 15 años (completo en Pdf). |
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Régimen parlamentario o democracia.pdf (97,12 KiB) |
“Los partidos son las structuras políticas indispensables e insustituibles del modelo parlamentario, por lo que a éste se le denomina a veces partitocracia.
Casi todos los engranajes de control del régimen se plasman a través del juego de los partidos. Un juego que forma una pantalla-espectáculo en continuo movimiento, casi impenetrable – para lo que llaman el "ciudadano" común - al reconocimiento de las verdaderas esencias autocráticas de todo el sistema.
Se trata de formaciones estables que se rigen con estructuras y mecanismos que de ninguna manera se pueden definir democráticos, jugando sobre discursos ideológicos (socialista, liberal, popular, nacionalista, sionista, fundamentalista, cristiano, derecha, izquierda, centrista, demócrata, socialdemócrata, republicano, monárquico, progresista, conservador, etc, etc, etc...) que en realidad recubren casi siempre intereses de índole bastante diferente, y hasta opuesta, a las ideologías, definiciones e ideas profesadas. En lo esencial, estos intereses corresponden a los de sectores más o menos amplios de titulares del poder real en todo el sistema, a pesar de que precisamente resulten muy a menudo antagónicos con esas ideologías, conceptos y lenguajes utilizados en programas, propaganda, discursos parlamentarios, debates en los mass media, etc.
Las estructuras de todos los partidos suelen ser muy rígidas y prácticamente infranqueables para los simples militantes de base, si éstos no asumen la "ambivalencia" entre discursos y prácticas reales. Sus mecanismos de organización se caracterizan por la sumisión jerárquica a decisiones adoptadas en círculos restringidos y transmitidas de forma burocrática de arriba hacia abajo, favoreciendo el clientelismo-amiguismo y hasta el nepotismo, y por la desactivación sistemática de todo debate crítico y franco. Sus "congresos" y "asambleas" son verdaderas parodias de debate democrático.
No hay prácticamente ninguna posibilidad de participar en cualquier nivel de actividad del régimen (elecciones, representaciones, administración, gobierno, judicatura, etc) sin pasar por un partido. Todas las puertas se cierran a cualquier impulso o estímulo directo que sea realmente crítico - de un colectivo o de un individuo - y que sea dirigido directamente hacia cualquiera de los mecanismos político-institucionales del régimen. Los partidos interpretan los intereses del pueblo - así se afirma – sobre la base de una determinada ideología o línea ideológica, y los transforman en discursos ofrecidos en la conocida y muy controlada subasta mediática de mayorías y minorías parlamentarias, que luego en casi nada responden a las necesidades sociales anteriormente reconocidas.
Este mismo juego de mayorías y minorías - que se nos presenta como la manifestación y plasmación de la democraticidad del parlamentarismo - está totalmente sometido a la dinámica partitocrática”. (...)
“La dialéctica mayorías-minorías.
Cuando entramos en este delicado terreno, nos encontramos en primer lugar con un impresionante nivel de dimisión de la inteligencia crítica, sobre todo en aquellos sectores que podrían representar la faceta "de izquierda" del régimen parlamentario, justamente por situarse casi siempre entre las "minorías" parlamentarias, electorales, etc.
¿Cómo es posible dar crédito a los actuales principios de mayoría y minoría cuando se conocen los niveles de violencia estructural y simbólica, y de manipulación del pensamiento, de la opinión y de la expresión cívica individual? ¿Cómo podemos admitir que el régimen parlamentario se legitime justamente sobre la base de una de sus mayores debilidades teóricas, éticas y hasta estructurales, como lo es el actual juego de mayorías y minorías? En realidad, el fenómeno se explica en virtud del valor de fetiche que ha asumido este juego parlamentario-electoral. Tal y como la voluntad divina para el feudalismo, la infalibilidad del jefe del Vaticano o la legitimidad de un caudillo populista. Tan 'arriba' están los conceptos, tan inalcanzables resultan para la racionalidad y la dialéctica de los hechos, que se transforman en fetiches... Ahora mismo parece que ofendemos un tabú muy sagrado, al hablar y poner en duda el valor de estas categorías parlamentarias ! Tal y como si fueran fórmulas aritméticas, o como si las fórmulas aritméticas y la geometría heuclídea podrían ser la base de los procesos sociales! El régimen ha consolidado una cultura de la sumisión que impide poner en discusión la realidad virtual de las mayorías, el conocimiento y análisis de los procesos de formación de estas cantidades-reflejos de la estructura social, de la institucionalización de los marcos geográficos elegidos para su plasmación electoral, de las formas de su formación mediática y sociológica (por sondeos, encuestas, votaciones, etc) y, sobre todo, de los contenidos reales, sociales de estas llamadas mayorías y minorías, medidos en intereses y condiciones objetivas y subjetivas de vida.
Cuando se han formado mayorías y minorías numéricas en un parlamento nacional o estatal, por ejemplo a la hora de proceder a una votación importante, si miramos a las fases anteriores a esta formación, podemos encontrar diferentes eslabones y contextos sucesivos y hasta progresivos de desarrollo de estas agrupaciones numéricas, con la presencia de filtros activos de todo tipo: “(...)
“La representatividad.
El régimen parlamentario ha generado una cultura patológica, por no decir obscena, de la representatividad. De la misma forma que lo ha hecho con otras categorías como las de soberanía popular, voluntad general, legitimación y contrato social, sobre cuyos cimientos ha construido las violaciones más indecentes del poder popular.
La corrupción, en todas sus facetas más o menos visibles, parece ser la norma para los mecanismos de re/presentación del interés popular en el régimen parlamentario. La actual representatividad en nada responde al papel objetivo que tendría que asumir la persona o el colectivo que desempeñan esta función.
Sobran argumentos para una crítica de la representatividad sin control popular, basada en una profesionalización éticamente muy discutible y en todo tipo de ventajas, prestigios mediatizados, remuneraciones y poderes burocráticos que en nada responden a un papel representativo de intereses populares.
Este tipo de representantes populares en vez de asumir en primer lugar el poder de las bases sociales que generan su función representativa, se han instalado en unos mecanismos de poder individual, de delegación desde "arriba", y de integración en pequeñas o grandes porciones de subpoder autocrático, burocrático, institucional y partidista.
En definitiva la representatividad parlamentaria se basa y se transforma en procesos de sumisión a los poderes centrales y a los mecanismos del régimen, perdiendo progresivamente (con la progresiva profesionalización y burocratización de los sujetos que la asumen) las pocas características de reflejo y transmisión de esa voluntad popular que reclaman.” (...) |
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