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Anàlisi :: criminalització i repressió
Cuando los otros nos convierten en nosotros, por Andrea Benites-Dumont
27 abr 2010
Cuando la primera personal del singular es el sitio identitario
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Cuando los otros nos convierten en nosotros.

por Andrea Benites-Dumont

Aquí nos encuentran nuevamente con las gargantas rotas pero con el grito intacto. Y la desolación y el desgarro necesitan explayarse en consignas y en reclamos roncos y broncos; por un lado, un nuevo aniversario del garrotazo feroz en Argentina, y por otro, por la iniquidad de seguir arrebatándole a las víctimas de la dictadura franquista, su derecho a la justicia.

Un nuevo 24 de marzo en que se reactiva por medio de una suerte de evocación catártica colectiva, el desgarrador hecho que el golpe de estado de 1976 significó cuál hachazo en el ser colectivo. Y un atónito mes de marzo del año 2010 en que no dejan salir de las cunetas a los asesinados por Franco y sus gobiernos.


Sin embargo, abriéndose paso entre los años, a través de los silencios impuestos y decretados, a pesar de la indiferencia y el rechazo… a pesar de los pesares, el pasado es parte inexorable de la creación de identidad colectiva; la producción de memoria y los recuerdos son elementos constitutivos de los andares del presente, y en una suerte de puente de búsqueda de referencias y de apuestas se entreteje un sino de orientación y de pertenencia, y se activan y se fundan ceremonias y rituales para acudir al encuentro contestando así a la postergación, a la ocultación, al olvido forzado por coacción, por leyes, por pactos…


Claro que la indócil activación de la memoria genera conflictos en el interior de un mismo grupo y entre diferentes grupos sociales, que sustentan traslaciones desacordes de memorias. La memoria es aquí y ahora, el pasado fue presente pero no se puede conjugar inversamente, y es desde este sitio temporal donde puede extenderse -ahora sí- la mano para que no mueran de nuevo los muertos o para no condenarlos a un nuevo ocultamiento. El control de la memoria histórica es un instrumento esencial en la dominación social, y explica en cierta medida el por qué se producen violentas disputas sobre la memoria colectiva y el monopolio de la “verdad” histórica.


La memoria colectiva se sostiene en hechos que han impactado de tal modo que han modificado radicalmente las sociedades, las opiniones, las creencias…, pero ahí está, dispersa e inasible, y cuando los hechos contenidos en ella, son reprimidos, persisten en camuflados hábitos, en tradiciones orales, en documentos guardados y desperdigados, potencialmente recuperables como lo son los recuerdos, y que atravesando las barreras que los archivan y los encubren, dan acabada cuenta de lo ocurrido.


El silencio forzoso establece una lógica adaptativa del mismo, por un lado para eludir la estigmatización y los riesgos aparejados, y por otro el perverso mecanismo de responsabilización, cuando no acusación a las víctimas; quienes además del padecimiento soportado, agregan la ausencia de apoyo social. Las víctimas son un testimonio permanente del horror y la presencia de los sobrevivientes hace emerger la perturbadora vulnerabilidad humana.

En condiciones sociopolíticas propicias, la lucha contra el olvido y la conmemoración testimonial, serían dispositivos idóneos que permitirían darle un sentido social a las memorias individuales y sobrellevar colectivamente los hechos traumáticos. El proceso que transforma el sufrimiento individual en testimonio social es un arma política indispensable para perfilar algo de justicia.


Ha sido y es legítimo y necesario generar memorias contrahegemónicas, resistiendo al “devenir natural” de la realidad sesgada. Ni las cunetas pavimentadas ni los vuelos de la muerte han logrado evitar la transmisión de lo ocurrido, aun cuando generaciones subsistieran callando, y la impunidad se expandiera en el silencio, en la resignación, en la indiferencia y en la manipulación.

El pasado es vivido y está interiorizado de forma desigual, pero nada, nada justifica que gobiernos democráticos hayan desalentado el rescate de la memoria, porque si hubieran abierto –con años de atraso imperdonable y con leyes aberrantes- una posibilidad a la justicia, la impunidad no hubiera enraizado a tal punto de ser el inagotable multiplicador del olvido, y la apertura de las compuertas del cinismo a cambios ideológicos y a posiciones prudenciales y acomodaticias, siempre en salidas individuales; pero en la historia colectiva y en la singular, hay hechos que incomodan, que perturban recurrentemente.


El recordar no alivia el dolor, pero testimoniar es poner voz a quienes se la arrebataron. Los griegos decían que los muertos son aquellos que han perdido la memoria, y por esto, apuntalados en la vida, los sobrevivientes sorteando los esquivos, los silenciamientos, y también las acusaciones veladas o explícitas, al atestiguar celebran el imperativo de solidaridad ineludible; se desanda la atrocidad y se corporizan los que faltan, y, entonces cuando las palabras superan y vencen los silencios, se rompe el archivo de la historia modificado impune y aviesamente para que la realidad haya podido ser adaptada a satisfacción de los verdugos y genocidas.


Los testimonios desagravian la memoria: los sobrevivientes al recuperar el registro personal y subjetivo de los hechos, dimensionan de valor de la carga emocional que supone el relato de lo vivido por cada uno, y ejercitan el compromiso con los otros para completar y completarse. Porque así como el genocidio había determinado el exterminio de las gentes decretadas en categorías que debían ser aniquiladas, también fue devastador el enmudecimiento, la degradación del silencio se descompone ante el relato de los sobrevivientes que verbalizan en su relato, el intransferible mandato moral preservado por la fuerza de los que no murieron porque guardaron la memoria.


Y aquí nos encuentran nuevamente, trasladando conjugaciones verbales y referencias míticas. Aquí nos encuentran espantados ante los movimientos retorcidos del derecho positivo. Pero ni los carroñeros ni los timoratos impúdicos pueden alejarnos de las calles donde están los pasos y las huellas de los asesinados, de los fusilados, de las víctimas de genocidios, crímenes imperdonables en lo jurídico, pero fundamentalmente en lo moral. Aceptar la disyuntiva olvido/memoria porque se trata de un sistema errático, es naturalizar en nosotros y en todo lo que nos rodea no sólo la impunidad, sino la desvalorización de todos aquellos que quedaron sepultados o arrojados en la nada. No se dirime en este tiempo enajenado un proyecto subversivo frente a este maldito sistema de injusticias con sus canallas leyes; se trata de optar entre la impunidad o la solidaridad…

Y miren ustedes, no es deseable desertar del espíritu de las Brigadas internacionales, que con su sola mención nos crecemos en los otros y en nosotros.
Mira també:
http://www.nodo50.org/codoacodo

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