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Los ejércitos secretos de la OTAN: Operación Gladio
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per Red Voltaire |
14 des 2009
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Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio, comenzaron apenas a vislumbrarse los alcances de los servicios secretos de la OTAN. La estructura secreta continúa operando hasta nuestros días; realiza misiones de las que no necesariamente se enteran los parlamentos de los países. Los atentados organizados por los regímenes se imputan a la oposición para desmantelarla. “Había que actuar contra los civiles, la gente del pueblo, las mujeres, los inocentes; la razón era muy simple: se suponía que tenían que forzar a aquella gente a recurrir al Estado para pedir más seguridad”, reconoció uno de los “soldados clandestinos” |
Daniele Ganser* / Red Voltaire / Primera parte
El 31 de mayo de 1972 un auto bomba estalló en un bosque cercano al pueblo llamado Peteano, en Italia, dejando un herido grave y un muerto entre la policía uniformada italiana. Los carabineros habían llegado al lugar después de recibir una llamada telefónica anónima. Al inspeccionar un auto Fiat 500 allí abandonado, uno de los carabineros levantó el capó, provocando así la explosión.
Dos días después, una nueva llamada telefónica anónima reclamaba la autoría del atentado en nombre de las Brigadas Rojas, grupúsculo terrorista que trataba en aquel entonces de romper el equilibrio del poder en Italia mediante la realización de tomas de rehenes y de asesinatos de altos personajes del Estado. La policía se volvió inmediatamente hacia la izquierda italiana y encarceló a cerca de 200 comunistas. Durante más de 10 años los italianos vivieron convencidos de que el acto terrorista de Peteano había sido obra de las Brigadas Rojas.
Posteriormente, en 1984, Felice Casson, un juez italiano, decidió reabrir el caso ya que le intrigaban toda una serie de irregularidades y falsificaciones cometidas alrededor del drama de Peteano. El juez Felice Casson descubrió que la policía no había investigado el lugar de los hechos. También notó que el informe que había concluido en aquel entonces que los explosivos utilizados eran los mismos que utilizaban tradicionalmente las Brigadas Rojas era en realidad una falsificación.
Marco Morin, un experto en explosivos de la policía italiana, había proporcionado deliberadamente conclusiones falsas. Morin era miembro de la organización italiana de extrema derecha Ordine Nuovo y, en el contexto de la Guerra Fría, había aportado así su contribución a lo que él consideraba una lucha legítima contra la influencia de los comunistas italianos. El juez Casson logró probar que, al contrario de lo que había concluido Morin, el explosivo utilizado en Peteano era el C4, la sustancia explosiva más poderosa de aquel entonces y que también formaba parte del arsenal de las fuerzas de la OTAN.
“Simplemente quise arrojar una nueva luz sobre años de mentiras y secretos. Eso es todo”, declaró posteriormente el juez Casson a los periodistas que lo interrogaban en su minúscula oficina del Palacio de Justicia, junto a la laguna de Venecia. “Quería que, por una vez, los italianos supieran la verdad”.
El 24 de febrero de 1972, cerca de Trieste, un grupo de carabineros descubre por casualidad un escondite lleno de municiones, armas y explosivo del tipo C4, idéntico al utilizado en Peteano. Los policías estaban convencidos de haber descubierto una red criminal. Años más tarde, la investigación del juez Casson permitió determinar que se trataba en realidad de uno de los cientos de escondites subterráneos creados por el ejército secreto del llamado stay-behind, estructura que responde a las órdenes de la OTAN y que se conoce en Italia por la apelación codificada de Gladio (del latín Gladius, denominación de la espada corta en uso en la Roma de la antigüedad). Casson notó que los servicios secretos del ejército italiano y el gobierno de aquella época se habían esforzado considerablemente por mantener en secreto el descubrimiento de Trieste así como su contexto estratégico.
Al proseguir su investigación sobre los extraños casos de Peteano y Trieste, el magistrado descubrió con asombro, no la mano de la izquierda italiana, sino la de los grupúsculos de extrema derecha y de los servicios secretos del ejército tras el atentado de 1972. La investigación del juez reveló la existencia de una estrecha colaboración entre la organización de extrema derecha Ordine Nuovo y el SID (Servizio Informazioni Difusa), es decir, los servicios secretos del ejército italiano. Ordine Nuovo y el SID habían preparado juntos el atentado de Peteano, y luego habían acusado a los militantes de la extrema izquierda italiana, las Brigadas Rojas.
Casson logró identificar al hombre que había puesto la bomba, un tal Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo. Como era el eslabón final de una larga cadena de mando, Vinciguerra sólo fue arrestado varios años después del momento de los hechos. Confesó y declaró que había gozado de la protección de toda una red de simpatizantes, tanto en Italia como en el extranjero, que habían hecho posible su huida después del atentado. “Es todo un mecanismo que se puso en marcha”, contó Vinciguerra. “Lo cual quiere decir que desde los carabineros hasta el ministro del Interior, pasando por la aduana y los servicios de inteligencia civiles y militares, todos habían aceptado que el razonamiento ideológico justificaba al atentado”.
Vinciguerra subrayaba, con toda razón, el agitado contexto histórico en que se había producido el atentado de Peteano. A fines de la década de 1960, con el surgimiento de la revolución pacifista y los movimientos estudiantiles de protesta contra la violencia y contra la guerra de Vietnam en particular, el enfrentamiento ideológico entre la derecha y la izquierda se había intensificado, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos.
La inmensa mayoría de los ciudadanos comprometidos con los movimientos sociales de izquierda recurría a formas de protesta no violentas, como manifestaciones, actos de desobediencia civil y, sobre todo, debates con moderadores. En el seno del parlamento italiano, el poderoso Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI) y en menor medida el Partido Socialista (Partito Socialisto Italiano, PSI) simpatizaban con ese movimiento.
Los movimientos sociales de izquierda se oponían a la política de Estados Unidos, a la guerra de Vietnam y sobre todo a la repartición del poder en Italia ya que, a pesar de disponer de una importante mayoría en el parlamento, el PCI no había recibido ningún ministerio y se le mantenía así al margen del gobierno. La derecha italiana estaba perfectamente consciente de que aquello constituía una injusticia flagrante y una violación de los principios básicos de la democracia.
Fue en aquel contexto de Guerra Fría y de lucha por el poder que los extremistas recurrieron al terrorismo en Europa Occidental. Los grupos terroristas de izquierda más notorios fueron los comunistas italianos de las Brigadas Rojas así como la Rote Armee Fraktion alemana o RAF (Fracción Ejército Rojo). Fundadas por varios estudiantes de la universidad de Trento que no tenían ningún conocimiento en cuanto a técnicas de combate, las Brigadas Rojas contaban entre sus miembros a Margherita Cagol, Alberto Franceschini y Alberto Curcio.
Al igual que los miembros de la RAF, éstos estaban convencidos de la necesidad de recurrir a la violencia para cambiar la estructura del poder vigente, que les parecía injusto y corrupto. Al igual que las acciones de la RAF, las de las Brigadas Rojas no tenían como blanco a la población civil, sino a determinados individuos que consideraban representantes del “aparato del Estado”, como banqueros, generales y ministros, a los que secuestraban y a menudo asesinaban. Las acciones de las Brigadas Rojas, que tuvieron lugar principalmente en la Italia de la década de 1970, dejaron 75 muertos.
Debido a su poca capacidad estratégica y militar y a su inexperiencia, los miembros de las Brigadas Rojas acabaron siendo arrestados mediante redadas y, posteriormente, juzgados y encarcelados.
Al otro extremo del tablero político de la Guerra Fría, la extrema derecha también recurrió a la violencia. En Italia, su red incluía a los soldados clandestinos del Gladio, los servicios secretos militares y organizaciones fascistas como Ordine Nuovo. Al contrario del que practicaba la izquierda, el objetivo del terrorismo de derecha era sembrar el terror en todas las capas de la sociedad mediante atentados dirigidos contra grandes multitudes y destinados a provocar la mayor cantidad posible de muertos para acusar posteriormente a los comunistas.
El juez Casson logró determinar que el drama de Peteano formaba parte de ese esquema y entraba en el marco de una serie de crímenes que había comenzado en 1969. Durante aquel año, cuatro bombas habían estallado poco antes de la navidad en varios lugares públicos de Roma y Milán. El saldo había sido de 16 muertos y 80 heridos, en su mayoría campesinos que iban a depositar en el Banco Agrícola de la Piazza Fontana de Milán lo que habían recaudado en el día a través de sus ventas en el mercado. Conforme a una estrategia maquiavélica, la responsabilidad de aquella masacre fue atribuida a los comunistas y a la extrema izquierda; se escamotearon las pistas y se realizó inmediatamente una ola de arrestos.
La población en su conjunto tenía muy pocas posibilidades de descubrir la verdad ya que los servicios secretos militares se esforzaron por enmascarar el crimen. En Milán, una de las bombas no había llegado a estallar, debido al mal funcionamiento del mecanismo de relojería, pero en los primeros actos de disimulación los servicios secretos la hicieron estallar en el lugar de los hechos y varios componentes de artefactos explosivos fueron depositados en la casa de Giangiacomo Feltrinelli, célebre editor conocido por sus opiniones de izquierda.
“Según las estadísticas oficiales, entre el 1 de enero de 1969 y el 31 de diciembre de 1987 se registraron 14 mil 591 actos de violencia con motivos políticos”, afirma el senador Giovanni Pellegrino, presidente de la Comisión Investigadora Parlamentaria sobre Gladio y el terrorismo, al recordar la violencia del contexto político de aquel periodo de la historia reciente de Italia. “Quizás no resulta inútil recordar que aquellas ‘acciones’ causaron la muerte a 491 personas, así como heridas y mutilaciones a otras 1 mil 181.
“Cifras dignas de una guerra, sin parangón en Europa”. Después de los atentados de la Piazza Fontana, en 1969, y de Peteano, en 1972, otros actos de terrorismo volvieron a ensangrentar el país. El 28 de mayo de 1974, en Brescia, una bomba dejó ocho muertos y 102 heridos entre los participantes en una manifestación antifascista. El 4 de agosto de 1974, un atentado a bordo del tren Italicus Express, que enlaza Roma con Munich, mató a 12 personas e hirió a 48. El punto culminante de aquella ola de violencia se produjo en una soleada tarde, el 2 de agosto de 1980, en el día de la fiesta nacional de Italia, cuando una explosión de gran potencia devastó el salón de espera de los pasajeros de segunda clase en la estación de trenes de Bolonia, matando a 85 personas e hiriendo o mutilando a otras 200. La masacre de Bolonia es uno de los mayores atentados terroristas que haya sufrido Europa en todo el siglo XX.
Contrariamente a los miembros de las Brigadas Rojas, que acabaron todos en la cárcel, los terroristas de extrema derecha lograron escapar después de cada atentado, ya que, como señala Vinciguerra con toda razón, todos gozaron de la protección del aparato de seguridad y de los servicios secretos del ejército italiano. Años más tarde, cuando al fin se estableció el vínculo entre el atentado de la Piazza Fontana y la derecha italiana, se le preguntó a Franco Freda, miembro de Ordine Nuovo, si al cabo del tiempo creía haber sido manipulado por personajes que ocupaban altos cargos, generales o ministros.
Freda, admirador declarado de Hitler, que había publicado Mein Kampf en italiano gracias a su pequeña estructura personal de edición, respondió que, según sus conceptos, todo el mundo es más o menos manipulado: “Todos somos manipulados por otros más poderosos que nosotros”, declaró el terrorista. “En lo que me concierne, admito haber sido una marioneta movida por ideas, pero en ningún caso por los hombres de los servicios secretos, ni aquí (en Italia) ni en el extranjero. En otros términos, yo mismo escogí mi lucha y la desarrollé según mis ideas. Eso es todo”.
En marzo de 2001, el general Giandelio Maletti, exjefe del contraespionaje italiano, dejó entrever que además de la red clandestina Gladio, de los servicios secretos militares italianos y de un grupúsculo de terroristas de extrema derecha, las matanzas que desacreditaron a los comunistas italianos recibieron también la aprobación de la Casa Blanca y de la CIA. Al comparecer como testigo en el juicio contra los terroristas de extrema derecha acusados de estar implicados en los atentados de la Piazza Fontana, Maletti declaró: “La CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería crear un nacionalismo italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha”. “Uno tenía la impresión de que los americanos estaban dispuestos a todo para impedir que Italia se inclinara hacia la izquierda”, explicó el general, antes de agregar: “No olviden que era Nixon quien estaba a la cabeza del gobierno y Nixon no era un tipo cualquiera, (era) un político muy hábil pero un hombre de métodos poco ortodoxos”. Retrospectivamente, el general de 79 años expresó críticas y amargura: “Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial”.
Durante las décadas de 1970 y 1980, el parlamento italiano, en cuyo seno los partidos comunista y socialista ostentaban una parte importante del poder, manifestó creciente inquietud ante aquella ola visiblemente interminable de crímenes que ensangrentaban el país sin que se lograra identificar a los autores ni a quienes los ordenaban.
Aunque ya en aquel entonces circulaban entre la izquierda italiana los rumores de que aquellos misteriosos actos de violencia eran una forma de guerra secreta que Estados Unidos había desencadenado contra los comunistas italianos, no existían pruebas que permitiesen probar aquella teoría que parecía traída por los pelos. Sin embargo, en 1988 el Senado italiano creó una comisión parlamentaria especial de investigación presidida por el senador Libero Gualteri, cuyo nombre era más que elocuente: “Comisión parlamentaria del Senado italiano encargada de investigar sobre el terrorismo en Italia y las razones por las cuales los individuos responsables de las matanzas no han podido ser identificados: El terrorismo, los atentados y el contexto político-histórico”.
El trabajo de la comisión resultó extremadamente difícil. Los testigos se negaban a declarar. Hubo documentos destruidos. La propia comisión, que se componía de representantes de los partidos de izquierda y de derecha, se dividió al abordar la cuestión de la verdad histórica en Italia y en lo tocante a las conclusiones que debían ser o no reveladas al público.
Al mismo tiempo, basándose en el testimonio de Vincenzo Vinciguerra –el terrorista de Peteano– y en los documentos que había descubierto, el juez Casson comienza a entrever la naturaleza de la compleja estrategia militar que se había utilizado. Comprende poco a poco que no se trataba simplemente de terrorismo, sino de terrorismo de Estado, financiado con el dinero de los contribuyentes. Obedeciendo a una “estrategia de la tensión”, el objetivo de los atentados era instaurar un clima de tensión en la población.
La extrema derecha y sus partidarios en el seno de la OTAN temían que los comunistas italianos adquiriesen demasiado poder y es por ello que, en un intento de “desestabilizar para estabilizar”, los soldados clandestinos de los ejércitos del Gladio perpetraban aquellos atentados, que atribuían después a la izquierda. “Para los servicios secretos, el atentado de Peteano era parte de lo que se llamó la estrategia de la tensión”, explicó públicamente el juez Casson en un reportaje de la BBC dedicado al Gladio. “Es decir, crear un clima de tensión para estimular en el país las tendencias sociopolíticas conservadoras y reaccionarias”.
A medida que se aplicaba esta estrategia en el terreno, se hacía necesario proteger a los instigadores ya que comenzaban a aparecer pruebas de su implicación. Los testigos ocultaban ciertas informaciones para proteger a los extremistas de derecha. Vinciguerra, un terrorista que, al igual que otros que habían estado en contacto con la rama Gladio de los servicios secretos militares italianos fue muerto por causa de sus convicciones políticas, declaró: “Había que actuar contra los civiles, contra la gente del pueblo, contra las mujeres, los inocentes, los anónimos desvinculados de todo juego político. La razón era muy simple. Se suponía que tenían que forzar a aquella gente, al pueblo italiano, a recurrir al Estado para pedir más seguridad. A esa lógica política obedecían todos esos asesinatos y todos esos atentados que siguen sin castigo porque el Estado no puede inculparse a sí mismo ni confesar su responsabilidad en lo sucedido”.
El horror de ese diabólico plan sólo va apareciendo, sin embargo, de forma progresiva y quedan aún muchos secretos por revelar hoy en día. Además, el paradero de todos los documentos originales sigue siendo desconocido. “Después del atentado de Peteano y de todos los demás que siguieron”, declaró Vinciguerra en el juicio que se hizo en su contra, en 1984, “nadie debiera dudar ya de la existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la sombra ese tipo de estrategia de matanzas”. Una estructura que, según el propio Vinciguerra, “está imbricada en los propios órganos del poder”.
Existe en Italia una organización paralela a las fuerzas armadas, que se compone de civiles y de militares y de vocación antisoviética, es decir, destinada a organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por parte del Ejército Rojo”. Sin mencionarlo por su nombre, ese testimonio confirmó la existencia del Gladio, el ejército secreto y stay-behind creado por orden de la OTAN. Vinciguerra lo describió como “una organización secreta, una superorganización que dispone de su propia red de comunicaciones, de explosivos y de hombres entrenados para utilizarlos”. El terrorista reveló que esa “superorganización, a falta de invasión soviética, recibió de la OTAN la orden de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en el país. Y eso fue lo que hicieron, con el apoyo de los servicios secretos del Estado, del poder político y del ejército”.
Más de 20 años han transcurrido desde el revelador testimonio del terrorista arrepentido que, por vez primera en la historia italiana, estableció un vínculo entre la red stay-behind Gladio, la OTAN y los atentados con bombas que enlutaron el país. Y sólo ahora, al cabo de todos estos años, después de la confirmación de la existencia del ejército secreto y del descubrimiento de los escondites de armas y de explosivos, los investigadores e historiadores logran interpretar por fin el sentido de las palabras de Vinciguerra.
Pero, ¿son dignas de crédito las palabras de ese hombre? Los hechos que se produjeron después del juicio parecen indicar que sí. El ejército secreto fue descubierto en 1990 y, como para confirmar indirectamente que Vinciguerra había dicho la verdad, el apoyo del que había gozado hasta aquel entonces por parte de las altas esferas le fue bruscamente retirado. Contrariamente a lo sucedido con otros terroristas de extrema derecha, que habían sido puestos en libertad después de haber colaborado con los servicios secretos italianos, Vinciguerra fue condenado a cadena perpetua. Pero Vinciguerra no fue el primero en revelar la vinculación entre el Gladio, la OTAN y los atentados.
Tampoco fue el primero en hablar de la conspiración del Gladio en Italia. En 1974, durante una investigación sobre el terrorismo de extrema derecha, el juez de instrucción Giovanni Tamburino había sentado un precedente al inculpar al general Vito Miceli, el jefe del SID, los servicios secretos militares italianos, por haber “promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de otros cómplices, una asociación secreta que agrupaba civiles y militares y cuyo objetivo era provocar una insurrección armada para modificar ilegalmente la Constitución y la composición del gobierno”.
El 17 de noviembre de 1974, durante su propio juicio, el general Miceli, exresponsable del Buró de Seguridad de la OTAN, reveló, furioso, la existencia del ejército Gladio y lo describió como una rama especial del SID: “¿Disponía yo de un super SID a mis órdenes? ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo para tratar de dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de Estados Unidos y la OTAN!”
Gracias a los sólidos contactos que tenía del otro lado del Atlántico, Miceli no salió malparado. Fue liberado bajo fianza y pasó seis meses en un hospital militar. Hubo que esperar 16 años más hasta que, bajo la presión de los descubrimientos del juez Casson, el primer ministro italiano Andreotti revelara ante el parlamento italiano la existencia de la red Gladio. Al enterarse, Miceli montó en cólera. Poco antes de su muerte, en octubre de 1990, Miceli no pudo seguir conteniéndose: “¡Yo fui a la cárcel porque me negaba a revelar la existencia de esta superorganización secreta y ahora Andreotti se para delante del parlamento y lo cuenta todo!”
En la cárcel, Vinciguerra, el que había puesto la bomba de Peteano, explicó al juez Casson que, en su misión de debilitamiento de la izquierda italiana, los servicios secretos militares y la red Gladio habían contado con la ayuda no sólo de Ordine Nuovo, sino también de otras organizaciones de extrema derecha muy conocidas, como Avanguardia Nazionale: “Detrás de los terroristas había mucha gente que actuaba en la sombra, gente que pertenecía o colaboraba con el aparato de seguridad. Yo afirmo que todos los atentados perpetrados después de 1969 eran parte de una misma estrategia”.
*Historiador suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas; catedrático en la universidad de Basilea
http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2009/12/06/los-ejercit |
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Comentaris
Los ejércitos secretos de la OTAN: los crímenes de Estado
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per Daniele Ganser* / Red Voltaire / Segunda parte |
14 des 2009
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La Operación Gladio al descubierto: militares y paramilitares de extrema derecha italiana, con la anuencia de la OTAN, asesinaron a disidentes políticos de izquierda y emprendieron acciones terroristas para justificar la embestida militar contra la oposición. También se aliaron con la mafia para asesinar periodistas y políticos
Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo, contó como él mismo y sus camaradas de extrema derecha habían sido reclutados para ejecutar las acciones más sangrientas con el ejército secreto Gladio: “Avanguardia Nazionale, al igual que Ordine Nuovo, eran movilizados en el marco de una estrategia anticomunista, que no emanaban de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder, sino del poder mismo y que formaba parte de las relaciones de Italia con la alianza atlántica”.
El juez italiano Felice Casson, investigador del caso, se alarmó ante aquellas revelaciones. Para erradicar la gangrena que carcomía el Estado, siguió la pista del misterioso ejército clandestino Gladio que había manipulado la clase política durante la Guerra Fría y, en enero de 1990, pidió permiso a las más altas autoridades del país para extender sus investigaciones a los archivos de los servicios secretos militares, el Servizio Informazioni Sicurezza Militare (SISMI), nuevo nombre del SID (Servizio Informazioni Difusa) desde 1978.
En julio de aquel mismo año, el primer ministro Giulio Andreotti lo autorizó a consultar los archivos del Palazzo Braschi, sede del SISMI en Roma. El magistrado descubrió allí, por vez primera, documentos que demostraban la existencia en Italia de un ejército secreto cuyo nombre de código era Gladio, que estaba a las órdenes de los servicios secretos militares y cuyo objetivo era la realización de operaciones de guerra clandestina.
Casson encontró también documentos que demostraban la implicación de la alianza militar más grande del mundo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y de la última superpotencia existente, Estados Unidos, en los actos de subversión así como sus vínculos con la red Gladio y con grupúsculos terroristas de extrema derecha en Italia y en toda Europa occidental. Para el juez Casson, el hecho de disponer de tales informaciones representaba un peligro, cosa de la cual él estaba enteramente consciente ya que en el pasado otros magistrados italianos que sabían demasiado habían sido asesinados en plena calle: “Desde julio hasta octubre de 1990, yo fui el único que sabía (de la Operación Gladio), lo cual podía acarrearme una desgracia”.
Pero la temida desgracia no tuvo lugar y Casson logró resolver el misterio. Basándose en los datos que había descubierto se puso en contacto con la comisión parlamentaria que presidía el senador Libero Gualteri, encargada de investigar sobre los atentados terroristas. Gualteri y sus pares se inquietaron ante los descubrimientos que les comunicó el magistrado y reconocieron que había que agregarlos al trabajo de la comisión ya que explicaban el origen de los atentados y las razones por las cuales se habían mantenido impunes durante tantos años. El 2 de agosto de 1990, los senadores ordenaron al jefe del ejecutivo italiano, el primer ministro Giulio Andreotti, “informar en 60 días al parlamento sobre la existencia, la naturaleza y el objetivo de una estructura clandestina y paralela sospechosa de haber operado en el seno de los servicios secretos militares con el fin de influir en la vida política del país”.
Al día siguiente, el 3 de agosto, el primer ministro Andreotti se presentó ante la comisión parlamentaria y, por primera vez desde 1945, confirmó, como miembro en funciones del gobierno italiano, que una organización de seguridad que actuaba bajo las órdenes de la OTAN había existido en Italia. Andreotti se comprometió ante los senadores a entregarles un informe escrito sobre aquella organización en un plazo de 60 días: “Presentaré a esta comisión un informe muy detallado que he pedido al ministerio de Defensa. (El informe) tiene que ver con las operaciones preparadas por iniciativa de la OTAN ante la hipótesis de una ofensiva contra Italia y la ocupación de la totalidad del territorio italiano o de una parte del mismo. Según lo que me han indicado los servicios secretos, esas operaciones se desarrollaron hasta 1972. Se decidió entonces que ya no eran indispensables. Proporcionaré a la comisión toda la documentación necesaria, tanto sobre el tema en general como sobre los descubrimientos del juez Casson en el marco de las investigaciones sobre el atentado de Peteano.”
Giulio Andreotti, que tenía 71 años en el momento de la audiencia, no era un testigo cualquiera. Su comparencia ante la comisión le dio la oportunidad de sumergirse nuevamente en su larguísima carrera política, probablemente sin equivalente en Europa occidental. A la cabeza del partido demócrata cristiano (Democrazia Cristiana Italiana o DCI), que actuó durante toda la Guerra Fría como baluarte contra el PCI (Partito Communisto Italiano), Andreotti gozaba del apoyo de Estados Unidos. Conoció personalmente a todos los presidentes estadunidenses y, a los ojos de muchos observadores italianos y extranjeros, fue el político más influyente de la Primera República Italiana (1945-1993).
A pesar de la poca duración que caracterizó a los gobiernos de la frágil Primera República Italiana, la habilidad de Andreotti le permitió mantenerse en el poder gracias a numerosas coaliciones convirtiéndose así en un personaje inevitable en el Palazzo Chigi, la sede del gobierno italiano. Nacido en Roma en 1919, Andreotti se convirtió en ministro del Interior a los 35 años, antes de imponer un verdadero récord al ocupar siete veces el sillón de primer ministro y obtener sucesivamente no menos de 21 carteras ministeriales, entre ellas la de ministro de Relaciones Exteriores, que le fue confiada siete veces. Sus partidarios lo comparaban con Julio César y lo llamaban el Divino Giulio mientras que sus detractores lo veían como el arquetipo del tramposo y lo llamaban el Tío. Se cuenta que su película de gángsters preferida era Goodfellas, por la frase de Robert De Niro: “No delates nunca a tus socios y evita hablar de más”. La mayoría de los observadores está de acuerdo en que fue su talento como estratega lo que permitió que el Divino Giulio lograra sobrevivir a las numerosas fechorías e intrigas del poder en las que muy a menudo estuvo directamente implicado.
Al revelar la existencia de la Operación Gladio y de los ejércitos secretos de la OTAN, el Tío había decidido finalmente romper la ley del silencio. Al derrumbarse la Primera República, al final de la Guerra Fría, el poderoso Andreotti, que no era ya más que un anciano, fue arrastrado ante numerosos tribunales acusado de haber manipulado las instituciones políticas, de haber colaborado con la mafia y de haber ordenado en secreto el asesinato de opositores políticos. “La justicia italiana se ha vuelto loca”, exclamó en noviembre de 2002 el primer ministro Silvio Berlusconi cuando la Corte de Apelación de Perugia condenó a Andreotti a 24 años de cárcel.
Mientras que los jueces recibían amenazas de muerte y había que ponerlos bajo protección policial, los canales de televisión interrumpían la transmisión del futbol para anunciar que Andreotti había sido encontrado culpable de haber encargado al padrino de la mafia Gaetano Badalamenti el asesinato, en 1979, del periodista de investigación Mino Pirelli, para evitar que se supiera la verdad sobre el asesinato del presidente de la República Italiana, el demócrata cristiano Aldo Moro. La iglesia católica trató de salvar la reputación del Divino Giulio. Ante la gravedad de los hechos, el cardenal Fiorenzo Angelini declaró: “Jesucristo también fue crucificado antes de resucitar”. A pesar de todo, Andreotti no acabó sus días tras las rejas. Los veredictos en su contra fueron anulados en octubre de 2003 y el Tío fue puesto nuevamente en libertad.
Durante sus primeras revelaciones sobre la Operación Gladio ante los senadores italianos, el 3 de agosto de 1990, Andreotti puso especial énfasis en precisar que “esas operaciones prosiguieron hasta 1972” para protegerse a sí mismo de posibles repercusiones. En efecto, en 1974, cuando era ministro de Defensa, el propio Andreotti había declarado oficialmente en el marco de una investigación sobre varios atentados cometidos por la extrema derecha: “Yo afirmo que el jefe de los servicios secretos descartó varias veces de forma explícita la existencia de una organización secreta de cualquier naturaleza o envergadura”. En 1978, Andreotti también había prestado testimonio en el mismo sentido ante los jueces que investigaban el atentado perpetrado en Milán por la extrema derecha.
Cuando la prensa italiana reveló que el ejército secreto Gladio, lejos de haber sido disuelto en 1972, seguía estando activo, la mentira de Andreotti no pudo seguir sosteniéndose. Durante las semanas siguientes, en agosto y septiembre de 1990, contrariamente a lo que acostumbraba a hacer, el primer ministro se comunicó profusamente con el extranjero, trató de ponerse en contacto con numerosos embajadores y se entrevistó con ellos. Como el apoyo internacional tardaba en llegar, Andreotti, que temía por su cargo, pasó a la ofensiva y trató de subrayar la importancia del papel de la Casa Blanca y de otros muchos gobiernos de Europa occidental que no sólo habían conspirado en la guerra secreta contra los comunistas, sino que habían participado en ella activamente. Al tratar de dirigir la atención hacia la implicación de otros países, Andreotti recurrió a una estrategia eficaz, aunque bastante arriesgada.
El 18 de octubre de 1990, Andreotti envió urgentemente un mensajero del Palazzo Chigi a la Piazza San Macuto, donde sesionaba la comisión parlamentaria. El mensajero entregó al secretario de recepción del Palazzo Chigi el informe titulado Un SID paralelo- el caso Gladio. Un miembro de la comisión parlamentaria, el senador Roberto Ciciomessere, supo por casualidad que el informe de Andreotti había sido entregado y que estaba en manos del secretario del Palazzo Chigi. Al echar un vistazo al texto, el senador quedó grandemente sorprendido al comprobar que Andreotti no se limitaba a proporcionar una descripción de la Operación Gladio, sino que, en contradicción con su propia declaración del 3 de agosto, reconocía que la organización seguía estando activa.
El senador Ciciomessere pidió una fotocopia del informe, que le fue denegada con el pretexto que, según el procedimiento en vigor, el presidente de la comisión, el senador Gualtieri, tenía que ser el primero en conocer el contenido del informe. Pero el senador Gualtieri nunca llegó a leer aquella primera versión del informe de Andreotti sobre la red Gladio. Tres días después, cuando iba a guardarlo en su portadocumentos para llevarlo a su casa y leerlo allí durante el fin de semana, Gualtieri recibió una llamada del primer ministro informándole que éste necesitaba inmediatamente el informe “para volver a trabajar algunos pasajes”.
Gualtieri sintió cierta incomodidad, pero finalmente aceptó de mala gana devolver el documento al Palazzo Chigi, luego de hacer varias fotocopias del mismo. Los métodos poco habituales a los que recurrió Andreotti provocaron un escándalo en toda Italia y no hicieron más que agravar las sospechas. Los periódicos publicaron titulares como “Operación Giulio”, en referencia a la Operación Gladio, y entre 50 mil y 400 mil ciudadanos indignados, inquietos y furiosos participaron, respondiendo al llamado del Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI), en una marcha por el centro de Roma, una de las manifestaciones más importantes de aquel periodo, bajo la consigna: “Queremos la verdad”. Algunos desfilaron disfrazados de gladiadores.
En la Piazza del Popolo, el líder del PCI, Achille Occhetto, anunció a la multitud que aquella marcha obligaría al gobierno a revelar las tenebrosas verdades que había mantenido en secreto durante tantos años: “Estamos aquí para obtener la verdad y transparencia”.
El 24 de octubre, el senador Gualteri tuvo de nuevo en su poder el informe de Andreotti sobre el “SID paralelo”. Dos páginas habían desaparecido y esta versión final ya no tenía más que 10. El parlamentario la comparó con las fotocopias de la primera versión y notó inmediatamente que varios fragmentos sensibles sobre las conexiones internacionales y la existencia de organizaciones similares en el extranjero habían sido suprimidos. Además, todas las menciones relativas a la organización secreta, que anteriormente aparecían en presente, lo cual sugería que seguían existiendo, aparecían ahora en pasado. Estaba claro que la estrategia de Andreotti consistente en enviar un documento y recuperarlo después para modificarlo antes de reenviarlo de nuevo no podía engañar a nadie.
Los observadores coincidieron en que aquella maniobra atraería obligatoriamente la atención hacia los fragmentos eliminados, es decir, sobre la dimensión internacional del caso, lo cual tendría como resultado que se disminuyera la culpabilidad del primer ministro. Sin embargo, la ayuda del extranjero no llegó.
En la versión final de su informe, Andreotti explicaba que Gladio había sido concebido en los países miembros de la OTAN como una red clandestina de resistencia destinada a luchar contra una posible invasión soviética. Al terminar la guerra, los servicios secretos del ejército italiano, el Servizio di Informazioni delle Forze Armate, predecesor del SID, había firmado con la CIA “un acuerdo sobre la organización de la actividad de una red clandestina postinvasión”, acuerdo designado con el nombre de stay-behind, en el que se renovaban todos los compromisos anteriores que implicaban a Italia y Estados Unidos.
La cooperación entre la CIA y los servicios secretos militares italianos, como precisaba Andreotti en su informe, se encontraba bajo la supervisión y la coordinación de los centros encargados de las operaciones de guerra clandestina de la OTAN: “Una vez que se constituyó esa organización secreta de resistencia, Italia estaba llamada a participar (…) en las tareas del CPC (Clandestine Planning Committee), fundado en 1959, que operaba en el seno del Supreme Headquarters Allied Powers Europe, el cuartel general de las potencias europeas de la OTAN (…) En 1964, los servicios secretos italianos se integraron también al ACC (Allied Clandestine Committee)”.
El ejército secreto Gladio, como reveló Andreotti, disponía de considerable armamento. El equipamiento proporcionado por la CIA había sido enterrado en 139 escondites distribuidos en bosques, campos e incluso en iglesias y cementerios. Según las explicaciones del primer ministro italiano, esos arsenales contenían “armas portátiles, municiones, explosivos, granadas de mano, cuchillos, dagas, morteros de 60 milímetros, fusiles sin retroceso calibre .57, fusiles con mirillas telescópicas, transmisores de radio, prismáticos y otros tipos de equipamiento diverso”. Además de las protestas de la prensa y de la población contra las acciones de la CIA y la corrupción del gobierno, las escandalosas revelaciones de Andreotti también dieron lugar a una verdadera fiebre en la búsqueda de escondites de armas.
El padre Giuciano recuerda el día en que los periodistas invadieron su iglesia en busca de los secretos enterrados del Gladio, movidos por intenciones ambiguas: “Me avisaron después del mediodía cuando dos periodistas de Il Gazzettino vinieron a preguntarme si yo sabía algo sobre depósitos de municiones aquí, en la iglesia. Empezaron a cavar en este lugar y rápidamente encontraron dos cajas. Pero el texto indicaba buscar también a unos 30 centímetros de la ventana. Así que retomaron sus excavaciones por allí. Apartaron una de las cajas ya que contenía una bomba de fósforo. Los carabineros salieron mientras que dos expertos abrían la caja. Todavía había otra más, que contenía dos metralletas. Todas las armas estaban nuevas, en perfecto estado. Nunca habían sido utilizadas”.
En contradicción con lo que el terrorista Vinciguerra había indicado en la década de 1980, Andreotti afirmaba insistentemente que los servicios secretos militares italianos y los miembros de Gladio no tenían absolutamente nada que ver con la ola de atentados que se había producido en Italia. Según Andreotti, antes de ser reclutado, cada miembro de Gladio era sometido a exámenes intensivos y tenía que “ajustarse rigurosamente” a la ley que regía el funcionamiento de los servicios secretos con el fin de probar su “fidelidad absoluta a los valores de la Constitución republicana antifascista”.
El procedimiento tenía también como objetivo garantizar la exclusión de todo aquel que ocupara alguna función administrativa o política. Además, según afirmaba Andreotti, la ley estipulaba que “los elementos preseleccionados no tuviesen antecedentes penales, no tuviesen ningún compromiso de tipo político y no participaran en ningún tipo de movimiento extremista”. Al mismo tiempo, Andreotti señalaba que los miembros de la red no podían declarar ante la justicia y que sus identidades así como otros detalles sobre el ejército secreto eran secreto militar. “La Operación, debido a sus modalidades concretas de organización y de acción –tal y como estaban previstas por las directivas de la OTAN e integradas en su estructura específica–, debe prepararse y ejecutarse en el más absoluto secreto”.
Las revelaciones de Andreotti sobre el “SID paralelo” sacudieron Italia. A muchos les costaba aceptar la idea de un ejército secreto dirigido por la CIA y la OTAN en Italia y en el extranjero. ¿Podía ser legal una estructura de ese tipo? El diario italiano La Stampa fue particularmente duro: “Ninguna razón de Estado puede justificar que se mantenga, que se cubra o se defienda una estructura militar secreta compuesta de elementos reclutados con base en criterios ideológicos –dependiente o, como mínimo, bajo la influencia de una potencia extranjera– y que sirva de instrumento para un combate político. No existen, para calificar eso, palabras que no sean alta traición o crimen contra la Constitución”.
En el Senado italiano, representantes del Partido Verde, del Partido Comunista y del Partido de los Independientes de Izquierda acusaron al gobierno de haber utilizado las unidades de Gladio para practicar una vigilancia territorial y perpetrar atentados terroristas con el objetivo de condicionar el clima político. Pero el PCI estaba sobre todo convencido de que, desde el comienzo de la Guerra Fría, el verdadero blanco de la red Gladio no había sido un ejército extranjero, sino los propios comunistas italianos. Los observadores subrayaban que “con ese misterioso SID paralelo, fomentado para contrarrestar un imposible golpe de Estado de la izquierda, estuvimos corriendo sobre todo el peligro de vernos expuestos a un golpe de Estado de la derecha (…) No podemos creer eso (…) que ese super SID haya sido aceptado como una herramienta militar destinada a operar “en caso de una ocupación enemiga”. El único verdadero enemigo fue y ha sido siempre el partido comunista italiano, es decir, un enemigo interno”.
Decidido a no asumir solo aquella responsabilidad, el primer ministro Andreotti se presentó ante el parlamento italiano, el mismo día que entregó su informe final sobre Gladio, y declaró: “A cada jefe de gobierno se le informaba la existencia de Gladio”. Sumamente embarazosa, esa declaración comprometió entre otros a los exprimeros ministros, como el socialista Bettino Craxi (1983-1987), Giovanni Spadolini, del Partido Republicano (1981-1982), entonces presidente del senado; Arnaldo Forlani (1980-1981), quien era en 1990 secretario de la DCI, y Francesco Cossiga (1978-1979), en aquel entonces presidente de la república.
Al verse de pronto en el ojo de la tormenta, debido a las revelaciones de Andreotti, las reacciones de estos altos dignatarios fueron confusas. Craxi afirmaba que nunca se le había informado la existencia de Gladio, hasta que le pusieron delante un documento sobre Gladio firmado de su puño y letra en la época en que él era primer ministro. Spadolini y Forlani sufrieron similares ataques de amnesia, pero también tuvieron que retractarse de sus declaraciones iniciales. Spadolini provocó la hilaridad de todo el mundo al precisar que había que distinguir entre lo que él sabía como ministro de Defensa y lo que le informaban como primer ministro. Francesco Cossiga, presidente de la república desde 1985, fue el único que reconoció plenamente su papel en la conspiración.
Durante una visita oficial en Escocia, anunció que estaba incluso “feliz y orgulloso” de haber contribuido a la creación del ejército secreto como encargado de asuntos de Defensa en el seno de la DCI, en la década de 1950. Declaró que todos los miembros de Gladio eran buenos patriotas y se expresó en los siguientes términos: “Yo considero como un gran privilegio y una prueba de confianza (…) el haber sido escogido para esa delicada tarea (…) Tengo que decir que estoy orgulloso de que hayamos podido guardar ese secreto durante 45 años”. Al abrazar así la causa de la organización implicada en actos de terrorismo, el presidente tuvo que enfrentar, a su regreso a Italia, una tempestad política y exigencias de renuncia y de destitución por alta traición provenientes de todos los partidos. El juez Casson tuvo la audacia de llamarlo a comparecer como testigo ante la comisión investigadora del Senado.
Pero el presidente, que visiblemente ya no estaba tan “feliz”, se negó de forma colérica y amenazó con cerrar toda la investigación parlamentaria sobre Gladio: “Reenviaré al parlamento el acta que extiende sus poderes y, si (el parlamento) la aprueba de nuevo, reexaminaré el texto para determinar si reúne las condiciones para presentar un rechazo (presidencial) definitivo de su promulgación”. Como aquella amenaza no tenía ninguna justificación constitucional, los críticos empezaron a cuestionar la salud mental del presidente. Cossiga renunció a la Presidencia en abril de 1992, tres meses antes del término legal de su mandato.
En una alocución pública pronunciada ante el Senado italiano el 9 de noviembre de 1990, Andreotti subrayó nuevamente que la OTAN, Estados Unidos y numerosos países de Europa occidental, como Alemania, Grecia, Dinamarca y Bélgica, estaban implicados en la conspiración stay-behind. Como prueba de sus alegaciones, reveladores datos confidenciales fueron entregados a la prensa. La publicación política italiana Panorama divulgó íntegramente el documento El SID paralelo- el caso Gladio, que Andreotti había entregado a la comisión parlamentaria.
Cuando las autoridades francesas trataron de negar su propia implicación en la red internacional Gladio, Andreotti contestó implacablemente que Francia también había participado secretamente en la última reunión del comité director de Gladio, el ACC, que se había desarrollado en Bruselas sólo unas pocas semanas antes, los días 23 y 24 de octubre de 1990, ante lo cual, un poco incómoda, Francia tuvo que reconocer su participación en la operación. A partir de entonces, se hacía imposible desmentir la dimensión internacional de la guerra secreta. El escándalo no tardó en extenderse por toda Europa occidental.
Después, siguiendo las fronteras de los Estados miembros de la OTAN, se propagó rápidamente por Estados Unidos. La comisión del parlamento italiano encargada de investigar sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en su país concluyó: “Aquellas matanzas, aquellas bombas, aquellas operaciones militares fueron organizadas, instigadas o apoyadas por personas que trabajan para las instituciones italianas y, como se descubrió más recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de la inteligencia estadunidense”.
*Historiador suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas; catedrático en la universidad de Basilea
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