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Notícies :: laboral
El dolor de las viudas de la ANAIRC
14 abr 2009
Cañeros: cinco semanas de lucha en Managua
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Cuando se habla sobre la presencia de la Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC) en Managua para exigirle al Grupo Pellas una indemnización por los daños ocasionados a sus integrantes, se acostumbra pensar en los ex trabajadores azucareros que dejaron su juventud y su vida en los cañaverales del Ingenio San Antonio. No obstante, hay un sector que resulta ser fundamental en esta lucha, por la enorme carga emotiva y simbólica que conlleva su presencia: las viudas. Ellas han visto fallecer a sus maridos después de tantos años de trabajo en los cañaverales de Chichigalpa, y que exigen que se les reconozcan sus derechos.

María Danelia Jiménez habla con voz temblorosa, alternando momentos de desahogo y lágrimas por el dolor que le trae el recuerdo de su marido, con otros de firme convicción por lo que está haciendo en estos días en Managua.

“Mi esposo, Roger Centeno, trabajó como cortador de caña en el Ingenio San Antonio desde 1979 hasta 1989. Pasó diez años matándose de trabajo en los cañaverales, entrando a las 6 de la mañana y saliendo hasta las 8 o 9 de la noche. A veces me contaba cómo le molestaba cuando a su alrededor regaban los químicos, pero no podía hacer otra cosa porque era el único trabajo que había”.

Después lo enviaron a trabajar a la fábrica de la Compañía Licorera de Nicaragua SA, y en 1993 se casó con María Danelia, ya teniendo cuatro hijos. La esperanza de vivir una vida digna fue truncada en 1999, cuando le anunciaron que sufría de insuficiencia renal crónica (IRC).

“Hizo los análisis que pedía la empresa y salió con 2,4 mg/dl de creatinina, y el mundo se nos derrumbó. Ya se sentía muy cansado, con fuertes dolores de cabeza. En septiembre volvió a hacerse los exámenes y salió con 6,4 mg/dl, y la empresa le dijo que ya no podía seguir trabajando. Le pagaron las 52 semanas completas y después lo abandonaron cortándole cualquier tipo de subsidio y ayuda alimentaria”, siguió contando María Danelia.

Fue gracias a la ANAIRC que en 2006 Roger Centeno y su familia pudieron recibir una pensión de unos 200 dólares mensuales, después de que el Seguro Social se la rechazara durante varios años.

Roger murió a los dos años de haber alcanzado su pensión, un 14 de julio de 2008, dejando a su familia en serias dificultades económicas y emotivas.

“Fueron cuatro meses de agonía. Se le inflamó todo el cuerpo y de noche casi no podía dormir por el dolor. Eso es lo que les pasa a todos los ex trabajadores, y a veces entre las viudas nos ponemos a recordar y a contar lo que hemos vivido, y es muy triste -expresó María Danelia Jiménez-.

Dicen que los trabajadores tienen un seguro de vida, pero es mentira. Traté de averiguar con la empresa, pero me dijeron que no tenía derecho porque cuando mi marido falleció ya no estaba trabajando para ellos

Lo que me preocupa son mis hijos, porque dos de ellos trabajan en el Ingenio y sabemos de la contaminación del agua, pero ¿qué más pueden hacer si este es el único trabajo que hay? Ellos saben perfectamente que en cualquier momento pueden salir afectados, pero es la necesidad, tienen que garantizar la comida de sus familias”.

Después de la muerte de su marido, María Danelia se puso a buscar trabajo para sobrevivir, porque el Seguro Social le garantiza solamente un porcentaje de la pensión de su esposo, 60 dólares mensuales que no le permiten ni siquiera cubrir los gastos básicos de un hogar.

“Me quedé sola y eso fue la cosa más difícil. Fue desesperante ver cómo agonizaba en la cama. Un día parecía estar mejor y al día siguiente volvía a caer en un estado de agonía. Moría y volvía a vivir todos los días, y se preocupaba por nuestro futuro, porque me iba a dejar sola. Fue algo que no se puede contar”, dijo entre lágrimas.

María Danelia pide al Ingenio San Antonio y al Grupo Pellas que paguen una indemnización por todo este dolor y sufrimiento, “porque hasta el momento ni se han asomado para ver cómo estamos viviendo. No hay interés para las viudas y ni siquiera nos vuelven a ver. Hasta te dicen que los trabajadores tienen un seguro de vida, pero es mentira. Traté de averiguar con la empresa, pero me dijeron que no tenía derecho porque cuando mi marido falleció ya no estaba trabajando para ellos.

Para nosotras, las viudas es importante estar reunidas en la ANAIRC, porque además de la ayuda práctica que nos brindan para las pensiones y para alcanzar una indemnización, nos dan la oportunidad de reunirnos, de platicar de lo que estamos viviendo, de las dificultades y de tantos recuerdos que no podemos olvidar” -concluyó María Danelia-.

http://www.rel-uita.org/agricultura/agrotoxicos/irc/2009/con_maria_danel

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