"Podemos creer que, en la
práctica, todo músico profesional en este paÃs posee al menos una copia de
estos "fake books", pues probablemente sean el documento singular más
útil que pueda utilizar un músico en su trabajo cotidiano. Son una referencia
sencilla a la melodÃa de casi cualquier canción que alguien pueda solicitarle
tocar."
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Archivos
del FBI, Oficina de Cleveland, 12 de Mayo de 1964
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Pirateo en la
música pop, Fake books, y una prehistoria del sampling.
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por Barry
Kernfeld
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Presentado
durante el ciclo "Propiedad intelectual y ordenadores conectados a la
red: Un congreso para las partes interesadas", Washington Center,
Universidad de California, 6 de Noviembre de 2003.
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           El tÃtulo de este ciclo de
conferencias indica que muchos de ustedes están aquà como parte interesada en
aquello que concierne a los ordenadores, Internet, y los derechos sobre la
propiedad intelectual. Yo estoy aquà como representante de un conjunto mucho
más oscuro de partes interesadas, afectadas por la relación entre el copyright
y los Fake Books de "edición casera�. Antes de introducirles a la
historia de los Fake Books, deberÃa mencionar que este tema tiene para
mà un fuerte componente autobiográfico, ya que a lo largo de muchos años he
podido pasar de ser un mero aficionado a convertirme en un saxofonista de jazz
profesional bastante respetado, y una parte muy importante de esa evolución se
la debo a los ilegales fake books. Desde ese punto de vista, el copyright
no ha sido para mà nada más que un obstáculo para el crecimiento personal y la
consecución de ciertas metas artÃsticas. Me gustarÃa hoy resumirles brevemente
la segunda parte de un libro que estoy escribiendo, llamado "El pirateo
en la música pop: Partituras piratas, Fake Books, y los primeros juicios
americanos sobre la propiedad intelectual." La otra parte de mi libro,
la primera, se llamará "El Napster en los años 30". En él
pretendo resucitar la historia olvidada de las primeras ediciones pirata de
partituras (inicialmente, hojas del tamaño de un periódico con letras de
canciones, que a partir de los 30 pasaron a incluir la música). Estas ediciones
caseras, que aparecieron hacia 1929, despertaron en la industria musical una
respuesta histérica: se enzarzó en una lucha furiosa contra estos productos que
duró aproximadamente una década, haciendo uso de cualquier artimaña legal
disponible, antes de descubrir muy a su pesar que la asimilación del fenómeno
era una estrategia mucho más factible que su mera prohibición. La lección más
obvia y simple que puede deducirse de esta historia, es que la naturaleza
esencial de la industria musical americana consiste en defender intereses
profundamente atrincherados, sin el menor interés por el cambio, y en sus
reacciones contemporáneas a fenómenos como Napster o Emule, esa industria está
volviendo a un comportamiento defensivo tÃpico, establecido a lo largo de
muchos años.
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           La segunda parte de mi libro
recupera la historia de los fake books: antologÃas anotadas de canciones
pop, y más tarde de estándares de jazz, y aún luego de música de otros géneros,
como el Fake Book versión Bluegrass, el de MelodÃas de Broadway,
o incluso El Fake Book Definitivo para las Navidades. Esta parte de la
historia de la piraterÃa de la música popular podrÃa ser llamada "Una
prehistoria del sampling", ya que podemos encontrar fuertes
paralelismos con esa práctica habitual de los artistas del hip-hop
contemporáneo. En lugar de las "hojas de canciones" de los
30s, que hicieron por la música impresa lo que internet harÃa mas tarde por la
música grabada, descubriendo un formato que permitÃa la distribución de
canciones al público en general, los fake books funcionaron como lo
harÃa el sampling más tarde, como una metodologÃa especializada usada
únicamente por los músicos profesionales, que pasarÃa a un público más amplio
tan sólo unos pocos años más tarde. En nuestros dÃas, los músicos de hip hop muestrean
fragmentos de grabaciones de música pop o jazz, y los transforman en ritmos dance.
Hace medio siglo, los músicos empezaron a utilizar los Fake Books como
ayudas visuales en el proceso de aplicar métodos de improvisación tÃpicamente
afroamericanos a partituras populares, es decir, al corpus de la canción
popular americana. En efecto, si me permiten usar el concepto moderno del sampling
de una manera un tanto anacrónica, podrÃamos decir que los Fake Books "sampleaban"
la música impresa.
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           En Mayo de 1942 George
Goodwin, director de una estación de radio de la época, presentó por primera
vez una publicación mensual que incluÃa 100 tarjetas Tune-Dex. En esa época las
bibliotecas americanas utilizaban fichas de cartón de 3 por 5 pulgadas, y Goodwin intentó crear una ficha de archivo parecida para la industria musical. Como
pueden ver en el Ejemplo 1, la parte frontal de cada ficha proporcionaba
las frases más caracterÃsticas de una canción popular, con la letra debajo de
la melodÃa, y sÃmbolos para los acordes (guÃas abreviadas para el
acompañamiento con piano o guitarra) sobre la melodÃa. La parte trasera de la ficha identificaba el propietario de los derechos de la canción,
y la agencia que los gestionaba, y proporcionaba referencias sobre las
partituras para piano y voz, y en ocasiones sobre orquestaciones para orquesta
de baile o grupos vocales.
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Ejemplo 1: Las dos caras de una ficha Tune-Dex para
"After You've Gone", una canción que pertenece al dominio
público, ya que su copyright expiró en los 90.
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           Las Tune-Dex fueron un éxito
inmediato y total, y acabaron siendo adoptadas por toda la industria:
pelÃculas, radio, estudios de grabación y publicidad, gracias su utilidad en la
rutina diaria de la producción musical. Se llegaron a editar 25000 fichas, y su
publicación terminó en 1963 debido a una enfermedad que obligó a Goodwin a
retirarse del negocio. Goodwin morirÃa tan solo dos años más tarde.
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           Como un complemento a su
principal campaña publicitaria, Goodwin empezó a promocionar sus Tune-Dex a los
profesionales que trabajaban en el emergente oficio del músico de bar. Si un
cliente solicitaba una canción, y el músico no la conocÃa, o no podÃa
recordarla, las fichas podÃan acudir en su rescate. Se trataba de una nueva
versión de un antiguo cliché: "Si me tararea unos cuantos compases,
puedo intentar tocarla".[1]
Con una Tune-Dex a mano, la cosa se convertÃa en "leyendo unos cuantos
compases, intentaré tocarla". Pero Goodwin se equivocaba sobre la
utilidad de su diseño. Un catálogo de fichas puede ser útil en un estudio o en
una agencia de publicidad, pero ningún músico en su sano juicio se llevarÃa un
archivador a un bar de copas. Y llevar encima unas dos mil fichas sueltas podÃa
ser mucho más incómodo y potencialmente desastroso que hojear entre un montón
de hojas sueltas de partituras promocionales o de orquestaciones (Los pros
y orks que aparecen en el anuncio de Goodwin). Lo que los músicos
necesitaban realmente era una colección encuadernada de fichas Tune-Dex
organizadas por tÃtulo, por autor o por género. Necesitaban un Fake Book.
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Ejemplo 2: Publicidad de Tune-Dex, dirigida a los
músicos profesionales: ¿Cuál de estos problemas le afecta?, ¿Cuántos trabajos
ha perdido por no saberse las nuevas canciones?, Metronome, lviii
(Octubre de 1942), p.23. Down Beat, ix (1 de Noviembre, 1942), p.8.
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           La industria musical rechazó
autorizar la publicación de un libro asÃ, alegando que ello interferirÃa la
venta de partituras. Algunos impresores aprovecharon la oportunidad,
descubriendo un nuevo filón de la economÃa musical. Los primeros Fake Books
pirata, colecciones de fotostatos de fichas Tune-Dex, se publicaron en 1949. Un
artÃculo de la revista Down Beat de 1951 (Ejemplo 3) habla de una
investigación del FBI al respecto, que habrÃa de prolongarse hasta los años 60
y que condujo a dos grandes juicios penales por violación de los derechos de
propiedad intelectual en la corte del distrito federal en Manhattan. En ambos
casos, los acusados fueron declarados culpables, pero no se les impusieron
penas de prisión, sino las multas mÃnimas fijadas por la ley. En el último de los dos juicios, el juez J. Weinfeld concluyó: "Asumiendo, tal y
como alegan los acusados, que los fake books han sido ampliamente aceptados por
la industria musical sin oposición alguna, no hemos alcanzado aún el punto, -ésa
es al menos la posición de esta corte- en el que la práctica y las costumbres
de la industria sirvan como excusa al incumplimiento de la legislación
penal." Esta declaración parecÃa enérgica y rigurosa: ¡la ley
prevalece!; pero acabó convirtiéndose en un brindis al sol. El juez Weinfeld se
equivocaba, lo entendÃa todo al revés: En cualquier época y circunstancia, la experiencia
y el sentido común indican que la práctica y las costumbres acaban triunfando
por encima de la ley. La ley habÃa intentado expresar una prohibición, pero esa
prohibición habÃa sido ignorada repetidamente, y a partir de este punto la trasgresión
se convertirÃa en permanente. Según mis informaciones, no ha vuelto a haber
ningún otro juicio federal sobre este tipo de publicaciones pirata. Los libros
continúan estando prohibidos, y pueden conseguirse tan sólo subrepticiamente,
pero hacia el final de los 60 las partituras impresas se estaban convirtiendo
en un objeto de anticuario, y cualquier comentario sobre el efecto de los fake
books en la venta de partituras debiera ser matizado por el hecho de que
los dos ámbitos son insignificantes en el contexto actual de la piraterÃa de
grabaciones musicales y pelÃculas.
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Ejemplo 3: Una de las revistas del espectáculo de
la época menciona la edición pirata de partituras a principio de los años 50.
Reproducido con el permiso de la revista Down Beat.
A mediados de los 70, la industria
musical empezó a publicar ediciones legÃtimas y con copyright de los antiguos fake
books. Casi inmediatamente, los libros piratas desaparecieron del mapa.
¡Vaya sorpresa! La prohibición habÃa fallado. La asimilación funcionó. Pero la
industria musical aún no habÃa aprendido la lección: después de un cuarto de
siglo de cabezonerÃa en el ámbito de la canción popular, el juego cambió de
campo y volvió a empezar de nuevo, esta vez en el terreno del jazz.
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           A lo largo del año académico
1974-75, dos estudiantes del Berklee College of Music de Boston crearon
una edición pirata de un Fake Book llamado The Real Book, porque
intentaba representar lo que los músicos profesionales de jazz tocaban realmente,
por contraste con las versiones simplificadas tÃpicas que proporcionaban las
partituras, y que reproducÃan las generaciones anteriores de fake books.
El Ejemplo 4 muestra una página de ese Real Book. Steve Swallow,
bajista profesional y profesor en Berklee durante esa época, comentó que la
intención de los estudiantes fue producir un libro que contuviera un repertorio
actualizado, más contemporáneo. Pensaron en lo que representarÃa producirlo
legalmente, pagando royalties, y no pudieron encontrar la manera de hacerlo. No
disponÃan del tiempo, ni mucho menos del dinero necesario. Uno de los creadores
del libro era entonces estudiante del guitarrista Pat Metheny. Metheny comentó
en una ocasión: "Honestamente, en esa época ni yo ni probablemente
nadie más consideraba que el Real Book pudiera tener alguna relevancia más allá
de unos pocos interesados de la escena musical del momento. Nadie imaginaba que
más tarde habÃa de convertirse en una referencia casi bÃblica para los
estudiantes de jazz."
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Ejemplo 4: Una de las páginas del Real Book.
No es casualidad que, dado el tema con el que estamos jugando, la selección
corresponda a uno de los dos únicos temas del Real Book que actualmente
residen en el dominio público: La canción popular sueca Ack Värmeland du
sköna, grabada bajo este mismo tÃtulo por Stan Getz y un trÃo sueco en
Marzo de 1951 en Estocolmo, y popularizada en los cÃrculos de jazz
norteamericanos como Dear Old Stockholm por una grabación que hicieran
los Miles Davis All Stars en Mayo de 1952.
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           Steve Swallow describe asà el
impacto del libro en sus primeros tiempos: "Para llegar a las
habitaciones donde daba clases a los conjuntos en Berklee, tenÃa que recorrer
unas cuantas docenas de locales de ensayo que se hallaban a lo largo de un
corredor. A cada lado del pasillo podÃa oÃr a veinte o treinta chavales tocando
estándares, y un mes después de que se publicara el Real Book, empecé a
escuchar, de repente, las progresiones correctas en temas que antes habÃan sido
innoblemente profanados. SolÃa partirme de risa en mis viajes a lo largo de
aquel pasillo, escuchando las flagrantes violaciones de las reglas de la
armonÃa que se escapaban de aquellas habitaciones. Tampoco es como para decir
que de pronto todo sonaba estupendamente, y que te encontrabas con un Bill
Evans en cada habitación, pero se podÃa hablar de una mejora tremenda."
Le pregunté: "¿Crees que eso valÃa la pena, aún a expensas de que esos
estándares se fosilizaran?" Swallow me respondió: "Creo que ese es
un aspecto poco afortunado del éxito del Real Book. Esas 400 canciones en
particular fueron canonizadas, a expensas de las que se quedaron fuera, y se
dejaron muchas. Pero tampoco puedo quejarme mucho, porque en gran parte pienso
que la selección era un reflejo bastante preciso de lo que los estudiantes de
jazz estaban escuchando en aquellos momentos, y que se escogió lo mejor de ese
repertorio.�
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           Pat Metheny añadió: "Era
el primer libro que reflejaba además la naturaleza más ecuménica del jazz y su
mundo en aquella época, y en este sentido es una interesante cápsula temporal.
Fue éste un periodo muy fértil, en el que de pronto habÃan muchos músicos
jóvenes que se encontraban muy familiarizados con un amplio conjunto de
vocabularios armónicos (desde los estándares hasta Joe Anderson y más allá) y
que se sentÃan cómodos con los estilos rÃtmicos modernos, e incluso algunos
materiales que la música rock de aquellos tiempos consideraba fuente de
inspiración. En ese sentido, creo que el Real Book ha tenido un impacto
tremendo. Ciertamente, es gracias a él que hace unas cuantas generaciones los
músicos han desarrollado habilidades que eran raras en otros tiempos. Tan sólo
los mejores músicos de esa época hubieran sido capaces de tocar los temas del
libro de principio a fin, dominando los requerimientos musicales intrÃnsecos
que un libro tal demandaba conocer. Hoy en dÃa, es un material muy común, y de
hecho consideramos ya esas técnicas como imprescindibles."
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           El Real Book fue un
enorme éxito clandestino. Hoy en dÃa, a pesar de la aparición de numerosos
competidores legÃtimos, autorizados, y con copyright, este libro de jazz
pirata sigue siendo usado a lo largo de todo el mundo, porque su combinación de
elegancia en la selección y representación de la pluralidad idiomática del jazz
es difÃcilmente superable. Se trata de una historia de una casualidad afortunada,
del esfuerzo de unos estudiantes que se transforma en un acto creativo de una
enorme significación, y que sobrevive gracias a que en los años 70 los fake
books estaban "volando bajo el radar", por lo que hacÃa a
la investigación criminal en las cortes federales. Metheny decÃa: "TodavÃa
me cuesta creerlo, cuando casi 30 años más tarde lo encuentro por todas partes,
desde Kiev a Bali, habiendo conocido su historia tan de cerca." ¿Cuántas
tantas otras actuaciones creativas ha reprimido o evitado la Ley de la Propiedad Intelectual, en zonas en las que la cobertura del "radar" es mucho
más insidiosa? Aquà estamos, en el 2003, todavÃa con piratillas repartiendo
copias del libro a escondidas a las tiendas, y con prácticamente todo aspirante
a músico de jazz acudiendo a comprarlo a la trastienda. ¿Llegará algún dÃa la
industria musical a rectificar su reaccionaria conducta? Lo dudo mucho.
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© Copyright* 2003 Barry Kernfeld
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           * Reservarme los derechos de copia constituye para mÃ
algo más que una pequeña contradicción. Soy muy consciente de la ironÃa de la situación. Habiendo llegado a un punto en el que he desarrollado un menosprecio considerable
por el concepto de la propiedad intelectual en general, ¿ahora resulta que doy
un paso atrás y reclamo hipócritamente un copyright para mi propio trabajo?
Quizá sea ingenuo, pero no puedo imaginar a nadie a) sacando algo de dinero de
este artÃculo, o b) fusilando algo que no es más que un extracto de dos mil
palabras sobre un libro que contiene unas 120 mil. Si algún lector se dedica a
copiar estas lÃneas para incentivar un debate sobre el copyright, o para algún
otro propósito de carácter artÃstico, agradecerÃa que solicitara mi permiso al
hacerlo, pero prefiero que resulte útil a otras personas antes de que su uso se
vea limitado por los derechos de copia.
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