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Notícies :: amèrica llatina |
La polÃtica de los discursos vacÃos en las elecciones de Brasil
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per Bruno Lima Rocha |
11 ago 2008
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El descrédito político |
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Barometro Internacional
Análisis PolÃtico y Social Nacional e Internacional de Venezuela y el Resto del Mundo
Director: Diego Olivera. Jefe De Redacción: Miguel Guaglianone
En el momento de la lectura de este artÃculo la campaña municipal (inicio en julio de 2008) ya habrá entrado en las casas de los brasileños, a través del itinerario polÃtico obligatorio. Si por un lado la democracia aquà practicada anda apenas por los tobillos, por otro lado, estamos obligados a reconocer que este mecanismo -el de la propaganda pública de la polÃtica- es interesante en su esencia. El horario de propaganda en radio y televisión, además del propio teatro de la representación polÃtica, también devela las contradicciones de un espectáculo mediático sin anclaje en la realidad. Tal como en la economÃa, hay un hueco enorme entre el discurso emitido y la materialidad de sus realizaciones.
Se hace simplista afirmar aquà que todo polÃtico profesional es mentiroso. Pero, es un hecho, que este es el sentimiento de la mayorÃa de la población. Y, si todo polÃtico profesional brasileño (y creo que también todos en Latinoamérica) no es “mentirosoâ€?, por lo menos él o ella omite y escamotea todo lo que puede. ¿Por qué? Simplemente porque las reglas de competencia polÃtica en el marco de la legalidad existente obligan a la ilegalidad permanente de los operadores de la politiquerÃa burguesa. Si se aplica la ley burguesa, la ley de la clase dominante, difÃcilmente quedarÃa suelto algún gran empresario, ejecutivo de transnacional, director de la Banca u operador polÃtico profesional. Pero, la utopÃa de la legalidad jacobina es más difÃcil de construir que la otra institucionalidad llamada Poder Popular. Esto es lo que la “izquierdaâ€? de Brasil, en su mayorÃa, no ve.
No espanta que el pueblo de Brasil tenga un alto grado de escepticismo y desconfianza en la democracia formal en su formato de mercado. A cada encuesta de órganos creÃbles como el Latinbarómetro, los niveles de credibilidad en esta democracia limitada van cayendo. ¿Y por qué? ¿Por qué el acto de votar en Brasil es obligatorio? Si el sistema fuera pasible de mayor participación, serÃa más que innecesaria la permanente convocatoria al electorado para que acuda a votar. El esquema de argumentación de la Corte Electoral (TSE) es hasta interesante. Convoca a los electores a realizar un contrato con empleados de confianza, servidores del público, elegidos por el voto. Pero, al firmar este contrato, el votante de Brasil también firma un cheque en blanco.
Como sensación, sirve. Pero, como mecanismo deja que desear. Esto porque cualquier servidor público común, si ya es regido por la ley laboral privada, puede ser destituido. Y, el contrato con las elites dirigentes del campo de la polÃtica, no tiene ninguna cláusula de término funcional. Si pierden sus puestos, es por la vÃa del juicio de la propia categorÃa. ¿Se defienden a sà mismos y a quién representan finalmente? Esta es la pregunta: ¿A quién esta gente termina por representar? En otros paÃses hermanos la receta es más directa. Se hace una, dos, tres, cuatro pobladas hasta que el gobierno de turno se va. En el mayor paÃs de Latinoamérica, casi siempre un edil, intendente, gobernador de estado diputado estadual o nacional, senador o presidente, pierde su puesto por escándalo y no por lucha directa. De su parte, la hegemonÃa de los especialistas brasileños, empezando por sus muy reconocidos politólogos, operan como bomberos conceptuales en un paÃs al que ellos ayudan para no cambiar de forma substantiva. Para esta gente, es excelente que la democracia burguesa sea la única forma aceptable de diversidad de opiniones, siempre y cuando las cosas queden en su mismo lugar.
Nunca dicen lo obvio, que el mecanismo electoral presenta un fallo de estructura. Esto porque, aunque sea representativo y signifique la opinión de las mayorÃas, existe un lapso entre información y decisión. Como es sabido para cualquier empresa mediana, ningún gerente tiene condiciones de decidir los rumbos hasta de una panaderÃa, si no conoce los procesos de panificación, los precios del trigo, las normas de la salud pública, los esquemas salariales de los panaderos, entre otras caracterÃsticas de su área. No se necesita ser panadero para ser propietario de un establecimiento de panificación, pero necesariamente se tiene que conocer del tema. ¿Porque habrÃa de ser diferente en la polÃtica?
La contradicción vivida por la democracia de masas está en su forma de participación y representación. Considerando que la polÃtica sólo se hace con acciones de minorÃa dotadas de ganas polÃticas e intereses estratégicos, resta para la masa votante, con estas reglas, aceptar el papel de delegar poderes. Entra en escena el juego discursivo, no necesariamente malo, pero que cada dÃa que pasa se va desmaterializando. Sin equivalente en el mundo de las realizaciones, creamos en algunas “gotas de ilusión mediáticaâ€?. El enunciado del polÃtico en campaña gana tonos mágicos y mÃsticos. Ausente la información estratégica para que el elector pueda decidir con alguna base, además de la emotiva, el voto pierde su poder resolutivo.
Vale nuevamente la comparación con la economÃa, bien al gusto de los neoliberales. El discurso de los polÃticos profesionales es para la sociedad tal como la especulación es para el mundo de los productos y servicios. Hoy tenemos una base monetaria circulando en especie – dinero o moneda – como mÃnimo once veces menor de aquella existente de forma digital. La economÃa está sin anclas, desmaterializada, perdida en compromisos entre bastidores y fundamentada por demencias econométricas y monetaristas.
En el juego electoral acontece el mismo. El sujeto sube al púlpito con doble discurso. Uno es para la platea, su público consumidor, como les gusta a los neoinstitucionalistas. Pero, en el fondo sus compromisos son con otro público, su blanco son los inversores y aliados. El electorado vota dentro de la estética generada como producto electoral. El elegido ata sus compromisos estratégicos con el consorcio estatal-privado que lo aupó. Deja asà de lado los acuerdos tácticos, por lo tanto no esenciales, con el público espectador de sus palabras y proclamas. En el universo de este electorado, de hecho semi-distrital y corporativo, se esparcen intereses más pequeños y negociables. Estas son las asà llamadas “prebendasâ€?. O sea, los viejos e históricos favores individuales, todos como en un comercio minorista. Las ventas por mayor en “el mercado polÃticoâ€? son para el consorcio financiador-inversor. Cualquier semejanza con la compra de ambulancias que nunca llegan a las intendencias, desvÃo de dineros públicos para la salud y educación, u obras que tienen un precio final cinco veces mayor que el de la salida presupuestal, no es ninguna coincidencia. En Brasil, los negocios de Estado son negociaciones polÃticas. Y, en términos de de las municipalidades, son negociaciones chicas yendo al encuentro de intereses impresentables de diputados federales (nacionales) de bajo escalón.
Volviendo a las absurdas comparaciones, nuevamente la economÃa monetaria y financiera rinde sus “serviciosâ€? para comprender nuestra eficacia democrática. Haciendo una comparación entre las fuerzas productivas de la sociedad y los intereses en juego por la instancia de sÃntesis, la polÃtica; la tropa de la reacción de Mont Pelerin gritó que la libertad económica está por encima de la libertad polÃtica. Viene de ahà la Opción Chilena y las Masacres en el Estadio Nacional. La tierra de Lautaro sirvió de laboratorio para los Chicago Boys “sudacasâ€?. Y, como dicen, con algunos “incentivos coercitivosâ€? como Pinochet y Contreras, el modelo funcionó bien. AsÃ, a partir de ese prepuesto, comenzaba la colonización de una esfera sobre la otra, ancladas en una calculadora y una picana.
Ya en la democracia de mercado, el modelo de los “niñosâ€? de Milton Friedman, se universalizó a partir del 1990. Se buscó dotar la forma “responsableâ€? de hacer polÃtica con una supuesta racionalidad de intereses individuales. Cada individuo serÃa, para esos genios de la economÃa sin ancla, un representante de sus propios intereses, y se asociarÃa a otros solamente para maximizar sus ganancias.
Por lo tanto, se formalizaba en términos de teorÃa aquello que el paÃs interior se llama caciquismo; con padrinos polÃticos y votos comprados. Con aires de teorÃa de la acción colectiva, esto resulta en lobbies sin fin e inversión de tiempo y carga de información en intereses polÃticos especÃficos. Nuevamente, Brasil reproduce su forma de estructura excluyente, tanto en el voto como en las polÃticas públicas. Ambos son, por definición, universales. Y, simultáneamente, el voto obligatorio no es acompañado del entrenamiento necesario para ejercerlo. O sea, nadie es entrenado para decidir temas públicos en lo cotidiano. Pero es convocado a decidir cada dos años, en dos planos distintos, llevando a la urna sólo la reproducción del abismo de clases. En una punta, el cotidiano de la sociedad de clases, en la otra, la confianza otorgada a los polÃticos profesionales. No podÃa quedar en otra cosa.
La desmaterialización de los discursos es acompañada de la falta de credibilidad en esta forma de hacer polÃtica. Siguiendo en este camino, el foso entre el voto y la decisión real aumenta exponencialmente. No serÃa exagerado afirme que este es el hueco de ozono de la democracia representativa brasileña. Por lo tanto, si las izquierdas que quedan en Brasil comprenden las reglas de la polÃtica, que hablen las calles.
Ojo, este texto es poco más que una alarma, sólo eso. La intención es simplemente colaborar con la reflexión del electorado y reivindicar la capacidad de discurso con la necesidad de realización. Para que eso acontezca, varios factores son importantes. Uno de ellos es el aumentar la carga de información estratégica para el electorado. Eso significa la explicitación de los mecanismos lÃcitos e ilÃcitos, formales e informales, por dentro y por fuera, legales o reales, de las prácticas polÃticas concretas de las elites dirigentes de ese paÃs. Solamente el ejercicio de la información y del análisis sin ninguna censura puede aumentar la capacidad crÃtica de la población.
Por lo tanto, en teorÃa, un horario electoral gratuito podrÃa ser muy positivo en ese sentido. Infelizmente, todo lo que fue defendido arriba es justo lo opuesto del que ya estamos viendo en la campaña para intendentes y ediles en los 5.564 municipios de Brasil. La población de la 11ª economÃa del mundo tiene que votar si, pero en los temas y decisiones fundamentales para el paÃs y el continente. No alcanza decidir quienes van estar en las primeras etapas y en los titulares polÃtico-policiales de los próximos años. Ya no basta gritar que la polÃtica de la burguesÃa es una máquina de corrupción estructural. La pelea es de fondo, es la disputa por el concepto mismo de democracia. |
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