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Notícies :: amèrica llatina
La mentira
05 feb 2008
Fidel, al definir el concepto de Revolución, en su discurso del primero de mayo del 2000, subrayó, entre otras cosas, que Revolución es "no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas".
Tan antigua como la existencia humana, la mentira, al parecer, nunca dejará de tener promotores y adeptos en este mundo. Hablo de la premeditación para elaborar y comunicar enunciados contrarios a la verdad, que tergiversan el estado real de las cosas.

Contra la Revolución cubana la han usado y emplean de manera constante y prolífera, pero ni las calumnias tejidas por nuestros adversarios ni las que estén por inventar me preocupan. Para combatirlas hay entrenamiento y cosechas de éxitos, nacidos del absoluto apego a la verdad.

Me preocupan las mentiras que nacen en el interior de la sociedad cubana. Si no las encaramos con férrea voluntad e inteligencia podrían llegar a enviciar y a corroer a no pocos ciudadanos, como mala hierba en campo descuidado.

No estamos ante un fenómeno nuevo. Sería idealista suponer que con el triunfo de la Revolución fueron borradas "de un plumazo" las herencias de un pasado capitalista, cuyo estado natural era el engaño, el robo, la demagogia y otras miserias humanas. Tampoco podría pensarse que más de tres lustros de crisis económica en el periodo especial dejarían de reactivar comportamientos negativos y sirvieran de caldo de cultivo para nuevas expresiones de degradación o pérdida de valores éticos imprescindibles en el proceso de construcción del socialismo.

En marzo de 1959, al hablar ante el Comité Conjunto de Instituciones Cívicas Cubanas, Fidel señaló uno de los conflictos morales que la naciente Revolución debía enfrentar, pues lo vivido hasta entonces dejaba claro que: "Nos casaron con la mentira y nos han obligado a vivir con ella en vergonzoso contubernio; nos acostumbraron a la mentira, y nos asustamos de la verdad. Nos parece como que el mundo se hunde cuando una verdad se dice. ¡Como si no valiera más la pena que el mundo se hundiera, antes que vivir en la mentira!".

Durante más de cuatro décadas, la transparencia, la estricta defensa de la verdad, el reconocimiento público de errores y tendencias negativas, y las consecuentes decisiones para enfrentarlos, han sido pilares clave de la legitimidad de la dirección política de la Revolución, en especial del liderazgo del Comandante en Jefe.

Sin embargo, no nos sumerjamos en equívocos, algunos han flaqueado en su verticalidad ética. De no ser así cómo podrían explicarse expresiones populares como la siguiente: "Hay que luchar¼ ". Una frase que sintetiza la aceptación del robo al Estado, el negocio turbio y otras muchas formas de ganar dinero a toda costa y a todo costo, sin importar la transgresión de leyes, el mal ejemplo que se transmite a hijos y demás familiares.

Informaciones y actitudes fraudulentas existen, a veces mostradas con tanta naturalidad que uno, sin salir del sobresalto, se pregunta: ¿Fulano se estará creyendo lo que dice, y su jefe, también? Por esa vía hay "cuadros" cuyos oídos parecen estar dispuestos a escuchar solamente frases prefabricadas sobre una supuesta eficiencia: Cumplimos, sobrecumplimos, estamos trabajando en esa dirección, entregaremos la obra antes de la fecha prevista, logramos récord productivo, tomamos las medidas pertinentes, el problema está "acorralado"...

¡¿Cuánto daño hacen indicaciones y estilos de dirección que estimulan o condicionan a los subordinados a mostrar resultados que no poseen?! No podemos tolerar que las distorsiones de la realidad se establezcan como hábitos para evitar críticas o sanciones merecidas. Tanto daño hace el hipercriticismo como los elogios y los reconocimientos indebidos. En ambos casos el efecto moral resulta incalculable.

Estamos obligados a ponerle coto a comportamientos como los señalados, aunque enfrentarlos signifique buscarse problemas en el barrio, con la familia, en el centro estudiantil o en el colectivo de trabajo. Quienes esgrimen la verdad, pueden ser impugnados y recibir agravios, pero como decía Martí se ha de vivir y morir abrazado a la verdad, dicha con exactitud, sin ofensas y exageraciones.

Para los militantes del Partido se trata de un deber. Los Estatutos de la organización establecen la obligación de "ser objetivo y veraz en los informes que brindan sobre su trabajo o el trabajo de otros, así como sobre el cumplimiento de los planes o cualesquiera otros asuntos".

Nada puede justificar engaños, mentiras y fraudes provenientes de un militante, o que tenga conocimiento de ellos y no los combata decididamente. Sin embargo, no pocas ilegalidades son hoy conocidas y sancionadas a partir de la información que brindan auditorías, verificaciones fiscales, investigaciones policiales y denuncias anónimas de los ciudadanos. Situaciones como las descritas perjudican el prestigio y la autoridad de las organizaciones de base del Partido, revelan actitudes pasivas, acomodadas, carentes de capacidad para prever y detectar problemas y hasta complicidad con lo mal hecho, porque cuando un núcleo del Partido funciona bien, es muy difícil que situaciones de esa índole transcurran inadvertidas.

Además, si el infractor milita en la organización, la norma está clara: Sin excepciones ni contemplación alguna, corresponde proceder a la separación de las filas o a la expulsión cuando la gravedad del caso lo requiera.

Fidel, al definir el concepto de Revolución, en su discurso del primero de mayo del 2000, subrayó, entre otras cosas, que Revolución es "no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas".

No corren tiempos para abandonar ni por un segundo esa enseñanza; hacer que nuestra Revolución sea irrevocable significa también pelear contra la mentira y los mentirosos de adentro.

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