Cambio climático: ¿la hora de la verdad? por José Santamarta Flórez

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Cambio climático: ¿la hora de la verdad? por José Santamarta Flórez
per José Santamarta Flórez Correu-e: worldwatch ARROBA nodo50.org (no verificat!)	05 des 2007
Cambio climático: ¿la hora de la verdad? por José Santamarta Flórez Artículo publicado en la revista World Watch nº28 Tras cerca de 20 años de interminables negociaciones internacionales, 4 informes del IPCC, el tortuoso desarrollo del Protocolo de Kioto, la oposición de las presidencias estadounidenses de Bush padre e hijo, la verbosidad de los gobiernos instalados en la inacción y los signos inquietantes del cambio climático, todo parece indicar que nos acercamos al momento de la verdad.
Cambio climÃ¡tico: Â¿la hora de la verdad? por JosÃ© Santamarta FlÃ³rez ArtÃculo publicado en la revista World Watch nÂº28 Tras cerca de 20 aÃ±os de interminables negociaciones internacionales, 4 informes del IPCC, el tortuoso desarrollo del Protocolo de Kioto, la oposiciÃ³n de las presidencias estadounidenses de Bush padre e hijo, la verbosidad de los gobiernos instalados en la inacciÃ³n y los signos inquietantes del cambio climÃ¡tico, todo parece indicar que nos acercamos al momento de la verdad. El cambio climÃ¡tico se debe a las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmÃ³sfera ocasionadas por el empleo de combustibles fÃ³siles y la deforestaciÃ³n, donde no hay fronteras nacionales. Hoy las concentraciones atmosfÃ©ricas de diÃ³xido de carbono son las mayores de los Ãºltimos 650.000 aÃ±os. Las actividades humanas (de unos mÃ¡s que de otros) han cambiado la composiciÃ³n quÃmica de la atmÃ³sfera. Durante decenas de miles de aÃ±os las concentraciones atmosfÃ©ricas de diÃ³xido de carbono nunca superaron las 300 partes por millÃ³n, pero en 2007 llegamos a 382 partes por millÃ³n y a 430 equivalentes, si incluimos el efecto de otros gases de invernadero. Cuando se superen las 550 partes por millÃ³n, el cambio climÃ¡tico puede adquirir proporciones catastrÃ³ficas, un lÃmite que muchos cientÃficos sitÃºan en las 450 partes por millÃ³n. Subsisten, por supuesto, muchas incertidumbres, pero el mÃ¡s elemental principio de precauciÃ³n nos dice que sabemos lo suficiente para actuar, reduciendo las emisiones y adaptÃ¡ndonos a lo inevitable. Nos quedan menos de 20 aÃ±os para invertir la tendencia y reformar el modelo energÃ©tico. Frenar e invertir tal tendencia implica aumentar la eficiencia, desarrollar las energÃas renovables, promover el transporte pÃºblico, descarbonizar paulatinamente nuestro sistema energÃ©tico y frenar la deforestaciÃ³n, creando nuevas actividades, empresas y empleos. HabrÃ¡ sectores que ganen, pero tambiÃ©n algunos sectores y empresas perderÃ¡n. El coste serÃ¡ de poco mÃ¡s del 0,1% del PIB mundial, pero sin embargo el coste de la inacciÃ³n puede llegar al 20% del PIB mundial. El cambio climÃ¡tico, a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero, tras el cuarto informe del IPCC, es una realidad aceptada por toda la comunidad cientÃfica, e incluso por los responsables polÃticos, al menos sobre el papel. Cierto que aÃºn quedan algunos â��disidentesâ�?, siempre a sueldo de las empresas que se verÃ¡n perjudicadas por las medidas que habrÃ¡ que adoptar, pero la resistencia es cada vez menor y hoy no pasa de anÃ©cdotas, al menos frontalmente. La verdadera resistencia probablemente provenga de quienes quieren perpetuar el sistema actual y un modelo ambiental y socialmente insostenible, promoviendo la energÃa nuclear, las arenas alquitranadas, la oriemulsiÃ³n, los hidratos de metano y otros hidrocarburos no convencionales, los llamados biocombustibles (que deberÃan denominarse agrocombustibles) y la captaciÃ³n y almacenamiento de diÃ³xido de carbono, que permitirÃan continuar con un empleo creciente y amplificado de carbÃ³n, petrÃ³leo, gas natural y otros combustibles fÃ³siles no convencionales. Es decir, seguir aumentando el consumo de energÃa y perpetuar un modelo de transporte basado en el automÃ³vil privado, con pequeÃ±os cambios que no tocan la raÃz de la insostenibilidad y de la inequidad social. Pero este aparente consenso sobre la gravedad del cambio climÃ¡tico y la necesidad de actuar no siempre ha sido asÃ, y volverÃ¡ a suceder una y otra vez en el futuro. Cada vez que ha surgido la preocupaciÃ³n sobre algÃºn problema ambiental, las multinacionales responsables y sus representantes polÃticos conservadores, jaleados por numerosos medios de comunicaciÃ³n, se han lanzado a una campaÃ±a de intoxicaciÃ³n. En 1962 el libro de Rachel Carson Primavera silenciosa dio el primer aviso de que ciertos productos quÃmicos artificiales se habÃan difundido por todo el planeta, contaminando prÃ¡cticamente a todos los seres vivos hasta en las tierras vÃrgenes mÃ¡s remotas. Aquel libro, que marcÃ³ un hito y contribuyÃ³ a alumbrar el movimiento ecologista, presentÃ³ pruebas del impacto que dichas sustancias sintÃ©ticas tenÃan sobre las aves y demÃ¡s fauna silvestre, ademÃ¡s de los seres humanos. La respuesta de la industria fue inmediata, y la multinacional Monsanto lanzÃ³ un folleto titulado CÃ¡llese, seÃ±ora Carson. AÃºn hoy, las medidas adoptadas para poner coto a la industria quÃmica son radicalmente insuficientes, incluso en Europa (el Reach, con todas sus insuficiencias, es la clara manifestaciÃ³n del poder de presiÃ³n de las multinacionales), aunque ya todos los paÃses han prohibido el DDT y otros plaguicidas organoclorados, pero lo que se hace es siempre tarde, poco y mal. La industria del tabaco durante dÃ©cadas negÃ³ la relaciÃ³n con el cÃ¡ncer, y se opuso a la adopciÃ³n del Principio de PrecauciÃ³n, o cualquier medida encaminada a reducir el pernicioso hÃ¡bito, que tantos beneficios les ha proporcionado, a costa de nuestra salud. SituaciÃ³n parecida se dio o se da con la industria nuclear, el amianto, el PVC, los cultivos transgÃ©nicos, la sobreexplotaciÃ³n pesquera, los monocultivos forestales, o el urbanismo disperso y depredador del territorio. En 1975 se relaciona la destrucciÃ³n de la capa de ozono con los CFC, y la reacciÃ³n de la industria quÃmica y los gobiernos, sobre todo la administraciÃ³n Reagan en EE UU, es la usual: primero se niega el problema, luego se ridiculiza o se minimiza, y sÃ³lo se acaban aceptando las medidas necesarias cuando el problema es acuciante y mÃ¡s que evidente, el daÃ±o ya es considerable y la presiÃ³n vence cualquier resistencia. Las mismas empresas multinacionales que crean el problema, primero se resisten y sÃ³lo ceden cuando otean nuevos negocios, sustituyendo los productos que han creado por otros, en teorÃa menos daÃ±inos, como los sustitutos de los CFC. Con el cambio climÃ¡tico el problema es infinitamente mayor que con los CFC, el DDT o los transgÃ©nicos, porque afecta al nÃºcleo del sistema econÃ³mico, a la energÃa que mueve toda la actividad econÃ³mica y que ocasiona las emisiones que contribuyen al cambio climÃ¡tico, un consumo energÃ©tico que en un 80% procede de combustibles fÃ³siles, cuya comercializaciÃ³n controlan unas pocas multinacionales y que permiten que Estados Unidos, con el 4,7% de la poblaciÃ³n mundial, emita el 25% del CO2, el principal gas de efecto invernadero. El negacionismo se bate en retirada Estados Unidos, sus multinacionales, sus grupos de presiÃ³n y su clase polÃtica no estÃ¡n dispuestos, por ahora, a adoptar medidas adecuadas a su responsabilidad histÃ³rica en las emisiones que estÃ¡n ocasionando el cambio climÃ¡tico, lo que crea un grave problema, no sÃ³lo ambiental, sino tambiÃ©n Ã©tico y de responsabilidad hacia quienes mÃ¡s sufrirÃ¡n el cambio climÃ¡tico: los pobres de la Tierra y las generaciones futuras. Un amplio conglomerado bien lubricado de â��cientÃficosâ�?, comunicadores y empresas de relaciones pÃºblicas se encarga de realizar una permanente labor de intoxicaciÃ³n de la ciudadanÃa, para proteger los intereses de las empresas responsables de la degradaciÃ³n ambiental, y en torno al â��negacionismoâ�? se ha creado toda una prÃ³spera industria de relaciones pÃºblicas y cabildeo (â��lobbyâ�?). En EspaÃ±a se sumÃ³ tÃmidamente al negacionismo el lÃder de la oposiciÃ³n, el seÃ±or Rajoy, poniendo en aprietos a su primo, y jaleado por Esperanza Aguirre, Ana Botella y Telemadrid, pero a los pocos dÃas tuvieron que rectificar e incluso propusieron una Ley de Cambio ClimÃ¡tico en el programa electoral aprobado pocas semanas despuÃ©s. Hoy el negacionismo se reduce a unos pocos medios de prensa de la ultraderecha y a algÃºn comunicador estrambÃ³tico y bien remunerado estilo Toharia. Puro folklore. La preocupaciÃ³n sobre el calentamiento global debido a las emisiones humanas de diÃ³xido de carbono y otros gases de invernadero, como el metano y el Ã³xido nitroso, se remonta a 1896, aÃ±o en que el cientÃfico sueco Svante Arrhenius lo formulÃ³ por primera vez. Cuando Arrhenius publica su primer cÃ¡lculo sobre el calentamiento global debido a las emisiones de CO2, el nivel de CO2 en la atmÃ³sfera ascendÃa a 290 partes por millÃ³n (ppm). La ciencia sobre el cambio climÃ¡tico avanzÃ³ lentamente a lo largo del siglo XX, y en 1988, aÃ±o en que la Conferencia de Toronto pide una reducciÃ³n del 20% de las emisiones para 2005 respecto a los niveles de 1988, era ya muy evidente la gravedad del problema. Los hitos posteriores los conocemos: en 1992 se aprueba en RÃo el Convenio Marco sobre el Cambio ClimÃ¡tico, y en 1997 el Protocolo de Kioto. Pero hasta el momento los traslados en aviÃ³n de los miles de delegados, funcionarios y periodistas de un punto a otro del planeta no han justificado las emisiones y el coste de tanto viaje en la era de las videoconferencias e Internet. Â¿QuiÃ©n y porquÃ© se oponen? Se oponen las multinacionales del petrÃ³leo y del automÃ³vil, las empresas del carbÃ³n y Australia (el mayor exportador de carbÃ³n), algunos paÃses de la OPEP como Arabia SaudÃ y, sobre todo, Estados Unidos, primero con Bush padre y sobre todo con Bush hijo, aunque la presidencia de Clinton (y su vicepresidente Al Gore, el de hacer lo que yo digo, no lo que yo hago) tampoco fue muy activa que digamos, logrÃ³ reducir los objetivos de reducciÃ³n de emisiones de los paÃses industrializados del Protocolo de Kioto, impuso el mercado de emisiones heredero de los implantados por la EPA para el diÃ³xido de azufre en EE UU, aunque al menos no mantuvo la retÃ³rica ultrareaccionaria de los republicanos. El nÃºcleo que financiÃ³ las campaÃ±as de intoxicaciÃ³n fue la llamada Global Climate Coalition, ademÃ¡s de otros institutos ligados al nÃºcleo duro de multinacionales como Exxon, y con estrechas relaciones con la polÃtica estadounidense, y muy especialmente el Partido Republicano. Pero dentro de unos meses probablemente habrÃ¡ una nueva presidenta, y tras el huracÃ¡n Katrina y los signos cada vez mÃ¡s inquietantes, Estados Unidos deberÃ¡ empezar a actuar, por la presiÃ³n de su ciudadanÃa. En Australia la victoria de los laboristas, que promueven la ratificaciÃ³n del Protocolo de Kioto, muestra el aislamiento de Estados Unidos. TambiÃ©n asistimos al desarrollo de las energÃas renovables y otras tecnologÃas, y al surgimiento de un sector empresarial que tiene mucho que ganar con polÃticas mÃ¡s activas para descarbonizar el sistema energÃ©tico. Para hacer una tortilla hay que romper algÃºn huevo La clase polÃtica no quiere afrontar la impopularidad de no actuar frente al cambio climÃ¡tico, con la excepciÃ³n de Bush en sus ya Ãºltimos meses de la peor presidencia desde la independencia de EE UU, pero prefiere instalarse en la palabrerÃa, para ocultar la inacciÃ³n. Porque lo cierto es que las polÃticas reales no reflejan los discursos oficiales. Al Gore es el modelo, con su polÃtica real en toda la negociaciÃ³n que llevÃ³ al Protocolo de Kioto cuando realmente podÃa hacer algo mÃ¡s que dar conferencias, que es de lo que viven los expresidentes y exvicepresidentes, o con sus viajes en jet privado, hasta para visitas turÃsticas, mientras predica a otros que reduzcan sus emisiones. Para predicar hay que dar ejemplo, y eso es algo mÃ¡s que plantar unos arbolitos para intentar compensar unas emisiones injustificables. Cuando los gobernantes introduzcan una nueva fiscalidad sobre los combustibles fÃ³siles, o subasten los derechos de emisiÃ³n en vez de otorgarlos gratuitamente, ganarÃ¡n en credibilidad. Mientras, mejor juzgarles por lo que hacen, y no por lo que dicen, utilizando indicadores objetivos, como la evoluciÃ³n de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero. Actuar para frenar el cambio climÃ¡tico tiene su coste, un coste polÃtico y social, y tambiÃ©n electoral (ahÃ duele) pues implica encarecer la gasolina, el gasÃ³leo, el keroseno (y los billetes aÃ©reos), el gas natural y las tarifas elÃ©ctricas, internalizando sus externalidades. Igualmente supone reducir drÃ¡sticamente el consumo de carbÃ³n. Â¿Pero quÃ© polÃtico estÃ¡ dispuesto a afrontar el coste de medidas probablemente muy impopulares, o explicarlas adecuadamente y buscar el consenso para aplicarlas? Â¿QuÃ© tendrÃ¡ que pasar para que pasen a la acciÃ³n? Â¿CuÃ¡ntas alarmas tienen que sonar, cuÃ¡ntos Katrina? El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio ClimÃ¡tico (IPCC) de Naciones Unidas ya dio todas las alarmas, con toda la precauciÃ³n y el consenso necesario de mÃ¡s de un centenar de paÃses, y sus predicciones dejan pocas dudas. La subida de temperatura se situarÃ¡ a finales de este siglo entre 1,8 y 4 grados, aunque podrÃa llegar a ser de hasta 6,4 grados. Durante los Ãºltimos 100 aÃ±os, la Tierra se ha calentado en un promedio de 0,74ÂºC. El calentamiento de la Ãºltima mitad del siglo es inusual por lo menos en comparaciÃ³n con los Ãºltimos 1.300 aÃ±os. Para las prÃ³ximas dos dÃ©cadas se espera que la tasa de calentamiento sea de 0,2ÂºC por dÃ©cada. Once de los Ãºltimos doce aÃ±os (1995-2006) estÃ¡n entre los doce mÃ¡s cÃ¡lidos desde que existen registros de la superficie terrestre (desde 1850). La temperatura ha subido mÃ¡s en el hemisferio norte, mÃ¡s en invierno que en verano, mÃ¡s de noche que de dÃa y especialmente en el Ã?rtico, que se calienta a una velocidad que dobla la del resto del planeta. El mar aumenta de volumen por la expansiÃ³n tÃ©rmica, su nivel ha subido 3,1 milÃmetros al aÃ±o desde 1993 y subirÃ¡ entre 18 y 59 centÃmetros a lo largo de este siglo. El hielo Ã¡rtico en verano se ha reducido un 10% cada dÃ©cada desde que en 1978 comenzaron los registros por satÃ©lite. Los glaciares de los Alpes, Pirineos, Ã?frica, Himalaya y SuramÃ©rica se reducen por momentos, amenazando el suministro de agua, por no hablar de los elitistas deportes de invierno. Los glaciares de los Alpes han perdido ya un tercio de su superficie y la mitad de su volumen, y las famosas nieves del Kilimanjaro, al ritmo actual, desaparecerÃ¡n en 2025. La posible contribuciÃ³n del deshielo de Groenlandia podrÃa ser de varios metros, y en la PenÃnsula AntÃ¡rtica se han perdido 20.000 kilÃ³metros cuadrados de hielo. Las plantas florecen antes, las aves no necesitan emigrar en invierno a latitudes mÃ¡s cÃ¡lidas, cada aÃ±o las nieves tardan mÃ¡s en llegar, cubren menos superficie y se funden antes, aumentan las olas de calor, en muchas zonas aumentan las precipitaciones mientras en otras, como el Sahel, Australia y la zona mediterrÃ¡nea sucede lo contrario y las sequÃas se acentÃºan, los corales se blanquean y mueren a causa del aumento de las temperaturas, y por doquier se suceden los signos de que algo sucede, y el 90% de los cambios observados en mÃ¡s de 29.000 series de datos de todo el mundo de 75 estudios son consistentes con el cambio climÃ¡tico. El 30% de las especies podrÃan extinguirse, aumentarÃ¡n las sequÃas y las inundaciones, y las consecuencias podrÃan ser severas en la agricultura, el turismo, la salud, la industria de seguros y en el litoral, donde se concentran muchas de las mayores ciudades. El Cuarto Informe de EvaluaciÃ³n (AR4, en sus siglas en inglÃ©s) consta de tres bloques mÃ¡s el Informe de SÃntesis. La Parte I es la contribuciÃ³n del Grupo de Trabajo I, se refiere a las bases cientÃficas del cambio climÃ¡tico y fue aprobada en febrero de 2007 en ParÃs. La Parte II, contribuciÃ³n del Grupo de Trabajo II, trata de los impactos y la adaptaciÃ³n, y se aprobÃ³ en abril de 2007 en Bruselas. La Parte III, del Grupo de Trabajo III, sobre la mitigaciÃ³n, se aprobÃ³ en mayo en Bangkok. El Informe de SÃntesis, aprobado en Valencia en noviembre, se presentÃ³ en la Conferencia de las Partes nÂº 13, que se celebrÃ³ en Bali del 3 al 17 de diciembre de 2007. Desde que entrÃ³ en vigor el Convenio Marco sobre Cambio ClimÃ¡tico (CMCC), el IPCC es la instituciÃ³n cientÃfica y tÃ©cnica que colabora y apoya a los Ã�rganos Subsidiarios del Convenio. El IPCC desarrolla sus actividades a travÃ©s de sus Grupos de Trabajo, que estÃ¡n dedicados cada uno de ellos a tratar diferentes aspectos del cambio climÃ¡tico. El Grupo de Trabajo I se encarga de los aspectos cientÃficos, el Grupo de Trabajo II analiza la vulnerabilidad de los sistemas naturales y sociales ante el cambio climÃ¡tico y sus posibles estrategias de adaptaciÃ³n, y el Grupo de Trabajo III aborda la mitigaciÃ³n del cambio climÃ¡tico, como las opciones de reducciÃ³n de las emisiones de gases de efecto invernadero. AdemÃ¡s, hay un grupo dedicado a los Inventarios de Gases de Efecto Invernadero. Desde su creaciÃ³n, el IPCC ha preparado cuatro grandes informes de evaluaciÃ³n. El efecto invernadero La Tierra recibe radiaciÃ³n solar de onda corta, una parte de la cual es reflejada y otra alcanza la superficie, donde se convierte en calor (radiaciÃ³n de onda larga), que calienta la superficie y evapora el agua, manteniendo el ciclo hidrolÃ³gico. La radiaciÃ³n de onda larga escapa a la atmÃ³sfera, donde una parte es absorbida por los gases de efecto invernadero, que la reemiten a la Tierra. Sin el efecto invernadero, la vida serÃa imposible tal y como la conocemos, pues la temperatura media serÃa de 18ÂºC bajo cero, en lugar de los 15ÂºC. Pero demasiado de algo bueno acaba por ser malo. El aumento de la concentraciÃ³n de los gases de efecto invernadero aumenta la temperatura y provoca cambios en el clima. Las concentraciones de diÃ³xido de carbono, el principal gas de efecto invernadero en la atmÃ³sfera tras el vapor de agua, han aumentado desde 280 partes por millÃ³n hacia 1750, al inicio de la revoluciÃ³n industrial, a 382 partes por millÃ³n en 2007. El diÃ³xido de carbono aporta un 53% del forzamiento radiativo desde la RevoluciÃ³n Industrial, y su vida atmosfÃ©rica media, en funciÃ³n del complejo ciclo del carbono, puede ir de 5 a 200 aÃ±os, es decir, que parte del CO2 que emitimos cuando se genera electricidad con carbÃ³n o el automÃ³vil consume gasolina, seguirÃ¡ en la atmÃ³sfera hasta 2 siglos, atrapando y reenviando la radiaciÃ³n solar de onda larga y contribuyendo al cambio climÃ¡tico. El segundo gas en importancia es el metano (CH4), que representa el 17% del forzamiento radiativo, y cuyas concentraciones han aumentado de 730 ppb (partes por millardo o mil millones) hacia 1750 a 1.852 ppb en la actualidad, aunque su vida media es de sÃ³lo 12 aÃ±os. Las emisiones se deben a la fermentaciÃ³n entÃ©rica del ganado, la gestiÃ³n del estiÃ©rcol, los vertederos, las emisiones de la minerÃa del carbÃ³n, el petrÃ³leo y el gas natural, las aguas residuales y los cultivos de arroz. Una molÃ©cula de metano equivale a 23 de CO2. El tercer gas en importancia es el Ã³xido nitroso (N2O), que aporta el 5% del forzamiento radiativo, y cuyas concentraciones han aumentado de 270 ppb (partes por millardo o mil millones) hacia 1750 a 319 ppb en la actualidad, cuya vida media es de 114 aÃ±os. Las emisiones se deben a los fertilizantes aplicados a los suelos agrÃcolas, al sector energÃ©tico, la industria quÃmica, el estiÃ©rcol y las aguas residuales. Una molÃ©cula de Ã³xido nitroso equivale a 296 de CO2. Otros gases de invernadero son los CFC que destruyen la capa de ozono (ya prohibidos en los paÃses industrializados), sus sustitutos como los carburos hidrofluorados (HFC), los carburos perfluorados (PFC), el hexafluoruro de azufre (SF6), y un contaminante como el ozono troposfÃ©rico. Las emisiones de gases invernadero deberÃan reducirse en el 2050 entre un 50% y un 80% con relaciÃ³n a 1990 para que la temperatura no suba mÃ¡s de 2,4 grados y evitar asÃ que se agrave el cambio climÃ¡tico, segÃºn el IPCC. A los factores anteriores hay que aÃ±adir los cambios en el albedo, y sobre todo el efecto de los aerosoles, muchos de ellos contaminantes, pero de vida corta, y que provocan el efecto contrario a los gases de invernadero, enmascarando el calentamiento, por lo que la reducciÃ³n de ciertos contaminantes puede agravar el calentamiento. Igualmente debemos citar el importante papel del vapor del agua, las estelas de los aviones y el llamado oscurecimiento global o reducciÃ³n de la cantidad de luz solar que alcanza la superficie terrestre, a causa de la emisiÃ³n de partÃculas como el negro de carbÃ³n (o carbonilla), emitido por centrales tÃ©rmicas, industrias y vehÃculos. La reducciÃ³n ha sido del orden de un 4%, pero se ha frenado durante la pasada dÃ©cada. El oscurecimiento global crea un efecto de enfriamiento que ha podido llevar a subestimar los efectos de los gases de efecto invernadero, enmascarando parcialmente el calentamiento global. Igualmente destacable son las mÃºltiples realimentaciones en una u otra direcciÃ³n, como los cambios en el albedo por la reducciÃ³n de las nevadas, el aumento de la cantidad de vapor de agua o la emisiÃ³n del metano contenido en el permafrost, la capa de hielo permanentemente congelada en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frÃas como la tundra. La circulaciÃ³n atmosfÃ©rica y las corrientes oceÃ¡nicas distribuyen el calor, y podrÃan verse alteradas por el cambio climÃ¡tico. En un futuro aÃºn mÃ¡s preocupante es lo que pueda suceder con la cinta transportadora oceÃ¡nica, o circulaciÃ³n termohalina, el flujo de agua que transporta calor desde el PacÃfico y el Ã?ndico hasta el AtlÃ¡ntico, donde sigue recibiendo calor en las latitudes tropicales, para acabar hundiÃ©ndose en el AtlÃ¡ntico Norte, retornando en niveles mÃ¡s profundos. Algunas corrientes oceÃ¡nicas se deben a los vientos y a las mareas, pero otras se deben a las diferencias de temperaturas y a las concentraciones de sal. El cambio de las temperaturas y de la salinidad, por la fusiÃ³n de los glaciares, podrÃan frenar o incluso eliminar esas corrientes tal y como las conocemos, algo todavÃa improbable en este siglo, pero que si llega a producirse tendrÃa graves implicaciones sobre el clima, el ciclo del carbono (las aguas frÃas al hundirse arrastran grandes cantidades de diÃ³xido de carbono), los nutrientes y la pesca. Las temperaturas de Europa, a igual latitud, son de 5ÂºC a 7ÂºC mÃ¡s cÃ¡lidas que las mismas latitudes en el PacÃfico. Causas del cambio climÃ¡tico Las causas son las emisiones de gases de invernadero ocasionadas por la extracciÃ³n, producciÃ³n, transformaciÃ³n, transporte y consumo de los combustibles fÃ³siles (carbÃ³n, petrÃ³leo y gas natural), el transporte que emplea productos petrolÃferos, la deforestaciÃ³n, la agricultura y la ganaderÃa, y determinadas actividades industriales, como la fabricaciÃ³n de cemento. Tras las emisiones, subyace un problema de equidad social y generacional. Los pobres apenas emiten, pero serÃ¡n los que mÃ¡s sufran el cambio climÃ¡tico, al igual que las generaciones futuras, que no participan del consumo, pero padecerÃ¡n las consecuencias, tanto de las emisiones como del agotamiento de recursos. En poco mÃ¡s de un siglo hemos consumido una parte considerable de los combustibles fÃ³siles que la naturaleza tardÃ³ millones de aÃ±os en formar, como hemos destruido los bosques, con la consiguiente pÃ©rdida irreversible de miles de especies y la funcionalidad de ecosistemas enteros. La revoluciÃ³n industrial y el motor de combustiÃ³n interna mejoraron hasta cotas insospechadas el bienestar material y la movilidad de una parte de la poblaciÃ³n (de unos mÃ¡s que de otros), pero a costa de alterar la composiciÃ³n quÃmica de la atmÃ³sfera y de iniciar un cambio en el clima, que sÃ³lo se podrÃ¡ frenar con una profunda revoluciÃ³n en la forma de producir y consumir la energÃa que mueve la mÃ¡quina econÃ³mica. La sostenibilidad es el Ãºnico futuro posible, pero para enderezar el rumbo y frenar las emisiones habrÃ¡ que sustituir sin prisa, pero sin pausa, los combustibles fÃ³siles por energÃas renovables, a la vez que se mejora la eficiencia energÃ©tica y, lo mÃ¡s difÃcil, las pautas de consumo de una parte de la poblaciÃ³n acostumbrada al despilfarro. La sostenibilidad es tambiÃ©n una ecuaciÃ³n con tres variables: poblaciÃ³n, consumo por habitante y tecnologÃa. La trampa es hacer sÃ³lo hincapiÃ© en las tecnologÃas milagrosas que permitirÃ¡n mantener y aumentar los insostenibles consumos de los privilegiados, la verdad incÃ³moda de Al Gore y tantos otros, ese factor que se obvia porque los privilegiados no quieren renunciar a viviendas cada vez mÃ¡s grandes, automÃ³viles cada mÃ¡s potentes y vacaciones en las cuatro esquinas del mundo. Consejos dan, que para sÃ no los tienen. Tampoco se puede obviar la necesidad de acelerar la transiciÃ³n demogrÃ¡fica hacia la estabilizaciÃ³n de la poblaciÃ³n, lo que requiere ineludiblemente repartir de forma mÃ¡s equitativa los recursos y las emisiones. Las emisiones y el cambio climÃ¡tico son responsabilidad histÃ³rica del 15% de la poblaciÃ³n mundial, de esa parte de la poblaciÃ³n que en gran parte habita en Estados Unidos, Europa, JapÃ³n y Australia, y de las Ã©lites de los paÃses del sur. Las emisiones de China e India crecen rÃ¡pidamente, pero su responsabilidad histÃ³rica es mÃnima, porque hay que relacionar las emisiones con la poblaciÃ³n, y tener en cuenta las emisiones histÃ³ricas del Ãºltimo siglo. Entre 1950 y 2000 Estados Unidos emitiÃ³ el 27% (con una poblaciÃ³n que sÃ³lo representa el 4,6% del total mundial), CanadÃ¡ el 2%, Europa Occidental el 24%, la antigua UniÃ³n SoviÃ©tica el 15%, JapÃ³n el 5% y Australia y Nueva Zelanda el 1%. LatinoamÃ©rica sÃ³lo emitiÃ³ el 4% y Ã?frica el 2,5%. El resto del mundo, incluidas China e India, emitieron algo menos del 20%. Las emisiones histÃ³ricas son el factor bÃ¡sico a la hora de repartir responsabilidades y asumir obligaciones, como en parte se tuvo en cuenta en el llamado mandato de BerlÃn y en el Protocolo de Kioto, al establecer sÃ³lo obligaciones de reducciÃ³n de emisiones en los paÃses industrializados. Cualquier acuerdo potskioto deberÃ¡ considerar las emisiones histÃ³ricas, aunque Estados Unidos pretende dejarlas de lado, como quedÃ³ reflejado en una resoluciÃ³n del Senado donde literalmente se dice que no harÃ¡n nada mientras los paÃses pobres no asuman igualmente obligaciones de reducciÃ³n de emisiones, se supone que en porcentajes parecidos. La disculpa es evitar la fuga de industrias y empleos a los paÃses que, como China, no tienen obligaciÃ³n de reducir sus emisiones en una primera etapa, una especie de dumping del carbono, aunque Estados Unidos emite por habitante seis veces mÃ¡s que China, 10 veces mÃ¡s que Brasil y 20 veces mÃ¡s que India. El anÃ¡lisis regional es clave, pero cualquier estrategia de reducciÃ³n debe analizar los sectores que las ocasionan. La producciÃ³n de electricidad causa el 25%, el transporte por carretera el 12%, la industria el 10%, la agricultura y ganaderÃa el 13%, la deforestaciÃ³n el 18%, los residuos el 4%, los procesos industriales distintos de la combustiÃ³n como la fabricaciÃ³n de cemento el 3%, el transporte aÃ©reo el 2%, las emisiones fugitivas el 4% y el resto corresponde al consumo domÃ©stico y terciario de energÃa. Es relativamente fÃ¡cil reducir las emisiones de la generaciÃ³n de electricidad (sustituyendo centrales tÃ©rmicas de carbÃ³n por centrales de ciclo combinado de gas natural que emiten la tercera parte por kWh producido, o aÃºn mejor, parques eÃ³licos que no emiten nada), pero es mucho mÃ¡s difÃcil actuar sobre el transporte. Lo Ãºnico sensato es reducir la demanda, promover la ciudad densa y con mezcla de actividades, y el cambio modal (desplazamientos en transporte pÃºblico o ferrocarril en lugar de automÃ³viles o aviones). Ciertas alternativas, como los biocombustibles de primera y segunda generaciÃ³n (agrocombustibles realmente) crean muchos mÃ¡s problemas de los que resuelven, y el hidrÃ³geno tardarÃ¡ mucho antes de que pueda producirse a costes razonables y a partir de las energÃas renovables. Claro que los biocombustibles permiten mantener un modelo insostenible de transporte en base al automÃ³vil privado, y por eso se promueven, aunque sea a costa de poner en riesgo la seguridad alimentaria, esquilmar los ecosistemas, destruir la biodiversidad y ocupar las tierras necesarias para producir alimentos o destinarlas a otros usos no menos esenciales. El transporte aÃ©reo en tÃ©rminos porcentuales apenas llega al 2%, pero sus emisiones han crecido un 205% entre 1975 y 2003, y el crecimiento se acelerarÃ¡ en los prÃ³ximos aÃ±os, debido en buena parte a las compaÃ±Ãas de bajo coste y al abaratamiento de las tarifas, que no reflejan el coste ambiental de sus emisiones de diÃ³xido de carbono, Ã³xidos de nitrÃ³geno y las estelas que dejan, ademÃ¡s del ruido y el enorme impacto de los aeropuertos sobre las poblaciones vecinas. De hecho, el keroseno de los vuelos internacionales estÃ¡ exento de impuestos. Las medidas voluntarias de â��donarâ�? pequeÃ±as cantidades para plantar Ã¡rboles que compensen las emisiones sirven de poco, excepto para tranquilizar la mala conciencia de algunos, y lo Ãºnico razonable es penalizar fiscalmente los desplazamientos en aviÃ³n y renunciar a todos los trayectos no necesarios en la era de Internet y las videoconferencias. Consecuencias del cambio climÃ¡tico En el pasado los cambios del clima se debieron a los ciclos del sol, a los cambios en la Ã³rbita de la Tierra o a erupciones volcÃ¡nicas, factores que siguen presentes, pero por primera vez en la historia de la Tierra las actividades humanas (consumo de combustibles fÃ³siles y deforestaciÃ³n, nuevos productos quÃmicos que destruyen la capa de ozono como los CFC o que son potentes gases de efecto invernadero) son capaces de alterar el clima y de variar la composiciÃ³n quÃmica de la atmÃ³sfera. Los signos del cambio climÃ¡tico apenas se han hecho notar, debido al efecto de enfriamiento de otros contaminantes como los aerosoles, pero ya asistimos a los primeros signos, como las olas de calor, la desapariciÃ³n de numerosos glaciares de montaÃ±a y la subida del nivel del mar. Los ecosistemas, al igual que la agricultura y mÃºltiples actividades, estÃ¡n adaptados a unas determinadas condiciones, fruto de una larga adaptaciÃ³n evolutiva. La subida de las temperaturas, el aumento del nivel mar, la alteraciÃ³n del rÃ©gimen de lluvias, de humedad y de vientos, en un plazo de tiempo relativamente corto, tendrÃ¡ graves implicaciones, que apenas estamos empezando a entender. Para intentarlo, los modelos climÃ¡ticos cada vez son mÃ¡s sofisticados y reconstruyen con mayor precisiÃ³n lo que pueda suceder, a partir del anÃ¡lisis de los climas del pasado. En general, lloverÃ¡ mÃ¡s, pero dÃ³nde, es otra cuestiÃ³n: en ciertas zonas lloverÃ¡ mucho mÃ¡s y en otras mucho menos. La regiÃ³n mediterrÃ¡nea, incluida EspaÃ±a, muy probablemente sufrirÃ¡ aÃºn mayores sequÃas, sobre todo en verano. Pero con toda seguridad aumentarÃ¡n las temperaturas y es probable que se agraven las olas de calor, tan perjudiciales para la salud, como la que afectÃ³ a Europa en el verano de 2003. Es probable, aunque hay menos certidumbres, que aumenten los ciclones y huracanes. Las poblaciones pobres, que no tienen ninguna responsabilidad en las emisiones, serÃ¡n las mÃ¡s afectadas. Bangladesh, donde los ciclones han matado a medio millÃ³n de personas desde 1970, y el Sahel, con sus lacerantes hambrunas y una pobreza extrema, son los paradigmas de esta nueva realidad. El Ãºltimo informe del Grupo Intergubernamental de Cambio ClimÃ¡tico (IPCC) vaticina que hay una gran probabilidad de que el calentamiento provoque que hacia 2020 entre 75 y 250 millones de africanos sufran escasez de agua y, en varios paÃses, las cosechas se reducirÃ¡n un 50%, agravando la crisis alimentaria. En 2080, las tierras Ã¡ridas y semiÃ¡ridas en Ã?frica aumentarÃ¡n entre un 5 y un 8%. En Asia en 2050 se reducirÃ¡ la disponibilidad de agua dulce, especialmente en las cuencas de los grandes rÃos. Las pobladas regiones de los deltas de los rÃos en el sur, este y sureste asiÃ¡tico, peligrarÃ¡n por la subida del nivel del mar. AumentarÃ¡n las enfermedades asociadas con las inundaciones. Australia y Nueva Zelanda sufrirÃ¡n una pÃ©rdida significativa de biodiversidad en la Gran Barrera de Coral. Los problemas hÃdricos empeorarÃ¡n en el sur y este de Australia y en Nueva Zelanda, afectando a la producciÃ³n agrÃcola, ganadera y forestal. Los incendios forestales aumentarÃ¡n de virulencia, al igual que las sequÃas cÃclicas. En Europa el cambio climÃ¡tico acentuarÃ¡ las diferencias regionales en el acceso a los recursos naturales. AumentarÃ¡ el riesgo de inundaciones en numerosas zonas y crecerÃ¡ la erosiÃ³n y la desertificaciÃ³n en el sur de Europa. Igualmente retrocederÃ¡n los glaciares de los Alpes y los Pirineos. El sur de Europa (EspaÃ±a, Italia y Grecia) serÃ¡ la zona mÃ¡s afectada, a causa del aumento de las temperaturas y la sequÃa, la disminuciÃ³n de los recursos hÃdricos y los incendios forestales, reduciendo la producciÃ³n hidrÃ¡ulica y la producciÃ³n agrÃcola, afectando negativamente al turismo. Las olas de calor estivales afectarÃ¡n a la salud de la poblaciÃ³n mÃ¡s desfavorecida, sobre todo los ancianos y los enfermos crÃ³nicos. En SuramÃ©rica hacia mediados de siglo se producirÃ¡ una gradual sustituciÃ³n del bosque tropical hÃºmedo por sabanas en la Amazonia oriental, con una gran pÃ©rdida de biodiversidad e importantes alteraciones en el ciclo hidrolÃ³gico del que depende el importante sector agrÃcola y ganadero. La desapariciÃ³n de los glaciares andinos afectarÃ¡ al suministro de agua y a la producciÃ³n hidrÃ¡ulica. En NorteamÃ©rica el calentamiento de las montaÃ±as Rocosas provocarÃ¡ inundaciones en invierno y descenso del caudal de los rÃos en verano. En las primeras dÃ©cadas del siglo, un moderado calentamiento serÃ¡ positivo para la agricultura, con aumentos de las cosechas del 5 al 20%, pero con importantes variaciones regionales. Las olas de calor empeorarÃ¡n los problemas sanitarios, al igual que en el sur de Europa. Las regiones polares serÃ¡n de las mÃ¡s afectadas, a causa de la reducciÃ³n del espesor del hielo, el aumento del nivel del mar y cambios en los ecosistemas, con graves efectos en las aves migratorias, mamÃferos y grandes depredadores, y en las poblaciones indÃgenas que dependen de la pesca y la caza. Los pequeÃ±os estados isleÃ±os sufrirÃ¡n el aumento del nivel del mar, la escasez de agua, las inundaciones y los fenÃ³menos meteorolÃ³gicos extremos. El cambio climÃ¡tico acelerarÃ¡ la pÃ©rdida de biodiversidad en todo el mundo. PequeÃ±as variaciones en las temperaturas y en las precipitaciones pueden alterar complejos ecosistemas, sustentados sobre la interdependencia de miles de especies. La subida del nivel del mar afectarÃ¡ a manglares, arrecifes de coral, estuarios y sistemas dunares costeros. Para afrontar el cambio climÃ¡tico se necesitarÃa una migraciÃ³n sin precedentes de plantas y animales, tanto en altitud como en latitud, una migraciÃ³n hoy imposibilitada por carreteras, campos de cultivo y todo tipo de barreras. La creaciÃ³n de corredores biolÃ³gicos que conecten los ecosistemas, es una de las medidas de adaptaciÃ³n mÃ¡s apremiantes. Muchas especies podrÃ¡n emigrar, pero otras muchas, como las situadas en las cumbres de las montaÃ±as o en las zonas Ã¡rticas, no podrÃ¡n hacerlo. La destrucciÃ³n o la alteraciÃ³n de ecosistemas tendrÃ¡n efectos realimentadores, al liberar el carbono acumulado en el suelo o en la vegetaciÃ³n, o el metano del permafrost de la tundra. La pÃ©rdida de especies a su vez reducirÃ¡ las opciones de adaptaciÃ³n a nuevas situaciones. Igualmente proliferarÃ¡n la invasiÃ³n de especies alÃ³ctonas y oportunistas, asÃ como las plagas. De hecho, el invierno y las bajas temperaturas son el mejor plaguicida y la forma Ã³ptima de mantener a raya a multitud de insectos y roedores, que ahora sobrevivirÃ¡n en mayor nÃºmero y extenderÃ¡n su rango de acciÃ³n a nuevas zonas. El cambio climÃ¡tico supone una gran amenaza para el abastecimiento del agua, al cambiar el rÃ©gimen de precipitaciones, acentuar los fenÃ³menos meteorolÃ³gicos extremos como sequÃas e inundaciones, al aumentar la evapotranspiraciÃ³n y fundir los glaciares y las nieves que regulan los caudales de los rÃos en Ã©pocas estivales. Una pequeÃ±a reducciÃ³n de las precipitaciones, junto con el aumento de las temperaturas y la necesidad de mayor dotaciÃ³n hÃdrica de los regadÃos, por el aumento de la evapotranspiraciÃ³n, reducirÃa de manera drÃ¡stica la escorrentÃa y el caudal de los rÃos. Los paÃses mÃ¡s afectados serÃ¡n los mÃ¡s pobres y localizados en las regiones secas. Los efectos en la agricultura son complejos, y de hecho Ã©sta siempre se ha adaptado a las demandas o a las circunstancias cambiantes. En algunos casos supondrÃ¡ un aumento de la producciÃ³n, al permitir cultivar zonas hoy muy frÃas de Rusia y CanadÃ¡, prolongar la Ã©poca de crecimiento y reducirse las heladas, ademÃ¡s del efecto fertilizador en algunas especies de plantas del aumento de las concentraciones de diÃ³xido de carbono. Pero en otras zonas los efectos pueden ser graves, por el estrÃ©s tÃ©rmico, la falta de agua, la erosiÃ³n al abundar los fenÃ³menos extremos y la extensiÃ³n de plagas y enfermedades, que sobrevivirÃ¡n a los frÃos del invierno. Los peores efectos se darÃ¡n en algunas zonas tropicales y subtropicales, donde vive la mayor parte de la poblaciÃ³n del Tercer Mundo. El cambio climÃ¡tico puede afectar negativamente a la salud de la poblaciÃ³n, tanto por las olas de calor, como por ciertas enfermedades, que verÃ¡n ampliado su radio de acciÃ³n. El rÃ©gimen de precipitaciones, la humedad y la temperatura, tienen una influencia determinante en la distribuciÃ³n de los agentes patÃ³genos y transmisores que extienden ciertas enfermedades. La subida prevista del nivel del mar puede afectar a millones de personas: cerca de cien millones viven a menos de un metro sobre el nivel del mar, y el 40% de la poblaciÃ³n mundial vive a menos de 100 km de la costa, en el Ã¡rea de influencia de temporales costeros, como la gota frÃa que afecta muchos aÃ±os a las regiones mediterrÃ¡neas, o el huracÃ¡n Katrina que inundÃ³ Nueva OrleÃ¡ns. La intrusiÃ³n salina afectarÃ¡ a los ya sobreexplotados acuÃferos costeros, reduciendo el abastecimiento de agua. TambiÃ©n habrÃ¡ que realizar enormes inversiones para mantener los puertos y otras costosas infraestructuras. Por cada centÃmetro que aumente el nivel del mar, desaparecerÃ¡ un metro de playa, afectando de esta manera a una de las principales atracciones turÃsticas en paÃses como EspaÃ±a o Grecia. Muchas de las mayores ciudades del mundo estÃ¡n en la costa, ciudades como Nueva York, Los Ã?ngeles, Buenos Aires, RÃo de Janeiro, Barcelona, Valencia, Venecia, Londres, Lisboa, Lagos, Mumbai, Tokio o Shangai. Cambiar de polÃticas para evitar el cambio climÃ¡tico Los desafÃos de mitigar (reducir las emisiones) y adaptarse al cambio climÃ¡tico no tienen precedentes en la historia, y no podrÃ¡ hacerse sin la cooperaciÃ³n y el acuerdo de la mayorÃa de los paÃses, al ser la atmÃ³sfera un recurso comÃºn a donde van a parar las emisiones, cualquiera que sea el lugar en donde se hayan producido, afectando a todos. Ya se ha transitado un buen trecho, desde la Conferencia de Toronto en 1988, el Convenio Marco de Cambio ClimÃ¡tico en 1992 en RÃo, el Protocolo de Kioto de 1997 y las negociaciones actuales, pero queda un camino aÃºn mÃ¡s largo, hasta lograr reducir las emisiones actuales de un 60% a un 80%, que es lo necesario para evitar las repercusiones mÃ¡s graves del posible cambio climÃ¡tico. Las diversas administraciones deben establecer planes claros para reducir las emisiones, incluyendo instrumentos fiscales (impuestos sobre las energÃas no renovables, incentivos a las renovables y a la eficiencia), supresiÃ³n de las subvenciones a los combustibles fÃ³siles y los presupuestos para llevarlos a cabo. Entre otras medidas se deben reducir los incendios forestales y la emisiÃ³n de gases de invernadero, como el metano y el Ã³xido nitroso, asÃ como la producciÃ³n y consumo de cemento, una de las principales fuentes de emisiÃ³n de CO2, agravada por la construcciÃ³n de autovÃas, carreteras y otras infraestructuras. Una polÃtica de repoblaciones forestales con especies autÃ³ctonas de Ã¡rboles y arbustos, en las zonas adecuadas, retirarÃa de la atmÃ³sfera grandes cantidades de CO2, frenarÃa la erosiÃ³n, las inundaciones y las sequÃas, dado el efecto esponja de los bosques. Pero los bosques y los mares, aÃºn actuando como sumideros, son incapaces de retirar la cantidad actual de CO2 emitida anualmente. La reducciÃ³n del consumo de carne, del empleo de fertilizantes, de las fugas de metano en la minerÃa de carbÃ³n y en la red de gasoductos, o de la cantidad de residuos, es fÃ¡cil de realizar. La fabricaciÃ³n de nailon y la de Ã¡cido nÃtrico son responsables de parte de las emisiones antropogÃ©nicas de Ã³xido nitroso. La eliminaciÃ³n de los HFC no plantea ningÃºn problema, pues hay alternativas viables y baratas, como el butano y propano (tecnologÃa greenfreeze). Los residuos generan importantes emisiones de metano. La reducciÃ³n de la producciÃ³n de residuos, el reciclaje, la prohibiciÃ³n de la incineraciÃ³n, el aprovechamiento de la materia orgÃ¡nica para producir compost y el aprovechamiento del metano en los vertederos, son algunas de las medidas de una polÃtica de residuos adaptada al cambio climÃ¡tico. El aumento de la eficiencia en los nuevos vehÃculos, y algunos programas para emplear gas natural y biocombustibles, sÃ³lo reducirÃ¡n en un pequeÃ±o porcentaje el aumento previsto de las emisiones en el transporte. La reducciÃ³n de los consumos unitarios de los vehÃculos, actuando sobre ellos o sobre la forma de utilizarlos, es necesaria pero insuficiente. Tanto o mÃ¡s importante es la reorientaciÃ³n hacia los modos mÃ¡s eficientes, como el ferrocarril, el transporte pÃºblico y los modos no motorizados, y las actuaciones encaminadas a la gestiÃ³n de la demanda y la moderaciÃ³n de la movilidad. La polÃtica municipal debe ir encaminada a reducir la demanda, promoviendo la ciudad mediterrÃ¡nea densa, compacta y con mezcla de actividades, con barrios donde viviendas, trabajo y servicios estÃ©n prÃ³ximos en el espacio, aminorando la segregaciÃ³n espacial y social de las ciudades, y limitando el crecimiento de las grandes Ã¡reas metropolitanas. El planeamiento urbanÃstico y territorial debe ir encaminado a promover la mezcla de actividades, y no la segregaciÃ³n, y a posibilitar la movilidad en transporte pÃºblico, evitando los crecimientos urbanos y turÃsticos que consumen gran cantidad de espacio. El ferrocarril deberÃa elevar su participaciÃ³n, pero para ello se requiere una clara voluntad polÃtica, materializada en las inversiones necesarias para mejorar el conjunto de la red, la seguridad, la gestiÃ³n y los servicios, elevando las tarifas en una proporciÃ³n inferior al del Ã?ndice de Precios al Consumo. Una polÃtica decidida, clara y bien estructurada, para reducir la necesidad de desplazarse, que no su posibilidad, y para orientar la demanda hacia los modos mÃ¡s eficientes de transporte, significarÃa una sensible reducciÃ³n del consumo de energÃa, de la contaminaciÃ³n atmosfÃ©rica y del ruido, menor ocupaciÃ³n de espacio, reducciÃ³n del tiempo empleado en desplazarse, menor nÃºmero de accidentes, inversiones mÃ¡s reducidas en la infraestructura viaria y una mejora general de la habitabilidad de las ciudades. La eficiencia energÃ©tica es la obtenciÃ³n de los mismos bienes y servicios energÃ©ticos, pero con mucha menos energÃa, con la misma o mayor calidad de vida, con menos contaminaciÃ³n, a un precio inferior al actual, alargando la vida de los recursos y con menos conflictos. Al requerirse menos inversiones en nuevas centrales y en aumento de la oferta, la eficiencia ayuda a reducir la deuda externa, el dÃ©ficit pÃºblico, los tipos de interÃ©s y el dÃ©ficit comercial. La eficiencia energÃ©tica deberÃa incrementarse en un 2,5% anual. Las tecnologÃas eficientes, desde ventanas aislantes o lÃ¡mparas fluorescentes compactas a vehÃculos capaces de recorrer 100 kilÃ³metros con tres o menos litros de gasolina, o la cogeneraciÃ³n, permiten ya hoy proporcionar los mismos servicios con la mitad del consumo energÃ©tico, a un coste menor. La cogeneraciÃ³n (producciÃ³n simultÃ¡nea de calor y electricidad), la mejora de los procesos y de los productos, el reciclaje y la reorientaciÃ³n de la producciÃ³n hacia productos menos intensivos en energÃa, con mayor valor aÃ±adido, menos contaminantes, generadores de empleo y socialmente Ãºtiles, deben ser desarrollados. Las tecnologÃas hoy ya disponibles permitirÃ¡n a la industria ahorrar entre el 10% y el 27% de su consumo actual de energÃa, segÃºn sectores, con una media del 16%. Los ahorros posibles en los usos domÃ©sticos y en los servicios podrÃan reducir a la mitad los consumos, con medidas como el aislamiento tÃ©rmico, electrodomÃ©sticos mÃ¡s eficientes y las lÃ¡mparas fluorescentes compactas. Para aumentar la eficiencia es necesario que los precios energÃ©ticos reflejen todos sus costes, lo que no sucede en la actualidad. La reforma ecolÃ³gica de la fiscalidad es uno de los instrumentos econÃ³micos clave para avanza hacia la sostenibilidad y frenar el cambio climÃ¡tico. La implantaciÃ³n de ecotasas, cuya recaudaciÃ³n se destine a mejorar la eficiencia y el empleo de energÃas renovables, es una necesidad acuciante, pero las ecotasas son sÃ³lo un primer paso de lo que deberÃa ser una ambiciosa reforma ecolÃ³gica de la fiscalidad, finalista o recaudatoria. La imposiciÃ³n de un etiquetado energÃ©tico obligatorio de los aparatos elÃ©ctricos, y la reforma de las normas de edificaciÃ³n para mejorar el aislamiento tÃ©rmico, pueden reducir el consuno de energÃa en el sector residencial. Se deben promover los programas de GestiÃ³n de la Demanda, encaminados a aumentar la eficiencia y a prestar los mismos servicios con un consumo menor, mÃ¡s negavatios y menos megavatios. La PlanificaciÃ³n Integrada de Recursos, o PlanificaciÃ³n al Menor Coste, tiene como fin evitar el crecimiento del consumo energÃ©tico al tiempo que se satisfacen los servicios que precisa la sociedad, y se debe implantar de forma real, especialmente en el sector elÃ©ctrico. Las energÃas renovables podrÃan solucionar muchos de los problemas ambientales, como el cambio climÃ¡tico, los residuos radiactivos, las lluvias Ã¡cidas y la contaminaciÃ³n atmosfÃ©rica. Las energÃas renovables podrÃan cubrir algo mÃ¡s de un tercio del consumo de electricidad en pocos aÃ±os, y a largo plazo permitirÃ¡n reducir las emisiones de diÃ³xido de carbono, avanzando hacia un modelo energÃ©tico â��descarbonizadoâ�?. La producciÃ³n de hidrÃ³geno es un proceso aÃºn inmaduro tecnolÃ³gicamente y cuya viabilidad econÃ³mica es necesario demostrar, lo que requerirÃ¡ enormes inversiones en investigaciÃ³n; cuando se logre producir hidrÃ³geno comercialmente, a precios competitivos, y a partir de dos factores tan abundantes como son el agua y la energÃa solar, los problemas energÃ©ticos y ambientales quedarÃan resueltos, pues el hidrÃ³geno, a diferencia de otros combustibles, no es contaminante. En cualquier caso una economÃa basada en el hidrÃ³geno como combustible secundario es un objetivo aÃºn muy lejano e incierto. El hidrÃ³geno servirÃ¡ para almacenar la energÃa solar y eÃ³lica cuando no haya sol o no sople el viento, y alimentarÃ¡ a las pilas de combustible hoy en desarrollo, y que en un futuro no muy lejano puede llegar a ser una importante fuente de producciÃ³n descentralizada de electricidad a pequeÃ±a escala, sin apenas impactos ambientales. Las pilas de combustible tambiÃ©n sustituirÃ¡n a los motores de combustiÃ³n interna de los automÃ³viles. Pero tambiÃ©n existen soluciones duras, y que nos conducen a perpetuar la insostenibilidad ambiental y social, y son quizÃ¡s las que van a ser promovidas con mayor entusiasmo por los que quieren que el cambio climÃ¡tico no suponga ningÃºn cambio sustancial. Los agrocombustibles, la energÃa nuclear de fisiÃ³n y de fusiÃ³n y la captaciÃ³n y almacenamiento de carbono, para explotar las grandes reservas de carbÃ³n y otros hidrocarburos no convencionales, son las opciones preferidas por quienes crearon y alimentaron la insostenibilidad, cuyo mejor ejemplo es el propio cambio climÃ¡tico. Referencias en Internet http://www.ipcc.ch http://www.ipcc-nggip.iges.or.jp/ http://www.un.org/climatechange/index.shtml http://www.climnet.org http://www.mma.es http://www.idae.es http://www.energias-renovables.com/paginas/index.asp http://europa.eu.int/comm/environment/climat/emission_plans.htm http://www.appa.es http://www.ciemat.es http://www.cogen.org http://www.eufores.es http://www.gamesa.es http://www.isofoton.es http://www.bpsolar.com http://www.nodo50.org/worldwatch/ http://www.acciona-energia.com/ JosÃ© Santamarta FlÃ³rez es director de World Watch www.nodo50.org/worldwatch
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